Desde el útero
Fue
una garra fría y cruel
hundiéndose en mi vientre
el acero despiadado de las tenazas
revolviendo mis entrañas,
un zarpazo contra natura
que me dobló por la cintura
y me arrancó el útero de cuajo
arrojándome al fondo
derrotada.
Y yo quedé hecha un ovillo
abrazándome el vientre
desgarrado
destrozado
despedazado
palpitante y ardiente.
No es sangre este lago escarlata
que se ha formado y que me empapa.
Desde que te amo mi genotipo mutó
y mi médula no produce sangre
sino amor;
es amor el que circula por mi cuerpo
y que por la herida abierta en mi vientre
se desangra.
Con esa adoración se tejió
el vínculo umbilical
que iba desde mi útero a tu corazón,
mi útero, teñido de la maternidad
que fluía de mis venas hacia ti
y por este quiebre al orden natural
hoy clama
al verse despojado de ti.
Sus irrigaciones e inervaciones
de ti desconectadas
trémulas en medio de la sangre que mana
se retuercen.
A carne viva
todas mis raíces uterinas
te reclaman
De mil amores
Yo me pregunto, amor mío,
por qué la Vida
le quita
el tiempo
a los únicos amores capaces de resistirlo.
Por la ribera del Estigia
Oye, mi amor, mi canto
vuelve de tu sueño,
a tu encuentro
voy descendiendo
Voy a pie por el Estigia,
voy ciega y descalza
siguiendo sus orillas
pero con mi voz intacta
… y tal vez tarde,
tal vez me pierda,
pues no me está permitido ir en la barca,
he dejado mi rostro en la superficie de la tierra
y en mis párpados velados no han puesto monedas
no me acobarda lo que vaya a ser de mí,
y si mi pierdo habrá sido
la libación de mi alma por ti,
yo quiero que sepas por mi canto
que mi resolución es recobrarte o sucumbir
yo misma si no te encuentro
me arrojaré al vacío con los brazos abiertos,
prefiero sumergirme sin retorno en la nada,
que el cosmos se olvide de mi alma
ahogándola en estas aguas
a persistir sin ti.
Óyeme, mi amor,
por los bordes del Estigia
voy caminando
y con el eco de mi voz te voy acariciando
para que sutilmente despiertes,
tenuemente, titilando,
vuelvas a encenderte
y estés lista cuando yo llegue
Despierta, espera por mí,
a todo voy dispuesta
salvo a renunciar a ti.
Despierta, mi amor,
mientras desciendo entono este canto
para que sepas
que llegaré yo
o te llegará mi suerte en ofrenda
De tu sueño, regresa,
poco a poco, despierta,
dulcemente, despierta:
me estoy acercando;
reconoce mi voz, reconoce mis pasos.
Oye, mi amor,
soy yo.
Es por ti este canto.
El Granizo que soportan las agujas
Lo lindo de morir de frío
hubiese sido que habría quedado con los labios azules,
como tú,
azules,
azules de frío.
El frío inició
cuando
mirándolo a los ojos
tu corazón le soltó la mano al mío.
Y yo lo tuve que dejar ir…
Fue entonces cuando comenzó el frío,
implacable, como condenación.
Cuando exánime rodó tu cabecita por mi brazo,
como cuello de cisne languideciendo,
a mí se me detuvo el alma
igual como se para un reloj.
Después, ya no estabas más entre mis brazos.
Yo ya no recuerdo.
No sé cómo… cómo pudo ser
si yo nunca te solté!
Pero no estabas más entre mis brazos.
No estabas más contra mi pecho.
Por no tenerte entre ellos
se me entumecieron los brazos.
Por no tener contra sí tu contacto
a mí se me heló el pecho.
Y del pecho al cuello,
y de la garganta a la barbilla,
de las costillas a la matriz,
de la matriz a las pantorrillas,
irradiado
. . . . . . inexorable
. . . .. . . . . . . . . . el hielo
-mi corazón, que ya no latía,
no tenía cómo bombear calor a ninguno de sus miembros
causa de muerte: hipotermia
era-sólo-cuestión-de-tiempo.
Yo caí, desvanecida,
con todo el cuerpo aterido,
con los párpados abiertos
y los ojos trizados en su vidrio,
la mirada fija en la hora de tu muerte,
las agujas de mi alma cubriéndose de escarcha
apuntando al momento en que tú, cisne,
por la curvatura de mi brazo
te resbalas.
Yo me iba a morir de frío,
era sólo cuestión de tiempo
que se congelara mi último aliento.
Y de morir,
habría sido lindo morir así,
de frío,
embalsamada en mi sueño por ti,
con los labios azules -como tú!-
resplandeciendo de azul
en medio del granizado blanco de mi sueño.
Con las pestañas nevadas,
con los párpados cargados de escarcha
con el alma parada
y sus agujas marcando inclementes
la hora de tu muerte,
los ojos, resquebrajados,
pendientes de esa, tu última exhalación,
detenidos para siempre
en mirar tu cuello
resbalar,
como cuello de cisne
deslizarse,
tan suave, tan seda, tan cisne
tu cuello.
Yo me iba a morir de frío
por el hielo de no tenerte conmigo.
Yo ya tenía todo el cuerpo aterido
y me iba a morir
si no hubiese sentido entonces un calor en el pecho…
y luego, en lágrimas tibias
a la nieve que surcando mi cuerpo
se iba derritiendo.
Era el vaho de tu respiración.
“¡Volviste!”, apenas, jadeé,
con la primera bocanada de aire fresco.
Las agujas, sin el peso de la escarcha,
se movieron,
mis párpados, sin granizo en las pestañas,
se batieron,
y entonces
pude VER:
. . . . . . . “Nunca me fui”,
. . . . . . . me dijiste, refulgiendo.