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Las cosas que perdimos en el fuego y el pasado vivo de Argentina

Por Kathryn Harlan-Gran
University of the Pacific


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En la superficie, Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez es un ejemplo atractivo de la literatura popular, una mirada macabra en las vidas argentinas contemporáneas, por el lente del realismo mágico y el horror. Más que simplemente proveer una serie de cuentos sombríos pero entretenidos, los cuentos de Enríquez representan el legado vivo del pasado de Argentina, con sus elementos violentos y dictatoriales. Sus historias retratan niños perdidos, desapariciones misteriosas, y mujeres que luchan por hacer valer a su identidad a toda costa. Curiosamente, de los doce cuentos incluidos en el volumen, todos, excepto uno, están narrados por mujeres. La combinación de los temas que resuenan con la influencia de la época post-dictadura de Argentina y con las voces que relatan estas historias reflejan un mundo en que el cuerpo y la experiencia de las mujeres funcionan como un vector para sobrellevar los traumas nacionales de violencia política y el control patriarcal.

El cuento “Bajo el agua negra” es un ejemplo absorbente de la manera en que Enríquez utiliza el género paranormal para enfatizar cómo un pasado enterrado puede volver en un sentido metafórico para rondar el presente. En éste, la fiscal Marina Pinat está investigando el caso de un joven de los suburbios de Villa Moreno, a quien la policía ahoga en el Riachuelo, un afluente del Río de la Plata que es famoso como un basurero para las víctimas de violencia. Contaminado profundamente por las industrias cercanas, el agua está cubierta por una superficie negra y grasienta, una capa que el cura de Villa Moreno afirma “estaban tapando algo” (170). La historia concluye cuando Emanuel, el niño ahogado, regresa de los muertos y se congrega la población del gueto, mientras Marina se convierte en la única testigo a un evento que completamente reforma el universo como ella lo entiende, cual desafía los límites que Marina creía posibles.

En un sentido figurativo, el mensaje es directo: también las cosas que parecen muertas, enterradas, y olvidadas tienen métodos para regresar al presente, métodos con que pueden ser desenterrados y perpetuar su influencia. En este cuento, el niño asesinado simboliza no sólo a los jóvenes incontables que el gobierno hacía desaparecer durante la dictadura militar de Argentina, pero también los sentimientos e ideologías de este periodo entero. Marina, entonces, funciona como una mediadora entre el presente concreto e inteligible y el pasado resucitado y paranormal. Si entendemos los eventos en Villa Moreno como verdades, Marina—una mujer en que la compasión y dedicación excepcional motiva que ella ayude a las personas sin voz—se convierte en una portadora de todos los heridos y pasiones históricas que estaban resucitadas, simbólicamente en Emanuel. De esta manera, ella se transforma en una defensora de un niño, víctima de un policía y sistema corrupto.

Una de las historias más escalofriantes de la colección, “El patio del vecino,” sugiere las consecuencias posibles de las cargas culturales hacia las mujeres, particularmente sin apoyo recíproco de sus parejas. En este cuento, la narradora (sin nombre), una trabajadora social recientemente despedida que sufre por alguna forma de enfermedad mental, está convencida que su vecino tiene un niño en cadenas en su patio trasero. Su marido, que reitera repetidamente que ella está loca, eventualmente sale de la casa en su frustración, y la mujer se queda para investigar la casa de su vecino. Allí, ella descubre una alacena con carne podrida y un texto médico con dibujos retorcidos de genitales humanos—pero no hay ningún niño. Cuando ella regresa a su casa, encuentra un niño demacrado con dientes como serruchos, un monstruo que mata a su gato y, entonces, la mata a ella también. Sin embargo, esta historia es interesante en tanto que, debido al estado mental de la narradora, es difícil de determinar cuáles detalles son verdaderos y cuáles son producto de su imaginación.

Como una trabajadora social, con la responsabilidad de cuidar por los niños de la calle, la narradora era responsable de la carga que la dictadura dejaba atrás; ella era expuesta constantemente al costo humano de la violencia del pasado. Cuando ella cometió un error, el sistema no la protegió, y no reconoció sus años de servicio dedicado y su compasión hacia los niños. Cuando ella empezaba a mostrar los síntomas de enfermedades mentales, su marido no le prestaba importancia y la criticaba. El deseo de la narradora para validar su propia experiencia del mundo causa que ella persiga lo irracional de una manera obsesiva. Cuando su sistema de apoyo la abandona, ella no tiene nada para fundamentarlo en la realidad, y eventualmente ella está derrotada—si ella muere literalmente o simplemente desciende en una locura total. De esta manera, las estructuras patriarcales que informan su mundo fallan al proveer la comodidad o seguridad en su tiempo de necesidad, y la deja para luchar con los traumas de su historia personal y cultural completamente sola.

La destreza de Enríquez radica en su habilidad de situar sus personajes como un conducto para las tensiones de la historia de su nación, en que el legado de violencia, opresión, y miedo está encarnado en las experiencias de mujeres modernas en el ámbito natural y sobrenatural. De esta manera, Las cosas que perdimos en el fuego representa un género nuevo de ficción—en vez de la fantasía de realismo mágico, sus cuentos retratan un tipo de “horrorismo mágico”, donde el terror real del pasado de Argentina es peor que los espectros en las historias que Enríquez imagina. La fuerza de sus heroínas no es necesariamente que puedan vencer los monstruos literales y figurativos que se afrontan, pero simplemente que pueden articularlos. Su literatura, entonces, funciona como un aparato para rescatar ambos, el pasado y el presente al traer los objetos de miedo fuera de las sombras y a la luz del día.


 

 

 

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Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez y el pasado vivo de Argentina.
Por Kathryn Harlan-Gran