En Méndez Carrasco, hasta donde alcanza la mirada de un crítico objetivo, no se esconden consignas ni predicas de tipo político, sino un amor a la veracidad, que lo conduce a excesivas demasías de un naturalismo desenfadado. Un crítico presuntamente marxista, pero desconocedor del realismo critico, sostuvo que Méndez Carrasco no pintaba al pueblo chileno, sino a los subproductos de la clase proletaria. Sea lo que fuere, en su libro “Chicago Chico”, se exhibe un panorama desconocido por la gente ordenada y burguesa. Aparece ahí un siniestro y estremecedor conglomerado de prostitutas rufianes, parásitos, individuos sin oficio, beneficio, que, en determinados instantes, son hasta humanos y simpáticos como cualquier buen vecino.
La denominada CAFILA HAMPONA en un repertorio representativo del bajo nivel moral en que se desenvuelve la actividad social de Chicoco; el lanza Muleta, el ladrón Gomina, Carreta Vieja, el rufián de Los Callejones; Balao, el amor de la Rucia; Pomarropia y el extraordinario CACHETÓN PELOTA. El libro de Méndez Carrasco oscila entre el sexo y la búsqueda de los medios que Chicoco necesita con el fin de seguir merodeando en el vicio.
Las escenas sórdidas y apicaradas que transcurren en Valparaíso, y en el encierro de Chicoco y la Flor de Té, en el lupanar, son la parte más vivida de este libro desenfrenado. La miseria no es bella en ningún sitio, y si desangra a algunos semejantes, es mejor contribuir a mejorar la condición social de un pueblo que escandalizarse.
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Armando Méndez Carrasco, Juan Firula Editor, Santiago, 1966, 241 páginas.
Por Ricardo Latcham
Publicado en LA PRENSA, 15 de julio 2001