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Carnicerías del poder: Con respecto al último libro de Anthony Seidman

Por Martin Camps


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Este libro de poesía de Anthony Seidman está enraizado en la tierra profunda, se conecta con la bacteria microscópica y con el helio invisible. Parece uno estar leyendo un manifiesto humano, una actualización de las teorías de la relatividad y de la gravedad, construido con un lenguaje sopesado y construido en el laboratorio de un poeta que mide cada verbo, cada color, pero sin los anacronismos de la pedantería, sino con la actualidad de la saliva y el calor. El título es I Will Not Be A Butcher For The Wealthy (Londres: Eyewear publishing, 2017) cuya traducción de trabajo sería “No seré un carnicero para los ricos”. Leo este libro peligroso como una respuesta a los seis meses de la Presidencia del magnate Trump que ahora señorea en el país de las barras y las estrellas. Es la respuesta de un poeta que afila su palabras y la paleta de su imaginación con un lenguaje depurado e imágenes deslumbrantes que funcionan como un “muro” de exacta gramática y las “peligrosas” referencias al mundo del español y a un mexicanizado Los Angeles, su hogar, para combatir la vulgaridad de la destrucción del lenguaje y el encono hacia las minorías americanas. Este libro de once poemas potentísimos, de largo aliento, que al final de su lectura, al filo de mi asiento, queda uno agitado por la condensación del lenguaje, por el flujo de imágenes que parecen afectadas por las leyes físicas de otro planeta.

Como muestra, traduzco el primer poema, “Sadder Than Tristan” o “Más triste que Tristán”.

Nadie ha dicho la palabra “mango” por días,
y no es suficiente hacerme pesar dos monedas de plata en una mano
y un vaso de éter en la otra.
Nadie tampoco ha dicho “azur”, “mandolina” o “laguna”;
bastante “autopsia”, bastante “indagación”,
o palabras niqueladas como “presupuesto”, palabras que
se inflan, como “tarifa”, palabras como plumas apiñadas con pegamento,
palabras más vacías que el ojo de una tilapia
en la hielera de un pescadero;
palabras azucaradas como “bendecir”, o embotadas
por el desuso como “genio”, “patriota” o “pasión”.
Nadie ha dicho la palabra “mango” por siglos,
y mucho menos “duna”, “rosa” o “crepúsculo”;
nadie se ha detenido a pronunciar “palabra”,
como un tasador examinando un diamante.
Los uniformes ya están desfilando las “muletas”
antes que la premura de la “metralla” y el “linchamiento”
alcance las carabinas, los almacenes acaparando
barriles de pesadillas que amontonan
el frío bosque de barras metálicas y agua estancada.

Algunos han acordado en no notarlo.

Pero he escuchado la palabra “terremoto”, la palabra “carnicería”,
un traje de negocios estornuda cuando los murciélagos aletean
del púlpito de una “catedral” erigida para “manicuras”.
No he escuchado la palabra “mango” por siglos,
simple, redonda, y dulce. No he llorado esa fruición,
todavía no, no por algún tiempo,
y eso es lo que otros quieren expresar cuando dicen la palabra “sequía”.

Como en este poema, hay una preocupación por el lenguaje desdeñado, por las palabras escondidas en los acuerdos del desuso. Nadie dice “mango” una palabra tropical y dulce, pero sí “autopsia” e “indagación”. El lenguaje se ha gastado en palabras convenientes para los poderosos que quisieran arrebatarnos los vocablos, podar nuestro vocabulario es talar nuestra imaginación. Cómo reflexionaba Umberto Eco en tanto que es imposible explicar la infinitud de la experiencia humana cuando solo se tiene una talega de cuatrocientas palabras o todavía menos. El poema apunta: “Pero algunos han acordado en no notarlo”, es decir, los cómplices que han apostado por los beneficios de la estulticia, la preservación del “status quo”. Es cierto lo que decía García Márquez en tanto que una sociedad se corrompe cuando se corrompe el lenguaje, cuando se enmohece el instrumento de la inteligencia. Nadie más preocupado por este deterioro, por el destazamiento del lenguaje que los poetas, atentos a los cambios atmosféricos del habla, a las palabras que se usan en las ondas radiales y de televisión que marcan el zeitgeist de una época.

Creo entonces que este es el libro más político de Seidman, en tanto que presiente las convulsiones de tiempos peligrosos donde se tuerce la retórica y se desvía la brújula de la verdad y la mesura. Pero por supuesto, nada más alejado del panfleto que los versos de Seidman, su preocupación es el lenguaje, la estética y los trazos de versos como “conjugate insomnia the way vodka distills the potato” [conjugar el insomnio de la misma manera que el vodka destila la papa] o “a tie, longer that the Mississippi” [una corbata más larga que el Mississippi], “the letter, dictated in the language of tar, collision of asteroids, suicide by Disney” [la carta dictada en el lenguaje del alquitrán, colisión de asterorides, suicidio por Disney]. En otros poemas hay un desencanto con el mundo interesado en el relumbrón, en la fama, de “strippers hooked to antidepressants, or cheerleaders / Licking the chilly urinals of high school distinction” [bailarinas exóticas adictas a pastillas antidepresivas, o animadoras lamiendo los fríos urinarios de la distinción preparatoriana].

Otro aspecto adicional a la poesía de Seidman es su interés en documentar el deterioro ecológico del mundo, poemas suyos aparecen en una famosa antología de ecopoesía, dice “the asphalt tundra now enveloping the globe” [la tundra de asfalto ahora envolviendo el globo] del poema “Los venados son los siguientes en la lista” o en otro poema “froth pesticides into the beast-milk of Icelandic mothers” [la espuma de pesticidas que aparece en la leche materna de las madres islandesas]. Si el lenguaje es el instrumento del poeta, su pincel y pintura, el mundo es su lienzo, su musa de inspiración. La destrucción del planeta significa la ruina de la poesía, por eso dice: “The palm-trees are sprouting napalm. / The roses are blooming beheadings” [Las palmeras están germinando napalm. / Las rosas están retoñando decapitaciones].

Todo poemario es una fórmula del mundo que hay que descifrar con la lectura. Una hipótesis de este libro es la preocupación con el estado del planeta, las réplicas de corrupciones políticas que se notan en el lenguaje y que tienen su repercusión en el medio ambiente, en el desprecio al bienestar planetario. Para concluir, dejo estos versos del poema “More Corrosive Than Clouds” [Más corrosivo que las nubes] que dice:

And to think some constituents question the validity
of a free meal for a darker child, or how words in a foreign tongue
sit ox-heavy on a tongue preferring tennis.

[Y pensar que algunos constituyentes cuestionan la validez
de una comida para una un niño de piel más oscura, o cómo las palabras en una lengua foránea
se sientan pesadas como bueyes en una lengua que prefiere el tenis.]


 

 

 

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