Sobre la   Derrota del Paisaje de Antonio Rioseco
        
          Por Marcelo Guajardo Thomas.
Santiago, septiembre 2009.
         
        La  reconstrucción de la memoria es el leit motiv de “La Derrota del Paisaje” de  Antonio Rioseco Aragón. El viejo anhelo de gran parte de la literatura  universal vuelve a tomar posesión de estas páginas para intentar desequilibrar  al tiempo erguido en su taburete.
 
          
          Durante  su lectura se nos hace audible el mandato de Kavafis, recuerda cuerpo recuerda, que deja de manifiesto la imposibilidad  de toda literatura de alcanzar la intensidad de la experiencia y el fenómeno dejando  al cuerpo sensible la mayor responsabilidad. Algo puede hacer la poesía, sin  embargo, con este material de segunda mano. Lo que conserva la memoria en fragmentos  aparentemente inconexos y alienados toma forma de pronto, como distingue Heidegger,  cuando el poema arranca lo sencillo del enredo antepone la medida a lo  desmesurado. Como escarbando los sedimentos de una erupción volcánica la poesía  distingue el guijarro inservible de la gema, la borra del material de  fundición. De los trozos de acontecimientos el poeta debe dar forma, no al  relato de ellos, sino a nuevos acontecimientos hechos de lenguaje. 
          
          Rioseco logra esta prerrogativa durante  ciertos pasajes de su poemario alternando el registro y cadencia al modo beatnik con la respiración narrativa sin  prejuicios ni incomodidades. En sus mejores momentos logra regular la  saturación de sus propias contraseñas y alivianar los códigos personales para  dar acceso al lector a un espacio personal colmado de nostalgia y humo de  cigarrillos. Y más, cuando el relato nos lleva sin intermediarios ni escalas al  recuerdo que se quiere capturar  el  poemario ajusta y rectifica las distancias y el fogonazo nos da en el rostro: 
        
          “Y junto a ti, una fotografía  / tomada en Marruecos,/ las máscaras de Dylan Thomas / y otro poco de trago. /  Yo callo y tú hazme una oferta para / cuando estemos muertos. / Dime una  palabra, dímela.” 
        
        Es en estos momentos en que la  interpretación del sueño toma posesión del poema. Los versos acontecen como un  vehículo de transporte de material en donde precisamente la carga y el modo de  estibarla concentran el sentido del poema: 
        
          “No veo mi reflejo desde el puente  Mirabeau. / La primavera es débil / a veces un hombre no se entera /  de que es mojado por la lluvia / o tal vez no  haya nadie que lo note. / Existen imágenes /que parecen esculpidas en el tiempo  / superficies donde emplear rigurosamente el tacto / antes que se dicte  sentencia / y las palabras heridas sepulten el testimonio. / Previo a esto  sería perceptible el reflejo / y, con ello, la posibilidad de acercarse / al  umbral de la poca decencia / que nos va quedando. / Hasta que el río,  finalmente, / se convierta en nuestro abrevadero.” 
        
        El modo lacónico del relato fluye  sin mayores interrupciones y logra por momentos una premeditada intimidad con  el lector. Suceso que tiene lugar, como ya lo he dicho, cuando Rioseco abandona  la tentación de los guiños personales y limpia las afirmaciones hasta hacerlas  plenamente audibles.  Del poema “Esta  Mañana”, variación de un poema de Raymond Carver según nos revela el autor, uno  de los mejores ejemplos de esta lograda eficacia: 
        
          “Sería mejor quedarme esta mañana en  casa, / ventilar un poco las habitaciones / y dejar que entre el sol, calmado y  necesario / como el primer sorbo de cerveza del día. / Tartamudear tal vez un  par de canciones y mirar el río, que este verano trae menos agua / desde la  extraña cordillera.” 
        
        Antes que el tiempo recobre el  equilibrio “La Derrota  del Paisaje” le obliga a firmar un par de salvoconductos.