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María Carolina Geel

Por Gustavo Dueñas Dueñas
Publicado en La Nación, Santiago. 1 de enero de 1956



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Fuimos a la casa que está a cargo de las Monjas del Buen Pastor, en calle Lira, porque, desde que estas entrevistas aparecen, hemos estado recibiendo numerosa correspondencia y llamados telefónicos, entre los cuales, tal vez una mitad del total, se dedican a insinuar que visitemos a María Carolina Geel. Como si fuera poco cuanto se ha ocupado de ella la prensa de todos colores desde que esta escritora cayó en desgracia. Pero el gran público es así. Está hambriento de sensaciones, y no le importa saciar su hambre comiendo del pasto del escándalo, si puede encontrarlo en los recovecos inescrutables de una mentalidad que venía señalándose ya como poco corriente en el sencillo mundo santiaguino.

Los libros de María Carolina fueron arrojados a las vidrieras por los libreros, a partir de aquella tarde de la desgracia, y el gran público los arrebató. Si ahora se busca alguno, no se encuentra nada. ¿Están contentos los curiosos insaciables? Por el contrario, ahora quieren saber qué dice "ella" y no sus libros. Por ello, las cartas a este periodista que viene desde hace algunos meses dedicándose a contar lo que le dicen nuestros escritores, cómo viven, cuál es su ambiente íntimo, qué han hecho y qué van a hacer. Decidimos, pues, darles en el gusto, y aquí va el resultado.

Premunidos de una colección de los últimos números de este Suplemento Literario de LA NACION, y unas cuatro letras de saludo, solicitando unos minutos de conversación con la escritora, llegamos a la Casa del Buen Pastor. Suponíamos que, tal vez, ella bien pudiera no haber leído las entrevistas anteriores y, a fin de que no temiera dejarse entrevistar, le hicimos llegar lo publicado. Su alma debe estar dolorida, su espíritu, conturbado: exponerse, así como así no más a la curiosidad pública, lo encontramos muy difícil de realizar por una persona de la inteligencia de Carolina. Y así ocurrió. Tras una espera en la portería, la pálida hermana portera nos trajo la esquela que reproducimos: "María Carolina saluda al señor Gustavo Dueñas y lamenta de veras no poder concurrir a la entrevista pedida. Sin embargo, confía en que el señor Dueñas ha de dar a esta negativa una justa interpretación". Y como queremos darle una justa interpretación y atender este ruego de una dama que pasa por los más amargos instantes de su vida, ocupamos el espacio de este domingo con ella, y no para satisfacer la curiosidad de tantos y tantos que nos han escrito y telefoneado.

Su nombre real, en la vida civil es María Silva Jiménez, nada extraordinario hay en su aspecto, es una mujercita baja de porte, la vimos una vez en cierta oficina donde trabajaba para ganarse la vida, alguien nos dijo: "esa es la escritora fulana de tal; y nada más". Y henos aquí, plantados en la puerta ancha del penal, con su carta en la mano. Pasa un taxi y lo hacemos detener y rápido, le ordenamos que nos lleve a la Biblioteca Nacional. Había que leerla. Pedimos sus libros, porque los libros dan alguna luz sobre la personalidad de quien los escribe. Sólo Dios hizo el mundo de la nada; los escritores tienen que haber vivido para que, ayudados de su fantasía, puedan crear. Ahora bien, esta vida vivida puede haber estado viviéndose en el segundo yo de cada cual, y en ese segundo yo hay reminiscencias, arrastres del pasado, ancestros, que un día se revelan para bien o para mal, empujados por las influencias del realismo. Los personajes de las obras de esta escritora están todos teñidos de colores extraños, y una como preocupación permanente de ella, por escudriñar sus inquietudes y explicarse sus anomalías y darlas a conocer, nos dan una pauta, nos dan qué pensar. Porque una niña, nacida en nuestro medio, no puede llegar a profundidades, a inquietudes tales como a las que llega con su personaje central de la novela "El Mundo Dormido de Yenia", por ejemplo, quien "busca reminiscencias de placenteras y dispersas emociones que quizá fuera posible renovar", porque ya. "había experimentado otros sutiles y escondidos goces", ¿cuáles?, "como el verificar, cuando desperté, y por la calidad de la luz en las paredes, que habría fiesta de sol por las calles; en mi memoria, a medias libre de los sueños de la noche, multiplicábanse las mañanas de pasadas primaveras y nacía de ello el placer de volver a efectuar idénticas acciones". Así vivimos todos, soñando después de haber soñado, soñando en realizar lo soñado.

María Silva Jiménez ó María Carolina Geel, había encontrado un hombre bueno, justiciero, libre, que le habría prometido ser su esposo. El parece que empezó a desviarse del camino prometido. Se hizo la sombra en las conciencias, se obscureció el pequeño mundo de las esperanzas y las reminiscencias y los ancestros, a impulsos de la desesperanza, comenzaron a obrar, hasta llegar el instante en que una sola gota basta para que empiece el derrame de la tranquila taza de leche, y estalló la tormenta y la tragedia fue. Podríamos citar aquí, innumerables párrafos en que "La Teología que enseña la creencia en Dios y en la vida futura; el Derecho que representa la aplicación de las leyes y costumbres codificadas, antiguas y nuevas; la Medicina que es un arte, dicen, el arte de curar al hombre enfermo. En el nacimiento de cada una de estas tres ramas de la actividad humana se encuentra un sentimiento y una noción adquirida. Pero, las modernas opiniones en la cuestión sexual, están, desgraciadamente, aún, como en la cuestión del alcohol, demasiado ofuscadas por los prejuicios, la fe en la autoridad y la influencia indirecta de las doctrinas de la moral religiosa" (Forel). Así, pues, pensamos que como todo pasa, debemos dejar pasar esta preocupación pública por el caso de la escritora, que, ante todo, es una mujer, tan llena de barro como cualquiera, porque el barro lo traemos desde siempre y que lo pasemos lo mejor posible sin que él se nos note, ni a unos ni a otros. Por estos días en que el mundo recuerda el nacimiento de Aquél que instituyó el perdón de los pecados, doblemos la hoja de este suceso, y que las "comadres" (la mayoría son mujeres, no hay peor cuña que la del mismo palo) que tanto nos han escrito pidiéndonos nos ocupáramos de él, registren su propio barro, a ver si encuentran allí su primera piedra que poder tirar.




 



 

 

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Publicado en La Nación, Santiago. 1 de enero de 1956