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Patrick Modiano, donde habita el olvido

Por Mauricio Electorat
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 13 de Enero de 2008


Desde que irrumpió en la literatura francesa con El lugar de la estrella, en 1968, Patrick Modiano ha escrito veinte novelas. De ellas, se han traducido al español menos de diez. Y la mayoría han pasado inadvertidas. En otras palabras, en nuestro idioma Modiano es, en el mejor de los casos, un escritor de culto. En Francia y en el mundo anglosajón, por el contrario, es considerado uno de los más importantes novelistas actuales. Pero eso no es lo importante. ¿Qué es lo importante, entonces? Alguna vez le preguntaron a Lezama Lima qué era lo que él más admiraba en un novelista. El autor de Paradiso respondió: que tenga un lenguaje y un universo propios y que no llame a los amigos a altas horas de la madrugada para leerles el capítulo que acaba de escribir. Pues bien, lo importante en Modiano es su universo. Un universo de hoteles abandonados y balnearios desiertos, de policías, oscuros comerciantes y dudosas cantantes de cabaret. El decorado de sus novelas es un entramado de calles, una sucesión de cafés y de sombrías oficinas que se pierden en la noche de la memoria. Porque las novelas de Modiano son también una topografía singularísima de París, de sus bulevares periféricos, sus hoteles de lujo, sus garitos. Ese París espectral en donde transcurre la errancia de los personajes es tan importante como los propios personajes. Y es que Modiano inventa —o recrea— el París de la ocupación, el París de las siniestras oficinas de la Gestapo, de los cabarets, del mercado negro y de las razzias contra los judíos. Las novelas de Modiano tienen la misma "textura", la misma "coloración" me atrevería a decir, que las de Simenon y que las de otros grandes novelistas franceses de mediados del siglo pasado, como Marcel Aymé o Roger Vailland, lamentablemente aún menos conocidos entre nosotros que el propio Modiano. Es la"coloración" de las fotos de Cartier-Bresson y de Robert Capa. Junto con esto, todas las novelas de Modiano pueden ser leídas como una sola novela, como una "Recherche" proustiana, cuyas coordenadas, en vez de la gran burguesía y las mansiones de provincias de fines del XIX, son el descalabro de las vidas que acarreó la guerra, la incertidumbre respecto de la propia identidad, las dentelladas del pasado en el presente. En Viaje de novios, por ejemplo, el protagonista se evade de su propia vida y se instala en un hotelucho de la periferia, bajo otra identidad, desde donde reconstruye su adolescencia. Y ese pasado nos lleva al encuentro con la que será su mujer en el París ocupado, a la venta de las obras de arte del departamento que sus padres han abandonado, a un hotel casi clandestino en la Costa Azul, a un encuentro con la mujer que entonces los protegió y que, ahora, en el presente del relato, se acaba de suicidar en Milán, en donde el protagonista se encuentra, por azar, una tarde de verano. En Rué des boutiques obscures, con la que ganó el Goncourt en 1978, un tal Guy Roland parte al encuentro de un desconocido que ha desaparecido hace mucho tiempo. Ese desconocido es él mismo. "No soy nada. Nada más que una silueta clara, esa noche, en la terraza de un café", así comienza la pesquisa. Los personajes se llaman Freddy Howard de Luz, Pedro McEwoy, Mireille Maximoff, Grabley, nombres de cartelera de teatro, de crónica mundana o de ficha de comisaría. Como escribe él mismo, "los nombres terminan por desprenderse de los pobres mortales que los han llevado y brillan en nuestra imaginación como estrellas lejanas". Esos "pobres mortales" son dandis, gánsteres, actrices, cantantes, hombres y mujeres solitarios que caminan en el tenue límite entre el aventurero profesional y el delincuente, y surgen en cada una de sus novelas como figuras de cartón piedra desde el más profundo de los olvidos. Un viejo pasaporte, un recorte de diario, una foto, cualquier cosa es un indicio que va a dar a ese pasado. El mismo pasado que rescata en Un pedigrí, su última novela traducida al español. "Escribo estas páginas como quien redacta un informe —declara—, a título documental y sin duda para terminar con una vida que no era la mía". En este "informe", como prefiere él llamarlo, se encuentra toda la "materia prima" de las novelas de Modiano. Su padre, judío, vagamente comerciante, asociado con los alemanes en oscuros negocios de contrabando que debe, justamente, inventarse otra identidad para sobrevivir. Su madre, una actriz belga, ocupada en obtener roles sin importancia, que abandona a sus hijos en casas de amigos o en internados de provincia. El único momento de esa vida que realmente le concierne, dice, es el de la temprana muerte de su hermano. La orfandad, a partir de entonces, es total y la única posibilidad de seguir con vida es la literatura. Patrick Modiano lleva casi cinco décadas publicando breves novelas, que "brillan en nuestra imaginación como estrellas lejanas". En sus ficciones no encontramos al héroe sartreano, obligado a decidir, volcado a la acción, ni al católico de Graham Greene o Bernanos, guiado por una moral, sino al individuo trizado, que vive su identidad como una incertidumbre o una herida y no tiene a qué aferrarse, salvo a esos rostros y nombres de calles que surgen desde lo más profundo de su memoria. Acaso sin perseguirlo, con un lenguaje sencillo y poético a la vez, Modiano ha llevado a la ficción la conciencia fragmentaria del hombre sin certezas. Por eso es uno de los grandes novelistas de nuestra época.

 

 

 

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