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Max Brooks y  el Apocalipsis Zombie como Máquina de Significados

Mónica Drouilly Hurtado



 

 

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Antes de adentrarnos en el mundo post apocalíptico zombie creado por Max Brooks a lo largo de su obra literaria, principalmente con “Guerra Mundial Z” (2006), “La marcha zombie” (2007) y “Zombie, Guía de supervivencia, Ataques registrados” (2009), vamos a detenernos unos minutos en las propuestas de Judith Halberstam en relación a las tecnologías de la monstruosidad.

Los monstruos que dominan una cierta cultura en un periodo particular nos permiten vislumbrar los miedos y tensiones que caracterizan un momento histórico. Como Judith Halberstam ha señalado, “los monstruos son máquinas de significados”, cuya existencia nos da una señal de las inquietudes de la cultura que las produce. A fin de cuentas, el propio término “monstruo” tiene raíces etimológicas en el término latino “monstrare”, que significa “mostrar, presentar, demostrar”.

¿Qué es lo que estarían mostrando los zombies en su calidad de monstruos? En este sentido, los zombies, más que simplemente un tipo más de monstruo, vendría a representar una tecnología de la monstruosidad propia de nuestra época y nuestra sociedad, con los temores de nuestra ciencia y nuestra ideología. Una tecnología que sitúa en un solo cuerpo las metáforas sobre los temores de las distintas otredades a las que nos enfrentamos cotidianamente.

Así, la función de los monstruos es revelar ansiedades sociales sobre raza, clase, género y clase, tendiendo a delatar el potencial colapso natural de los límites de estos. La piel constituiría una pieza clave en la significación cultural de la otredad, indicando en primera instancia distancias biológicas. La tecnología de la monstruosidad tendría la capacidad de difuminar límites de la otredad.

Aquí resulta importante señalar que no existe un ideal hegemónico, ahistórico y universal  sobre el cual se defina la otredad. Las características de los zombies y sus cuerpos perversos definen, por metáfora y contraposición, los ideales de este principio de siglo.

Dicho esto, pocos monstruos de terror son tan mal vistos como los zombies. Son pobretones, anónimos, generalmente no saben hablar, apenas consiguen caminar y gastan todas sus energías en impedir que sus cuerpos se desmiembren. Los zombies han sido desde sus comienzos la masa plebeya del cine, criaturas sin alma que deambulan sin personalidad ni propósito.

Sin embargo, vemos aparecer un auge en las narrativas literarias y cinematográficas en lo relacionado al fenómeno zombie. Siguiendo a Jamie Russell, autor de The book of the dead, podemos afirmar que, recientemente tomados en serio, los zombies son los más modernos de los monstruos, unos entrometidos de la primera mitad del siglo xx, generalmente protagonistas de filmes pésimos (donde La noche de los muertos vivientes fue un divisor de aguas) y carentes de un pedigrí literario, a diferencia de los vampiros o Frankestein, quienes se fundan en libros que podrían ser la definición de longseller. Incluso se puede llegar a afirmar que es la misma marginalidad de las películas de zombies la que los torna fascinantes.

Es aquí donde interviene Max Brooks refinando el dispositivo narrativo para lograr un caleidoscopio de puntos de vista que conforman una novela polifónica capaz de mostrar de manera radical lo que ya nos hemos acostumbrado a ver en los medios de prensa. Controlando los puntos de vista, tomando las lecciones que nos han dejado los videojuegos como Resident Evil, dando la posibilidad de tener una experiencia más de protagonista que de espectador, de más  de un rol, permitiéndonos experimentar desde distintas aristas la experiencia de la monstruosidad que le corresponde a nuestro tiempo.

Más allá del biozombie, el technozombie o el voodoozoombie, lo que Brooks explora no es el origen sino la consecuencia. Donde la regeneración social es imposible, el texto se ve obligado a explorar en lo más negro del corazón de la sociedad: el terror frente a la pandemia global en este mundo hiper conectado puede llevar a pensar rápidamente a imaginar con facilidad un apocalipsis de posible ejecución.

Un personaje muy listillo, vampiro de la vieja escuela, declara un tanto alarmado en El desfile hacia la extinción, cuento inaugural de “La marcha zombie”: “¡He hecho los cálculos! El homo sapiens se encuentra muy cerca de su punto de no retorno. ¡Pronto habrá más submuertos que humanos vivos!” Si cambiamos “submuertos” por “subprimes”, fácilmente nos remontamos a la crisis económica que coronó los últimos años de la década recién pasada y la otredad a la que nos enfrentamos es, casi sin lugar a duda, la pobreza y la subalternidad.

Lo que Max  Brooks ha logrado hasta el momento en sus obras creando un universo post apocalíptico zombie es tomar lo más interesante del cine, uniéndolo a lo más interesante del video juego, fundando una literatura de zombies capaz de ser tomada en serio, basada sobre los grandes temores de este otro: pobre y tonto, carente de autonomía y de tan fácil contagio. Cómo no temerle a una enfermedad tan incurable como la otredad. De eso se ha hecho cargo Max Brooks y es por eso que “Guerra Mundial Z”, “La marcha zombie” y “Zombie, Guía de supervivencia, Ataques registrados” no pasarán al cajón de los recuerdos junto a los smash-ups que tan de moda se han puesto este último tiempo.



 

 

 

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