Dantes o la permanente peregrinación hacia
el inasible misterio de la Poesía
David Antonio Abanto Aragón
Vivir es como morir; morir es como escribir un verso [...] No puede haber inteligencia —¡ah cuán tarde lo averiguo!— sino en el deseo y en el desencanto. Todo goce es estupidez, furia y frenesí. Poesía es goce.
El que se propone salvarse debe asirse bien a su grito.
Martín Adán, “Prólogo a Tren de José Alfredo Hernández”, Lima: Editorial Hidalgo, 1931.
En: Obras en prosa, Lima, Eds. Edubanco, 1980; p. 125.
Todo es, Poesía. Todo es, Poesía
Todo es si lo miras como el niño cualquiera.
Todo es si lo vives como la vez primera.
Todo es, Poesía, hasta tu mano fría…
Martín Adán, Diario de Poeta. Lima: Inti Sol editores, Colección Jacarandá, 1975.
En: Obra Poética en prosa y verso. Volumen 14 de la Colección Obras Esenciales.
Lima, Ediciones del Rectorado de la PUCP, 2006; p. 645.
Caminar no debe alterar el relato
Han pasado once años desde la publicación de su primer libro de poemas: Vestigios (1999), hemos llegado al primer decenio de la nueva centuria y, junto con ello, a la aparición del libro número diez de poemas de Miguel Ildefonso (aunque como lo ha señalado el poeta los libros ocho y nueve —Todos los trágicos desiertos, el poemario a publicarse dentro de la colección Underwood, y Libro del exilio, ganador del Premio de Poesía PUCP 2009, respectivamente— son de inminente aparición): Dantes (Lustra editores, Lima, 2010). Su aparición es la confirmación de que el rico caudal creativo de su autor mana libremente incluso en tiempos de implacable estiaje y “retórico asombro” como los nuestros.
En diferentes textos aproximativos a la obra del autor, hemos abordado rasgos que consideramos sobresalientes de su búsqueda artística. Sin modificar, en esencia, nuestro juicio sobre su obra en conjunto, la lectura de Dantes nos ratifica en que Miguel Ildefonso es, si no, el escritor más representativo, uno de los más grandes de la reciente literatura peruana. Y sin duda alguna es el autor del universo creador (que abarca no solo poesía y narrativa, sino incursiones en las artes plásticas y la colaboración en la elaboración de guiones de cortos y documentales) más sólido, coherente y totalizante.
Citemos, como una muestra de su multifacética creación, esta orientada al juego metaliterario, y de las conexiones que alimentan y enriquecen la interpretación de los nexos entre su obra narrativa y en verso, un pasaje de su reciente novela El último viaje de Camilo (La otra orilla, Grupo Editorial Norma, 2009), en el que se presenta a su protagonista, Paul, expresando unos juicios valorativos sobre un libro de Camilo, poeta y alter ego ficcional del autor, extensibles a la obra poética de Miguel Ildefonso:
Lo que buscaba […] era escaparse de un lenguaje poético gastado, pero sin salir de su misma retórica. Otro de sus fines era tratar de explicar lo que significa la trascendencia en un mundo desencantado o, como decía él sin aura: la búsqueda de una utopía a través de los desplazamientos. “Trascender” era la respuesta ante la pregunta que se hacía en esa época oscura de su país. “¿Qué buscas tú, poeta?”. (p. 27).
En esta ocasión, la aproximación a Dantes nos servirá para adentrarnos en sus horizontes creadores (en plural, no por casualidad como veremos) tributarios de la búsqueda total y para comprobar que su autor encarna, como pocos, la fascinación incesante ante la creación artística. Una fascinación múltiple que, en esta ocasión, lo ha llevado a recrear textos poéticos de sus orígenes como escritor.
Una múltiple vuelta de tuerca
Obra única y, aun, sin descendencia literaria alguna, Dantes nos deslumbra a cada paso por su ingenio verbal, su sentido del humor, la miscelánea de voces y la defensa de una ética natural de buscar el bien para sí y, a través de sí, para los otros.
Dantes es una obra madura, construida durante décadas sin apresuramiento alguno, al margen de las tendencias dominantes en la poesía circundante, bebiendo de los modelos mayores.
El referente principal es Dante (el que da). De hecho, el título del poemario así lo explicita, Nombre preciso para mostrarnos al artífice del libro vital de afán totalizante (en vivencias, en conocimientos, en síntesis del legado histórico en rasgos líricos-épicos-y-dramáticos, en recursos idiomáticos y retóricos, en concertación cósmica del universo con lo humano).
Que el poemario se titule Dantes y no Dante puede aludir a un aspecto central en su poética de conjunto. El empleo del plural no debe llevarnos a confusiones. En Dantes no habla una voz con voluntad representativa, sino una voz que, con cambios y variantes acertadísimos, dialoga con ese otro que somos todos y nadie. Un nadie que se funde en todos y en todo:
[…] veía a todos que querían ser realmente todos y era perfecto el significado de ser todos. Yo los miraba como nadie, yo era nadie, y hasta ahora, los miraba como los estoy viendo pasar (p. 39).
Exactamente todo era Todo, lo que es todo también era Nada […] Dios era nada o no era nada, y sólo palabras palabras palabras en mi cabeza, repetidas palabras para nada. (p.43).
Las palabras no son dioses que nos brinden su eternidad, sino su cansancio: labran y esperan. No hay dioses —pienso al contemplar por última vez una parte de mí en las blancas montañas. (p.80).
Me he ido del mundo // el mundo se ha ido de mí. Las palabras se han ido de la poesía. Nos hemos quedado solos con nuestras palabras, entre estas ruinas. Miro las piedras y ellas igualmente me miran sin voluntad, sin misterio, como un pájaro parado en la rama. Me he ido del mundo // el mundo se ha ido de mí. (p.81).
y todo lo que había que decir ya no es nada
nada para los ojos
nada para las manos
nada para el amor. (p. 95).
No escucho nada, pero esta pared, esta cama, esta mesa, esta lámpara, esta ventana, parecen estar gritando para adentro. (p. 122).
Desde esta silla veo todo donde en realidad no hay nada. […] ¿Qué quiero decir con esto? Espero decir algo. (p.123).
Pero solo las palabras son las que se van. Y así volvemos a casa, solo para echarnos en una tibia cama y no soñar nada. (p.135).
Dios está en todas partes compitiendo con la nada. (p.136).
(hay una gana de vivir dentro del tiempo
otra gana de morir en el espacio)
yo le pedía paciencia a mis perros
ellos querían comer algo más sólido
les decía hermanos no hay nada que hacer
sólo seguir por esta ruta del silencio (p.192).
Los pasajes anteriores nos sirven para señalar cómo la doble condición de poeta y de narrador que posee Ildefonso le ha permitido una suculenta conjunción, donde lo lírico se enriquece con lo narrativo (ganando en emoción, en sutileza alusiva), y lo narrativo se profundiza con lo lírico (alcanzando mayor agitación visceral, mayor densidad simbólica). Dantes es un libro que consigue una difícil síntesis entre lo lírico y lo narrativo: fusión armoniosa sin los excesos antilíricos y pro narrativos (inclusive pro reflexivos o pro ensayísticos) de muchos poetas de los sesenta, del setenta y ochenta.
Dantes es una propuesta que se asume como expresión múltiple, pero con una sola constante: la fidelidad a la palabra poética.
pero vivo por las palabras y la ausencia de las palabras
[II. Skik, 1], p.21.
porque:
amo el amor que no amo amo ese silencio que calla en el principio de todo amo el silencio al final de todo lo amado porque la palabra solo ama en el silencio. (p. 163).
Establezcamos una escala: del “amor” enaltecido a “labor” imperante, porque es el amor que no ama, para coronar su ascenso con el “silencio” como aceptación amorosa (con ese amor-donación) “en el principio de todo” y cumplimiento diligente del deber para con la palabra y ese otro que es, a final de cuentas, el prójimo-todos y todo.
Esto plasma un tono y un estilo coherentes con los de los libros precedentes.
Si nada tuviera sentido por lo menos una palabra encontraría en quien sueña una razón para abrir el paraíso. (p.124).
Fiel a esa vocación, Ildefonso se sitúa en la tradición de los artífices de cielos no asidos. Poeta de la existencia (como Vallejo, como Martín Adán, en la estela de Juan Ojeda, Enrique Verástegui, Róger Santiváñez), Ildefonso sitúa su poética en la agonía (entendida etimológicamente como lucha) y la incapacidad humana para saber o decir algo en forma definitiva.
¿Qué pretendo con mis poemas? Si lo supiera con total certeza, seguramente lo haría mejor. O peor. La poesía siempre seguirá cautivándome con su misterio, solo comparable con el amor y con ciertos paisajes del Perú. (p. 195).
Trágica lucidez y aceptación gozosa: el poeta constata la incapacidad humana frente al misterio de la poesía y la existencia. Un misterio fundamental que envuelve a todo. El ser humano no sabe nada a ciencia cierta. Abandonadas las cómodas explicaciones del mundo, brota la conciencia cabal de nuestras limitaciones para “asir” lo real.
De ningún modo resignación: hay que tomar la poesía y la vida en su agitada y efervescente manifestación o dejarla. En todas partes hay un insondable germen de poesía.
Las composiciones de Dantes nos ponen ante la existencia como una intensa vigilia de los sentidos (también explora lo onírico y subconsciente, con claras huellas surrealistas y existencialistas, ex abruptos expresionistas, mucho de absurdo becketiano, acidez de la novela negra y, por cierto, poéticas que mezclan lo culto y lo popular, lo sagrado y lo profano, todo debidamente asimilado), así como ante la necesidad de vivir en vigilia, alertas para captar las epifanías que nos rodean en todo momento.
Esto se confirma en cada una de lo que llamaremos siete estaciones que conforman el libro: “El extravío de Dapfne (1987)”, “Virgilio o el vacío (los fosos del desencanto)”, “Zwischenspiel (Este pasto solo es un niño que no sabe nada)”, “Santos Lugares (Inkarry’s Club)”, “Cruz marcada (Pastorita lleva el rebaño a la otra margen)”, “El ghetto de los pintores impresionistas (Las cabezas lloran en los techos)”, “Crestfallen (El exilio clandestino)”.
Las composiciones que conforman el peregrinar de Dantes son de diferente registro e intensidad, pero en conjunto constituyen un ofrecimiento de gran vuelo poético. En él se recobran episodios vitales: desde la infancia del niño-poeta y su temprano descubrimiento del amor de lo perecedero, hasta los momentos de inmersión en “las ciudades fantasmas” entre cuyas ruinas sus habitantes predican a la vez que miedo, esperanza convirtiéndolo así en un exiliado. El siguiente paso: el regreso, pero esa es otra historia, una nueva estación.
Podríamos afirmar que Dantes nos expone la misión de poeta-dador, dotado para sintetizar lo esencial de la tierra para servirnos de guía (enseñando con el ejemplo, con su seguir a sus guías en ascenso: sus Virgilio, luego sus Beatriz, o sea la razón y la fe en entrega terrena) a los seres humanos siempre en peligro de perdernos en las “selvas oscuras” o, para decirlo en un lenguaje ildefonsiano, “ciudades fantasmas”.
Estamos ante un viaje de lenguaje fulgurante y de ritmo vertiginoso que culmina con la salida de las profundidades subterráneas, escenario del dolor, en pos del aire liberador. Notemos la epifanía final:
pusiste una hoja en la barra y sacaste tu pluma - dibujaste un par de ojos pero lo que querías era hacer una mirada & hecha la mirada hecha la lágrima Thomas (p. 193).
Recordemos que la poesía comunica por medio de sugerencias (alquimia verbal, iluminación, epifanía, fracturas lógico-gramaticales) una realidad misteriosa y trascendente.
Pero realidad es una palabra que debemos tomar con reserva, pues su acepción general puede llevarnos a conclusiones equivocadas con la obra de Ildefonso. Si bien todo arte, sin excepción, se nutre de realidad, pues el artista es parte de ella (la realidad lo ha concebido y lo ha alimentado), en el caso de Ildefonso es necesario entender realidad como vida o existencia.
Una permanente pugna
Como en sus libros anteriores, en Dantes Ildefonso demuestra un peculiar gusto por la palabra pedestre y, al mismo tiempo, maravillosamente inspirada. Decir: “El mundo es un pobre poema que nadie quiere escribir, que solo existe fuera del mundo. El llanto es como todas las cosas, pero nunca pudo ser más hermoso que cuando salían de tus ojos” (p.143) es de una sencillez casi, podríamos decir, infructuosa. Y sin embargo, la extraordinaria noción del amor ritualizado, de la escritura y el llanto como ceremonias, es una revelación que el pudor poético impide cuajar en palabras más enérgicas. Esta disputa entre expresión e iluminación (constatamos luego) es frecuente en toda la obra de Ildefonso.
El poeta está rehaciendo el modelo de la Vida nueva de Dante, fusionando la narración de experiencias con la escritura de un poema, al cual luego interpreta, lector de sí mismo y de la resonancia de obras ajenas en su impulso creador. Místico de la belleza terrena, explorador terrenal, Ildefonso lee personajes e imágenes de un elenco variadísimo de obras literarias, musicales, cinematográficas, pictóricas, etcétera. Leer es un modo de profundizar en las obras, más allá de las limitaciones del discurso crítico, gracias a la mayor profundidad que alcanza la sintonía recreativa de la poesía.
Veamos como la composición que abre “El extravío de Dapfne (1987)”, la primera estaciónde Dantes, nos remite desde el título, “I. Dramatis Personae”, a un declarado dantiano: Ezra Pound, en esa línea el poemario entero puede leerse como un descenso (mediante la lectura y/o la memoria) al Hades (Lima-El Paso-Mundo), conocimiento de las raíces (el pasado) que nos permite entender el presente y orienta al futuro.
En su primera estrofa hay una expresión que resume el vitalismo desbordante, a pesar del aparente tono de desesperación o quizá desencanto, desilusión y la tristeza que destila casi todos los poemas, lo que consideramos es la íntima, última, verdadera convicción del poeta: el ser activo testigo de su tiempo.
no quiero perder este momento no quiero perderme de mí
Podríamos decir que estamos frente a un testimonio complejo y multifacético que remite a la imagen de Febo, Apolo, dios de la poesía y de las Musas, persiguiendo inútilmente a la ninfa Dafne, símbolo de la belleza inalcanzable.
El propio Ildefonso señala sus deudas mayores en la textura de sus composiciones y en sus versos. Los une el tema del viaje cual una búsqueda estética apoyada en fuentes bíblicas, místicas, filosóficas, florentinas, románticas, simbolistas, andinas, etcétera. Esos alcances, en las palabras —sumamente iluminadoras de su poética— del autor nos muestran que:
La poesía es o no es. Por ello, entre otras razones, mis constantes diálogos y homenajes, a lo largo de estos diez libros, a poetas, escritores y artistas en general, que nunca claudicaron en su misión, que supieron darle vida a la palabra, o palabra a la vida.
Las poéticas existentes no logran dar cuenta del misterio de la poesía. Solo han atinado a consignar vestigios de su fuego. Por eso, en la obra de Ildefonso, el vivir en permanente agonía al borde del aniquilamiento, entregado a la poesía. Y es que su obra recusa el intelectualismo del purismo mallarmeano y valeryano y colma de vida —de su agonía creadora— la poesía. Desde Vestigios hasta Dantes, en poesía (desde El Paso hasta El último viaje de Camilo, en prosa) viene ofreciéndonos una crónica de su existencia en trance de poesía en carne viva:
Las ideas de un artista pueden ser nebulosas, efímeras, o incluso erróneas —la historia humana a veces se construye en base al azar, y sigue siendo historia—. Entiendo, y no por temor al equívoco, que el arte de la poesía no está al servicio de las ideas, sino las ideas al servicio de aquella herramienta, que es, precisamente, el fundamento de su arte: la palabra. (p.195).
Una crónica que contradice el marco anecdótico o biográfico que el lector espera. José Carlos Yrigoyen, en su discurso de presentación del libro, caracterizó Dantes como una “égloga urbano confesional”. Pero recordemos que al ingresar a sus páginas los géneros y formas se deshacen solo conservando rasgos esenciales. La victoria no es otra cosa que una peregrinación imposible hacia la Poesía. Por eso en Dantes triunfa el clima general del libro, más que el efecto particular de una metáfora o una página, instalando una marca verbal inacabada e inacabable. Estamos ante una especie de soliloquio incontenible de hondura insondable que no rechaza sino que asume las más diversas expresiones, intrincados recursos expresivos (rítmicos, fónicos, sintácticos y léxicos), uniéndolos a un denso bagaje cultural, de estirpe estética y filosófica para cuestionarnos-desnudarnos-desmenuzarnos. Una poesía de la vocación poética.
Su habilidad puede crear a ratos una atmósfera artificial, pero nunca de evasión. Sus composiciones muestran un mundo cercano a los sentidos aunque impregnados del misterio de lo terrestre.
Puedo escribir los versos más alucinantes esta noche, pero aún es de mañana, y no he desayunado, no he hecho la cama, no he hecho el amor siquiera. Mi amante ronca a un lado de la tierra, el otro lado está habitado por los chinos. Puedo escribir más de cien poemas de amor, de guerra, de otras mentiras, pero prefiero ahora salir a correr y respirar como los muymuys que pueden soportar la caída de grandes olas en sus delgados caparazones. Mi amante tiene a su vez su amante, y seguramente esa cadena se prolonga hasta llegar a ti, querido lector. (p.127)
me corte una oreja para tener mejor oído poético y para parecerme a Vincent – me dedique a oír todo tipo de música hasta que encontré a Schumman en La Victoria – platiqué mucho con prostitutas – casi todos los burdeles de Lima visité para tener una filosofía tan pura como la de Cioran – una noche me topé con Pessoa a la salida de un cine – tenía la barba crecida – me dijo: oye siempre es bueno guardar poemas par la posteridad – el sábado estaba en la Herradura – sobre una ola Luis Hernández venía leyendo a Shelley y bebiendo una cerveza helada – no pude ver la marca de la cerveza pero sabía que leía a Shelley por el modo directo y suave en que venía con su tabla: la poesía está hecha para los amigos.
.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ... .. .. .. .. .. .... .. ... <confesiones de una máscara> (p. 175).
La realidad lo es todo, lo engloba todo si es que creemos en ella, pero podría, del mismo modo, ser apariencia. Ahí, el humor. La obra de Ildefonso está llena de un humor ácido que no llega a ser disolvente por la ironía que la colma.
Esto le permite desmitificar la imagen acartonada de escritores y espacios presentados, por lo general, con el “retórico asombro” que caracteriza a los discursos vacíos, ajenos al auténtico deslumbramiento. No debe extrañarnos, por ejemplo, que en su peregrinaje por Machu Picchu, (superlativo símbolo popular del poder creador y artístico del pueblo peruano, para el yo poético “otro idioma escrito en piedras”, p.78), el poeta dinamite toda posibilidad del canto o el himno y solo mire “estas ruinas de mi lengua que me han dejado ellos” para plantear un complejo y misterioso vínculo (muchas veces conflictivo) entre el Yo y la Piedra, la Conciencia y la Cosa, el Creador (el poeta) y la Creación, la Soledad y el Absoluto.
Aquí yace Machupicchu. La oquedad semántica de estas piedras como nubes blancas son fragmentos de su infinito peso, hierba herida en el filo del abismo de esta página donde pende la duda, donde cae este pedazo de verso que encontré «¿Cómo puedo estar solo en Machupicchu y sentirme solo?» O este otro «¿Cómo puedo ser piedra y no rodar más» Es el paso de seres anónimos que no ven la destrucción, aquí, donde yace el peruano exiliado, entre piedras que no hablan quechua ni español, piedras en inglés que se mojan con esta lluvia. (Peso de Machupicchu, pp.78-79)
Auténtica asimilación, re-creación y revitalización del diálogo con la tradición andina que admite nuestra multiplicidad literaria, lingüística y cultural más allá de estentóreos compromisos y oposiciones vacías. Precisamente asume una voz raigalmente peruana (“Cuando digo país me retorno”, p. 81) que se inserta en la dinámica de una sociedad en permanente cambio:
El país no es lo estático, la piedra perfecta donde se reconcilian los pedazos de montaña en la mano. Ello mueve los ciclos que deja libre la corriente. Lo inevitable es lo que vemos, todo es contingente en la perfecta piedra. Quebrantado desde su punto inmóvil cuando llega su muerte, desde ese orden enfático, el país recoge una enseñanza como un espejo, campos que arden en el crecimiento del horizonte, círculos perfectos en el pensamiento. Cuando digo país me retorno.
(Apu Inti, p. 81)
La conexión mayor entre las partes que conforman el complejo universo de Dantes: leer es peregrinar, viajar, por nuestras comarcas interiores; y viajar deviene en leer (interpretar) la dimensión epifánica que habita nuestra trayectoria vital y herencia cultural.
Lo ha declarado meridianamente el autor:
Dantes va hacia algo más, se traslada, se exilia, y trata de hallar, así como Vallejo, otra búsqueda, digámoslo de manera arcaica, más universal. (Respuesta de Miguel Ildefonso a CV sobre Dantes en texto publicado en Letras s.5)
Universal y totalizante, añadiríamos. Su camino hacia el poema totalizante se torna claramente perceptible en la parte final de “Crestfallen (El exilio clandestino)”, logrado ejemplo de poesía narrativa. Sirva de muestra privilegiada el poema que cierra Dantes:
<11>:
Oías a Dylan Thomas esa noche en que tu alma se emborrachaba para siempre – las luces de Manhattan se reflejaban en el Hudson & les decían a los vagabundos del otro lado que esperen – que mañana tal vez será mejor el día – tan incierto era el amor que Jannis ebria con el pelo desordenado se recostaba al otro extremo de la barra – te miraba con los ojos casi cerrados & una mueca enorme que era su sonrisa – Thomas si este mundo paralelo de las palabras se tragara la cruda realidad de la poesía – si aquellas luces de neón fueran la luz de todos los sueños o si cada destino se quebrara como una canción... un blues de Jannis – pero dibujabas un par de ojos en esa noche – pusiste una hoja en la barra y sacaste tu pluma – dibujaste un par de ojos pero lo que querías era hacer una mirada & hecha la mirada hecha la lágrima Thomas
Poética de la Modernidad. Conduce al hallazgo y sofoca la egolatría en el exilio liberador que da vida nueva a las constataciones de la vanidad de la existencia, la ignorancia humana y la precariedad del lenguaje frente al misterio de todo lo existente.
aquí descansa Federico / sólo este exceso de corazón
Más allá de la aceptación del abandono (descanso) como forma de superar (en el sentido dialéctico) una etapa de la escritura poética (como “exceso de corazón”), está la ratificación final de la obra que se abandona para vivirla cabalmente a plenitud.
La poesía es o no es
Por su sostenido aliento y por la profundidad para sintetizar su visión (o, mejor, su radical cuestionamiento a todas las visiones o representaciones del mundo elaboradas por el ser humano, pero sin caer en el nihilismo), Dantes nos parece la coronación de su aventura poética a la fecha.
Miguel Ildefonso ha seguido como poeta (y lo viene haciendo con solvencia como narrador) un camino personalísimo, creando, como dice Borges, sus propios precursores y construyendo una obra de insolente y sorprendente naturaleza desmitificadora, que, al cabo de los años, viene siendo reconocida cada vez más como una de las más profundas y originales de nuestros tiempos.
La aparición de Dantes nos convida a acercarnos a la obra de Ildefonso tanto a quienes tienen la dicha, por desconocerla, de descubrir tal tesoro, como a los viejos aficionados a sus textos para reafirmar su goce de lectores (diremos mejor relectores) con renovada afición. La modernidad atemporal de la obra del poeta es la mejor garantía de que ni unos ni otros se sentirán desilusionados.
Independencia, ciudad fantasma de Lima - abril de 2010