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Escrituras imprecisas: Marta Brunet en la prensa chilena
«Marta Brunet. Crónicas, columnas y entrevistas»
Editado por Karim Gálvez. Santiago, La Pollera Ediciones, 2019

Por Claudia Darrigrandi
Universidad Adolfo Ibáñez / claudia.darrgriandi@uai.cl
Publicado en MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos, N°14, abril-septiembre 2020



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Durante la investigación en el archivo, muchas veces se revelan otros espacios de acción y otros géneros escriturales que eran ocupados y cultivados por figuras conocidas principalmente por su trabajo en el ámbito literario, como escritoras y escritores. Uno de esos casos es el de la escritora Marta Brunet, quien tuvo una activa participación en la prensa como editora y periodista. Parte de ese trabajo es el que se reúne en el libro Marta Brunet. Crónicas, columnas y entrevistas, editado por Karim Gálvez y publicado por La Pollera Ediciones.

El libro, está organizado en tres secciones y reúne crónicas, columnas y entrevistas publicadas en los diarios El Sur y La Hora y en las revistas Familia, Repertorio Americano y Atenea. La editora presenta a Brunet como precursora del periodismo literario: “Observaba y escribía escenas con máximo detalle [...] según la necesidad de la historia se convertía en una narradora que se situaba dentro o fuera de esta” (15). Concuerdo con ese planteamiento y, al mismo tiempo, me parece que nos permite problematizar e interrogar esas escrituras de prensa en un período en que los géneros periodísticos no estaban definidos. Ya dijo Julio Ramos, hace treinta años, que durante el modernismo la crónica permitió la distinción del discurso periodístico del literario. No obstante, eso no acaba la discusión. ¿De qué manera percibimos los rasgos periodísticos en estas escrituras de Brunet? ¿Qué era el periodismo en las décadas de los veinte y treinta? ¿De cuántas formas distintas se hace presente la literatura en esos escritos? ¿Cómo se leían, como se recibían sus textos en la época? ¿Qué tan adecuado es que apliquemos los criterios del periodismo o la literatura de hoy para entender ese trabajo pretérito? ¿Son estas crónicas, como lo eran para los modernistas según Susana Rotker, un laboratorio para la escritura?

Sin embargo, los textos que este libro incluye no son solo crónicas, también son columnas y entrevistas. Nuestro espíritu científico nos empuja a clasificar, catalogar, ordenar. Quizá la columna deja más rienda suelta a la opinión que la crónica, quizá la crónica debe estar más anclada a un acontecimiento o un evento del presente del cronista. Estoy de acuerdo también con la editora, cuando señala que “la categorización de formatos periodísticos enciende controversia –debido a la inexistencia de fronteras precisas entre, por ejemplo, crónica y columna personal–” (10). Esa imprecisión, sin embargo, es una oportunidad. No nos conformamos con simplemente afirmar que un texto es una crónica o una columna. La imprecisión nos permite pensar en esos escritos, quizá de una forma más libre y, de este modo, dar paso a la creatividad analítica y situarlos, de manera crítica, como antecedentes de géneros periodísticos consolidados o pertenecientes a paradigmas como el periodismo literario o el narrativo. Sin embargo, la imprecisión también nos permite analizarlos, leerlos, como textos independientes de marcos rigurosos que tienen su propia vida y que pertenecen a otras tramas: ¿en qué secciones eran publicados? ¿Con cuáles otras secciones dialogaban? ¿Qué otros colaboradores de la prensa resuenan en esas escrituras? ¿Con qué eventos, situaciones o hechos nos conectan?

Me parece relevante pensar esas escrituras como artefactos culturales, en los que se conjuga un género discursivo híbrido, un objeto o varios objetos de los cuales se hace cargo la escritura y una práctica, un modo de hacer, no necesariamente formal ni sistemático. Brunet no es una cronista urbana que pasea literalmente por la ciudad; sin embargo, está imbuida en el ambiente cultural y también en el político. Ambos parecieran marcar la pauta de su circuito y nutrir su escritura: visitas al Teatro Municipal, la condición de las nuevas mujeres modernas, el cuidado de los niños, hitos en la historia de las mujeres, reuniones con escritores e intelectuales. Como lo destaca Gálvez, “una de las mayores virtudes periodísticas es su capacidad de llegar a públicos diversos” (9-10).

Estas escrituras pueden ser entendidas también como manifestaciones de la cultura letrada e impresa que se resisten a la especialización. Fenómeno que cobra fuerza a partir de la tercera década del siglo pasado. Las columnas o crónicas, e incluso las entrevistas que aquí se incluyen, son, además de imprecisos, formatos flexibles. Son un registro del tiempo presente que se expresa en diversos niveles. En ese sentido, me parece que constituyen espacios escriturales apetecibles, sobre todo antes de los cincuenta, para quienes no son especialistas en ningún tópico en particular. Y aquí cito a Brunet, en cuerpo de Isabel de Santillana: “Vivimos en una época de especializaciones y cada cual, en su oficio, trata de conseguir la pericia máxima” (73). Tanto las columnas como las crónicas abren una oportunidad para que, en pocas palabras y con un “yo” que en este conjunto de textos es bastante visible y fuerte (como aquel que se le “escuecen los ojos por el llanto” después de escuchar el relato de la maestra rural o el que se refiere a Pedro Aguirre Cerda como “don Pedro” porque nunca podrá decirle “nuestro presidente”), se exprese una impresión, una opinión, se capture un momento, una situación o incluso nos regale un relato cercano a un cuento. En este último caso, pienso en la crónica que abre este libro: “Tarde en el puerto”.

Estos textos de Brunet abordan temas muy variados como el cine, encuentros sociales y culturales, personajes del mundo de la cultura y el espectáculo, asuntos de crianza y cuidados de los niños y otros relativos a la historia del feminismo chileno. Mención aparte merecen sus columnas firmadas bajo el nombre de Isabel de Santillana, una mezcla de señora (en la acepción más antigua que pueda tener esa etiqueta) y una mujer moderna; al parecer de clase media, que escribe de las mujeres modernas, de los roles de género y de las relaciones entre hombres y mujeres. Destaca su columna “El derecho a la soledad”, que inevitablemente nos recuerda el libro Un cuarto propio de Virginia Woolf: “Ni dentro ni fuera del hogar le era antes permitido el asilamiento a la mujer” y ahora , en cambio, ha conquistado ese derecho y “lee, escribe, estudia, medita, holgazanea. Está sola, deliciosamente sola” y culmina diciendo: “Derecho a la soledad: conquista mayor de la mujer moderna” (76). En ese contexto, sus escritos reflexionan –desde una aguda mirada crítica, muy fina– sobre la condición de las mujeres desde variados puntos de vista: se desliza la crítica contra las muchachas ociosas que no aprovechan el tiempo para hacer nada productivo ni para ellas ni para otros, también están en la mira de la columnista las mujeres que sin necesitarlo trabajan solo para costear un capricho dejando sin trabajo a otra persona que realmente lo necesita (aunque esto también se lo crítica a los hombres). Isabel de Santillana además desmitifica ciertas creencias sobre los roles de género y los imperativos de la moda, pero, al mismo tiempo, lamenta las consecuencias de la entrada de las mujeres al mundo profesional: la cortesía de los varones está en desaparición.

Las entrevistas, por su parte, la mayoría de ellas de finales de la década del veinte, no están sometidas a un proceso de estandarización. No son entrevistas que responden a un ímpetu profesionalizante como lo podrían ser las entrevistas de Georgina Durand, publicadas a finales de los treinta e inicios de los cuarenta en La Nación, es decir, diez años después. En ese sentido, las entrevistas ofrecen, a diferencia de las columnas y las crónicas, una manera más dinámica y explícita en la que la periodista se autofigura en el texto. Aparece una Brunet gozadora, que disfruta su trabajo. Destaca también la recreación del ambiente, de los espacios y, en ese sentido, es inevitable pensar en las características del nuevo periodismo que muchos años después Tom Wolfe plasmó en la introducción de su famosa antología. Asimismo, en varias ocasiones no son solo ella y la persona entrevistada, sino que la entrevista es una forma de replicar un encuentro grupal en las que se asoman María Monvel y Sara Hübner.

Gálvez destaca el carácter dialógico de sus textos, dice que Brunet era “conversadora”. Este concepto de lo dialógico, la conversación, para pensar sus colaboraciones en prensa también es interesante. Si lo pensamos dentro de una genealogía, dentro de la genealogía de la crónica periodístico-literaria latinoamericana, se puede plantear que Brunet se inscribe en esta idea de que la crónica o la columna es una continuación o una prolongación de la conversación del salón decimonónico. Visto de otro modo, y aquí sigo lo propuesto por María Josefina Barajas en su libro Textos con salvoconducto, “la crónica, por lo menos, parece dar cuenta de una comunicación en la cual se alternan o podrían alternarse los turnos para hablar dos o más participantes acerca de un asunto compartido, común” (300-301). En ese sentido, no solo destacan las entrevistas (que en el fin de siglo eran parte también de lo que entendían por crónicas) o las apelaciones que hace a sus lectores y lectoras, intentando construir comunidad a través de la prensa, sino que también pienso en cómo sus escritos sobre Josephine Baker (a quien ella se refiere como Josefina), la maestra rural, las mujeres que trabajan, dialogan con los escritos de Gabriela Mistral, de Alfonsina Storni o con las crónicas de Alejo Carpentier sobre Josephine Baker. Mientras Brunet demuestra poca aceptación de quien hiciera famoso el baile de la banana y acompaña el gesto que hiciera César Vallejo al ofrecer una perspectiva animalizada de su despliegue en los escenarios, Carpentier, por su parte, entra a la vida íntima de Baker para mostrarnos sus vínculos con otro ámbito de la cultura popular al revelarnos su biblioteca.

Con este comentario, entonces, doy paso a otra arista que me interesa destacar de estos escritos: su valor documental. Siempre la prensa ha sido un objeto de estudio valioso sobre todo para historiadores, quienes en sus páginas esperan encontrar versiones de un hecho o un dato preciso y objetivo, para luego armar un rompecabezas y contar una historia, o muchas historias. En ese contexto, la riqueza de los escritos de esta antología es múltiple. Mientras Isabel de Santillana es una señora que opina de la moda, el trabajo femenino y la cortesía masculina, bajo la firma de Brunet se recuerda la ley Amunátegui (1877) y la creación del Movimiento Pro Emancipación de la Mujer, de la que Brunet señala: “Ya no es la institución que agrupaba a un puñado de mujeres en torno a Elena Caffarena y Marta Vergara. Hay ahora miles de socias” (109). Sus columnas, crónicas y entrevistas son también fuentes valiosas para la reconstitución de proyectos culturales como el desarrollado por la revista Lectura Selecta o para acercarse a la oferta cultural de la primera mitad del siglo XX.

Como última idea, quisiera destacar que hayan elegido poner sus lentes en el diseño de la portada. Los lentes que remiten a sus problemas severos de visión también nos transportan a todo el imaginario que tenemos sobre el uso de la vista, uno de los sentidos que la cultura occidental ha puesto en primera línea. La importancia de la visión para ser cronista (“Yo he visto”, dice Bernal Díaz del Castillo), para ser periodista, para ser testigo, para dar fe de un hecho. Asimismo, los lentes nos remiten a todo un imaginario intelectual, estrechamente vinculado a la república de las letras. Los lentes también son importantes en la columna humorística de Isabel Allende, publicada en la revista Paula, “A través de los impertinentes” (al poco tiempo solo se titula “Los impertinentes”), a finales de los sesenta e inicios de los setenta que con mucha ironía y humor, al igual que Isabel de Santillana, reflexionaba sobre los cambios en los roles de género que se estaba produciendo en el marco del feminismo y el movimiento hippie del período. Los lentes son una herramienta para ver mejor, son también símbolo de una perspectiva y de un estatus. Optar por los lentes en la portada refuerza lo que estos textos periodísticos dicen de Brunet como un agente político-cultural, como una crítica cultural, que observó, que intervino su ambiente social y cultural y que, con sus “impertinencias” (como se refiere al interrogatorio a que somete a Venturita López Piris), se instaló como una figura central en la configuración del campo cultural chileno del siglo XX.



 

 

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