Despedida de Miguel Ildefonso
Por Niko Velita
Es una noche limeña del martes 16 de marzo del 2010. Una noche rutinaria de sus calles donde los peatones caminan en busca de algo. Los ambulantes en cada esquina se juegan el menú del día siguiente o el pasaje de regreso a casa. Yo también me interno en ese mar de gente. En mi caso, al igual que otros 50 seres en extinción, busco el jirón Ucayali donde se encuentra el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega. Ahí nos hemos dado cita, algunos amantes de la literatura. Es que es la presentación del libro Dantes, de Miguel Ildefonso, un libro de poesía que ya ha sido comentada favorablemente en varios medios de Internet. 7 p.m. La gente empieza a llegar. Me encuentro con William González: atento bloguero (Letra Suelta Cultural), y el vate Eduardo Borjas. ¿Dónde está la gente? Seguro que en una previa. Claro, para calentar motores. Bueno, nos la perdimos por llegar tarde a la previa. Estamos en esa conversa cuando aparece Miguel con el grupo de la previa. Ya la gente está alegrona: veo por ahí a Fernando Carrasco, Raúl Heraud, Héctor Hernández, Giancarlo Huapaya, José Pancorvo, Paolo de Lima, Luis Fernando Chueca, Paolo Astorga, entre otros.
Empieza la jornada. En la mesa se encuentran José Carlos Yrigoyen, Victoria Guerrero, Miguel Ildefonso, pero falta el editor (está en camino). El presentador, un representante del Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega, lee la biobibliografía de Miguel Ildefonso. Amplia de por sí. Es el décimo libro de poesía. En narrativa ya van tres. ¡Osea en total 13 libros! Aunque luego el autor hace una aclaración. El libro Dantes es el décimo escrito, pero el octavo publicado. Los otros dos libros que faltan están en camino de edición. Luego los presentadores se lucen leyendo sus discursos. También habla al editor, quien se hace una autocrítica casi estaliniana por llegar tarde y además ¡el libro sale mañana! (¿gajes de editor?). Hasta que le llega el turno a Miguel. Agradece al público y a los presentadores, pero, antes de iniciar su propia presentación, invita a la mesa a Héctor Hernández Montesinos, un poeta chileno que ha presentado su libro la semana pasada, aquí en Lima. Lo invito a que pase al frente para solucionar nuestras diferencias, dice Miguel, irónico, aludiendo al auditorio que pertenece a la Cancillería del Perú. Los poetas no nos peleamos por un pedazo de tierra, sigue, porque nosotros somos dueños del planeta y del universo. El chileno se luce con un poema que ha escrito a partir de la poesía de Miguel. Así lo explica él mismo. Luego regresa a su sitio. La gente aplaude por ese acto simbólico de hermandad entre el pueblo peruano y chileno, en este caso representado por poetas. Ahora sí, el autor de Dantes inicia su discurso de presentación y despedida. Presenta su libro y se despide de Lima, de Perú. EEUU lo espera con residencia y todo. Habla pausado, como midiendo sus palabras. Lanza algunas bromas y anécdotas que hace sonreír al público. Lee sus poemas. Veo moverse varias cabezas en sentido de afirmación, de aprobación, en cada verso que sale de la voz del poeta. Termina su lectura y todos al brindis de honor. El vino queda chico, así que enrumbamos al Queirolo, de Quilca. La mancha, fiel a la poesía y a la bohemia, sigue unida en torno al autor de Dantes. Debemos unir varias mesas para entrar todos. La gente está sedienta. Conversa por aquí, conversa por allá. De poesía. De la vida. De la calle. El mundo caótico de la ciudad. De los tragos. De los amores. De todo. Eso es la poesía de Miguel. La vida urbana hecha poesía. La vida urbana, el de las avenidas, el de las calles. Ese lugar donde “la anciana vivía en una casa de cartón / afuera de una casa de cemento”. Y de poesía: “hablaré contranatura como Rimbaud”. De poetas: “el pobre Kavafis habría cavado una fosa en el piso/ de su habitación ello para colgarse del techo/ y no tener un piso tan cercano”. Esto por mencionar algunas joyitas de su penúltimo libro publicado. Me refiero a Himnos (2008). ¿Y Dantes? ¡Ah! El libro que se entretuvo en las calles de Lima para llegar dos días después al Bar Zela (aquí se hizo una nueva presentación ya con libro). “Miraba también por la ventana del micro… Yo los miraba como nadie, yo era nadie y hasta ahora, los miraba como los estoy viendo pasar, con las caras ocupadas en los precios, etc.”. Hasta: “el eterno hambre me miraba junto al río Rímac”. Claro, con Dantes, podemos ver esta Lima, pero también la Lima de Vico (aquella noche cuando Vico cantaba al interior del bus. / Esa mezcla de cumbia, huayno y rock encendía / el corazón / de una muchacha recostada en la ventana / de la otra fila de asientos) y Chacalón (amar es cantar como Chacalón/ que canta en los cerros del Perú). Pero no solo la chicha. También encontramos a Flor Pucarina (acabo de decirte que estoy muy triste/ Ayrampito) y Picaflor de los Andes (yo veo el infinito que pasa junto a una canción de/ Picaflor). ¿Solo Perú? ¡No! Ahí está Mick: “Jagger baila junto a la barra – el saxofón se instala en la punta de la luz” o “la sabiduría es estar en un bar cualquiera donde se beba barato en la frontera de México y los Estados Unidos”. Esto y mucho más encontrarás, camarada lector, en el libro Dantes (de casi 200 páginas). Buen viaje, Miguel.