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María Carolina Geel: pasión y cárcel en la novela chilena

Por Paula Letelier
Publicado en Hispánica, N°63, 2019



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Resumen

Este artículo es un análisis de Cárcel de mujeres, como una narración testimonial y fragmentaria que muestra el mundo desconocido, oscuro e inaccesible de la cárcel. María Carolina Geel presenta una mirada femenina de este espacio, mostrando sentimientos, sensaciones, actitudes de rebeldía, miedos de la vida que ella experimentaba en este inhóspito lugar. Dentro de la historia de la literatura chilena, Cárcel de mujeres presenta por primera vez la experiencia carcelaria femenina y las transgresiones que se producen en este sitio. La novela emerge como un texto inusual, por su temática, el crimen pasional; su hibridez genérica, una mezcla de testimonio y ficción; por la descripción desgarrada de la prisión y sus habitantes mujeres.

Palabras clave: literatura chilena, Geel, narrativa, cárcel de mujeres, femenino



1. Introducción

Georgina Silva Jiménez (1913-1996), conocida con el seudónimo literario de María Carolina Geel, fue una escritora controvertida e irreverente por su propuesta literaria y por su vida personal.

Comenzó su carrera literaria con la publicación en 1946 de El mundo dormido de Yenia. Luego aparecieron otros textos como: Extraño estío (1947), Soñaba y amaba el adolescente Perces (1949), El pequeño arquitecto (1956) y Huida (1961).

Su existencia transcurría entre sus creaciones y su trabajo, hasta que su vida cambió radicalmente el 14 de abril de 1955. Ese día protagonizó uno de los hechos pasionales que más conmovieron a la sociedad santiaguina, le disparó a su amante, Roberto Pumarino, en el conocido Hotel Crillón de Santiago. A causa de esos disparos el hombre murió. Por ese acto fue condenada a tres años de prisión. Su amigo Alone[1], le recomendó escribir todas sus vivencias durante ese período sin libertad como una forma de sanación. Ella así lo hizo redactando Cárcel de mujeres.

Esta novela surge en un momento en que en Chile las mujeres luchan por realizar una apertura en la sociedad, la política y la construcción cultural. Emergen así escritoras[2] que tímidamente quieren mostrar la interioridad psicológica de los personajes y sus relaciones amorosas, Lucía Guerra (1987), observa que la novela femenina de esa época se concentra más en las frustraciones de la existencia, que en las luchas políticas.

Este artículo es un análisis de Cárcel de mujeres, como una narración testimonial y fragmentaria que descubrió el mundo desconocido, oscuro e inaccesible de la cárcel. María Carolina Geel realizó una mirada femenina de este espacio, mostrando sentimientos, sensaciones, actitudes de rebeldía, miedos de la vida que ella experimentaba en este desolado lugar.


2. Quién es María Carolina Geel.

Georgina Silva Jiménez nació en 1913 y murió en 1996. Trabajó como taquígrafa en la Caja de Empleados públicos y periodistas. Su vida parece inmersa en una tranquila familia de la burguesía de Santiago. Sin embargo, padecía una enfermedad dolorosa, hiperestesia aguda, un trastorno de la percepción que provoca una sobre estimulación táctil, lo que genera grandes dolores corporales, para los que tomaba frecuentemente analgésicos.

Su nombre literario es María Carolina Geel. Comenzó su carrera literaria con la publicación en 1946 de El mundo dormido de Yenia. Luego escribe Extraño estío (1947), Soñaba y amaba el adolescente Perces (1949), El pequeño arquitecto (1956) y Huida (1961). Todas estas novelas recibieron una dividida recepción por parte de la crítica. Catalogaron su narrativa como impresionista al mostrar la interioridad femenina, mirado como un rasgo negativo en un momento en que los temas de los escritores eran mayormente preocupaciones sociales y reivindicativas. Por otro lado, sus personajes mostraban mujeres que luchaban por su libertad intelectual y sexual, lo que incomodó a los lectores de la época. Pese a esta fría recepción, fue admirada por importantes intelectuales chilenos como Gabriela Mistral, Alone y María Luisa Bombal[3].

Carolina Geel pertenece a lo que se ha llamado la generación de 1938, escritores nacidos después de 1910. Este grupo posee ciertos rasgos que lo individualizan: por ejemplo, la importancia de la función social del escritor y su esfuerzo por caracterizar al chileno dentro de un complejo momento histórico. Milton Aguilar (1998) en su ensayo sobre la generación, al hablar sobre la novela de la época, hace hincapié en que su narrativa no es un acto de fantasía, pues sus límites están en el acontecer social. Geel se acerca a un grupo de escritoras mujeres que toman ciertos aspectos del neorrealismo criollista[4], al que le agregan una visión femenina que se preocupa de la interioridad psicológica de los personajes y sus relaciones sociales o amorosas. Son escritoras que desarrollan una literatura en la cual aparecen personajes y situaciones, que la sociedad dominante trata de ocultar.

Si tuviéramos que definir su carácter a partir de los estudios y artículos publicados sobre su vida, podríamos decir que fue una mujer adelantada para su tiempo, con una gran necesidad de libertad interior y externa, muy decidida, pero también con fuertes rasgos depresivos, que la llevaban por períodos alegres y otros de gran tristeza. Las críticas a sus obras y su escasa recepción la atormentaban, le hacían sentir que su vida era un fracaso tanto en su intimidad como en el ámbito público. Así entre tantos vaivenes no encontraba la paz necesaria para vivir tranquila, sus dolores físicos y sicológicos la apremiaban más allá de lo que ella podía controlar.

Su existencia transcurría entre su inestabilidad personal, sus creaciones y su trabajo en la Caja de Empleados Públicos y Periodistas, hasta que su vida cambió radicalmente el 14 de abril de 1955. Ese día protagonizó uno de los hechos pasionales que más conmovieron a la sociedad santiaguina, le disparó a su amante, Roberto Pumarino, en el conocido Hotel Crillón de Santiago. A causa de esos disparos el hombre murió. Por ese acto fue condenada a tres años de prisión. No cumplió toda su condena, gracias a la intervención de Gabriela Mistral, quien desde Nueva York, pidió el indulto presidencial para ella, el cual le fue concedido por Carlos Ibáñez del Campo.

Una vez en libertad siguió su labor como escritora y crítica, pero recluida en su casa, nunca más volvería a ser la misma, estuvo mucho tiempo en una profunda depresión, posteriormente publicó dos novelas que tampoco tuvieron una buena acogida, El pequeño arquitecto en 1947 y Huida en 1969. Luego vendría el Alzhéimer, que le borró todos los recuerdos lentamente hasta el día de su muerte el primero de enero de 1996.

El hecho que conmocionó su vida fue el asesinato de su amante. Alejandra Costamagna (2011), explica que las causas que la llevaron a cometer el crimen nunca quedaron claras, la prensa especuló que fue producto de los celos, pues Pumarino se iba a casar con una mujer mucho menor que la escritora, circunstancia que ella siempre negó, pues ignoraba que su novio se iba a casar. Otros artículos periodísticos, la acusaron de buscar publicidad para sus novelas y hacerse famosa con el escándalo que provocaría la noticia de un crimen pasional, muchos catalogaron su acto como una escena cinematográfica de Hollywood. Para Alia Trabuco, en su libro Las homicidas (2019), el crimen de Geel fue catalogado por la prensa como un acto motivado por los celos, el delirio, el amor, pero también se le juzgó por ser una mujer independiente, a quien se la describió como una mujer que no era normal.


3. Las razones para escribir.

Carolina Geel estuvo recluida en el Correccional del Buen Pastor durante un año y medio. Amparada por la Madre Superiora en un lugar protegido sin contacto directo con las presas del lugar.

La escritora contaba con buenos amigos, uno de ellos Hernán Díaz Arrieta, conocido como Alone, importante crítico literario chileno, le recomienda escribir su historia, consejo que luego aparece en el prólogo del texto:

“Escriba, cuente, diga simplemente cuanto sepa: porque, aunque se trate de usted misma, usted no lo sabe todo. Declare su verdad, esa pequeña parte de la verdad total que no alcanza a percibir. Le servirá para explicarse a usted misma su caso” (p.16)

La escritora sigue su sugerencia y comienza a relatar todo lo que ve, siente e intuye que sucede en ese lugar, visto por Alone como un espacio ideal para escribir, alejado de la cotidianidad del día a día, dedicada solo a la introspección y a la creatividad. Sería además un texto novedoso, una novela carcelaria que contaría lo que realmente pasa dentro de una prisión.

Hay otra razón para escribir, la exculpación, el entendimiento del inexplicable crimen por parte de sus lectores:

“Había que dar a luz la obra. No se podía ocultar ese testimonio. Muchas y diversas serían como siempre, las interpretaciones, sin que, por cierto, faltaran las corrosivas; pero existía una relación entre la escritora y el público, y eran numerosos los que tenían derecho a saber, también los que a través de las palabras impotentes, las renunciaciones con la cabeza atónita, entenderían.” (pp.20-21)

Alone, la convence de contar su verdad, de enfrentar a quienes la acusaron de montar un espectáculo, acción donde fue ella una de las grandes perjudicadas.

“Ya había sido acusada de “espectacularidad”, de afán de atraer la atención y aunque resultaba monstruosa, hasta ser cómica, la desproporción, se le atribuyeron los motivos que el joven griego tuvo que cortarle la cola a su can. Había que salvar ese obstáculo. Había que acallar las maledicencias, desarmarlas.” (p.16)

Las palabras de Alone buscaban incentivar a la escritora que estaba dentro del cuerpo de una mujer asustada, sobrepasada por sus actos irracionales, pero con una sensibilidad aguda para relatar lo que veía.

“Más allá del bien y del mal, en una región donde ya casi nadie importa, por una especie de milagro, el instinto de la escritora seguía existiendo y respondía. No para defenderse. Tampoco para acusarse. Para hablar, porque había que hablar. Tenazmente había rehusado ella proporcionar elementos a sus defensores; porque no quería salvarse, porque la absolución y la libertad no constituían una salvación a sus ojos, sino otra cárcel más temible. Pero hablaba, escribía. Desdoblándose en su interior, se contemplaba e iba diciendo. Primero lo que había en derredor, el infierno de la cárcel de mujeres; pero un infierno donde encontró un ángel, una santa religiosa. Después, poco a poco, aproximándose con precaución, su historia personal, algo de sí misma, del caos en que flotaba, de la confusión que la condujo al estadillo.” (p.17)


4. Cárcel de mujeres, una narración de pasión y dolor.

El texto que surgió de su experiencia es difícil de clasificar, es el testimonio de una reclusa en la cárcel, la autobiografía de una mujer que mató a su amante y la ficción de personajes en un lugar infeliz. Un texto dividido en dos objetivos, por un lado describir a las mujeres recluidas en la cárcel y las circunstancias que rodean sus vidas. Y por otra, contar su propia historia, una mujer aparentemente normal que se vio implicada en un hecho criminal, gatillado por sus sentimientos autodestructivos.

La novela se divide en 27 meditaciones sobre el mundo del penal, que según Mora, (1999), establecen un doble juego: uno de carácter religioso, donde la narradora aparece requiriendo la absolución divina; y otro filosófico, para encontrar sentido y conseguir el perdón de los hombres.

No sabemos el nombre de la protagonista, pero sí se muestra como una mujer letrada dentro de un ambiente de mujeres delincuentes. Su narración surge gracias a su poder de observación de las diferentes secciones de la cárcel. Su aislamiento en un lugar separado del resto de las reclusas, le da una visión global, pero subjetiva de lo que acontece en el interior. Mira el destino aciago de mujeres que han llegado ahí por alcoholismo, prostitución, robo o asesinato. Lucía Guerra (2014), hace notar que la narradora asume su posición de receptora intelectual y burguesa para censurar a las presas. Sin embargo, esta perspectiva es socavada por las experiencias mismas generando una contradicción entre lo que ve y los sentimientos que generan en ella esas vivencias.

La cárcel de mujeres está divida en diversos espacios que no conversan entre sí, espacios destinados según los delitos que se han cometido. El pensionado, donde se encuentra la protagonista, está destinado para mujeres que han cometido una estafa y provienen de una clase social acomodada, ellas pueden decidir no salir de sus habitaciones y, por la tanto, no tener ningún contacto con el resto de las reclusas. El patio de las guaguas, donde pueden estar las mujeres que han llegado embarazadas y dan a luz dentro del presidio. A estas mujeres se les permite estar con sus hijos solamente un año, luego viene la terrible separación. El pabellón de las condenadas el espacio general para todas las reclusas. Y el proceso, el lugar de castigo, para quienes han transgredido las normas establecidas.

Pero también la cárcel es un convento dirigido por la Reverenda Madre, quien despierta la admiración de la protagonista, “puede oírse la fina, mesurada, aristocrática voz de la Reverenda Madre que ejerce allí su mandato” (p.23)

Las monjas emergen para la protagonista como heroínas, dignas de ejemplo a seguir:

“Cárcel de Mujeres. Se piensa en ella y otro nombre acude a la mente, inevitable: Congregación de las Monjas del Buen Pastor. Comunidad admirable, rendida a una labor, como pocas heroica. Mujeres cuya pureza de alma es capaz de dar temple necesario para una convivencia diaria y sin tregua con seres que la vida situó exactamente en el cabo opuesto de los mandatos morales. Mujeres de aspiraciones humildes, que dan por bien pagado su duro trabajo cuando el número de delincuentes que acceden a recibir el sacramento aumenta en diez o quince. Mujeres, de raigambre aristocrático frente a otras, para cuya gran mayoría no hay más ley que la violencia.” (p.63)

La protagonista no solo demuestra su admiración, sino también la necesidad de seguir su ejemplo como una forma de expiar su pecado. Ella una mujer agnóstica, busca una salida en la iglesia. Su salvadora es la madre Anunciación, nombre emblemático, que la invita a entregarse a la religión.

“¿Por qué ella me observaba, dulce y con un imperceptible asombro en su rostro? ¿y por qué ese ser tan profundamente, tan diáfanamente religioso, pudo inclinar su afecto hacia mí que no adoraba a su Dios, hecho que no desconocía? Y, pues, día a día, a la oración, ella rogaba fervientemente a su Jesús por mí -¡Por mí!- y al contármelo la pura sencillez de sus palabras me hacía bajar la cabeza. Una noche, sin que nada en mí se resistiera, simplemente, me puse a rezar con ella una oración de mi infancia. Ella rezaba y pensaba en Dios, yo, muy bajo, la seguía y pensaba en mi gratitud hacia ella.” (p.40)

De esta manera, comienza a existir una unión entre ambas, unión social, pues ambas pertenecen a una clase superior, una unión religiosa, al rezar juntas y luego pertenecer al coro de la iglesia. Y una unión de poder, la religiosa era la encargada de poner orden, hacer que las reglas se cumplieran, lo que le daba a la protagonista cierta tranquilidad, porque dentro de la cárcel había una organización que nadie podía quebrantar.

En la cárcel están presentes el amor religioso y el amor carnal. El amor entre las presas, hecho que sorprende a la protagonista, su moral no estaba preparada para enfrentarse a este amor entre mujeres. En este espacio de reclusión y castigo, la sexualidad explota sin límites, violentamente (Girad, 1977), lo que indudablemente fascina a la narradora. Ella mira desde fuera, pero se da cuenta que dentro de la cárcel, el cuerpo femenino desafía las convenciones y busca el amor más allá de lo establecido. Allí en el penal las mujeres son libres de expresarse sin ataduras. Ella observa, las pasiones la seducen, se convierte en una espía de los amores secretos:

“Miré. Las mujeres se detuvieron, pero no descolgaban ropa alguna. Estaban muy juntas y hablaban secretamente. Casi un miedo me cogió y una especie de pudor de que pudiera ocurrir algo por mí desconocido o privado de ellas. De pronto una se inclinó, alzó un poco la falda y extrajo algo, al parecer del rollo de su media. Después ¿qué hicieron con tanta rapidez y qué provocó un breve y apagado quejido de la que no se había movido? Solo vi que juntaban sus diestras, que al separarlas estaban rojas de sangre y que sin duda pronunciaban palabras sacramentales de un juramento inviolable. Luego, ¿se besaron ellas? No sé. La luz abandonaba por segundos el Patio y solo vi sus cabezas fugazmente juntas.” (p.54)

Lucía Guerra (2014), expresa que en Cárcel de mujeres, se elimina el prejuicio sobre el lesbianismo, por el contrario esas historias hacen reflexionar a la narradora sobre el amor. Uno de esos ejemplos es el personaje de Adelaida, quien mata por amor, para volver a reunirse con su amante reclusa.

“La prisión impuesta para Adelaida tocaba a su fin. Todos los días se quejaba, plañidera, de que no tenía adónde ir, esperanzada en que se le ofreciera quedarse, más las monjas guardaban silencio. La Adelaida tuvo que partir. El mismo día se empleó de sirvienta. El raro amor que la impedía. ¿Qué ancestros de paroxismo sanguinarios desencadenó en ella? Al llegar la noche consumó lo más horrendo, porque descargó su hacha y su locura sobre el cráneo de una mujer dormida. Después huyó, más cuidando de ser descubierta sin gran trabajo. La Adelaida había cumplido su obsesionado anhelo, volver y de nuevo, amar.” (pp.36-37)

Como dice Diamela Eltit en “Mujeres que matan” (2000), la protagonista entiende el lesbianismo no como una opción, sino como una única alternativa, que se les otorga a las mujeres, es una sobrevivencia afectiva frente a la realidad carcelaria.

Siguiendo las ideas de Michel Foucault en Vigilar y castigar (2015), se puede decir que la protagonista tiene una mirada panóptica, es una visión poderosa y omnipotente que observa los sucesos de la cárcel, sin ser vista por nadie. Ella mira, clasifica, juzga, narra las acciones de sus compañeras, sin ser juzgada por las mujeres que la rodean. Sin embargo, aunque ella no lo sepa, lo que vive en la cárcel también le llega, los amores prohibidos de las presas le hacen recordar a su amante:

“Y viene un recuerdo. En el Hotel Miramar, de Viña. Existe una piscina formada entre rocas, que llena y desagua el propio mar. En cierta época del año, si uno baja hasta ahí, cuando cae el anochecer, halla un espectáculo cuya belleza entra en la memoria para siempre. Descendí con él lentamente en zigzag y nos quedamos de pie junto a aquella piscina mirando el obscuro crepúsculo en la lejanía. De pronto los ojos bajaron y la belleza de aquello se entró inesperada hasta el mismo corazón.” (pp.83-84)

Los recuerdos se desencadenan, comienza a evidenciar los hechos que gatillaron su propio delito. El comentario de una de las reclusas sobre la llegada de una asesina, despiertan en ella esos momentos que buscaba ahogar en la soledad de la cárcel. El relato es desordenado, se articula en torno a la confusa situación de locura temporal que la narradora esgrime como causa del asesinato de su amante. Ni siquiera acepta que la causa fueran los celos, pues el novio planeaba su casamiento con otra mujer más joven. No fue un crimen pasional, fue tal vez una totalidad de hechos funestos en la vida de la protagonista, entre ellos la falta de un padre.

“Si hubiese podido cultivar yo un sentimiento maternal, ése que dicen sentir muchas mujeres hacia el hombre, ¿nos hubiese salvado? Pienso que sí, ya que las cosas sucedieron bajo un sentimiento contrario, es decir, siempre la imagen del hombre estuvo en mí contenida en la idea del padre que perdí y no conocí.” (p.85)

Como nos dice Llanos (2005), el testimonio de la narradora busca instalar la idea de que ella solamente tuvo un momento punible, que fue producto de un amor incomprendido y las acciones de su amante que la hicieron sentirse acorralada hasta llevarla a la locura. La locura transitoria fue la verdadera causa del homicidio. No hubo un móvil, ni planificación, hubo una serie de situaciones que desencadenaron el disparo.

“Pero es necesario saber que todo esto es solo una fase, porque hubo instantes muy extraños, instantes que precedieron. La mañana en que él fue a comunicarme la muerte de quien lo dejara libre para unirse a mí, o sea un mes y veintidós días antes, ocurrió que el momento en que hablaba, el aparato de radio transmitía una música coincidente hasta lo supersticioso y absurdo, es decir, la marcha nupcial de Mendelssohn. Ambos percibimos y ambos callamos, pero en la fracción de un instante me cogió la angustia de que aquella música entraba en la muerte o emergía de ella.” (p.81)

En el texto, matar se vuelve parte de un destino que la llevaba por un camino inexplicable, incluso desde el comienzo esa relación se había iniciado en torno a una pistola y el deseo de la protagonista por tener una.

“Hace seis años. Un portero de mi oficina fue a ofrecerme un revólver usado. Era muy fino y valía entonces varios miles; en el momento no los tenía; el hombre estaba urgido y lo vendió a otro. Me quedé con un renovado deseo de tener uno. Dos días después leí un aviso de venta en el diario. Resolví ir a verlo, pero cuando salía a ello desde la oficina, pensé que yo no entendía de armas y podría comprar quizás qué. Tenía yo cuatrocientos compañeros hombres, de modo que decidí pedir a alguno que me acompañase. En ese momento entró él a mi oficina, precisamente él.” (p.101)

Su amante era entonces parte de esa coincidencia de acontecimientos que la llevaron a atacarlo, era parte de su amor. La protagonista no puede escapar, hay una suerte de fuerzas superiores con leyes desconocidas que la acercan a su crimen. En su relato no hay un sentimiento de culpabilidad, su tarea es contar cómo sucedió, que fue producto de energías incontrolables. Sus palabras demuestran este descontrol.

“Dos días antes salí a la calle a tres cosas, que entre sí poco tenían de común en su apariencia: a comprar un remedio, a averiguar cuándo podría partir en tren a Mendoza, ya que mi proyecto consultaba el viaje a Buenos Aires por tierra para conocer la cordillera y la pampa, y a comprar una pistola o revólver.” (p.99)

El día mismo en que salió a encontrarse con su amante, ella sentía que la vida se acababa, que iba en busca de su propia muerte, sin embargo, su mente la traicionó y desencadenó la muerte del otro.

“¿Iba yo ciertamente al encuentro de mi muerte? La libertad de morir había sido cultivada, meditada por mí desde muchos “estados”, es decir. Era ella la reserva delicada de las tristezas que trajeron los años, el acto simple de una soledad impenitente, la decisión justa que resultaba de una incapacidad casi patológica de estar entre los seres, la meta natural de esa grave y constante angustia de no servir para nada, ni para nadie.” (p.106)

La autocensura de la protagonista, deja los hechos en la nebulosa, los sucesos no contados corresponden a lo que Molloy (1996), muestra como una característica de las autobiografías, donde los silencios apuntan a lo que no puede contarse. Después del asesinato viene una suerte de enajenación, donde se borran todos los recuerdos. La narradora deja ver que es un sujeto femenino contradictorio, acechado en un mundo hostil, que la obligaba a entrar en un matrimonio, del cual ella se rebela, seguir esa relación que si bien la había hecho feliz, no era lo que ella buscaba para su futuro, sabía que más tarde se sentiría prisionera: “Porque todo el bien que él pudiera darme no alcanzaría a desplazar la espantosa miseria moral que el matrimonio llega a infiltrar en los seres” (p.81)

El delito criminal en el texto se muestra como una infracción que borra los límites entre ficción y realidad. En Cárcel de mujeres se une la realidad del crimen con la ficcionalización del yo (Llanos, 2005). La pasión femenina se une al crimen, como muestra Josefina Ludner (1999), esa mujer que mata es representada como una delincuente que se subleva en contra de lo establecido por un estado normativo y castigador. Por medio del crimen (Huízar, 2007), la mujer como asesina, se hace visible en una sociedad donde su existencia es invisible. En este momento, ella es percibida como una identidad subversiva a la hegemonía dominante.

La novela tuvo una positiva recepción tanto en la crítica como en el público. Podría decirse que es el texto que más relevancia ha tenido de todos los que escribió Carolina Geel. Alone en el mismo prólogo lo elogia:

“Es una manera entregada, sin rodeos, sin armas; la dignidad de la actitud, la elevación del tono, la justeza de los rasgos presentan algo sonambúlico; diríase que la autora ha escrito llevada de la mano, con los ojos vendados. La música delicadísima que a cada paso alza un problema no hace sonar una sola nota desacorde” (p.19)

El crítico que la convenció de escribir, luego también se da cuenta del valor del texto.

Diamela Eltit, que agrega un breve ensayo en una de las últimas ediciones del texto, resalta el carácter fragmentario, que hace difícil clasificarla en un género literario concreto. Resalta también el papel de la narradora, que se eleva y mira todos los acontecimientos desde una ubicación elevada y privilegiada. Finalmente Eltit nos dice:

“Estamos frente a un libro minoritario, prácticamente único. Ya sabemos que son incontables las mujeres que asesinan a sus amantes, incontables también las mujeres que escriben. Pero Cárcel de mujeres es más que eso: es la materialización de una estética inteligente e implacable. Es también la posibilidad de internarse por el trazado literario alojado en la creatividad de una mente asesina.” (pp.12-13)


5. Conclusión

Cárcel de mujeres fue una ruptura en la novela chilena, primero al mostrar a una narradora asesina, que rehúsa casarse con su amante y producto de esa situación límite comete un crimen pasional. El acto es relatado en forma fragmentaria, con recuerdos que se presentan como fotografías. En segundo lugar, se describe un sitio vedado para el común de los ciudadanos, un espacio que funciona como una metáfora de las limitaciones sociales y sexuales de las mujeres, un espacio que también permite una liberación de los sentimientos y la expresión sin pudores de la sexualidad. Irónicamente el penal permite a las mujeres vivir sin las restricciones sociales impuestas por el deber ser.

En la cárcel ella encuentra la paz, la posibilidad de contar su verdad, liberarse de las culpas que acorralan a una mujer destrozada por sus actos. Mirado utópicamente es donde podrá escribir en calma y conocerse a sí misma a través de la palabra.

Carolina Geel desaparece en una narradora observadora, que hace comentarios y juzga el actuar de las otras presas. Muestra también la dificultad de escapar de los discursos sociales imperantes, ella está por sobre esas mujeres delincuentes, su educación, su clase social la salvan de la barbarie que ve en sus compañeras, compañeras a las que mira, pero no comparte con ellas.

Dentro de la historia de la literatura chilena, Cárcel de mujeres presenta por primera vez la experiencia carcelaria femenina y las transgresiones que se producen en este sitio. La novela emerge como un texto inusual, por su temática, el crimen pasional; su hibridez genérica, una mezcla de testimonio y ficción; por la descripción desgarrada de la prisión y sus habitantes mujeres.

Cárcel de mujeres es un detallado estudio síquico y catártico, y a la vez se convierte en un valioso análisis de una comunidad olvidada y silenciada en la sociedad de esa época: las mujeres lesbianas. Lucía Guerra (1987) habla de un feminismo implícito que significa una toma de conciencia de los problemas de la mujer, aunque no se logre formar una base teórica.



Agradecimientos Esta investigación ha sido parcialmente financiada por Grant — in - Aid for Scientific research (C)
de la Japan Society for the Promotion of Science

 

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Notas

[1] Alone, cuyo verdadero nombre es Hernán Díaz Arrieta (1891-1984), es un reconocido crítico literario chileno. Desarrolló su actividad durante 60 años en diversos periódicos y revistas, siendo su “Crónica literaria” de El Mercurio, la que le otorgó un gran prestigio. En 1954 publicó su más renombrado texto, Historia personal de la literatura chilena, luego vinieron otros como: Leer y escribir, El vicio impune (50 años de crónica literaria) y sus memorias en Pretérito Imperfecto. En 1959 obtuvo el Premio Nacional de Literatura.

[2] Escritoras como María Luisa Bombal, Marta Jara, Carmen Alonso y la propia María Carolina Geel.

[3] María Luisa Bombal (1910-1980), escritora chilena que también protagonizó un intento homicida, muy publicitado por la prensa. En 1941, en el mismo hotel Crillón, disparó tres veces a Eulogio Sánchez, su gran amor no correspondido. Eulogio quedó herido y no levantó cargos contra la escritora, a quien se le acusó de actuar con la facultad mental alterada.

[4] Cedomil Goic en Novela Chilena: los mitos degradados, hace referencia a una nueva generación que muestra una sensibilidad especial para representar la realidad. Por su parte, Hugo Montes y Julio Orlandi, agregan el término criollista, por su interés en mostrar lo nacional.

 

 

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Referencias

-Aguilar, Milton. 1998. “El proceso creativo de la generación del 38”. Simpson 7. Revista de la Sociedad de Escritores de Chile. Anuario 1998. pp.23-35.
-Costamagna, Alejandra. 2011. María Carolina Geel. Cinco balas y un día. El Mercurio. Santiago de Chile 10 de febrero de 2009. pp.28-32.
-Díaz Arrieta, Hernán. 2000. “Prólogo” Cárcel de mujeres, Santiago, Editorial Cuarto Propio.
-Eltit, Diamela. 2000. “Mujeres que matan” Cárcel de mujeres, Santiago, Editorial Cuarto Propio.
-Eltit, Diamela. 2000. “Mujer frontera y delito” en Emergencias: escritos sobre literatura, arte y política. Santiago, Planeta/Ariel.
-Foucault, Michel. 2015. Vigilar y castigar, Madrid, Siglo veintiuno editores.
-Geel, María Carolina. 2000. Cárcel de mujeres, Santiago, Editorial Cuarto Propio.
-Guerra, Lucía. 1987. “La problemática de la existencia en la novela chilena de la generación de 1950”. En Texto e ideología en la narrativa chilena, Minneapolis. The Prisma Institute.
-Guerra, Lucía. 2014. Ciudad, género e imaginarios urbanos en la narrativa latinoamericana. Chile, Editorial Cuarto Propio.
-Girard, Rene. (1977) Violence and sacred. Traducción Patrick Gregory. Baltimore: The Johns Hopkins University Press.
-Huízar, Angélica. (2007) “Con el cuerpo y la pluma: desafío panóptico del lesbianismo en Cárcel de mujeres de María Carolina Geel”. Revista de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico. Vol. XXXIV (pp.43-54)
-Ludmer, Josefina, (1999) El cuerpo del delito. Un manual. Buenos Aires, Libros Perfil.
-Llanos, Margarita. 2005. “Pasión que mata: Cárcel de mujeres de María Carolina Geel”. En Signos literarios 2, julio-diciembre 2005. Páginas 127-133. Disponible en:
https://signosliterarios.izt.uam.mx/index.php/SL/article/view/178
-Memoria chilena. María Carolina Geel. (1913-1996) Disponible en: http://www.memoriachilena. gob.cl/602/w3-article-743.html
-Mora, Gladys. 1995. “María Carolina Geel (1913-1996)”. En Escritoras chilenas. Ed. Patricia Rubio. Volumen III. Santiago, Cuarto Propio.
-Molloy, Sylvia. 1996. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica. Traducción de José Esteban Calderón. México, Tierra firme.
-Trabuco, Alia. 2019. Las homicidas. Santiago de Chile, Penguin Random House Grupo Editorial

 


 


 



 

 

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