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Socotra, la isla de los genios. de Jordi Esteva
Girona: Atalanta, 2011. Pp. 362

Por Martín Camps


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Esta crónica de viaje de Jordi Esteva (Barcelona, 1951) nos lleva a la recóndita isla de Socotra en el océano Indico, una isla que aloja el árbol del dragón o “drago”, un árbol que parece traído de un planeta mítico, hecho de un enorme tronco elefantuno. Jordi Esteva revitaliza el género de la crónica de viaje y nos recuerda que es posible realizar trayectos a pesar de las areolíneas y de los automóviles de todoterreno y se adentra a las montañas socotríes con un grupo de camelleros para escuchar las historias de sus habitantes que tienen los “dientes muy blancos”. A pesar del aparente progreso en el mundo, aún quedan rincones que se rehúsan a añadirse a las altas velocidades del internet o a regodearse del mundo desde la comodidad de una pantalla de computadora, en esos lugares se puede respirar el viaje a la manera antigua, en expedición, no como un turista que viaja para ver lo que esperaba encontrar, sino como un viajero que viaja para ver qué encuentra.

Como los buenos libros de viaje, el objetivo no sólo es encontrar un lugar apartado sino también revivirlo en las páginas con un lenguaje justo, en el caso de Jordi Esteva sus descripciones nos transportan al lugar, por ejemplo cuando relata las prácticas para impedir que las cabras lactantes no agotaran su leche con sus cabritos los pobladores les colocaban sujetadores y dice: “aquellas cabras apiñadas contra una pared buscando la avara sombra del mediodía” (97). También ofrece información importante en cuanto a las propiedades médicas de las plantas de Socotra, escribe: “la savia del draco era muy apreciada por griegos y romanos para tratar fístulas, hemorroides, infecciones e incluso enfermedades venéreas. Sus virtudes eran legendarias: los gladiadores se untaban unos a otros con la savia del draco antes de su lucha a muerte en los coliseos” (145). También nos recuerda que los egipcios desarrollaron una veneración por los gatos hasta el grado de convertirlos en dioses porque eran ellos los que protegían los graneros de la infestación de las ratas. Según Herodoto, los persas, que sabían de su amor por los felinos, liberaron gatos antes de tomar la ciudad de Pelusium y los egipcios les entregaron la ciudad sin oponer resistencia.

Al final del recorrido, desde las montañas donde supuestamente se ocultaba el ave Roc, el gigantesco animal del que hablaba Simbad, un ave que se imaginaba como el último espécimen prehistórico que sobrevivió hasta el tiempo de los egipcios, pero que más ciertamente era un animal mitológico que los locales pensaban que ocultaba su vuelo en los días nublados y se refugiaba en las montañas de Socotra.  Dice casi al final, resumiendo el interés por esta isla literaria que se conserva como un secreto que alimentó la imaginación de antiguas civilizaciones:

“Nos vimos envueltos en las nubes que ocultaban las cumbres de Socotra, la isla que aparecía y desaparecía para terror de los navegantes, como el Príncipe Serpiente vaticinó al náufrago del antiguo Egipto. La isla en la que Gilgamesh encontró la planta de la inmortalidad, que sería devorada por la serpiente. La isla donde la reina Haschepsut envió su naves para obtener la mirra. La isla donde Urano tuvo su trono, antes de ser castrado por su hijo Cronos, y donde Zeus Trifilio construyó su propio templo. La isla que Aristóteles quiso que conquistara Alejandro Magno para obtener el preciado áloe socotrino. La isla bendecida por Cástor y Pólux. La isla del incienso, de la mirra y del árbol del dragón, con el que se embadurnaban los gladiadores en el Coliseo. La isla de los más sabios nigromantes del mundo entero, según afirmaba Marco Polo. La isla del ámbar gris, cuyo precio superaba con creces el del oro. La isla cuyos pobladores habían olvidado quiénes eran, aunque hablaran en la lengua hija de la reina de Saba” (358).

Sobre el ámbar gris, se nos dice que es una secreción biliar de los cachalotes que les ayuda a proteger de calamares u otros animales puntiagudos que han digerido. El libro nos va instruyendo en los secretos de esta isla, nos recuenta las historias que se han transmitido oralmente a través de los siglos y también registra las historias de sus pobladores. Como sucede con los buenos libros de viajes, al terminarlos sentimos que conocemos mejor ese lugar y sin duda nos incita al viaje, a conocer esos árboles que secretan una sangre que utilizaban también para cubrir los violines Stradivarius.
 



 


 

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Socotra, la isla de los genios, de Jordi Esteva
Girona: Atalanta, 2011. Pp. 362
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