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Chuck Palahniuk  - Al desnudo

Por Mónica Drouilly Hurtado



 

 

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Mondadori nos somete con dos años de retraso a ‘Al desnudo’ (Tell All), la ya undécima ofensiva de Chuck Palahniuk, el aclamadísimo autor de ‘El club de la pelea’,  ‘Nana’ y ‘Asfixia’, poseedor de cuanto fanclub  freaky pudiese uno llegar a imaginar (cómo olvidar todo el hype lleno de desmayos y gente en coma previo a ‘Fantasmas’), además de ser el gran aplaudido de las críticas amnésicas de cada temporada.

Pues bien, este año 2012 a los de la lengua hispana nos toca ‘Al desnudo’, mezcla de All About Eve, dramas personales de ‘La primavera romana de la señora Stone’ (T. Williams), extraña honestidad crepuscular de diario de vida ya vista en textos clásicos como ‘La llave’ de Junichiro Tanizaki, todo pasado por minipimer y servido en los mismos recipientes ya conocidos desde ‘Monstruos Invisibles’ (1999), ‘Nana’ (2002) o ‘Diario’ (2003).

En ‘Al desnudo’ tenemos a Hazel “Hazie” Coogan, amiga fiel, abnegada y colaboradora de toda la vida de Katherine “Kate” Kenton- histérico punto medio entre Margo Channing (All About Eve) y Karen Stone (‘La primavera romana de…’)- narrando compulsivamente los avatares por los que pasa esta estrella fugaz a punto de alcanzar la línea del horizonte, mientras es acosada por un jovencito de ojos pardos encantadores y trata de revivir su carrera protagonizando un musical sobre Lillian Hellman. Todo lo anterior, entre tic lingüístico y tic lingüístico, con la precaución de dejar caer muy a tiempo los nombres de los protagonistas de esa idealizada época dorada de los grandes estudios del cine hollywodense. Name-dropping se llama eso de dejar caer nombres.

Los últimos dieciséis años hemos visto el proceso por el que ha pasado la escritura de Chuck Palahniuk. Rechazos de editores mediante, hemos visto pasar desde una estructura narrativa tosca obsesionada con causar la magia del montaje cinematográfico: realizar un trabajo previo que te lleve de la mano por un camino que no existe, usando estructuras cada vez más complejas con el fin de aparentar lo más natural. Resultó tosco en ‘Superviviente’ (1999) y ‘Monstruos Invisibles’ (1999), tosco mas honesto al mismo tiempo. Ambos, el lector y el narrador estaban de acuerdo en un entrar en este juego de excesos, sin importar que todo indicaba que había un gato de cinco patas encerrado al final.

Ya para la época de ‘Asfixia’ (2001), ‘Nana’ (2002) y ‘Diario’ (2003), Palahniuk había logrado el dominio de los elementos del montaje: sabiendo lo del gato encerrado, reconociendo una estructura narrativa llena de tic y de giños  a otros saberes, detectando ciertas geometrías capítulo a capítulo, en los relatos de Chuck Palahniuk se superaban la ficción, situándose en ese espacio tan difícil de distinguir que permite separar la gran literatura de aquello que consiste en un truco de espejos.

Y es precisamente por la repetición de este truco de espejos que lo que Chuck Palahniuk ha venido escribiendo desde el año 2005 no es más que atracciones de circo: reflejos deformados de las mismas formar en las cuales trabajó y perfeccionó durante la primera mitad de su carrera. No es este el momento para hablar de ‘Rant’ (2007), ‘Snuff’ (2008) o ‘Fantasmas’ (2005), pero las menciono para hacer notar que de un tiempo a esta parte se ha transformado en una especie de redactor de capítulos de una serie por temporadas, en el que cada capítulo tiene la misma estructura, el mismo tipo de asesinato y la misma terna de sospechosos que el protagonista, junto al telespectador, deben investigar los próximos cuarenta minutos.

El gran problema de ‘Al desnudo’ radica en haber olvidado completamente al cine en su obsesivo afán por nombrarlo y citarlo y  rumiarlo y escupirlo. Abriendo cualquier página al azar, nos encontramos con ‘…la secuencia…’, ‘…el plano…’, ‘…el fundido a negro…’, sin embargo, y tal como dijera Jaques Rancière en “Las distancias del cine”:

Afirmaba que la grandeza del cine no estaba en la elevación metafísica de sus temas o la visibilidad de sus efectos plásticos, sino en una imperceptible diferencia en la manera de poner en imágenes historias y emociones tradicionales. Y daba a esa diferencia el nombre de puesta en escena, sin saber demasiado qué entendía por ello. No saber qué amamos y por qué lo amamos es, se dice, lo característico de la pasión. También es el camino de cierta sabiduría.

En ‘Al desnudo’, estamos advertidos desde el principio de los hilvanes de la trama, los tics de los que se sirve Palahniuk desdibujan más que dan contorno a sus personajes.

Hubo un tiempo en que pudimos haber tomado para su obra una frase sacada de ‘Al desnudo’: “Fue Walter Winchell quien dijo una vez: ‘Después de cenar con Lilly Hellman, lo que quieres no es tomar postre y café: lo que de verdad te hace falta es el antídoto’”. En la época de  ‘Nana’, una novela de Palahniuk era un germen que se te instalaba y te seguía por un tiempo, cuestionando la textura del lenguaje, es decir, la realidad misma. Algunos necesitaban antídotos para ese tipo de cosas. Hoy, por más escaparate que tenga, una novela de Palahniuk no se distingue mucho de Kate Kenton, Margo Channing o Karen Stone: no son más que pálidos reflejos neuróticos de sus glorias pasadas.

 

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Leer aquí páginas del segundo capítulo del libro

 

 



 

 

 

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Chuck Palahniuk - Al desnudo.
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