Proyecto Patrimonio - 2021 | index |
María Carolina Geel | Autores |













Cuatro imágenes del eros en María Carolina Geel

Por Mario Espinosa
Publicado en Cuadernos Americanos, N°3, mayo-junio 1966



.. .. .. .. ..

Como ya les explicaba a algunos cronistas literarios, con motivo de la aparición de Soñaba y amaba el adolescente Perces, novela de María Carolina Geel,[1] las obras de esta escritora tienen extraordinaria unidad que no se ha querido ver y apreciar en su valor, aun cuando se le ha prodigado elogios por separado a cada una.

La autora misma desconocía esta vinculación entre sus escritos. Cuando publicó Soñaba y amaba el adolescente Perces y tuve el placer de conocerla y augurarle que escribiría una cuarta novela sobre el tema del amor de un hombre adulto, se extrañó y me aseguró que no pensaba hacerlo. Pero lo hizo, como de seguro escribirá una quinta historia sobre el mismo asunto —en mujeres solas e inadaptadas, según preludió en "Cárcel de mujeres", boceto apresurado de una obra inconclusa.

Ese tema, tan cuidadosamente trabajado por la escritora, es la vida de Eros, es decir, el mundo de relación amorosa, particularmente entre hombres y mujeres. Pero ese Eros tiene, en el caso de ella, la singularidad de que está examinado desde el punto de vista de una mujer chilena.

El hilo invisible o conjunción que une las cuatro novelas primeras de esta autora es el amor, el estudio y descripción del nacimiento, desarrollo y contextura del sentimiento amoroso en cuatro personas. Constituye una suerte de retrato de esta clase de sentimiento.

No agota el tema. Ya dije que tiene el punto de vista de una mujer chilena en la primera mitad del siglo veinte. Y no de cualquier mujer chilena, sino una de clase acomodada. Es, por tanto, una visión ideal y estilizada. El amor a que ella se refiere es el que permite su sociedad o el que acata y tolera esa sociedad. Quizás por ello no hay crudezas en sus novelas, salvo raros pasajes donde ésta es relativa.

Los personajes

Los personajes de María Carolina Geel son "gente bien", gente sin preocupaciones económicas o materiales urgentes, con cierta libertad natural de movimientos e individualidad en sus actitudes. El mero subsistir no les estorba. Tienen, entonces, libertad aun en lo accesorio de sus vidas. La pura relación, pues, no se ve entrabada en ellos a cada momento y permite ser descrita en sesgo y detalle. Las relaciones tienen aquí cabal desarrollo. Las alternativas de las vidas de los personajes emanan hasta cierto punto de ellos mismos y no son producto de la coerción producida por la satisfacción de necesidades obligatorias de subsistencia.


La técnica

María Carolina Geel observa, cabalmente, la perfección y mayor belleza del amor para cada edad. El amor es para ella la más humana, profunda y heroica actividad o realización de los seres. Nada sino el amor capta su interés. Lo observa, además, en su perfección y generalización para cada edad, no en sus defectos o detalles más morbosos. Las novelas que escribió son, en consecuencia, estetizantes y estáticas, porque carecen de acción, del elemento épico de la novela. No conducen a moraleja alguna acerca de las actividades de seres, como no sea a la exacta manera o forma del amor en aquellos cuyo es el erotismo descrito. Su examen de la situación vital termina allí, ni más ni menos. Sus novelas son retratos y no historias con principio y fin de una actividad externa, solamente somática. El principio y fin ya lo sabemos por adelantado: del yo al tú, de un sexo al otro, del narcisismo o el egocentrismo, al amor físico, a la percepción de la complejidad del universo o de la soledad. "Toujours la chose sexuelle" como oyó decir Freud a Charcot, su maestro.

Hasta tal punto valora la escritora estos elementos y desdeña los demás que, amén de darse un seudónimo con reminiscencia de algo ajeno al país chileno, evitó situar la acción en lugares o situaciones geográficas determinables (excepto en el primer libro, donde vagamente alude a la ciudad de San Juan). Soslayó, asimismo, caracterizar a sus personajes con nombres comunes, indiferentes; los nomina de modo que se conviertan en arquetipos, símbolos permanentes, para lograr mejor lo estético universal. Es, en sus cuatro novelas, una constante, no un accidente. Todo lo que sea preocupación que no diga vínculo o relación erótica ha sido eliminado de sus escritos. Los personajes, como las novelas o retratos, son cuatro:[2] una adolescente (Yenia), una mujer adulta (la del "estío femenino"), un adolescente (Perces) y un adulto (Joseh). He aquí cuatro edades de la vida humana, cuatro puntos cardinales del amor, cuatro estaciones del instinto, todos paralelos, equidistantes, correspondientes.


"El mundo dormido de Yenia"

EL título anuncia ya, de algún modo, el contenido: mundo dormido, vale decir, no consciente, no objetivo. Yenia, nombre insólito proveniente —es posible— de Xenia o genio, lo cual, no olvidemos, tiene su raíz latina en engendrar. Existe una voluntariosa ambigüedad entre ellos. Más adelante, un epígrafe de Nietzsche despierta la curiosidad, primero, y si se está informado de la vida de la autora, produce escalofríos: "Amar y desaparecer: he aquí cosas aparejadas desde la eternidad. Querer amar es también estar pronto a la muerte"[3].

Se trata, pues, de una historia de amor, pero no de una historia de amor rosa, como se dice vulgarmente, una más, sino del auténtico Eros, de aquel hermoso dios griego, hijo del hambre y la abundancia, que siempre une los polos opuestos.

Una breve introducción nos dice que estos papeles de Yenia fueron encontrados en un cajón, mientras ella, tras un extraño matrimonio, está en Europa, al igual que su primo Alejandro.

Sabemos el fin de la historia de antemano. Fijémonos en sus detalles.

Yenia nos acerca de súbito —en primera persona— a sus problemas íntimos: "La extraña sensación se renovó exactamente cuando me acercaba... Me perseguía desde que tuve conciencia. A los siete años la identifiqué...". Esta personita introvertida nos aclara de qué se trata: "...Dios y el diablo, el cielo y el infierno. Al principio aparecía el anochecer... Mi carácter se curvó por muchos años sobre la atmósfera que expandía mi mundo reconcentrado..., alcanzando cada vez menos la superficie de mi razón".

Yenia no puede salir de sí y cumplir su misión en la existencia: en ella, en su mente, lucha lo racional y lo instintivo, sin ponerse de acuerdo, y esta lucha la encierra en sí misma.


Dos personajes

Este mundo ambivalente se proyecta pronto en dos personajes que "representaban un distinto clima lleno de misteriosas sombras".

Uno de ellos es Hans: "Era una voz profunda y joven. Y él era en mí algo enredado. Desde luego, siempre que lo miraba, concluía que él era cabalmente bello. La línea de su nuca a sus hombros, la forma de sus espaldas, sus piernas largas y poderosas bajo su pantalón, su andar flexible, todo él se conformaba maravillosamente a una emoción de belleza que yo consignaba al hombre". Pero la razón, a través de la voz de su tía, dice: "No es un hombre buen mozo; es muy rudo y además no tiene tipo latino". Y Yenia añade: "Justamente, eso era lo que cogía mi atención: era rudo, salvaje y parecía nacido de una raza que nunca tocó la mía. ¿Me gustaba? No lo sabía aún. Únicamente verificaba que su presencia producía siempre un desquiciamiento en mi ánimo". "El, un desconocido, era poderoso, podía ser rudo y yo debía soportarlo. Buscaba los mil modos de humillarlo, de decirle algo terrible. Pero tampoco eso le dolería. ¿Dónde, dónde era él vulnerable?".

En el exótico y exquisito mundo de María Carolina Geel, Hans (Juan) es el hombre terrestre, rudo, poderoso, que hasta entonces nunca afectara su ser y su libertad. Sabemos cuánto significa ello para una doncella. En él proyecta la protagonista de El mundo dormido de Yenia cuanto hay en su naturaleza de primitivo y de animal. Como es lógico en su medio, desea domeñarlo, reducirlo, darle las formas de lo permitido.

Alejandro, el primo de Yenia, es el otro: es lo conocido, es moreno, tiene nombre helénico al igual que el perfil. "Allí entre sus brazos las cosas se aquietaban, parecíame que nunca me alcanzaría el mal. Y dábaseme él sin limitaciones, claro, entero, con una suerte de sutil pureza...". Sin embargo, Yenia sabe que "...en lo hondo de mis venas el eco de una voz me llamaba... Y estatuario, él (Hans) se erguía como un dios en el fondo de las inquietudes y el ansia...".


La Decisión

Los elementos del juicio están perfectamente bien definidos. Ellos son Dionisio Phallus y Apolo, el mundo del goce sexual y el de la razón, y, entre ambos debe escoger la protagonista, entre ambos debe actuar, casarse, procrear. Naturalmente, para el medio de la autora, gana la razón. Pero el atractivo de Yenia ha operado su hechizo: "Entre quince pudieron reducirlo. Lo golpearon hasta que su cerebro refluyó hacia el sombrío pozo mortal de su sangre caliente. El no estará más". Tal sucede con el instinto puro personificado en Hans. En cambio: "En el perfil helénico de Alejandro se marcaría la exaltación del instante sexual salvado más acá de lo espurio".

Después, nos dice el tío: "casó con un viejo inglés riquísimo que la pasea por todos los mares".


"Extraño estío"

En la obra de este título, los personajes no poseen nombre propio. El "estío" a que alude es la imagen de la madurez de una mujer sin nombre, como sucede en los sueños ciertas veces o en alguna novela de Kafka. La causa de tan singular narración: he aquí una dama y su atractivo expresados en términos de adultez femenina en Chile. La obra recuerda de pronto a Henry James, a Virginia Woolf. ¿Quién es el personaje? Es una ola de libido, de erotismo que se agita, como en la primera frase del libro: "Brusca, impetuosa, desproporcionada, estalló la ola mucho más allá del límite rayado por la marea en la arena, y la mujer que abrazada a sus rodillas mirara tanto tiempo el suave flujo y reflujo de las pesadas aguas casi metálicas, saltó incorporándose asustadísima y negándose en toda su piel a ser mojada".

Como en el caso de Yenia, esta mujer vacila: hay un marido e hijos; hay, asimismo, un atractivo que hacer valer, un poderoso instinto que se cuela en la vida de ella misma y la de los otros.

El estilo, más que ninguna otra cosa, caracteriza a la obra. El estilo se adapta al personaje, a esa informe ola de libido que avanza más allá "del límite rayado por la marea en la arena" del agua sexual en la existencia. Hay en el estilo de María Carotina Geel —en esta obra— una como vacilación de las palabras, de las frases, una como incitante provocación de corregir su ritmo, como si deseara que una recia y tierna mano masculina ordenara con ternura sus imágenes, para darles un sentido más claro.

Diversos personajes —todos innominados— aparecen y desaparecen con curiosa coquetería en este "estío": incluso un monje, dos mujeres y un tal "S" —deseado desde siempre—, cuyo nombre dibuja la mujer constantemente en la arena de la playa. Un temblor de tierra precipita un tanto las nebulosas vaguedades de su conciencia. Cuando viene el momento vital de sobrevivir ella corre en busca del hijo. Fuera de él sólo quedan la soledad y la estabilidad. El personaje de sus repetidos sueños, "S...", ése o aquél, quizás la idea de la masculinidad o de dios, adviene también sin encanto ni interés. He aquí por qué ella se da cuenta de que ya no hay motivo para divagar sobre su atractivo, ni para recogerse en sí misma. Su mundo, tan cerebral y sutil, se reparte ahora entre el hijo, el impersonal amor y la entrega física en el marido (en la escena final de la obra, antes de la coda). Sólo le queda para ella misma la soledad, nada más. La fidelidad conyugal queda establecida en principio indeleble. Una vez más, Eros, el inquieto dios, que se mueve entre el desenfreno y la razón, como en El mundo dormido de Yenia, queda encasillado en lo objetivo necesario, lo razonable y práctico.


"Soñaba y amaba el adolescente Perces"

Esta obra —novela corta— no es, simplemente, la historia anecdótica del encuentro de un muchacho con el amor —lo que parece ser y entre otras cosas es— sino también una verdadera y completa alegoría acerca del nacimiento y despertar del Eros en sí mismo.

¿Dónde vive Perces? En un subterráneo —o caverna, como corresponde al mito platónico— oscuro (¡extraño lugar para un niño rico!), como un vientre materno, donde se ocupan de él tres tías solteronas que son como las grandes madres que tejen y destejen el hilo de la vida. De allí parte en su viaje hasta el encuentro con el gran dios sol que da luz y calor universales (léase conciencia y amor).

La historia comienza, de toda evidencia, en su propia piel, en su existir físico, como en todo adolescente narciso: "Mi estatura había alcanzado ya un metro setenta, y por aquellos días era yo extraordinariamente delgado. Desprendíame como una cábala de misterios recónditos y agitaciones sombrías, del mundo de la adolescencia. El proceso me desgarraba hasta enloquecer y mi timidez acentuábase acosada por tanta inquietud inconfesable y tanto anhelo vergonzante, temblando en lo hondo si era tocado por cualquier detalle del cual partían, de súbito, posibilidades de hechos que esperaba y no llegaban a producirse. Pero a veces languidecía...". Nuestro amable Perces enferma.

No hay detalle u observación perdidos en este libro encantador.

¿Por qué demonios el protagonista se llama Perces —nombre inusual— o Perses? Nada más sencillo: el protagonista, o si se quiere antagonista, de Los trabajos y los días del poeta idílico griego Hesíodo lleva ese nombre. El hermano recrimina al ocioso Perses por holgazán. Se parece al personaje de que hablamos aquí: "¡Oh Perses, raza de dioses!, el hambre es la compañera inseparable del perezoso". "¡Te haré excelentes advertencias, insensatísimo Perses!, en la tarea que los dioses destinaron a los hombres...". Tales son la frases de Hesíodo. ¿Cuál es la tarea de nuestro Perces particular? Es erótica, como veremos enseguida.

Este Perces de la "nouvelle" de María Carolina Geel es, naturalmente, según dije al comienzo, hijo de un Patricio y de una Florencia. Las tías —tres grandes madres que tejen y destejen el hilo o Eros de la vida— se llaman (es casi obvio): Margarita, Flor y Violeta. El número místico de tres se ha cumplido, porque ha muerto la cuarta. De la sepultura de ella nace y vuela un gran pájaro esbelto. Esta ave fúnebre, fálica y agorera, marca también la crisis de Perces.


Dos paradigmas

Cuando Perces o Perses sale de su crisis o enfermedad, dos nombres griegos aparecen más claramente en su vida: Cristias (o Critias) y Ulises. ¿Quiénes son estos amigos suyos? Son dos aspectos de su propio Eros: Cristias o Critias (menos eufónicos), el narcisista introvertido y ambiguo; Ulises, el Eros triunfador y heroico, amante de lo femenino, vencedor de monstruos cavernarios y de sirenas.

Como Ulises y su historia son símbolos conocidos, veamos más bien el otro.

"Piénsese en Critias, el caudillo sin escrúpulos de la reacción, convertido más tarde en 'tirano'"[4] "...Sin embargo, el concepto corriente de la justicia no podía ser otro que el de la conducta correcta y legal y para la masa el motivo capital para la observación de la ley era el miedo al castigo. El último pilar de su validez interna era la religión. Pero pronto, el naturalismo la criticó sin reservas. Critias, el futuro tirano... declara en plena escena que los dioses son astutas invenciones de los hombres de estado...".

"El gusto refinado del tiempo gozaba de un modo particular con la mezcla de los géneros literarios y con las finas transiciones..., recuerda una frase del poeta y político contemporáneo Critias que decía que los hombres eran más atractivos cuando tenían algo de mujer y las mujeres cuando tenían algo de hombre".


Dos bellas flores

Con Violeta, sumisa tía, una de las tres, humilde flor de las profundidades de su subterráneo, aprende nuestro Perces el amor. Lo comparte ambiguamente con Cristias. Pero cuando encuentra a Malva, su prima, bella viuda, la ama, y ella le ayuda a salir de su incierto estado erótico. No en vano la enciclopedia nos advierte que malva es, al tiempo, bella flor y planta medicinal. Dice Perces: "Posteriormente a mi enfermedad, no sólo había recuperado mi complexión, sino la había superado, y en aquel momento en que Malva puso sobre mí sus ojos almendrados, me encontré con una increíble seguridad respecto a mi vigor frente a ella, y sin saber yo mismo cómo podía ocurrir, estaba envolviéndole las pupilas con la dominación milenaria de la fuerza". Al final, Perces opta por ser como Ulises, su primo conquistador: "Los acontecimientos que me habían mantenido alejado, se adelgazaron, aparecían inofensivos, de una infinita futileza. Y no comprendía cómo pudieron confinarme en el mundo de la cobardía y el desaliento. Aceleraba el paso, hinchaba el tórax y aspiraba hondo, reconociéndome vencedor de mi espíritu y dominador de algo que desde la mujer hacia mí vendría. Y el sol declinante mostrábase gigantesco, tal si estuviese acercándose a mi propio universo".


"El pequeño arquitecto"

Joseh, padre de familia (como el bíblico carpintero, constructor de muros y límites) vive encerrado aún, enclaustrado en el ambiente creado por él mismo.

Su mujer, Amina —o, por anagrama, ánima— le ha ayudado a crear un pequeño mundo delicioso, todo tranquilidad y armonía. Pero sobreviene Marga, su suegra, que ha recorrido muchos países y conoce la amplitud inconmensurable del universo.

Toda la perfección de relaciones de su mundo, cuanto vive Joseh es destruido por un terremoto. Amina, su mujer, debe ser operada, y su mejor amigo, Esdras, fallece abrazado a su hija. Joseh percibe, incluso, entonces, que cuanto creía sentir hacia su esposa, ya no es, y ama a su suegra que se aleja hacia el mundo.

Ese eros que ansía un lugar preciso en la geografía y una seguridad en el sentimiento y aquel que conoce su inestabilidad en la vida adulta del hombre, están aquí retratados. Como de costumbre en las obras de la autora, mil detalles simbólicos corroboran la intención, desde los nombres, hasta las profesiones, desde los temblores (de conciencia) hasta en los muros derruidos del arquitecto.

 

* * *

 

_________________________________
Notas

[1] HERNÁN DÍAZ ARRIETA (ALONE), El Mercurio, 14 de agosto de 1949, Santiago de Chile, comentario sobre Soñaba y amaba el adolescente Perces. Idem., DARÍO CARMONA, Revista Ercilla, Santiago de Chile, N° 963. Soñaba y amaba el adolescente Perces fue editado en 250 ejemplares en edición pagada por la autora.

[2] Las novelas de MARÍA CAROLINA GEEL a que me refiero son: El mundo dormido de Yenia, Ediciones Cultura, 1946; Extraño estío, edición también pagada por la autora, 1948; Soñaba y amaba el adolescente Perces; El pequeño arquitecto, Ediciones Babel, 1953.

[3] El 5 de abril de 1955, a las cinco y media de la tarde, en el salón de té del Hotel Crillón de Santiago de Chile, Georgina Silva, que es el auténtico nombre de María Carolina Geel, mató de cinco certeros balazos a su amante Roberto Pumarino Valenzuela. La Corte Suprema de Justicia de Chile la condenó por esta causa a 545 días de prisión, cuya mayor parte ya había cumplido en la Casa Correccional de Mujeres de la misma ciudad.

[4] KARL JAEGER, Paideia tercera versión en español, pp. 140. 345 y 360, vol. I.

 

 


 



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2021
A Página Principal
| A Archivo María Carolina Geel | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Cuatro imágenes del eros en María Carolina Geel
Por Mario Espinosa
Publicado en Cuadernos Americanos, N°3, mayo-junio 1966