Buscanidos, tercer libro del escritor chileno Matías Celedón (1981), propone al lector un camino tan desconcertante como el paisaje que describe: “después de las lluvias cada año era distinto”, dice el narrador en las primeras líneas. La incierta itinerancia de Santos, Laura y Omar, los protagonistas de esta historia, por un paisaje que emerge de sucesivas inundaciones y sequías es también la del lector. Y es esta una de las primeras cosas que nos enseña Buscanidos: que sólo a través de la relectura podremos observar con más plenitud su fisonomía cambiante y barroca. Hermeticidad y artificio no son raros en la producción de Celedón, en cuya primera novela, Trama y urdimbre (2007), despuntaba ya no sólo el enorme prosista que es —detallista y oportuno—, sino también su voluntad de experimentación. Allí narraba, a través de un lenguaje colmado de brillos y opacidades, una historia de agresiones y deformidad familiar. En su premiado relato La filial (2012), sostenido por frases muy breves, armadas con un timbre fiscal, son la concisión y la seducción visual las que permiten una soterrada aproximación a la violencia.
Buscanidos narra la historia de tres parias entre parias; aunque rechazados por los gitanos, integran su campamento itinerante. El hambre la sacian comiendo huevos y pequeñas aves que encuentran entre los cactus, como enseña Santos: “derramó las yemas sobre la pechuga. Lamió la clara a medio cuajar y se afanó comiendo; Santos supo aprovechar toda la carne, hurgando con sus dedos, toda la cara embetunada, escarbando con su lengua el esqueleto vaporoso hasta que solo quedó el pellejo”, educación para una supervivencia animal. Ellos duermen en jaulas, atrapados en un paisaje que parece recién creado y, al mismo tiempo, a punto de ser destruido. En este sentido, Buscanidos tantea varias fronteras, como la del espacio mismo del texto, que se va descubriendo junto con el paisaje, y sus anacronismos, donde la modernidad de los trenes coincide con el trazado de damero de la ciudad colonial. Allí se reúnen indios, procesiones, un sacerdote de apellido Hudson que con ese nombre remite no sólo al coloniaje sino también a cierta línea lateral de la tradición pampeana, la de La tierra purpúrea, en la que la naturaleza agreste se torna ambivalente y extranjera. Además, Celedón introduce en el libro, para dar nuevos sentidos a esta historia en el margen de lo bestial, lo desaforado o no ciudadano, la imagen de unas cartas de la suerte. Lo azaroso e informe del destino se cuela por las jaulas en que habitan los protagonistas, condenados a ser engendros, abortos, huérfanos, incestuosos, niñas santas o niñas putas.
Lejos de referir al mundo ingenuamente adánico que el boom terminó por convertir en un lugar común, el barroquismo de Celedón propone, con absoluta conciencia de sus procedimientos, un recorrido por la bestialidad de los cuerpos y sus cruzas y, también, por un paisaje que parece monótono, pero cuyo movimiento, como el de la lectura, es apocalíptico e incesante.
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«Buscanidos» de Matías Celedón
Hueders, 2014, 90 págs.
Por Lorena Amaro
Publicado en revista Otra Parte, 2 de octubre de 2014