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HACIA UNA LITERATURA LÚCIDA
Por Martín Cerda
Revista P.E.C. N°195, 23 de septiembre de 1966
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Siempre he sospechado que la literatura no es un ente autónomo, sino que, al contrario, es un sistema secundario e indirecto de violencias, compulsiones e incitaciones que, de un modo u otro, se sostiene en la Historia. Esta sumaria sospecha explica, posiblemente, por qué en nuestros días toda literatura se ha vuelto, en último término, "sospechosa", porque al establecer, mediante la escritura, una forma peculiar de solidaridad histórica, el escritor se enfrenta siempre, quiéralo o no, con ese fenómeno que Roland Barthes denomina la "ruse de la littérature".
Este planteamiento, para muchos tal vez enigmático, me ha acompañado durante los años que llevo escribiendo, puesto que escribir es -por lo menos, desde hace sesenta o setenta años -un acto fundamentalmente dubitativo. Este acto se da siempre, como puede comprobárselo en el caso célebre de Paul Valéry o en los casos extremos de las llamadas "aliteraturas", dentro de la zona de variaciones que el escritor introduce en su mensaje primario.
Escribir es, de este modo, modificar el sistema primero, directo e inmediato de la experiencia del mundo. Este sistema es siempre un sistema rudimentario: está constituido, en lo esencial, por una serie de formas, desde las más sencillas hasta las más complejas, del deseo o del temor. Sólo en la medida que el escritor modifica el mensaje primario de sus deseos o de sus temores es posible hablar de literatura. En este sentido cabe entender la afirmación de Gide de que "con los mejores deseos se hace la peor literatura".
Lo trágico, en nuestro país, de todo planteamiento literario está representado por el hecho que, habitualmente, éste es mantenido voluntariamente dentro de las demarcaciones de lo primario. Rara vez se logra trascender estas demarcaciones. Normalmente la crítica -o esas fórmulas de reemplazo que he denominado la "acrítica"- se ejerce desde esta problemática zona, donde temores, deseos e insatisfacciones juegan un papel muchísimo más efectivo de lo que pudiera pensarse.
Se trata, en verdad, de un acto instintivo.
El carácter instintivo de este ejercicio se ha visto multiplicado por el hecho de que, normalmente, la crítica literaria está, en nuestro país, en manos de escritores fallidos. Es natural que estos ex novelistas, ex poetas o ex cuentistas se cobren en los demás de aquello que no supieron realizar en lo propio.
Cuando, el pasado año, sostuve la postulación al Premio Nacional de Pablo De Rokha no lo hice para reparar una injusticia, sino, más bien, para reafirmar, una vez más, mi posición de que la literatura, en todas sus formas, es siempre un acto que se sostiene en la Historia. De Rokha pertenece, por derecho propio, a los protagonistas de este gran acto. No creo, por lo tanto que nadie pudiera hacerle justicia porque su obra está, al fin de cuentas, justificada desde el drama de la existencia actual, como lo estuvo Céline, la de los surrealistas o la de Henry Miller.
Este año, cuando propuse públicamente la postulación al Premio Nacional de Salvador Reyes, tampoco lo hice para reparar otra probable injusticia, porque nunca he abrigado la pretensión de ser un "justiciero", pero, eso sí, siempre he aspirado a ser, en cambio, un hombre justo. Los escritores efectivos no precisan de "legitimizadores", porque sus obras no conocen otra legitimidad que la legitimidad de la literatura...
Por excesivo que parezca, en nuestro país coexisten, se sobreponen o se sobreimprimen, dos formas contrapuestas de literatura que corresponden a dos formas concretas de existencias históricas. Una forma de literatura consciente, lúcida, problemática, cuya cabeza visible estuvo representada por Vicente Huidobro. Otra forma instintiva, primaria, caótica, cuya expresión máxima la encontramos en Pablo Neruda. Lo que media entre ambas formas de literatura es, justamente, la gran fisura que escinde, desde su invención, al mundo americano.
Yo no podría explicar en pocas palabras la magnitud de este fenómeno. Me remito al hecho señalando cómo, en estos días, los más importantes aportes a la literatura hispanoamericana -desde Jorge Luis Borges a Alejo Carpentier, desde Miguel Ángel Asturias a Ernesto Sábato, desde Julio Cortázar a Carlos Fuentes- proceden de la forma lúcida, consciente y problemática del acto literario, hasta el punto de configurar un nuevo "momento" de esta permanente reinvención de lo americano en que, querámoslo o no, estamos inscritos.
Dentro de este proceso estamos forzados, como en cada momento de nuestra vida, a escoger. Cada elección es siempre un fragmento del código tácito de nuestra existancia histórica. Un fragmento real de una tentativa de lucidez o al contrario de una tentativa de "barbarización". Esto que llamamos Historia no es sino una problemática película que sólo es posible en la medida que cada una de nuestras elecciones, desde la elección erótica hasta el acto crítico, está orientada hacia la "humanización" del espacio geográfico que habitamos.
En esta situación, sin querer desconocer los posibles méritos de nadie, conviene, sin embargo, explicar públicamente el cariz efectivo de ciertas "elecciones".
Transitamos una hora amenazante. El pensar efectivo se ha vuelto raro e insólito, la literatura se ha vuelto, como va dicho, "sospechosa", el nihilismo presiona desde todas las zonas de la experiencia actual, la vida entera transcurre entre fragmentos de conceptos vaciados de todo contenido... Sólo tenemos, en medio de este gran torbellino, esta humilde, única e irreemplazable voluntad de lucidez que señala al hombre entre las demás criaturas.
Si al escritor corresponde establecer, mediante la escritura, una forma peculiar de solidaridad histórica, corresponde al crítico mostrar la zona de gravedad en que esta forma peculiar se realiza e intentar, consecuentemente, una perspectiva abierta, fecunda e incitante sobre el logos de nuestro tiempo.
En mi caso personal -es decir, en el caso de un hombre histórico, tal vez algo pesimista, consciente de las antinomias de la existencia actual- no veo otra perspectiva posible que la que esta nota propone y expone: hacia una literatura lúcida. Lo otro será siempre primitivismo, candoroso primitivismo, botánica doblegación de lo humano.