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La poesía mirmecológica de Homero Pumarol
Caribbean Ants: Selected Poems de Homero Pumarol.
Traducción de Anthony Seidman.
Spuyten Duyvil, New York, 2020.
Por Martín Camps
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Celebro la aparición de este hormigas caribeñas en su versión bilingüe bajo el oficio del poeta Anthony Seidman, originario de Los Ángeles y que se ha hecho cargo de esta labor invisible de invitar numerosos poetas selectos del español al inglés, por supuesto, no calcos de la otra lengua, sino el trabajo de un arqueólogo de la palabra exacta que escarba por la que embone mejor con la idea del original, por ejemplo, localizar “cajuil” (o cayú, del tupí acajú) como “cashew apple jam”. Tengo debilidad por los libros bífidos donde tenemos las dos versiones encontradas, destinadas a vivir como mellizas en el pliegue de la hoja, qué mejor cruce de fronteras que hacer convivir a dos lenguas distintas en el mismo estuche. Aplaudo también la poesía de Pumarol (Santo Domingo, 1971) autor de numerosos libros y merecedor de premios literarios, cuya poesía recorreremos en los siguientes párrafos.
El poema homónimo del libro hace referencia a las Antillas como un hormiguero donde se conserva el ron y se desplaza a una perspectiva satelital de Boston donde el Big Daddy “trota lentamente por segunda, / saludando a los bleachers, acariciando la media luna con los spikes.” Como en este poema beisbolero, el inglés y el español conviven en el mismo poema, de hecho varios de los títulos de los poemas están escritos en inglés, donde aparecen galleras en discoball, sanki pankis (Gigolos), arroz y habichuelas, frio-frio (raspados, en México) y otras palabras del suculento español dominicano. En sus poemas entramos en el territorio quisqueyano con palabras como “pangolita” (policía).
Los poemas son de fácil lectura, con coloquialismos donde destaca el humor, por ejemplo en el poema “The Flying Flea Circus on H.P.” dice: “Estaba tan aburrido que todos los días le hacía una auditoría a los plátanos y al arroz” (19) donde la voz poética intima con una lavadora y compra alimento gatuno para el teléfono, imágenes que recuerdan los experimentos vanguardistas e insólitos de poetas estridentistas mexicanos (Arqueles Vela, Arzubide), por ejemplo en aquel grito culinario y chocante: ¡Viva el mole de guajolote! Como los dadaístas veracruzanos, la voz de Pumarol huye de las líneas trilladas o de los versos que parezcan la poesía de estante, por ejemplo cuando dice:
Mi tío Julito murió de cáncer en los pulmones,
aferrado a una vieja libreta donde copiaba versos de Lorca
que usó toda la vida para llevar muchachas a la cama. (25)
En Pumarol tenemos una poesía irreverente con una voz personal desenfadada y que no rinde culto a ninguna tradición. No es precisamente antipoesía, sino, si se me permite el término, una post-poesía donde el verso se funde con las frases claras de la dicción habitual, pero que no le resta un ápice a su capacidad para configurar imágenes potentes de una refinada sensibilidad, por ejemplo cuando captura el sonido crujiente de los cangrejos que retroceden en la calle: “El ruido de sus patas contra el pavimento / hace pequeña mi tristeza. (31)
En los poemas de Pumarol también palpita una sensualidad feroz que me recuerda a las novelas de su paisano Junot Díaz, que dice así en su libro Así es como la pierdes:
Tú, Yunior, tienes una novia que se llama Alma, que tiene un cuello de caballo tierno y largo y un culazo dominicano que parece existir en una cuarta dimensión más allá de sus jeans. Un culo que podría sacar de órbita a la luna.
En el poema “They are going to Kill You” escribe Pumarol de manera similar:
“En un zaguán le mamas las tetas 10 años después,
se te acaba el tiempo, te van a matar, te van a matar.
Ese sabor a pizza dulce son dos balas” (35)
O más adelante en otro poema titulado “Behind the Policewoman’s Behind” dice: “El culo de la policía me abre la boca como unas manos de dentista” (77). En el poemario se registran también otros espacios, como la Ciudad de México, en el poema “Bienvenida Welcome”, habla de los barrios de la ciudad (Condesa, Centro, Escandón), dice que para conseguir la llave de esa puerta, el poeta, referido en tercera persona:
Tuvo que andar perdido mucho tiempo, siempre tarde,
en pesero, en metro, en taxi, con hambre, en chancletas,
hasta conseguir el primer billete bañado en salsa verde. (42)
La ciudad de México es una ciudad que le impide al poeta escribir sobre ella, porque cuando lo intentó: “desperté corriendo desnudo por la calle, / seguido por una turba que me gritaba ladrón” (45). Pumarol practica una poesía iconoclasta, infiel a la tradición y que desconfía hasta de su propio intento por poetizar, es decir, por solemnizar la poesía. Por ejemplo, en “Poemita” el texto se pasea por los mercados y es conocido por putas y recitado por niñas, un poema que va a un sepelio “a elogiar la vida” y que “aborrece los océanos” un poemita rebelde que no sigue las mismas reglas de la poesía. En el poema “La República” también parodia a los poetas de estado que son elegidos por los ministerios de cultura para “levantar estatuas en su honor” y son declarados malditos. En efecto, la poesía de Pumarol es una poesía que se niega a meterse en el cajón de las categorías y se escapa para irse a la calle a dejar derramada la vida en las calles de Santo Domingo, México, Argentina o Nueva York.
El libro está bellamente amparado con una pieza de “outsider art” del pintor Carlos Goico, sus trazos muestran rostros desencajados con una libertad en las líneas que se aleja de la tradición pictórica. La vida de Goico estuvo marcada por la tragedia, su madre fue arrollada por un auto, un pintor que fue lobotomizado y vivió en las calles de Santo Domingo. En el poema “Uno para Carlos Goico” habla del funeral del pintor donde “entre velas eléctricas descansaba tu sonrisa” (75) describe las calles por donde se desplazaba el “Gran Dragón del Espacio” y sus colillas de cigarro de un pintor que usaba la ciudad como su cenicero y pintaba desde el manicomio, como su contraparte, el pintor mexicano Martín Ramírez.
La poesía de Pumarol destila vitalidad con sus imágenes logradas, por ejemplo, cuando habla de las calles agitadas “como las piernas de un boxeador en una camilla” (79). Donde “bebemos como hormigas los restos de una cerveza caliente” (81). O en el poema “The Madman’s Innocence” habla de un cielo gris “como el techo de una cárcel” donde “Las cabezas ancianas salen de los carros por las ventanas como tortugas” (73). Imágenes que retiemblan en la memoria y que resaltan por la sencillez del lenguaje y la complejidad del trabajo de ebanistería.
El poema “Postcard” nos pinta una acuarela de República Dominicana donde el tiempo pasa “como se le antoja / a dos o tres políticos, un cura y un embajador” y por el calor “lo que haya que hacer se hace borracho” y donde “Por más que limpien las palmeras, / por más grandes que hagan los letreros, / cada año un coco mata a un alemán” (83). Este último verso podría ser una mención a un accidente que tuvo Pumarol cuando un anuncio espectacular de la plaza Silver Sun Gallery le cayó en la cabeza en el 2018 cuando caminaba al gimnasio por la avenida Tiradentes, años después de haber sobrevivido un accidente automovilístico que le afectó sus habilidades del habla.
Hormigas caribeñas es un libro donde el lector es invadido por imágenes intensas como insectos mirmecológicos (de los batallones de mirmidones que combatieron bajo Aquiles) que lentamente van cavando su colonia en nuestra mente. El poeta menciona a una de sus fuentes, a William Carlos Williams, que lo invita a beber porque no se escribe la poesía sobrio, pero acompañado del estribillo en las actividades de la semana donde bebe en un bar en New Jersey: “y tengo miles de poemas sin publicar” (93) Porque los poemas sin publicar pueden esperar, pero la vida no, hay que desplazarse, hay que conocer el mundo y empezar el camino miliciano de las hormigas para deambular por el dulce mundo.