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Keret, Etgar. Un hombre sin cabeza. Madrid: Ediciones Siruela, 2011
Por Martín Camps
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Los cuentos de Etgar Keret (Tel Aviv, 1967) se quedan en la memoria por días consecutivos, por ejemplo, en la historia “Jet lag” una aparente niña perversa (o tal vez un enano disfrazado) le dice a un pasajero con respecto a la aeromoza: “Fóllatela aquí mismo, en el avión, como a Sylvia Kristel en Emmanuelle. Venga, destrózala, tío, haz que vea el cielo, hazlo por mí” (99). Este nudo sería suficiente para tensar el cuento, pero además, la aeromoza revela que tiene como misión tirar el avión como una estrategia de la aerolínea para llamar la atención de los pasajeros que no siguen las instrucciones de precaución. En efecto, en los cuentos de Keret siempre está pasando algo, cada nuevo párrafo es como la vuelta de esquina a una calle nueva y a otra perspectiva que nos deja ver la maravilla de la ciudad de la imaginación que ha construido este escritor.
En otro cuento “A Tuvia le pegan un tiro” es la historia de un perro bravucón que llega a una familia que después no se puede deshacer de él, a pesar de que el padre le pega un tiro en la cara, el perro irremediablemente los encuentra de nuevo, tuerto y cojo. En las historias también se presiente el contexto de Israel, el padre le dispara al perro con el fusil de asalto de su hermano soldado. Keret describe de fondo los espacios de Israel, por ejemplo, el vertedero de Hiriyah, la ciudad, las tensiones de la violencia pero que se quedan en su justo fondo, sin invadir las historias que están enfocadas en el primer plano.
En “Un cuento más y ya está” se narra la historia del diablo que tiene como trabajo ser una suerte de “reposesionador” de talentos y en esta ocasión llega a recoger el talento de un escritor, pero el escritor recibe al diablo con una amabilidad inusitada, dice el demonio: “Siempre son los más amables los que se la lían a uno. Con las personas desagradables nunca tenía problemas. Llegaba, les sacaba el alma, les abría el velcro, sacaba el talento y ya está” (159). El diablo le deja al escritor escribir un último cuento, corto, de tres páginas, el resultado fue un cuento que “no hablaba de ninguna niña, ni te atrapaba por los huevos, pero era un cuento increíblemente arrebatador” (161). Al final, el escritor no pone reparos y deja que el diablo se lleve su talento sin respingos.
En otro cuento, “Regla de oro” una pareja que se agasaja en público son aleccionados por un viejo sobre el valor de conservar su amorío después del matrimonio, pues él llevaba 42 años de casado y les ofrece, sin remedio, sus tres reglas de oro: encontrar en ella algo nuevo cada día; darse cuenta que la mitad del amor que sentimos por los hijos es también el amor que sentimos por ella; y que después de cada viaje, siempre hay que traerle un regalo. Sin embargo, el viejo no sabía que aquellos dos eran amantes en un encuentro casual alejados de sus matrimonios.
Un hombre sin cabeza exhibe la potencia creativa de Keret, un ejemplo más, en “Una hermosa pareja” juega con distintas perspectivas, desde los protagonistas, hasta el gato y la televisión, que confiesa para sus adentros: “Estoy hasta de que me enciendan y se vayan de la habitación; estoy harta de que incluso cuando se sientan delante no me miren del todo” (151). Los cuentos tienen también revelaciones poéticas, por ejemplo, dice que cuando nos vamos a la cama “Cerramos los ojos, respiramos pausada y rítmicamente y nos hacemos los dormidos hasta que esa farsa, poco a poco, se hace realidad. Es posible que con la muerte suceda lo mismo” (183). El universo de Keret contenido en estos 34 cuentos (títulos como “El gordito”, “Mi novia está desnuda”, “Los pechos de una chica de dieciocho”, “How to make a good script”) no deja duda de la brillantez de este escritor israelí, y de su arcón de inagotable imaginación que tiene además rasgos de intensidad cinematográfica, no es por nada que sea también un aclamado director de cine, su película Jellyfish (Medusa) del 2007 recibió varios premios. Taxistas obscenos, adúlteros sin remordimientos, y el retrato fiel de la vida familiar son algunos de los temas y los personajes bien acabados que pululan en este libro de cuentos de quien es unánimemente uno de los escritores más talentosos de Israel y que Ana María Bejarano nos ha permitido conocer en su traducción del hebreo.