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La soledad de los chilenos

Por Mauricio Electorat
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 22 de septiembre de 2013

 


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 Perdonen los lectores que insista con un tema que ya he evocado en esta columna, pero, a riesgo de parecer majadero, diré lo que me parece: me parece que en Chile estamos frente a un caso de devastación cultural del que nadie -nadie de aquellos a los que compete verdaderamente este asunto, es decir, los responsables de las políticas públicas- se hace verdaderamente cargo. Me refiero a la última encuesta de compresión lectora efectuada por el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, a petición de la Cámara Chilena de la Construcción.

El "Estudio de competencias básicas de la población adulta de Chile" (2013) muestra que el 44% de los chilenos no entiende lo que lee. Atención: no se está midiendo la comprensión lectora de textos literarios -un poema de Neruda, por ejemplo, o un cuento de Manuel Rojas-, sino de textos básicos: noticias de periódicos, formularios, gráficos... Esta cifra resulta ya en sí aterradora, pero la gravedad del asunto es aún mayor: el estudio demuestra que la "fotografía" de 2013 es idéntica a la arrojada por la encuesta precedente, la International Literacy Survey, efectuada... en 1998. Quince años en balde. Quince años de presupuestos nacionales, es decir, de inversión pública en capital humano, tirados por la ventana. Y la mitad de la población en estado de analfabetismo funcional.

La pregunta cae de cajón y ya ha sido formulada varias veces: ¿se puede aspirar a ser un país desarrollado con una población analfabeta? La respuesta, si buscamos un modelo de desarrollo sustentable, es decir, duradero, es, obviamente, no. Que me perdonen los expertos, y los políticos de izquierda y de derecha reunidos (y unidos y perdonados entre sí), pero a mí me parece que este es el verdadero problema de Chile. Se pueden mejorar las pensiones, se puede mejorar la salud, pero si vamos a ser un país de analfabetos, estamos condenados a seguir siendo, per saecula saeculorum, exportadores de cobre, de trozos de madera y de fruta embalada, como decía el rector Víctor Pérez.

No poner este problema como "el" problema prioritario de la agenda pública es tapar el sol con un dedo, mientras con la otra mano seguimos cavando nuestra fosa.

No es muy difícil imaginar cómo afecta esto a los escritores. Guillermo Schavelzon, que es el agente de numerosos escritores hoy activos en Chile, declaraba en una entrevista que de todos sus representados -la mayoría de ellos latinoamericanos-, los escritores chilenos eran los más difíciles de llevar: como no tienen lectores -decía-, viven en un estado de ansiedad permanente por ser publicados en centros editoriales importantes; España, el primero de ellos. La cosa va más lejos: yo sostengo, por ejemplo, que muchos de los escritores de la llamada "Nueva narrativa" se empeñaron en usar un lenguaje "no contaminado", una especie de "español estándar" -que no se habla en ninguna parte del mundo-, porque, asumido o no, su deseo profundo era ser publicados -y leídos- en Barcelona o en Madrid. Condenados a la soledad, los escritores chilenos miraban desesperadamente hacia las grandes editoriales transnacionales... y articulaban un lenguaje en consecuencia, sin atender al hecho de que toda escritura es un "acto de habla", escribimos en una lengua que se usa y no en una lengua fija, inmutable. Las palabras del escritor son palabras "impuras", cargadas de oralidad, de múltiples significados y ecos. Ya lo decía Neruda, que militaba por una "poesía impura", es decir cargada de "mundo", frente a los artificios formales de los seguidores de Juan Ramón Jiménez. ¿Y qué otra cosa ha hecho Nicanor Parra, por ejemplo, sino recuperar el habla chilena y darle el estatuto de gran poesía?

La soledad de los escritores chilenos es una cosa, pero otra, harto más dramática, es la soledad de los chilenos. Las personas que no leen están cortadas de la esfera simbólica; tienen dificultades para rellenar un formulario, pero, sobre todo, para aprehender el mundo. Es como si tuviéramos la mitad de nuestra población aquejada de ceguera. Quien no lee está ciego, sordo y, sobre todo, solo. "Me duele España", decía Unamuno, ante el desastre y la decadencia que culminó con la guerra civil. A mí me duele Chile y, la verdad, no veo mucho qué estamos celebrando.



 



 

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