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La nieta del señor Lihn de Philippe Claudel

Por Mónica Drouilly Hurtado

 

 

 


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Salamandra edita en castellano la obra de Philippe Claudel, bestseller literario en su tierra y cineasta de sala pequeña. Hace ya cinco años que ocupa un lugar de privilegio, o al menos, un lugar visible, “La nieta del señor Lihn”, novela corta, nouvelle, que narra con una prosa rápida y directa (mucho punto seguido) la travesía del señor Lihn junto a su nieta, una guagua de pocas semanas, desde un indeterminado lugar que pareciera ser Asia hasta una ciudad de lo que vendría a ser Francia. Claudel no es muy claro con las geografías en este relato.

A grandes rasgos, la historia va como en la contraportada. El señor Lihn huye en barco junto a su nieta San Diú, quien ha quedado huérfana de padre y madre debido a la guerra. Además de su nieta, el señor Lihn sólo tiene una maletita con tierra y una foto antigua y muy borrosa. Luego de unas semanas en el barco, llega a este nuevo país del que no entiende la lengua y de él se hace cargo la oficina de refugiados que le suministra comida y un hogar provisional junto con otros refugiados bastante hostiles. El señor Lihn sale a caminar por el barrio y conoce sin querer al señor Bark, viudo reciente y veterano de guerra. Claudel dedica varias páginas a la empatía que surge en este diálogo de sordos entre estos dos marginados del sistema productivo. Esta amistad está basada, quizás y creo yo, en no tener que entenderse. Los problemas surgen cuando la oficina de refugiados llega con sus soluciones definitivas y desde ese punto la novela toma el ritmo más de un thriller.

Philippe Claudel en la primera página de “La nieta del señor Lihn” dedica su novela “a todos los señores Lihn de la tierra y a sus nietas”. De este modo, y aun antes de conocer las características que harían especial al señor Lihn y su descendencia, ya encontramos algo ahí que nos hace pensar que tal vez el anciano y su nieta estén funcionando como un otro indiferenciado, algo semejante a un par de chinos genéricos que cumplen funcionalmente su rol en el texto con un carácter totalmente operativo.

Como señala Orhan Pamuk en “El novelista ingenuo y el sentimental”, cuando leemos una novela habitamos una segunda vida que puede parecer incluso más real que la vida que realmente estamos llevando. Al mismo tiempo, en algún lugar de nuestra mente asumimos que esta asunción es falsa. De esta paradoja –de sentirla verdadera sabiendo que es falsa- se deriva la naturaleza de la novela, el arte de la novela residiría en nuestra capacidad para creer simultáneamente en estados completamente contradictorios.

Es en esta contradicción donde el lector cobra su importancia: habitando esta segunda realidad, sabiendo de antemano que es un discurso, podemos dejar la pasividad de lado para plantearnos preguntas que, no sabemos, tal vez el autor no tenía contempladas mientras componía su novela. Hay algo sospecho en “La nieta del señor Lihn”, una especie de cariño condescendiente por otro al que se finge entender pero se deja siempre fuera de la esfera de lo nuestro.

En el ya clásico texto sobre el postcolonialismo “¿Pueden hablar los subalternos?”, Gayatri Chakravorty Spivak nos recuerda que occidente estaría interesado en conservar al sujeto de Occidente así como está, o conservar a Occidente como el único sujeto y tema. Esto, traería como consecuencia la generación de efectos de sujetos que provocan la ilusión de socavar la soberanía occidental. Como parte de esta ilusión se ha señalado que se debe revelar y conocer el discurso del Otro en la sociedad, sin embargo, seguimos inmersos en la misma historia social, intelectual y económica.

Y aquí tenemos al Señor Lihn (y su nieta, claro) representando una caricatura del Otro, permitiendo a un narrador francés usarlo de excusa para diseccionar las fallas en su sistema, las culpas y responsabilidades en sus intervenciones bélicas y la incapacidad de su sociedad de hacerse cargo de los cuerpos de aquellos que ya no se insertan en el sistema productivo.

Paralelo a lo anterior, recordemos que Althusser escribe: “La reproducción de la fuerza de trabajo requiere no sólo de una reproducción de sus habilidades, sino también, […] de una reproducción de su sumisión a la ideología dominante por parte de los obreros, […] de modo tal que ellos también aseguren la dominación de la clase dominante ‘en la palabra y por la palabra’”. Qué lugar va a ocupar un viejo que no entiende la lengua dados estos requerimientos para la fuerza de trabajo.

El programa de la oficina de refugiados carece de soluciones para quienes limiten con las propuestas y soluciones prefabricadas que tienen para los inmigrantes. Es así que el señor Lihn y su nieta constituyen un desafío con el que no saben cómo lidiar, y terminan recluyendo a un hombre sano en una cárcel sanatorio junto a una niña que no supera los seis meses de edad, ambos rodeados de ancianos escleróticos y postrados que realzan las diferencias entre ambas culturas y la nula capacidad de entender al Otro que tendría el órgano especializado en otredades, es decir, la oficina de refugiados. La única ‘otra’ que es capaz de transitar entre los dos mundos es la joven intérprete Sara, engendrada en las tierras del señor Lihn y nacida en este lugar de acogida.

En esta “batalla por la producción de explicaciones culturales legitimizantes”, como diría Spivak, Claudel, más que abrir el espectro cultural, se sirve del señor Lihn para legitimizar la historia que venimos escuchando desde siempre. Ahora, ¿estará él consciente del ejercicio que efectúa?



 

 

 

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