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El lento deambular de las tormentas de Florencia Lobo

Por Martín Camps



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El lento deambular de las tormentas (publicado por el Suri porfiado, 2018) es el primer libro de poemas de Florencia Lobo (1984) quien nació en San Miguel de Tucumán, pero creció en Ushuaia, en la Argentina del extremo sur, un paisaje que se asoma en sus poemas. En el primer texto, “Historia”, se habla de los orígenes, de cómo se llegó a estas tierras, dice: “Pero algo del agua, / su caricia ondulante / su murmullo, / nos vuelve cada tanto / a eso que somos: / seres atrapados en un aplauso de la historia” (11). El libro nos recuerda aquello que escribía José Gorostiza con respecto a la poesía: "una investigación de ciertas esencias que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de él dentro de esas esencias." En efecto, en este libro se ensaya con el mundo y el paisaje para lograr con su lenguaje una transparencia tan diáfana como los paisajes que describe.

Los cuarenta y seis poemas de la colección están divididos en cuatro partes, tituladas “Derivas”, “Remansos”, “Viento que gira sobre un centro” y “Adentro de la niebla”. En cada uno de los poemas brilla el filamento de una imagen esplendente, por ejemplo, sobre el sauce, dice “nos complacemos al verlo esparcir su llanto / suave como el andar de las ballenas” (13). En sus poemas se escucha el silencio del paisaje fueguino, escribe: “Voy cargando un desierto / de palabras / un paisaje de sed” (19). La llanura aparece en sus poemas, dibujada como “otro mar”. En los poemas aparecen también otros espacios, por ejemplo, la selva en su poema “Río Amazonas”, que describe así: “el tiempo se reduce / a un sigilo palpable / en los verdes templos del aire” (22).

El libro también da cuenta de una variada flora y fauna, por ejemplo, los “mansos carpinchos” y los “guayaibíes” que florecen en el aire, o el canto de las “becasinas” o la rama de “lenga” donde un escarabajo “traslada su soledad”. Un lenguaje que es también parte del entorno patagónico. En el poema “Archipiélago” nos dice que “toda palabra es por fuera un borde” y en el fondo, “agua siempre removida”, en otro poema, “Picoroco” dice: “así es como el mar / entra en la piedra / para salir del mar” (46). Hay una preocupación lingüística, donde a las palabras les suena su significado por dentro, la piedra dentro del caparazón.

El lento deambular de las tormentas es un poemario que sorprende en su lenguaje y la revelación de sus imágenes, como: “Del humo sus estambres / su adagio hacia arriba / su extravío”. Cada uno de los poemas nos develan un mundo escondido. Como escribe la autora, si “hablar / es el modo / de sostener aún la noche” (49), la poesía es también una forma de sostener el mundo, de que vibre de nuevo en las hojas de su libro.

El paisaje es uno de los temas importantes en la poesía de Florencia Lobo, el panorama patagónico, visos de la geografía fueguina; sobre una piedra de la bahía de Ushuaia, se pregunta: “¿Canta canciones de cuna para dormir las olas?”. Otro aspecto del libro es su tono melancólico, en trance contemplativo del mundo, por ejemplo, cuando habla del agua, uno de los elementos omnipresentes, dice “pero mi sed / ya no le pertenece al agua” (63).

Celebro la aparición de este primer poemario de Florencia Lobo, su libro es de contundente relevancia, un poemario que aparece como un temporal que nos revela su mundo, la inmensidad de los paisajes patagónicos y una sensibilidad acendrada con un lenguaje preciso y metáforas que se quedan vibrando en la memoria. En efecto, como decía Octavio Paz, “la poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono”, en los poemas de Florencia Lobo se revela el mundo, pero también se crea otro, un mundo de neblinas y lluvias vagabundas; lo suyo es el regreso a la tierra natal y un productivo diálogo con la ausencia. Cito a continuación dos poemas para percibir el temple de la escritura de Lobo:

 

Nunca mueren las tormentas

A veces, cansadas de existir,
levantan sus aguas
y se marchan a otro lado.

Después vuelven,
a exigir los temblores y latidos
de los que se alimentan

            en las ojeras, en los tropeles
            en la brasa donde anida la
                  juventud del rayo.

Por eso a donde voy
            golpeo piedras,
                        enciendo fuegos.

 

 

En cualquier aire, en cualquier rumbo

De la tormenta
sus pasillos de niebla
sus derrotas amables
sus baldíos

de los domingos sus vacilaciones
los caracoles ciegos
del letargo

de la piedra su intemperie
su entraña de silencio
sus edades

del fuego sus visiones
su música
incrustada de relámpagos

del humo sus estambres
su adagio hacia arriba
su extravío

de la lluvia sus ausencias
sus preguntas en círculo
sus catedrales

de la noche su cascabel de sombras
su llanura agazapada
bajo el tambor del sueño

y del amor
su claridad sonámbula
su confianza clavada
inexplicablemente

en cualquier aire
en cualquier rumbo.



 

 

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