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Poesía fronteriza: Nuestras vidas son otras de Roberto Castillo Udiarte

Por Martín Camps




 

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Roberto Castillo Udiarte nació en Tecate, Baja California, México en 1951. Estudió Letras Inglesas e Hispánicas en la UNAM y Comunicación en la Universidad Iberoamericana. Actualmente vive en Tijuana donde ha sido profesor, promotor y periodista cultural, editor, cronista, realizador radiofónico, traductor  y corresponsal. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Cuervo de luz (Isla de mar, 2005), El amoroso guaguaguá (UIA/El Día, 2002), La pasión de Angélica según el Johnny Tecate (CECUT, CONCACULTA, 1996) Nuestras vidas son otras (La tinta de alcatraz,  1994), Cartografía del alma (UABC, 1987) Blues cola de lagarto (Gobierno de Baja California, 1985) entre varios libros de prosa y varias traducciones.

Roberto Castillo vive en Tijuana, Baja California, México, muy cerca de la frontera con Estados Unidos. Tijuana es el último enclave de la poesía latinoamericana, geográficamente está situada en el último rincón del español y desde allí ejerce el lenguaje, bajo la sombra y la influencia de Estados Unidos. Muy cerca de su casa se encuentra una plaza de toros desmontable porque se pensaba que el océano pacífico se comería la costa. También hay un faro que se erige sobre la frontera y mira muy por arriba de la franja fronteriza y las mallas ciclónicas que dividen a los dos países y a los guardias fronterizos que se encargan de que absolutamente nadie cruce la frontera, es más, si pudieran, detenían a los delfines que surfean en las olas.

El poemario en cuestión se llama Nuestras vidas son otras y es su antología personal de 1985-2010 y está editado por Aullido Libros dirigida por un incansable y excelente poeta de Punta Umbría, el español Uberto Stabile, autor de varios libros y antologías y director de varios encuentros de poesía entre otras labores culturales. Creo que la cultura ocurre gracias a personas como Stabile y Roberto Castillo.

La poesía de Castillo es dueña del lenguaje tijuanense, pero sobre todo del lenguaje de la poesía, dice en el poema que da título al libro “Nuestras vidas son otras”:

te busco en tus ojos
y encuentro toda la soledad del mundo
y la tristeza musical de Janis Joplin.
Aunque sé que nuestras vidas son otras,
quiero ser tu héroe de celuloide
aunque sea sólo por esta noche.
(39)

En el siguiente poema el autor utiliza el tema de la frontera, de los cruces ilegales para suavizarlos y parodiarlos con el tema del amor, en el poema “Angélica” escribe:

Johnny, amado mío, cruza la frontera del placer.
bríncate la cerca del pecado vuélvete coyote,
lobo de caricias, migrante de sensaciones;
arrímate al fil de mi cama,
hazte ilegal en los campos del amor;
yo soy tu mica internacional,
tu pasaporte sin fecha de vencimiento
tu guimi a quis beibe, tu todo. (68)

Las fronteras mexicanas como puede imaginarse, sufren del centralismo de la Ciudad de México, en cuanto a recursos y variedad de propuestas culturales. Sin embargo, Tijuana es una ciudad que cuenta con un centro cultural de primer orden como el Centro Cultural Tijuana o “la bola” como le dicen por su arquitectura esférica. Tijuana tiene una actividad cultural envidiable, con encuentros de escritores, dramaturgos, arquitectos, etc, yo creo que podría decirse que es la capital cultural del norte. En el poema “El perro labioso” tenemos un canto por esta ciudad fronteriza, dice:

amigas y amigos,
bienvenidos a Tijuana,
la ciudad más lejana del centralismo,
donde sí saben los clamatos y el parizón,
donde florecen los yonkes y los mofleros.
(91)

Tal vez el poema más memorable de esta colección es “La cebolla silvestre (reprise)” no el mejor poema, porque allí está el poema “Los invisibles”  o toda la sección de “Cuervos de luz” pero es destacado porque lo oí de la voz viva del poeta y después lo releí para mi gusto propio. El poema es un canto fúnebre a Róber Jones (1945-1996) su amigo de letras y conversaciones, que suelen ser los que más se extrañan. El poema recuerda aquel poema de Carlos Martínez Rivas “Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos” ese redoble de tambores nostálgicos compuesto por el mejor poeta nicaragüense después de Darío. Dice Roberto Castillo, con ese lenguaje suyo, muy claro y vibrante que se consigue después de años de ejercer una voz muy personal:

Hoy recuerdo aquella noche de eclipse lunar, carnal,
del 26 de septiembre del 96 cuando alguien te encontró en la
calle, en el centro de San Diego, y nadie te reconoció en la oscuridad,
nadie supo que eras el hombre que hacía el pozole más sabroso,
que eras el amo del Tolousse, el perro más apestoso de todo el barrio,
que eras el más silenciosos de los vecinos de toda la zona centro,
que manejabas el carro más lento de todos los freeways del condado,
que eras el mejor poeta de ambos lados de la frontera Tijuana-San Diego
y que escribías los poemas más humanotes, más amorosos, más jones;
donde quiera que estés, este tequila va por ti, carnal, ¡salú!
(148)

La poesía de Roberto Castillo es fundamental para entender la poesía de América Latina, su escritura se compone en el extremo más norte y comparte la poesía y el lenguaje del extremo más sur en la patagonia. Castillo es el puntero de una tradición en español que empieza o termina en ese vértice, sus poemas van a la vanguardia en el sentido bélico de los que están al frente de la batalla y es dueño, como él dice de su tocayo Róber Jones, de los poemas más humanotes, más amorosos. ¡Salud!


 

 

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