En pocos meses el escritor Matías Celedón (32 años) recibió dos distinciones literarias –el premio de la crítica de la UDP y el Premio Municipal de Literatura– por La filial, libro experimental de 200 páginas que imprimió manualmente usando un timbre de goma. Convertido en una de las plumas jóvenes más interesantes, describe acá la artesanía de su trabajo creativo.
"Yo estudiaba periodismo en la Católica e iba siempre a la librería Metales Pesados. Sergio Parra es un gran librero, una especie de Dr House: hace un buen diagnóstico, vas por un libro y te orienta en términos de lectura. Yo estaba padeciendo el periodismo porque quería dedicarme a escribir, pero para eso tenía que tener un oficio y una pega. Ir para allá era un espacio donde, de una u otra manera, estaba estudiando Literatura. Él leyó el manuscrito de mi primera novela, Trama y urdimbre (2007), y me instó a que la presentara a Random House. La metí en el buzón y luego Germán Marín me llamó porque quería publicarla.
Me fui a vivir a Buenos Aires entre 2007 y 2010. Allí me dediqué a escribir una novela que aún no publico. Pensé que si me iba a meter en un trabajo que me tomara tiempo, tenía que generar las condiciones. Acá en Chile hay vínculos que demandan tiempo, otras urgencias, por eso partí a Buenos Aires. Hoy ya puedo generarme esas condiciones acá, pero en ese momento no. Era más pendejo... no sé. Hay un dicho que creo que es danés que dice que para buscar agua no hay que cruzar el río. Llega el momento en que uno se da cuenta de eso.
La historia de La filial (la de un trabajador que se queda encerrado, sin luz, en su oficina junto a sus compañeros, y va dejando "constancia" de la sicosis ambiente timbrando la historia en actas), se me ocurrió haciendo los trámites para ser un inmigrante legal en Argentina; tenía que hacer colas de cinco horas en salas de esperas como la de Beetlejuice. En ese escenario, la cabeza se te dispara.
En un libro que se llama Give me a break, conversaciones con Diego Maquieira, él habla del proceso creativo como un ir recogiendo los palitos para ir haciendo el nido. Me hace sentido eso. Yo también recolecto cosas sin saber luego para qué van a servir.
Cuando vivía en Buenos Aires, ya con la idea en mente, compré en las librerías del barrio Congreso los objetos que este personaje-funcionario pudo haber tenido en su estación de trabajo: un libro de actas, un fichero, tres rollos de papel blanco, un cuaderno fiscal y cuatro resmas de hojas marginadas, que utilizan los escribanos en Argentina.
Hice cinco maquetas del libro acá en Chile, trabajando dos meses y medio en horario de funcionario: de 9 a 6. Mi idea original era imprimir manualmente todas las copias. Lo complejo era armar las frases en los timbres, una vez armadas podía imprimir 500 si quería.
El timbre con que imprimí el libro era de la marca Trodat, que llaman La imprentilla automática. Lo encontré en una librería del centro de Santiago, años antes de pensar siquiera en la historia. Venía con unas tablillas como las que se utilizaban para las fotos de carné, donde se ponía el nombre y el rut redactado carácter por carácter. Tenía seis líneas para noventa caracteres. Llevaba también dos sets de tipos móviles de 3 y 4 mm, una pinza negra y dos almohadillas de tinta. Como las letras eran chicas, después incorporé una lupa de esas que ocupan los relojeros.
Mientras hacía La filial, en paralelo terminaba otra novela que aún no publico; un texto que estructuralmente es más convencional y va a salir quizás el otro año. El libro de los timbres fue como un free style, algo que hice mientras estaba trabajando en este otro libro.
Me sorprendió que tuviera tan buena crítica y ganara dos premios, porque es una edición chica de un libro raro. Puede caer pésimo, a nadie le cae bien una persona que gana dos premios. Yo estoy feliz con haberlo sacado y que se haya hecho una lectura generosa de él".
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Ojo con Matías Celedón
Por María José Salas
Publicado en Paula, 30 de diciembre de 2013
