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POÉTICAS DEL
CHERNÓBIL AMERICANO
(fragmentos)
Miguel Eduardo Bórquez
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los recién nacidos de fukushima sueñan que el sistema solar también es un espejismo
divagar al revés de lo histérico semejando en su cascarón de marfil la belleza primera del átomo, del resplandor tras desgarrarse la finitud de su manantial áureo y asir la tierra con maternal ilusión. a lo lejos una observación estática desde el parabrisas y un alto en la ruta para comer un sándwich y emocionarse con la bandera y los coironales, y desde allí alucinar coloridas e intransitables autopistas. todos los días arde una porción del amazonas, se seca un cordón lacustre en marruecos o se derrite un glaciar en groenlandia; hay criaturas acorraladas por un daño multifactorial y obsceno que no enmiendan los viejos hipocampos del tiempo, pequeñas proezas humanas que se adhieren a la ficción de apellidos, hogares y países que no perdurarán más que en ciertos soportes análogos. por eso se recopilan con afán antropológico miles de cintas de video con escenas distorsionadas y elípticas de bautizos, primeras comuniones o paseos al campo con tonos blanquecinos y motivos montañosos: todas son iguales, todas narran sin saberlo la novela patria. hay unos escolares vertiendo el mercurio de un termómetro en sus labios antes del primer beso y un cordón umbilical anónimo enterrado en cada quinta junto a perros y gatos muertos. para sobrellevar tanta mierda una dosis dominical de urbanidad y aleatoria lascivia, para cautelar lo normal y perpetuar lo auto flagelante precisando un eco convergente sin raíz ni esperanza. de amo a vasallo las instantáneas de la pacificación de chile, su ecléctica flora y fauna y los paisajes del sur –fiordos, estepas y lodazales- resplandeciendo borrosos rayos gamma y restos cutáneos que otros acabarán llamando casa. los pirómanos vuelven a deambular el suburbio para incendiar autos por la noche mientras las familias planifican un pulmay de viernes santo. el tiempo es un síntoma pero la enfermedad es otra. no hay más naturaleza, ya no hay fotosíntesis secante para el mar. la ecología primaria de los herbívoros que pastorean polietilenos declina, los refrigeradores y plasmas se apilan aleatoriamente hasta moldear un mamarracho que llaman chernóbil, que antes lo llamaban chile
ya no puedo escribir la envergadura del paisaje
cuál yacer que nombras pasado el terror de este burdo found footage que ahora transcribes, la nocturna cadencia del deseo atómico devastando tu cuerpo como un iceberg compactado bajo la tierra. ya no hay nada en lo que eres, ya no hay sentido en lo que haces. has llegado hasta aquí como cualquier mamífero menor trasladado por el azar y lo sabes, lo piensas como el moribundo piensa ajena su infancia viendo como una retroexcavadora descubre cuerpos al parecer humanos en el patio del colegio. tu mundo interior vale mierda y el fascismo es un yugo atroz que aún te pesa, que aún doblega tu frágil espalda y te rompe. habrá un relato más común? podría imaginarse una vida más ordinaria?
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pero la rotura a veces es parcial y tras ella sueñas algo que podría ser un gulag o el patio de una cárcel en chile o europa del este. es una visual opiácea que avanzas y retrocedes al mismo tiempo, entrando y saliendo de un vasto perímetro donde ves púas rojeando sangre de otros que no te importan y un apilamiento de cuerpos que te resulta familiar pero no perturbador. habitas la inminencia de la muerte como una simple frivolidad. a veces dentro de ése sueño sueñas que los cuerpos no son cuerpos sino hortalizas y que es tuyo el trabajo de quitar las babosas e insectos que les dañan. el verdor y la humedad de ese nivel onírico contrasta con la aridez del estado anterior y lo compensa, pero es una sensación breve y engañosa. vuelves a tu primer trabajo, que es arrancar tapaduras de oro e incinerar huesos. a veces despiertas a medias sintiéndote enfermo y asqueado. otras veces no despiertas, aunque en el sueño quieras creer que si
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tampoco comprendes cómo se empieza a morir, por eso blasfemar y jurar te da lo mismo. piensas la lluvia de amoníaco como la antesala al desborde de una paz irreal y sombría cuya perpetuidad no podría sino enfermarte como enfermabas cuando niño, cuando afiebrado faltabas al colegio y delirabas algo creciéndote adentro, un alien, tumor o cuerpo extraño que en cualquier momento te destrozaría el tórax para infestar la casa. cuando te sentías mejor replicabas en cuadernos bocetos de monstruosas entidades biomecánicas y de noche soñabas la nostromo estrellada a mitad del bosque mientras un liquidador toca claro de luna en theremín (instrumento que conociste en esos sueños y no antes). cómo no desvariar con tanta mierda? algo irreal te crecía en las entrañas y lo sentías, una especie de fetus in fetus en que lo otrote jalaba desde un sistema nervioso brusco y atrofiado. y siempre así hasta hoy: ciencia ficción en latencia, alarmas de una tercera guerra mundial y señales como de fétidas crisálidas rajándose
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hay interferencias en el vocabulario que traducen por ti las rapiñas del chernóbil americano. es aleatorio su aritmético armazón que solo exhibe limitadas dimensiones del error que ves. entre la región subántartica que habitas y el polo hay japonesesarponeando cetáceos (firmaste una causa en charge.org para frenarlos) y un isla de electrodomésticos y chatarra informática que ya es tan grande como un país. eso es lo que ves cuando quieres ver y preguntarte cuántos tiempos hay en el tiempo que te sobra. tanta nigromancia, tanta autocompasión y mierda new age para ocultar que a dónde ibas –después de todo- ya no llegaste
fijar aquí la fotosíntesis del cielo
piensa los pequeños o gigantes signos cancerígenos que hay –o podría haber- en los osos y otros cuadrúpedos mayores del soviet, en los pudúes y pequeños cérvidos sudamericanos. recapitula sintomatologías y dibuja en croquis especímenes sanos y otros enfermos. reflexiona: cuánta hostilidad o asco sentiste al diferenciarlos? ahora hay un ejemplar de ambos (una especie de holograma o proyección virtual) olfateando el humus o tomando agua en el rio dniéper o el baker, evocando –como todos- su lactancia antes de caer deshechos. supón la fealdad que ostentan como un fuego vertebral y sucio que les abrasa desde los intestinos, como un milagro patógeno que sin decirlo compartes. la naturaleza es una divina arcada.
todavía añoras que lo bello es regresar?
todavía crees que lo anómalo es morir pero fingir que no?
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MIGUEL EDUARDO BÓRQUEZ (Puerto Natales, 1985)
Licenciado en Educación y Profesor de Lenguaje y Comunicación. Ha publicado el libro de poesía Trapalanda (2013). Figura en las antologías Lluvia de poesía sobre Milán (colectivo Casagrande,2018) y Felices escrituras (Ediciones Casa de Barro, 2019). Beneficiario de la Beca de Creación del Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura, convocatorias 2013 (por Trapalanda), 2016 (por el inédito Chilean Stardust) y 2020 (por Escoriales de la Última Esperanza). Poéticas del Chernóbil americano (2018) permanece inédito.