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Enrique Serna. La sangre erguida. México: Seix Barral, 2010.

Martín Camps, University of the Pacific
mcamps@pacific.edu

La sangre erguida es una novela que aborda el tema del sexo y el amor en los tiempos del viagra. Podríamos definirla también, para recordar aquella perorata vaginal: los monólogos del pene. Un falo hablador y con voluntad propia que convierte a sus usuarios y portadores en marionetas de sus deseos. ¿Por qué la voluntad  puede alzar una pierna o un brazo, y en cambio no tiene control sobre el pene? (p31) se pregunta el narrador. En efecto, parece decir Enrique Serna, los hombres piensan con el pene y no con la cabeza. Somos víctimas de un titiritero que sabe muy bien a dónde va y lo que desea, mientras la otra cabeza, la que se encuentra en el extremo norte del cuerpo, se dedica a justificar sus deslices, a pavimentarle el camino para que proceda galantemente en la persecución de sus satisfacciones y sus calenturientas decisiones.

La novela tiene tres personajes, todos hombres, víctimas de los devaneos de su pene, uno, el mexicano Bulmaro, que por seguir a una dominicana despampanante malbarata su taller mecánico en Veracruz y sigue a esta cantante de cabaret para complacerla a ella y a su pequeño Mussolini en el centro de su cuerpo que lo deja en la ruina y lo arrastra a la cárcel. El segundo, es el argentino Juan Luis Kerlow que después de una vida de usufructuar de su pene en el exigente mundo del porno pierde la cabeza (las dos) por Laia, una sencilla mujer que el argentino ama con todo el corazón. El tercer personaje es Ferrán Miralles, un español que en contraste con el argentino, ha tenido una vida de impotencia sexual y humillaciones por no poder cumplir en la cama. Al descubrir el viagra, emprende una carrera frenética para recobrar el sexo perdido y también una elaborada venganza contra una mujer que lo humilló contando a todos de su de(s)función sexual, una venganza que consistía en enamorarla y hacerla dejar a su marido para después verla sufrir.

En manos de un narrador más inexperto, un tema de esta naturaleza podría haber caído fácilmente en recuentos calenturientos o en escenas de mal gusto. Como dice el personaje Ferrán Miralles: “No la describiré con detalle, porque a pesar de ser gloriosos para quien los vive, los lances de alcoba pueden ser monótonos para quien los lee” (124). Pero el narrador experimentado de Amores de segunda mano y El orgasmógrafo, sale avante en esta novela en la que nunca se pierde el interés por la historia que se va trenzando con los personajes, por ejemplo, si el mexicano dejará finalmente a la dominicana o será capturado por su venta ilegal de pastillas de viagra, o si Ferrán culminará su elaborada venganza o el argentino logrará conquistar para siempre a Laia a pesar de su pasado obsceno de actor porno. Además, la novela captura muy bien los registros del español mexicano, argentino y español catalán, respectivamente.

El otro personaje en la novela sería el pene, respondón y con voluntad propia, impreca a su portador, Bulmaro, diciéndole: “Te lo dije compadre, a los dos nos conviene que me dé a respetar” (150) como en aquella obra de Sabina Berman, “Entre Pancho Villa y una mujer desnuda”, Villa representa la virilidad masculina, pero en esta caso se habla directamente con el responsable y no con una recreación simbólica. Una novela con tema afín sería La casa del ahorcado (1993), del escritor veracruzano, Luis Arturo Ramos, que recuenta las humillaciones durante el climaterio, en efecto, como sentencia el diccionario: el período de la “extinción” de la función genital, claro, hasta que lo resucitó el viagra, palabra que aún no alcanza definición en el tumbaburros.

En momentos, la novela de Enrique Serna adquiere un cariz de terapia sexual contemporánea, de la obsesión cultural con el sexo, como dice el narrador, en boca de Juan Luis, el pornógrafo caído en desgracia por una disfunción eréctil selectiva, “el placer de la carne no es una fuente de agua, sino una fuente de sed: cuanto más bebes menos te sacias, porque el cuerpo solivantado por la satisfacción del deseo exige nuevos y mayores gozos en una espiral sin fin” (172)

O como escribirá más adelante, lo que se podría considerar una poética del libro, una novela que recuenta las conquistas sexuales de estos personajes, pero que también es un relato de la pérdida de potencia o la “lightificación” del macho, antes todo deseo y erección instantánea: “La crónica donjuanesca se había transformado así en un humilde relato confesional sin confidencias lúbricas. Por supuesto un libro de esa índole defraudaría al público zafio del cine porno, pero se conformaba con tener tres o cuatro lectores sensibles, interesados en conocer el trasfondo espiritual de la sexualidad” (199). Además de la historia que convierte al libro en eso que llaman los americanos como un “page turner” (un libro que no se puede soltar) el narrador enfrenta sin tapujos por los recovecos de la sexualidad y de los motivadores mentales que justifican las decisiones temperamentales del susodicho inquilino.


 

 

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Enrique Serna. "La sangre erguida". México: Seix Barral, 2010.
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