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Sueños

Mauricio Electorat
Revista de Libros de El Mercurio, 7 de junio de 2015


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Soñé que éramos un país en el que la cultura significaba algo... un país más bien pobre y remoto, pero donde la gente leía (aunque subsistiesen tasas de analfabetismo, aquellos que sabían leer y escribir, leían libros), donde los diarios y las revistas tenían suplementos y secciones de cultura que traían cuentos, poemas, artículos de escritores e intelectuales que se llamaban Vicente Huidobro, Juan Emar, Joaquín Edwards Bello o Luis Oyarzún, por ejemplo, o periodistas como Lenka Franulic u Orlando Millas, gente que en todo caso se expresaba sobre aspectos de la realidad que iban más allá de la mera contingencia o la economía. Soñé que éramos un país que no vivía servilmente pendiente de los "rankings" (las doscientas mejores universidades, los cien mejores restaurantes, la mejor terraza de un bar, etc.) sólo para comprobar que no figuramos casi en ninguno.

Soñé que éramos un país en el que a los políticos y a las élites en general se les pedía tener una cierta visión del mundo, un ideal -para usar una palabra que hoy día arrancaría sonrisas- y no únicamente una lista de medidas, lo que hoy llaman "el programa" y que podríamos llamar también "el menú". Soñé que en ese país había encendidos debates sobre ideas -o sobre ideologías, para usar otra palabra que hoy parece provocar asco- y no exclusivamente sobre cifras, o sobre el "impacto social" de eso que se llama "las políticas públicas". Soñé que no éramos un país "de éxito". Soñé que no existía una expresión tan abominablemente hueca como "proyecto país", o "tema país". Soñé que "los pendientes" era un sinónimo de "aros" y no parte de un inexpresivo vocabulario de contadores o pequeños comerciantes.

Soñé que éramos un país en el que se podía pensar que la riqueza no consistía únicamente en hacerse rico a cualquier precio, en el que no parecía absurdo que un poeta fuese candidato a la presidencia de la República, porque por lo demás en los colegios se enseñaba literatura y no esa cosa abstrusa denominada "lenguaje y comunicación" y que enmascara sólo pobreza intelectual y material (¿por qué en vez de seguir enseñando matemáticas no enseñamos algo así como "abstracción y aritmética"?).

Soñé que en ese país había grandes poetas, poetas que enriquecieron con una savia nueva, originalísima en cada caso, el gran caudal de la poesía en lengua española. Esos poetas se llamaban Ricardo Reyes, Lucila Godoy, Carlos Díaz, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra y venían de lugares mucho más lejanos aun que la capital de ese país, pueblos como Temuco, Vicuña, Licantén, Chillán o San Fabián de Alico, esos poetas eran hijos de campesinos, de maestros de escuela, de obreros o mineros, y escuchando esas palabras, los lenguajes que se hablan en esos cerros, en esas costas y peladeros, escribieron una poesía torrencial, metafísica, triste, desolada, o cáustica, irreverente y epicúrea, pero cada uno a su manera supo elaborar un lenguaje nuevo, sorprendente en cada caso, porque leyeron el mundo; esto es, supieron integrar y reelaborar los lenguajes de los grandes movimientos estéticos y filosóficos que marcaron el siglo pasado, desde Freud a Breton, desde Marx y Hegel y Heidegger a los lenguajes del cine, la radio y la cultura de masas. Sin olvidar a Homero, a Heráclito, al Arcipreste, a San Juan, ni a Teresa ni a Sor Juana, ni a Quevedo ni a Góngora, ni a Pound ni a Whitman...

Esos poetas y sus descendientes directos son, o siguen siendo -perdónese la radicalidad- lo mejor de Chile. Si no es así, hagámonos una pregunta sencilla: ¿existe otro ámbito de la vida social en el que podamos demostrar resultados de tal excelencia? ¿En el deporte? ¿En la economía? ¿En la educación? ¿En las otras artes? Soñé que éramos un país en el que el solo el hecho de tener esa pléyade de grandes poetas de la lengua terminaba por decirnos algo, algo sobre lo que fuimos o, si se prefiere, sobre un mundo perdido, claro, pero algo que está vinculado sustancialmente a nuestra historia y que, por ello mismo, nos permitía saber mejor lo que queremos ser. Ustedes me dirán, son sólo sueños. Pero un país que no sueña, es un país que no tiene destino.


 

 

 

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