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Martin Cerda, o el mapa de un naufragio
Presentación de "Precisiones. Escritos inéditos" de Martín Cerda. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2014

Por Shirly Catz
Martes 29 de Septiembre. Librería La Internacional de Buenos Aires


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Hay un hombre detrás de los escombros. Tambaleado por el fuerte viento, como en un huracán, se esfuerza por recoger los restos que deja el Angelus Novus en su camino sin retorno. Toma uno, lo observa, lo palpa. Quiere saber si tiene algún valor, pero la distancia se ha perdido al instante: es su mano la que, como Midas, lo ha vuelto espontáneamente oro. "No escribas nunca a máquina", aconsejaba Martín Cerda, "la mano lleva el tempo del pensamiento". "El escritor no puede ignorar su cuerpo", leemos en Precisiones, sin empobrecer cada página que emigra de su mano".

Ese hombre que tantea, entre ruinas, no es otro que el ensayista, quien, como leemos en La palabra quebrada es “un hombre a la intemperie, perdido entre los escombros de un mundo histórico y los restos de una visión arrogante de sí mismo”.  Es un hombre que lucha, como Cerda, entre el abismo del desencanto y un horizonte que se atisba, a lo lejos. "Las ideas trabajan siempre con el futuro”, lo cita su amigo Alfonso Calderón,  manifestando su anhelo de entender la escritura como escritura oracular, “son el aporte humilde que un hombre, visualmente apaleado por la adversidad, la soledad y la incomprensión, hace a otros hombres que, desde el próximo horizonte, anuncian que todavía es posible otra vida".

Los escritos reunidos en Precisiones son escombros en un doble sentido: si su escritura es de por sí asistemática o fragmentaria- hecha de frases y notas, aforismos, recuerdos, comentarios-   estos son además textos sobrevivientes, que logran conservarse a pesar del incendio ocurrido en la casa de Huéspedes de la Universidad de Magallanes. Algunos libros completos se queman, también, obligados a convertirse, curiosamente, en fragmentos. Libros que estaban “casi terminados” y que fueron guardados por la última pareja de Cerda durante más de veinte años, y entregados posteriormente para su publicación. Son, entonces, doblemente restos, que el buceador encuentra en el fondo del mar al zambullirse en las profundidades para arrancar de él lo extraño y maravilloso. La escritura heurística- exploración, interrogación e incluso por momentos supresión de sí misma- es la conciencia de ese naufragio y el producto inacabado de esa búsqueda. Pues como decía Blanchot: “Preguntar es buscar, y buscar es buscar radicalmente, ir al fondo, sondear, trabajar el fondo y, en última instancia, arrancar. Ese arrancamiento que contiene la raíz es la labor de la pregunta”.

Mar y tierra, tierra y mar, y en donde el ensayo se aparece como ese género anfibio, que ha abandonado la pretensión de la Verdad, aunque la anhela como a su amante más bella. Mirada discontinua y quebrada- “El ensayo es ese género que siempre está en un proceso discontinuo de escritura; es el antes y el después en el instante”, leemos en Precisiones- mirada de desencanto, y sin embargo, de esperanza. Porque escribir es la inversión de la ilusión óptica del palo que parece quebrado en el agua, y que como “la palabra quebrada”, muestra la verdad de lo fragmentario, y entiende que la ilusión es la de lo unido. Sin embargo acoge su sueño, como una profecía, en la escritura.  “Un pesimista no lúgubre”, como dijera de Cerda, Marta Blanco. Ensayista que no expone nunca un sistema, “sino que, al contrario, adelanta sólo algunas preguntas que, además de infringir o cuestionar a lo ya pensado, preparan el advenimiento de un sistema nuevo o de una teoría no enunciada” (Precisiones). Señales desde el horizonte que precisamos descifrar mientras todo “ahora” se cierne en la forma de una temporalidad mixta. En un extremo la tradición; en el otro, el futuro. “Y en el centro, ¿qué?”: el vacío que habilita la creación, la promesa: "Escribir es, en efecto, mentirse siempre un poco a sí mismo, prometiéndose que mañana reencontraremos, en algún rincón imaginario de la Tierra, aquello que perdimos hace una eternidad”. Promesa nunca inocente, la misma que encontramos en el ejercicio de la auto recopilación, que como leemos en Precisiones: “es siempre un sospechoso juego de sombras: el acto tendencioso de una práctica que deliberadamente omite o silencia la significación más concreta de cada texto reunido, para subrayar el fantasma de una posible interacción unitaria”.

“Reunir viejos papeles en un libro nuevo-advertía Barthes- es querer interrogar al tiempo: solicitarle una respuesta a fragmentos que proceden del pasado”. “Una historia conflictiva, contradictoria y retro-progresiva”. Acaso por eso una enorme “x” en rojo aparezca tachando estos mismos párrafos en el cuaderno original de Cerda. ¿Y qué es una tachadura sino una máscara, que dice “yo no soy” pero conserva lo que hay detrás, como en un juego de sombras?

La cuestión de las máscaras también se vuelve central en su escritura, tanto en el plano social como en el literario. “Dárselas de algo es el índice más cierto de no serlo”, apunta citando a Ortega. “Frente a esta mascarada”, aclara Cerda, “es preciso situarse en una posición equidistante de todos los extremismos. Cada extremo es un remedo en el que las imposturas y  la estupidez suelen imponerse a costa de los demás”.

Ya en 1957 Cerda criticaba lo que denominaba “la manipulación del pasado nacional”, enfrentamiento ineludible para evitar que las “autogestiones nacionalistas” ocuparan el espacio que corresponde al pensamiento y la imaginación del futuro nacional. La conciencia  histórica se aparecería, para Cerda, como el órgano que debía iluminar la escena social efectiva que los mitómanos enmascaran y falsean. Contra el mito: la apertura. Contra el mito: la tarea. Pues una sociedad, comprende Cerda, es siempre una tarea inacabada, y cuando deja de serlo, se vuelve parodia.  La escritura puede ser también parodia, pero que lejos de sustituir a la realidad, la puede hacer decir lo que está, justamente, oculto, cual representación hamletiana o “farsa de la farsa”.

Lo que distingue al ensayista, explicará Cerda citando a Georg Luckács -uno de sus héroes teóricos- es la vivencia de las formas. El momento en que todos los sentimientos y todas las vivencias que estaban más acá y más allá de la forma reciben una forma, se fundan y adensan.  Y si su objeto ya está dotado de forma, su labor es ponerla en suspenso y someterla a un tratamiento desgarrado y continuo. Su “papelería dispersa”  es el mapa  de ese desgarro y esa búsqueda, las anotaciones que el navegante intenta descifrar sumido en la danza de un mar tormentoso.

Es en La palabra quebrada, donde luego de revisar la tradición ensayística, establecerá la analogía entre el ensayista y el navegante, quien  "al traspasar el horizonte de lo conocido, se queda fuera del mapa, enfrentado a la peripecia y, por ende, sin otra información que la que, por pericia o inspiración, obtiene de cada nuevo día de navegación". Busca precisiones en ese mar furioso. Las buscamos. Porque nosotros, como lectores, somos también esos navegantes. Precisiones es el mapa de un extravío y una búsqueda, en un viaje en el que dialogamos con Cerda como un amigo. Es un personaje dubitativo, aunque audaz, con la audacia que habilita toda modificación del mundo. “Sólo en la medida que el escritor modifica el mensaje primario de sus deseos o de sus temores es posible hablar de literatura. Dentro de este proceso estamos forzados, como en cada momento de nuestra vida, a escoger”, nos dice.

Rápidamente nos damos cuenta de que se trata de un gran conversador, un pesimista consciente de las antinomias de la existencia actual, pero afortunadamente, uno risueño.  Un ser contradictorio con el que rápidamente establecemos una amistad de lejanía y cercanía, con el que queremos seguir navegando hacia destinos inciertos.

"Desde mi infancia”, nos cuenta ahora, “una infancia transcurrida entre los adioses que, al doblar el horizonte, describen los barcos en la brisa del mar, hasta el perfil huidizo e inestable del momento en que esto escribo, sólo he sido un ser hecho de lejanías. No sé por qué nunca he podido residenciarme en algún sitio en la tierra".

Nos quedamos en silencio. Recostados en la nave, de cara al cielo, hablamos sobre el fin de las utopías, y recordamos a Ortega, cuando dice: “la última utopía que puede perder el hombre es, a  fin de cuentas, la utopía de estar en sí mismo”. Nos sentimos como dos solitarios, unidos fugazmente en una amistad de estrellas. Las mismas que nos miran desde el cielo como magníficas ruinas, mientras entrecerramos los ojos, e inventamos formas entre ellas.




 

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