Si nos fuéramos todos a la concha de tu madre, seríamos como hermanos
Por Tito Manfred
(Prólogo de family values, de mauro gatica)
Cierro el libro y no les miento, pienso en un examen rectal (ejecutado por un proctólogo de manos grandes y dedos gruesos como longanizas de Chillán). No, pienso en un escáner al cerebro (del autor, del lector y de todos quienes compartimos esta enfermedad indecible). No, pienso en un examen general (en una clínica privada pagado con cheque en garantía y adiós depósito inicial del sueño de la casa propia). No, pienso en una biopsia (con mal, con pésimo pronóstico, de ésas que se hacen demasiado tarde y sólo para certificar lo irremediable). No, pienso en una disección (de un sapo o una rata por un pendejo sádico porque el papito le saca la chucha y se lo viola desde que la mamita se fue con el tío). No, pienso en una autopsia (no en CSI sino en el Servicio Médico Legal, en una salita fría y mal iluminada como carnicería clandestina). Sí, una autopsia (que viene del griego y significa acción de ver por los propios ojos). Ahora pienso en una familia (la tuya, la mía, la del autor, la de los Simpson, la de los Flanders, la de los Picapiedra, la de los Mármol, la de los Ingalls). No, pienso en la familia (usted sabe, la base de la sociedad, con todo el horror y la vergüenza que eso implica). No, pienso en la familia chilena (Los Venegas y todas sus variantes más o menos hipócritas, más o menos violentas, más o menos pobres como ratas). No, pienso en la sociedad (maraña de familias-maracas al servicio de familias-cabrones, bajo el imperio de la violencia institucionalizada). No, pienso en la sociedad chilena (maraña de familias-maracas chilenas al servicio de familias-cabrones chilenas, bajo el imperio de la violencia y bla bla bla). No, pienso en la sociedad chilena como una gran familia (del chileno puta que estamos solos). Pienso en family values, de mauro gatica, como una autopsia a la familia chilena, ese cadáver de mujercita convulso –¡por primera vez!– como un zombie en sus últimos estertores; ese cadáver de mujercita enseñada desde potrilla a callar y servir como perra, que nunca tuvo conciencia de sí misma, que nunca tuvo voz para decir esta noche no quiero tu pico en mi boca y que ahora ruega silenciosamente por un escopetazo que le vuele los sesos, que le haga un agujero en el cuerpo y al fin se lo llene con un poco de fuego; ese cadáver de mujercita que bien podría ser un desierto bajo el sol pater, el desierto de todos los días en que callamos nuestros silencios, como un paréntesis dentro de otro. Usted, por supuesto, puede hacer la lectura que se le dé la gana, pero que no le vengan con cuentos ni con el cliché à la Tolstói de que las familias felices son todas iguales; las familias infelices lo son cada una a su manera. Es toda la misma mierda. Es todo el mismo viejo estilo de baile: “sin amor …moverse sin amor/ y tú al mío helado como piedra/ sin amor …moverse sin amor/ y mí al tuyo erecto friccionando”.
Arica, 9 de abril de 2011.
