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Viaje al fondo del miedo
[Un chileno a la caza de Moby Dick]

Publicado en Qué Pasa, 21 de mayo de 2000



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Chile ha sido un territorio fértil para la imaginación de grandes escritores. Quizá debido a su lejanía, el país despierta curiosidad en las mentes deseosas de aventura. O tal vez sea su extraña figura,alargada y angosta, o su propio nombre, dotado de una sonoridad que sorprende a los oídos extranjeros, la causa de la atracción que ejerce entre los narradores.

Célebres autores, que nunca pisaron el suelo nacional, han encontrado en Chile material de inspiración para sus libros. Emilio Salgari, por ejemplo, escribió La estrella de la Araucanía y colocó en Tierra del Fuego a indígenas antropófagos en guerra contra buscadores de oro y comerciantes de esclavos. Licencias de la ficción que también permitieron a Joseph Conrad tomar episodios históricos de la Independencia para crear su famoso Gaspar Ruiz.

Como estos hay muchos otros casos, sobre todo en el campo de la narrativa de aventuras. Antes del Canal de Panamá, Chile era conocido como territorio de marinos en el siglo XIX y por eso Walt Whitman escribió: "Contemplo a los marineros del mundo... ¡Esperan en Valparaíso!". No es raro, entonces, que uno de los tripulantes del Pequod, el barco a la caza de la mítica ballena blanca en Moby Dick, sea chileno. Según el poeta Jorge Teillier, aquello fue una suerte de homenaje de Herman Melville a un país de largas costas y antigua tradición de navegantes.

En todo caso, Melville tenía razones más poderosas para hacer chileno a uno de sus personajes. Según se ha revelado recientemente, la historia real que usó como materia prima para escribir Moby Dick tuvo su escenario final en los mares del centro y el sur del país. Sucedió en 1820 y fue la tragedia de un barco atacado y destrozado por una gran ballena, cuyos sobrevivientes naufragaron durante meses, hasta ser descubiertos, agónicos y enloquecidos, en la islas Más Afuera (hoy, parte del Archipiélago Juan Fernández) y Santa María.

La odisea ha sido revivida por un libro que acaba de ser publicado en Estados Unidos, In the heart of the sea: the tragedy of the whaleship Essex, del historiador Nathaniel Philbrick, nativo de Nantucket, puerto del noreste de Estados Unidos que fue cuna de los grandes balleneros del siglo XIX. El texto es el resultado de varios años de investigación, que permitió acceder a material desconocido como el diario de viaje de uno de los sobrevivientes, el marino Thomas Nickerson.

Precisamente, desde Nantucket partió el barco ballenero Essex, un 12 de agosto de 1819, comandado por el capitán George Pollard y el primer piloto Owen Chase, junto a una tripulación de 20 hombres.

Tras una larga travesía, que exigió cruzar el Cabo de Hornos y pasar frente a Valparaíso, el barco llegó a Ecuador y entonces enfiló hacia el oeste, internándose más allá de las islas Galápagos, en las vastas soledades del Océano Pacífico.

De acuerdo con el relato de Philbrick, la tensión iba en aumento a bordo del Essex. Habían llegado hasta ese lugar, en mitad de la nada, con la esperanza de encontrar tantas ballenas como fuesen necesarias para repletar sus depósitos de aceite y luego largarse a su tierra, distante a 14 mil kilómetros de viaje. Después de varios días de búsqueda, las arcas seguían vacías.

Cada jornada la tripulación partía desde el barco en tres botes balleneros, uno dirigido por Pollard, otro por Chase y el tercero por Matthew Joy, pero los grandes mamíferos no se veían por ninguna parte. El 20 de noviembre, el bote comandado por Chase tuvo un encuentro con un cetáceo joven, pero debido a una mala maniobra del primer piloto el animal escapó y, más humillante aún, en su huida provocó un hoyo en la embarcación.

De vuelta al Essex, mientras Chase, lleno de furia, arreglaba el bote averiado, el marino Nickerson, entonces de 15 años, tomó el timón del barco. De pronto divisó una gran mole gris que se acercaba a gran velocidad.

Era la ballena más grande que había visto: debía medir 25 metros de largo y pesar fácilmente 80 toneladas. Cuando golpeaba su aleta trasera levantaba grandes olas, pero lo más sorprendente era su extraño comportamiento. En algún momento se quedó quieta. Parecía que los observaba. Entonces, se hundió en el mar para aparecer sorpresivamente a sólo 30 metros. De nuevo comenzó a moverse, aumentando la velocidad,yendo directo hacia el Essex. "¡Mantén el timón firme!", gritó Chase. Su orden fue seguida por un tremendo golpe.

Fue como si el barco hubiese chocado con una gran roca. Todos los hombres volaron y cayeron. "Nos miramos los unos a los otros con completo espanto, privados casi del habla", recordaría Chase. Nadie había visto ni escuchado algo parecido.

Después del impacto, la ballena pasó por debajo del Essex, golpeando tan fuerte sus fondos, que parecía que iba a reventar. Cuando salió a la superficie, la visión era aterradora: el enorme mamífero estaba a unos pocos metros, golpeando sus aletas contra el agua y provocando ruidos que erizaban los pelos.

De manera instintiva, Chase tomó un arpón. Atacar a la ballena era una maniobra peligrosa: estaba tan cerca del timón que si se la provocaba, con sus sacudidas, podría dañarlo irremediablemente. El primer piloto, pensando en lo lejos que estaban de tierra firme, desechó la idea.

Luego de un rato de calma, la ballena volvió a alejarse para embestir al Essex con una fuerza todavía mayor. Cinco o seis veces repitió el golpe, lanzándose con odio, hasta que el barco de 238 toneladas dejó de resistir y se desplomó como si fuera de papel. El ataque completo no duró más de 10 minutos. La ballena entonces desapareció en las profundidades.

Herido ya de muerte, el Essex hacía agua por todos lados. Los hombres se subieron a un bote y dejaron el barco, atónitos. Cuando llegó el capitán Pollard —que estaba en otro de los botes, ajeno al desastre—, sólo atinó a decir: "Santo Dios, ¿de qué se trata?".

Donde la obra de Melville culmina, el drama real apenas comenzaba.

Repartidos en tres botes, provistos de velas y remos, los 20 hombres se miraban ensimismados. Estaban a miles de kilómetros de la tierra más cercana, tenían poca comida —algo de pan, un par de tortugas— y escasa agua fresca. Entre las cosas que lograron rescatar contaban dos compases, dos cuadrantes, dos copias del manual de navegación de Bowditch, un fusil y dos pistolas.

El asunto empeoró debido a decisiones fallidas de los oficiales. Temiendo caer en manos de caníbales inexistentes desecharon la idea —que les hubiera significado la salvación— de tomar rumbo a las Islas Marquesas.

En cambio, prefirieron dirigirse a las costas de Chile. Debido a los vientos contrarios, en vez de acercarse a su destino, en principio sólo se alejaron.

Sufriendo las peores pesadillas, naufragaron durante 90 días antes de ser encontrados. El sol implacable, las tormentas seguidas de la más pasmosa calma, el hambre y sobre todo la sed, causaron estragos entre los hombres, que pasaron de ser tipos musculosos y enérgicos, a poco más que huesos. Pero lo peor era enfrentarse en las noches a la visión de la oscuridad más profunda y desoladora.

El 20 de diciembre, casi un mes después del desastre del Essex, llegaron a una isla desértica llamada Henderson. Se quedaron allí una semana y pensando que en ese lugar nunca los encontrarían, partieron. Fue otra decisión fatal. Tres hombres prefirieron esperar en la isla. Después de tres meses y medio, serían rescatados.

Entonces llegó lo inevitable. El 10 de enero, Matthew Joy, que venía sufriendo una extraña enfermedad aun antes del hundimiento, finalmente murió y su cuerpo fue lanzado al mar. Oben Hendricks tomó entonces el mando del tercer bote. Para colmo de males, dos noches después, en medio de una tormenta, Chase y sus hombres se perdieron de vista.

El 20 de enero, las provisiones de los botes de Hendricks y Pollard se acabaron definitivamente. Ese mismo día murió Lawson Thomas, un marino negro, cuyo deceso hizo impostergable un tema que estaba en la mente de todos: ¿serían capaces de comer carne humana? Aquellos 10 hombres sin duda habían escuchado muchas historias de canibalismo. Seguramente, les habían contado que para superar el asco lo recomendable era quitarle al cuerpo todo rasgo humano reconocible. No hay detalles de cómo lo hicieron, pero el capitán Pollard reportaría más tarde que prendieron fuego sobre una piedra en el fondo del bote y allí asaron los restos de su ex compañero. Dos días después, otro marino murió y siguió la misma suerte. En el lapso de un mes, siete hombre fallecieron y fueron consumidos por los sobrevivientes de los tres botes.

De todos modos, la mayoría murió antes del rescate. La noche del 29 de enero, el bote de Hendricks se separó del de Pollard y sólo sería encontrado, meses después, trayendo consigo a cuatro esqueletos. El bote de Chase fue rescatado el 18 de febrero de 1821, a pocos kilómetros de la isla Más Afuera, llamada hoy Alejandro Selkirk. La embarcación de Pollard fue avistada el 23 de febrero, en la isla Santa María. En total,sobrevivieron cinco personas, que para sus salvadores parecían al borde de la locura, manchadas de sangre y restos de carne, su piel cubierta de llagas y los ojos hundidos. Todos ellos, sin embargo y pese a la traumática experiencia, al poco tiempo no dejarían de volver a surcar los mares.

Melville escuchó la historia alrededor de 1841, cuando tenía 22 años y era un marino vivaz e imaginativo. El relato de esos desgraciados hombres, a la deriva en medio del Pacífico, pasó de boca en boca, como un símbolo de los horrores del mar, hasta llegar a sus oídos. La historia lo sedujo, pero faltaba algo: durante un largo viaje oceánico, un compañero de camarote le prestó un misterioso libro escrito por su padre. Era la crónica del desastre narrada por Owen Chase, el primer piloto del Essex.

"La lectura de esa maravillosa historia tuvo un sorprendente efecto sobre mí", escribiría más tarde Melville, quien usaría el texto de Chase para el clímax de Moby Dick (1851). No sólo eso: el escritor estadounidense puso en el capitán Ahab —aquel hombre de mar obsesionado con la ballena blanca y que sería interpretado por Gregory Peck en la inolvidable película de John Huston— muchos de los rasgos del obsesivo y atormentado oficial del Essex. 

 



 

 

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