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ÚLTIMO ACTO DE UNA HISTORIA DE AMOR:
EL MATRIMONIO DE MARÍA CÁNEPA


Por Juan Antonio Muñoz H.
Publicado en El Mercurio, 23 de julio de 2006


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A sus 86 años, la actriz y Premio Nacional de Arte se casó por la Iglesia Católica con su compañero por casi 28 años,
el director de teatro Juan Cuevas.

 

 

Juan Cuevas y María Canepa

 

Atardecer de uno de los primeros días de julio. Una llamada telefónica inquieta y sorprende en Vitacura y en Peñalolén. Al otro lado de la línea, Juan Cuevas, el director de teatro que desde hace 28 años está junto a la actriz María Cánepa Pesce. La salud de ella no ha estado bien. Pero Juan llama para una invitación: sábado 15 de julio de 2006, a las 12 del día, en el departamento de ambos en calle Merced, en los altos del Teatro La Comedia. No serían más de 15 los invitados al matrimonio religioso de María y Juan.

La novia de 86 y el novio con 33 menos. Desde 1999 casados por la ley civil. Ella con Alzheimer y con un tumor controlado en la hipófisis. "Siempre me dijo que quería casarse por la iglesia católica", confidencia Juan, pidiendo reserva. "Van a estar ahí contadas personas, familiares y otros que han sido muy importantes para ella. No queremos que se produzca una noticia de esto. No, al menos, antes de que ocurra. Tal vez después se pueda contar todo".

Mientras Juan habla y se refiere a la ceremonia, en paralelo la mente viaja al encuentro de Pedro Orthous, primer marido de María; su viudez temprana en 1974; los años de soledad; el encuentro con Juan durante el montaje de "Las del otro lado del río" (1978); las primeras aproximaciones; las dificultades; la creación del Teatro Q, una de las más exitosas experiencias de teatro popular en Chile; el Premio Nacional de Arte en 1999.


Tan lejos, tan cerca

A las 12 del sábado 15 todos están allí a la hora. Las mejores y más frescas flores de Santiago llenan el pequeñísimo espacio, donde junto a la ventana se improvisa un altar. El novio recibe con abrazo fuerte y sonrisa franca, y la novia —suspendida en el tiempo y en el espacio, con la mirada brillante de siempre, vestida con traje dos piezas, sencillo y elegante, en tono gris perla— se sorprende cada vez que alguien golpea la puerta y entra a su casa.

—¿Cómo estás, María?

—Muy bien, terminando... —responde con la sonrisa invariable.

El ambiente es el de una comunidad en fiesta. Ahí están la madre y la hermana de Juan; Betty Johnson, amiga de siempre y viuda del dramaturgo Sergio Vodanovic; Mimí Etcheverry y Sergio Pizarro, sobrinos directos de Pedro Orthous; Marcelo Cánepa y su señora, en representación del hermano de María, Gildo; la arquitecta Luz María (Lute) Sotomayor; la soprano Magdalena Amenábar, a quien María seguía por sus recitales dedicados a Shakespeare y Lorca; Nelson Seaman y señora, padrinos y testigos de matrimonio, y otros amigos, como Mónica Meléndez y el sacerdote Jorge Murillo.

Por el teatro, Héctor Noguera, según María y Juan, "uno de los grandes hombres de la escena chilena" y que los acompañó junto a José Pineda en la aventura de crear el Teatro Q, y Coca Guazzini: "Para la María'", cuenta Juan, "la Coca es tan buena actriz que ella piensa que si pudiera pasarle el bastón a alguien para que hiciera los grandes roles, esa sería la Coca".

En la distancia, Raúl Zurita envía su mensaje: A María Cánepa y Juan Cuevas ante la eternidad / la maravilla / y el sueño de su amor / que todo el firmamento los salude / en este día / que todos los que los aman los abracen.

Y aún más lejos, desde Dinamarca, Eugenio Barba y Julia Varley, los líderes del Odin Teatret:

"(...) Acompañada por tu Juan, tanto más joven, te volviste un mito. Así debe ser! Fuiste tú que transformaste Santiago en una ciudad conocida, donde nos gusta volver (...)".

 

 


El Cantar de los Cantares

El cura parece tan emocionado como los demás. Y nervioso también. Es el padre Jorge Murillo, diocesano, parte del Tribunal Eclesiástico, capellán de Policía de Investigaciones, de larga actividad en Punta Arenas junto a Tomás González y hoy de arduo trabajo en la Villa Portales. Conoce a Juan desde hace muchos años. "Los papeles se invirtieron", recuerda Juan. "Era yo el que iba a ser cura".

Es Murillo el que pone orden en la fiesta para dar paso a la ceremonia. Cuesta llevar a la novia frente al altar. "Te vas a casar, María", dice la amiga. Juan y María apenas caben juntos en la banqueta. Se toman de las manos.

La lectura es del Cantar de los Cantares. El Alma que busca al Amado. El padre Murillo recomienda su lectura para entender el amor. Insta a los asistentes a decir algo: "El ejemplo de Juan y María"; llora de emoción la madre de Juan, María Vidal, que siempre acompañó a los novios-esposos a pesar de los 33 años de diferencia de edad; alguien dice que "amor es Dios y que la infinitud se encuentra en el hecho del amor, cualquiera éste sea"; otro habla de la "magia del encuentro con el ser justo".

Las palabras de Murillo suenan precisas y sensatas. Y también su mente viaja en el tiempo para recordar lo que esta historia provocó en el grupo de amigos. "A Juan le teníamos una envidia... Estaba enamorado de una mujer mayor, hermosa y famosa. Y se iba a casar con ella...".

Los anillos bendecidos. Juan apenas contiene las lágrimas y su mano tiembla para hacer su entrega: "... en señal de mi amor y fidelidad a ti hasta que la muerte nos separe...".

Y entonces se detiene el mundo un instante. Y una luz cae sobre María Cánepa otra vez. La voz débil deja de serlo. Ella levanta su cabeza mirando a Juan a los ojos. Dice, entera, con toda la vida del teatro sobre sí:

—Juan, compañero de mi vida, te entrego este anillo por la gran amistad que nos une y por todas las cosas extraordinarias que hemos hecho juntos cuando logramos ponernos de acuerdo.

Un Padrenuestro cierra el rito. Las manos de todos con las de ellos. El conmovedor llanto de la madre de Juan, aferrada su mano a la de la novia.

—Hay que llevar las flores a la Vera Cruz, dice María, refiriéndose a la parroquia de calle Lastarria.

Un hito en la vida de los presentes. Uno que termina con una tradición de Alessandria, el pueblo de Italia de donde proviene la familia Cánepa Pesce: deliciosos ravioli cocinados por los novios.

 


 


Mensaje: "Lo volvería a hacer"

 

"Donde quiera que estuve me entregué al oficio que tenía que ejercer. Primeramente como visitadora social, donde trabajé algunos años, y luego, después de ir un domingo en la mañana al Teatro Experimental de la Universidad de Chile, no dudé en presentarme y postular a esa compañía y dedicar mi vida al teatro, porque así se nos exigía entonces".

"Estuve 60 años actuando en distintas obras. Eso me llevó a entender que el arte no es otra cosa que un acto de amor. Amor y encuentro del artista con otra persona, su obra y los espectadores. Es allí donde está la esencia de lo que hacemos. Si no se produce este encuentro, no hay obra ni artista ni nada que lo reemplace. Al teatro siempre lo entendí como una opción de vida, y el teatro, que es generoso, que en nada daña, te da vida. Lo digo por experiencia propia".

"Pude dejar de existir unos años atrás, y no fue así. Dicen que aun en mis momentos más delirantes todo lo mío estaba referido al teatro, o casi todo. Porque mi corazón también late con mis otros dos amores: Pedro, mi amado, que me enseñó el rigor para ejercer mi oficio; y mi actual marido, Juan, con su creatividad y dignidad a toda prueba".

"Para mí, todo, todo fue trabajar, obedecer al director e interpretar el rol. Así fue. Y si me lo volvieran a pedir, lo volvería a hacer. Tengo fe en lo que está por venir, tengo fe en la posibilidad de una vida más armoniosa. Sigo creyendo, a pesar de todo, en el ser humano".

"Agradezco este cariñito. Mis padres me enseñaron que el cariño recibido sólo con cariño se retribuye".



 

 

MARÍA CÁNEPA Y EL LATIGAZO DE LA EMOCIÓN:

"No hay humildad en el apoyo del arte"


—Debuté en "Deseoso de casarse", de Lope de Rueda. Me dirigió Pedro de la Barra. Recuerdo que estaba aterrada. Éramos tan bisoños que tenía que apuntalarnos. Le digo: "Tengo la boca seca, me tiemblan las piernas, yo no salgo". Y me dio un empujón diciendo "Ándate al escenario, cabra de mierda". Tenía 18 años.

¿Qué le gustó a usted de Pedro Orthous, su primer marido?
—Era muy entretenido, de una claridad mental fantástica y de una gran humanidad. Un hombre de tremendos principios; no lo abatían de ninguna forma y no concedía en nada. Esto llegaba a ser molesto, pero yo encontraba que estaba bien. Claro que cuando me dirigía me chicoteaba.

¿Cómo ve el teatro chileno de hoy?
—Siento que hay mucha improvisación. Alfredo Castro y Rodrigo Pérez son personas cultas que han experimentado y estudiado, pero después hay una plétora de gente que improvisa. El teatro no es un arte fácil; por el contrario, es serio y difícil, porque interpreta al ser humano. Creo que en este momento estamos desfasados; uno va a ver un espectáculo y de pronto se pregunta si no le están tomando el pelo. De repente es teatro circo y luego otra expresión, y así... Espero que esto decante y se produzca algo más sostenible, más serio, con carne y emoción.

También se da un tipo de teatro de distanciamiento, frío.
—Yo creo que incluso Brecht se equivocó, porque él decía: "Yo quiero el distanciamiento para que reflexionen". Pero resulta que a veces justo en los efectos de distanciamiento la emoción es tremenda para el espectador. Pedro, que estuvo yendo mucho al Berliner Ensemble en Alemania, me decía "María, no hay caso, emociona y emociona, y el distanciamiento es un verdadero latigazo de emoción". Directores que han profundizado en Brecht, como Atahualpa del Chopo, me pedían una frase de distanciamiento, y lo que se conseguía era emoción cristalina y directa.

¿Cuál es el principal problema para que en Chile se manifieste la creatividad profunda?
—La tendencia de los empresarios es apoyar lo establecido, lo que dé marketing, lo que dé brillo. No hay humildad en el apoyo del arte, pero sí un afán existista, ligero, light. Eso nos ha hecho mucho daño.

Su trabajo en el Teatro Q y en la Corporación Cultural María Cánepa buscó hacer surgir talentos donde las condiciones sociales eran precarias.
—Con Juan (su actual marido) elegimos para el Teatro Q a treinta muchachos, en su mayoría de origen popular. En la primera sesión de encuentro, empezaron a contar cosas que ellos hacían y yo cerré los ojos y dije: "Dios mío, vamos a tener que agarrar una batea y frotarlos hasta pelarlos". Y eso fue lo que hicimos. Y el trabajo que se hizo tuvo frutos. Fue una experiencia maravillosa: si yo inicié mi vida artística en el Teatro Experimental, el Teatro Q es el que puso el colofón final al asunto... Pero también fracasó por falta de ayuda; al no haberla, los muchachos se cansaron y se rebelaron, y yo les encuentro razón. En esas condiciones, qué se hace: protestar no más.

 

 

 

 

 

 

 

LA MUERTE DE LA ACTRIZ MARÍA CÁNEPA Y CÓMO SUS CENIZAS LLEGARON AL MAR:

FINAL DE PARTIDA


Por Juan Antonio Muñoz H.

 

Sus últimas horas. Su despedida. El traje de novia que sirvió de mortaja. La iglesia en las rocas.
Y cómo el océano, avasallador, se adueñó de ella.


Ella sabía. Una semana antes de caer en cama salió, como era habitual, a dar un paseo por su barrio, en Merced, cerca de la Plaza Mulato Gil de Castro.

Ese día, tardó un poco en regresar a casa. Juan Cuevas, su marido, se preocupó. Incluso salió a buscarla. Empezó a preguntar, pero nada. María llegó luego, muy tranquila. Se había dedicado a pasear y estuvo conversando largo, más de lo esperado, con el señor al que le compraba el diario, el panadero y el dueño de la tienda de cuadros, justo en los bajos de su departamento. "Pienso que quiso despedirse", dice Juan, sentado en las escalinatas de la capilla Santa Teresa de Pichidangui.

Ella fue preparando el camino. Incluso la primera vez que salió del hospital dejó contratados sus servicios fúnebres. Lo escogió todo: "Quiero lo más sencillo. Sin ninguna ostentación", dijo.

Desde su matrimonio religioso el 15 de julio pasado, María Cánepa Pesce (Premio Nacional de Arte 1999) estuvo en general bien, aunque se acentuaron sus olvidos. Su memoria parecía más frágil.

Dos días antes del viernes 27 de octubre cayó en cama. Miércoles y jueves estuvo definitivamente mal. Sin sufrir. La mayor parte del tiempo, durmiendo agitada. "Pudimos llevarla a urgencia para que le hicieran un nuevo scanner, pero cumplimos con su deseo, hablado también con sus médicos, de que si venía una nueva crisis, ella quería quedarse en la casa. Así lo hicimos. Como vimos que no sufría, estuvimos tranquilos", cuenta Juan.


La novia

"Pasamos prácticamente sin dormir todas esas horas. Me acompañó mi hermano Miguel. Siempre estuve a su lado, haciéndole cariñito en la cabeza".

María partió como a las 12:00 o las 12:02 del viernes 27. Dio un grito fuerte. "Actriz hasta el fin", comenta Juan. Y dijo:

—Papá!

Ésa fue su última palabra. Ni con llanto ni con desgarro. Un llamado anhelante.

"Cuando no me reconocía del todo, me decía papá", relata su marido. "Hasta había días en que me preguntaba: "Papá, ¿a qué hora llega Juan? Son las 8 y él no llega".

Al momento de expirar estaba con su camisa de dormir rosada y su pelo blanco bien peinado. "Nunca antes vi morir a alguien", confidencia Juan, sereno, con la cara al viento. Al viento como le gustaba a María recorrer Pichidangui, el balneario de la IV Región donde sus padres tuvieron casa por años y al que ella siempre volvió. "Me impresionó mucho cómo cambia el rostro y el color de la piel. Primero rosadito, después amarillento, luego blanco, más tarde blanco ostra y después de un blanco que no puedo describir. Se fue quedando dormida de a poco. Terminó con una pequeña sonrisa. Estaba con mi hermano Miguel y con la señora Flor".

Tras la muerte, la vistieron con su traje de novia. El mismo que usó en julio, un dos piezas gris perla.


Entrada de mar

El viaje de María Cánepa termina el 1 de noviembre, día de Todos los Santos. Su cumpleaños 85.

La capilla Santa Teresa es el escenario. Rústica y translúcida, el mar se cuela por sus enormes ventanales. Es una especie de ánfora transparente, incrustada sobre las rocas, dentro de la cual crecen plantas y flores. Cuidando su tesoro más preciado, Juan Cuevas acaricia el cofre con las cenizas de su amada María. Queda al centro, rodeado de rosas, gardenias, margaritas e ilusiones. La actriz Elsa Poblete se encarga de apoyar en él una foto en tonos sepia de María, mientras las vecinas de Pichidangui arreglan las flores y corretean a un par de perritos negros que husmean por ahí.

Preside el párroco de Quilimarí, Fredy Ahumada, y lo acompaña el sacerdote Jorge Murillo, amigo de la familia. Él baja del altar y entre la gente propone hablar sobre las bienaventuranzas y qué significa la felicidad, de cómo María amó y fue feliz, de la pobreza y la austeridad. Se vive "un momento de cielo", describe el párroco, emocionado tras las palabras de Anita Reeves y Elsa Poblete. Anita y su "Buenas noches, mamá", la obra que interpretó con María; y Elsa con "su nuevo renacer", como define el hecho de partir en esta nueva transformación justo el día de su cumpleaños. Final de partida.

En alegría y calma sigue la procesión tras Juan Cuevas y las cenizas de su mujer. Ella quiso que las lanzaran al mar, en un lugar donde hubiera viento. Y vaya que lo había. Pichidangui parece volar a toda hora. Desde la capilla hasta las rocas hay pocos metros. Juan escoge un lugar de remanso, donde el agua está tranquila y donde el viento no es tan violento. A resbalones por las piedras todos llegan hasta el sitio escogido. Juan Cuevas y Mario Cánepa, sobrino de María, se encuclillan para entregar las cenizas al mar y al viento.

Y aquí el último gran acto de María Cánepa.

Como es un remanso, las cenizas quedan estancadas en el agua y aún sobre las rocas. Juan comienza a dispersarlas con las flores que los asistentes lanzan, y justo en ese momento el mar entra con fuerza inusitada, dejando a todo el mundo con el agua hasta los tobillos y arrastrando al océano las cenizas de María.

Un gran aplauso, entonces, y un "Feliz Cumpleaños" al viento.

Hay torta, risas y lágrimas frente a la iglesia.

 

 

ENSAYO AL AMANECER: "La primavera ha llegado"

Lo dijo muchas veces. Si tuviera que volver a vivir, volvería al teatro, porque el teatro "es bueno y en nada daña". En una de sus primeras crisis, todo lo que María decía tenía que ver con el teatro. Hasta el personaje de Laurencia ("Fuenteovejuna") apareció en esas horas en que recuerdos más recientes estaban borrados. Pocos días antes de fallecer, sin que nadie se diera cuenta, salió un día de su casa, como a las seis de la mañana. Tomó un taxi y pidió que la llevaran al teatro Antonio Varas, porque tenía ensayo. El taxista, al ver que en Morandé 25 no pasaba nada, la llevó de vuelta a casa y le contó a Juan que venía cantando una canción: "La primavera ha llegado"

 

 

 

 



 

 

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Último acto de una historia de amor:
el matrimonio de María Canepa.
Por Juan Antonio Muñoz H.
Publicado en El Mercurio, 23 de julio de 2006