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Cuentos cortos para narcotienditas de Amado Malvaez Crespo
(La Paz: Instituto sudcaliforniano de cultura, 2013. pp. 101.)

Por Martín Camps



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Los once cuentos cortos de esta colección de Amado Malvaez (San José del Cabo, B.C.S. México, 1978) narran el trasiego y dispendio de la droga en Baja California Sur, de los consumidores que buscan “pases” para divertirse mientras escuchan música y pasar tiempo con amigos. Los cuentos me recordaron al libro Delincuentos: historias del narcotráfico (2005) de Arminé Arjona (1958) escritora radicada en Ciudad Juárez. En ambos libros un rasgo característico es el registro de un lenguaje norteño y de los consumidores de droga en las calles, por ejemplo, en el libro de Arjona, menciona los más de setenta vocablos para referirse popularmente a la droga.

En Cuentos cortos para narcotienditas, que el autor Amado Malvaez presentó en el marco del Festival de Literatura del Noroeste (FELINO) en la ciudad de Tijuana en noviembre del 2014, comentó como anécdota, que al aterrizar en Tijuana, soldados en el aeropuerto lo registraron y encontraron en su equipaje los libros de su edición que mereció el premio estatal de cuento La Paz en 2012, al cuestionarlo de su profesión, Amado contestó que era escritor, pero los soldados veían sus tatuajes y continuaban el interrogatorio hasta que convencidos, le pidieron que les vendiera algunos de sus libros para poder regalárselos a sus comandantes, pero que antes de dejarlo ir, tenía que firmarlos.

En el primer cuento “Grin River” se relata el encuentro de unos amigos que juntan dinero para hacerse de drogas, “comprar el guato” (17), pero deben comprarla del otro lado de un río, por lo que tienen que poner el dinero en una bolsa de plástico. En medio del “viaje” provocado por las drogas, el narrador ve dos helicópteros que se acercan hacia ellos, uno del ejército, el otro de la Comisión Federal de Electricidad, dice el narrador: “!Guachen!... hasta parece que andamos en Vietnam…” (21). El libro podría leerse de pronto como cuadros de costumbres que retratan la época de la guerra de las drogas, como en este cuento, donde los personajes parecen estar en medio de una guerra de los sesenta, pero también habla de la compra de armamento antiguo a los Estados Unidos, como si fuera una extensión o reconfiguración de sus propias guerras en Centro América.

En el cuento “En la esquina del Duende” se habla de la complicidad entre los policías y los vendedores de drogas, por ejemplo cuando el personaje adquiere droga en un local, se asusta de ver a los policías, pero: “Dos cuadras más adelante en un cuatro altos, se topa con una patrulla y al mismo tiempo ambos vehículos se saludan; el Jetta con el claxon y la unidad policiaca con un grito de sirena” (28). En el cuento “Lo más cabrón siempre es la espera” se alude a la guerra que inició el ex presidente Felipe Calderón, dice el personaje: “Ese pinche Fecal y su guerra son tan inútiles como los testículos del Papa” (34). En el cuento “Pueblo Mágico” hace uso de un diálogo bien construido entre un personaje que busca una tiendita de droga y un conductor, semeja de pronto la economía del lenguaje de Rulfo.

En “Capitán Gangrena” se habla también de un personaje con urgencia por conseguir droga, dice: “Venía con las manos temblando, como si le anduviera poniendo azúcar a un montón de churros” (45). En “Qué estará haciendo Osama Bin Laden?” uno de los personajes declara, que ante los desencantos humanos: “Dios ha de ser del PRI” o que la primera regla del mariguano es que “nunca le niegues a nadie una fumada” (56). En “La cuota”, un relato con tema futbolero se habla de un equipo que después de un partido juntan dinero para hacerse de drogas, de “ais ais beiby” y “periquín” y el encargado de ir a comprar la mercancía es sorprendido en el lugar por una patrulla, pero el vendedor lo tranquiliza diciéndole “Nel, tú tranquilo, nomás vinieron por la cuota” (67). En el cuento “Lunes de cubas” habla de la intemperancia de un personaje que todos los días bebe y sabe que reconocerse como alcohólico es el primer paso para la recuperación y por esa razón “El lo acepta y lo reconoce, eso ya es un comienzo, y al admitirlo lo celebra cuba tras cuba, lunes tras lunes” (75).

En “Cuando despertó no había ningún dinosaurio” el personaje “Juan Diego” siente deseos oníricos por su prima, en otro sueño está viendo pornografía con un grupo de amigos pero no se percata que su madre estaba entre ellos. Más adelante, compra droga y la esconde en una caja de pasta dental que funciona perfectamente para burlar el escrutinio de un grupo de policías. En “Bailó el Cochi” habla de la dificultad para encontrar drogas durante la visita de Fox a la ciudad y la hiper vigilancia en la zona. Uno de los personajes, el Greñas, es detenido y los policías les piden mordida, sentencia: “Cuando la ley te quiere chingar te chinga” (94). El último cuento “La primera y la última” habla de el “Chakos” que recibe el mote por descalabrarse con unos “chakos” en una imitación de Bruce Lee y este induce al narrador del cuento para fumar mariguana hasta que su madre se entera y es aleccionado por ella con el cable de enchufe para la plancha.

Los cuentos breves de esta colección muestran a un narrador con habilidad para construir diálogos y situaciones que dan algunas pistas de la cultura de Baja California Sur, con su influencia de Sinaloa y Tijuana, se habla de los “otzos” (los omnipresentes Oxxos), la presencia de policías y las “narcotienditas”, los juegos de fútbol llaneros, la música de rock, los barrios, las lunas exuberantes de octubre y sobre todo el lenguaje, por ejemplo cuando dice que en una hielera había tres botes de Modelo Especial, el narrador dice: “bien helados yacen en el fondo como pingüinos muertos” (32). Sin duda un libro de ágil lectura que nos hace esperar un futuro libro, con cuentos tal vez de largo aliento que muestren todavía más sobre la cultura de ese México peninsular.



 



 

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"Cuentos cortos para narcotienditas" de Amado Malvaez Crespo.
(La Paz: Instituto sudcaliforniano de cultura, 2013. pp. 101.).
Por Martín Camps