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Precisiones
Por Martín Cerda
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21 de mayo de 2015
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Primeros escritos: la historia
No existe, en rigor, escritura inocente. Cada perturbación social la reintegra, fatal e irreprochablemente al curso turbulento e incierto de la historia. Esto la atraviesa de cabo a rabo y, sin tomar en cuenta sus ideas, hace hablar lo que cada frase oculta o enmascara.
El curso de la historia no es, sin embargo, un (dis)curso racional sino que, contra el panracionalismo de Hegel, arrastra profundas y oscuras corrientes “no racionales”, pasionales e instintivas y que afloran violentamente en los momentos de crisis o perturbación social.
De ahí que en estos momentos, así como en cualquiera otra coyuntura, no pueda el escritor innovar sus propósitos o intenciones. En ellos, en suma, se extrema la perspicaz observación de Valéry: “cuando la obra ha aparecido, su interpretación por el autor no tiene mayor valor que cualquier otra interpretación”. Esta apelación constante a la historia es, posiblemente, el último horizonte de mis artículos. Todos ellos, en efecto, repiten con diferentes timbres una radical certidumbre en la historicidad radical del mundo de los hombres. No se trata de una historia cuyo “plan” haya sido previsto por Dios, ni legislado por la razón (Condorcet, Hegel o Marx), ni producido por la “voluntad” omnipotente de un hombre, de una clase o de una raza, sino, al contrario, de una historia conflictiva, contradictoria, retro-progresiva y, en último trámite, trágica.
Si tuviese que sintetizar el proyecto implícito en esos escritos, escogería como epígrafe la frase final del prólogo de Mythologies de Roland Barthes: “yo reclamo vivir plenamente la contradicción de mi tiempo, que puede hacer de un sarcasmo la condición de la verdad”.
Máscaras: Escritura
“J´écris toujours –decía Valery Larbaud– avec un masque dans le visage”.
Escribir es un gesto teatral, un movimiento enfático pero que, lejos de sustituir ala realidad, la parodia para hacerle decir lo que ésta, justamente, oculta. Es la representaciónque organiza Hamlet para poner al descubierto el asesinato de su padre, y la farsa de la“farsa” del ocaso Austro-Húngaro de Fritz von Herzmanovsky-Orlando. El escritor, enefecto, siempre enmascara el curso problemático de la vida cotidiana en un texto quesimula referirse a otra vida, y que se ofrece como un juego o espectáculo. Escribir, es unacto y, a la vez, una actuación.
El hombre que escribe es, después de todo, una variedad de jugador –una especie,entre otras, de homo ludens. Hasta tal punto que en su permanente juego de ir “doblando” larealidad del mundo en una parodia del mundo, termina, a la postre, doblando su vida enuna fantasmática biografía textual o literaria (Flaubert, Kafka y Borges). En algúnfragmento de Tel Quel, Valéry señalaba que la figura del autor era solo una función (o, máscorrectamente, una ficción) más del texto. Figura, personaje, doble que comienza a vivirautomáticamente y, muchas veces, a devorar al hombre real, y en el que muchas veces éstese niega anómicamente, como Borges, reconocerse.
Escribir es una doble ironía. El escritor debe, en efecto, distanciarse del mundo enque vive y, a la vez, no identificarse jamás con el mundo que escribe. De no hacer loprimero, enmudece, y lo segundo, enloquece. De ahí la ironía de Cervantes al ircomentando interminablemente los actos de su personaje. Y la ironía amarga de Flaubert aldescribir fríamente los descalabros que perpetúan sus dos copistas al intentar probar laverdad eventual de los libros.
Pareciera entonces que el escritor, como decía el autor de Les Poésies de A. O.Bannabooth, se enmascara siempre para escribir, pero solo para poder orientarse en el“teatro del mundo” sin llamar la atención de los demás figurantes. Cada vez, sin embargo,que toma en serio a su propia máscara, deja de escribir y comienza a vivir la vida como unacomedia.
Recordatorio: Ruinas
Desde niño tuve un sentido (temeroso) de las ruinas. Lo recordé en una breve nota publicada en La Gaceta en 1958, en la que se entretejían experiencias de mi infancia (cobijas solitarias abandonadas) y el alucinante fragmento sobre las ruinas que Hegel introdujo en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Leí este texto cuando tenía 17 años (por las mismas fechas de mi primer encuentro con Spengler). Tres años después, en Berlín, lo enlazaba (patéticamente) con aquel “espectáculo macabramente monótono” que tenía por delante a la fecha. “Las ruinas –apunté– son un pero por el que se presencia el pasado en el contorno y, señal de otras historias y de otros hombres aquí nos encaran a la condición humana: al acontecer y a la muerte”.
Biográfica: Infancia
La infancia es un discurso indirecto: un relato discontinuo que balbuceamos a partir de lo que, a su vez, nos relataron, y si alguien no nos lo hubiera señalado ni siquiera podríamos reconocer en esas fotografías donde nos muestran éste eras tú. La infancia, sin embargo, es algo (y alguien) que se queda advenido en lo que Barthes llama “lo imaginario primordial” y que, él mismo detalla en la leyenda puesta en una de las fotografías de su libro autobiográfico: “la provincia como espectáculo, la historia como olor, la burguesía como discurso”.