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Capítulos y kilómetros de una maratón íntima
Por Amelia Carvallo
Publicado en Suplemento Ku, 7 de Enero de 2018
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Hace siete años, Macarena García Moggia había escrito un montón de poemas relacionados con el deporte y, según ella, eran todos muy malos. Los abandonó como quien bota una carrera cuando ve alejarse las espaldas de los que van a ganar. Después escribió otros poemas. Esos sí llegaron a tener portada y solapa. Tiempo después, los versos que había desechado revivieron. Esta vez, García Moggia les dio otra forma y los convirtió en su primera novela.
El libro se llama "Maratón" y aunque fue publicado hace menos de un mes, fue uno de los mejores del 2017 según los críticos literarios, editores, libreros y escritores. Es parte de la colección Almácigo de Editorial Cuneta, un sembradío donde también alzan la cabeza interesantes obras como "Nancy", de Bruno Lloret, y "Charapo", de Pablo D. Sheng.
Macarena García Moggia es licenciada en Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Tiene un doctorado en Filosofia, cursó en España un magister en Estudios Comparados, en la Universidad Pompeu Fabra, y hoy vive en Viña del Mar, aunque ha tenido temporadas en Santiago y Valparaíso.
También codirige Mundana Ediciones y enseña en el Instituto de Arte de la PUCV.
Su primer libro fue una colección de poemas que tituló "Aldabas" (Edicola Ediciones). Hoy sigue escribiendo poesía, pero no tiene muy claro cuándo volverá a publicar. "Me acuerdo de ese verso de Enrique Lihn que dice que lo primero es sentarse y madurar. Y madurar es lento. Y sentarse cuesta. Se necesita harto entrenamiento", comenta.
Recientemente hizo la traducción de la novela del italiano Claudio Morandini "Nieve, perro, pie", primera práctica en esas lides que espera mantener. Sin embargo, dice "fue una experiencia ruda igual, una novela bella pero dificil, que tiene sobre todo una textura en la que trabajé harto. El italiano es simple, pero es desafiante para el castellano. Hay poca literatura italiana traducida en Chile y creo que el trabajo que está haciendo Edicola Ediciones es notable".
MARCAR EL PASO
Macarena no ha corrido nunca una maratón, aunque en alguna época de su vida le gustaba trotar. "Tengo asociada a la experiencia de correr una sensación infantil muy placentera, de correr en el espacio abierto, enorme", explica esta viñamarina que por cierto dedicó la novela a su hermano Fernando, que entrena desde hace algún tiempo para correr maratones.
Este breve libro tiene 50 capítulos, 42 de ellos por los tradicionales 42 kilómetros que abarca una maratón completa y ocho restantes que detallan aspectos como la alimentación previa, las formas de entrenarse y las actitudes mentales que favorecen una buena corrida.
Cuenta la autora que escogió como epígrafe un verso de la poeta Elvira Hernández que estaba en "Cuaderno de deportes", un libro publicado en 2004, el mismo año de los juegos Olímpicos en Atenas,
los de Massú y González. La línea es parte del poema "Fondismo" y es una afirmación vestida de pregunta: "¿Hay acaso otro camino que marcar el paso?". Es una sentencia que interroga al lector y que, según la autora, define un poco lo que hacen sus personajes, así como el efecto que quiso para la novela: "Mover los pies sin avanzar"
DOS AMIGOS
Cerca del Cerro San Cristóbal, en un edificio de 25 pisos con departamentos de 30 metros cuadrados, los amigos Laura y Diego trasnocharon tomando vino y se fueron a la cama juntos. Esa noche ella soñó que era una tortuga caminando por la "tierra seca y un poco rosada" de Quilpué, temerosa de los trenes y túneles.
Diego ha vuelto de un viaje a España y de una relación amorosa fallida. El hilo de la conversación fluctúa entre cine, música y libros. Laura habla de su trabajo corrigiendo textos, un catálogo de arquitectura y ahora una novela con la que espera "salvar el mes".
Los amigos hablan sobre trabajos en librerías, talleres de guión y becas en Estados Unidos, y por ahí caen frases rotundas, del tipo "es sólo que tal vez la palabra viaje ya no rima con la palabra futuro". Son diálogos donde hay un ritmo y una respiración, donde a veces una de las voces queda en blanco o en suspenso, una forma que la autora dice que rescató del argentino Manuel Puig.
— ¿Cómo nació "Maratón"?
— Al principio fue un conjunto
de poemas que giraban en torno al deporte, los escribí por ahí por el 2011 y eran todos muy malos. Intentaba llevar el lenguaje épico del deporte a ciertas experiencias cotidianas, amplificando la distancia entre un registro y otro. Abandoné los textos por los poemas de "Aldabas" hasta que, un par de años después, los retomé y me di cuenta de que lo que necesitaban era una historia que anudara esas imágenes. Una historia que, en todo caso, fuera secundaria respecto de ellas. Entonces me senté y escribí los treinta primeros kilómetros muy rápido.
— ¿Qué hechos gatillaron su escritura?
— El 2011 estaba Piñera de presidente. Piñera con toda su ética de la competencia, el mérito, las metas y los triunfos. Todo un imaginario que rima, al menos, con esta moda del deporte espectacular, como las corridas, el runner, la maratón; espectáculos que tapizan las calles de eslóganes como "vamos que se puede", "la fiesta de todos", en fin: tanto usar la palabra "todos", quería ver cómo podía mezclarse esa jerga con una de corte más intimista, y entonces tomé, en la novela, la decisión de separar un ámbito del otro recurriendo a una ventana, una ventana que hace de corte, pero también de comunicación entre dos mundos que pueden leerse como complementarios o como opuestos. Yo me inclino por lo opuesto.
EL MURO
Igual como en el llamado "muro de la maratón", que
sobreviene entre los 30 y los 35 kilómetros, en el capítulo 30 le vino un "parón" que amenazó la ficción. "No supe cómo seguir. Dije: tengo que leer, buscar cómo resolver. Me faltaba técnica, así nomás. Al kilómetro 30, al parecer, viene un agotamiento de las reservas y una baja de energía súper fuerte, que parece que cuesta mucho superar. Algunos dicen que superarlo es una cuestión puramente mental. Bueno, me pasó exactamente eso escribiendo esta historia en la que sin que ocurriera nada, había que seguir", recuerda la autora.
— ¿Cómo diste con la voz de Laura y Diego?
— Quería dejar que los personajes aparecieran como pura superficie, sin explicaciones, me interesaba prestarle atención a esa superficie. El pie forzado fue que eran amigos y los amigos hablan medio sin hablar. Sus diálogos están llenos de banalidades y sobreentendidos, porque de eso está hecha una amistad. No necesitan decirse quiénes
son, ni lo que sienten. Esas son cosas que tenemos que decirle a alguien que no nos conoce o a alguien que queremos desesperadamente que nos conozca...
— ¿Hay rastros de tu poética en tu narrativa?
— Me imagino que sí. Quizás "Maratón" comparte con "Aldabas" una suerte de obsesión por las cosas, un interés en el correlato que ellas ofrecen, por el modo en que contienen y al mismo tiempo disparan las emociones. También en ambos libros está la construcción de un espacio de intimidad. No creo, en todo caso, en una división tajante entre la poesía y la prosa, o la novela. Son formas distintas de traducir, claro, pero se contaminan una a otra todo el tiempo. Quizá la diferencia entre un registro y otro esté justamente en la respiración. Una cuestión de intensidad o de resistencia. Cien metros o cuarenta y dos kilómetros. Haruki Murakami escribió un librito comparando al novelista con el corredor de fondo. Sospecho que son exageraciones.
— Los datos duros sobre correr, ¿cómo los fuiste integrando a la novela?
— Son casi todos robados de manuales y blogs que me puse a revisar un poco queriendo investigar. Me gustó la forma en que estaban escritos estos textos anónimos en su mayoría. Hablan de formas de entrenamiento y están escritos de la misma manera. Son totalmente performáticos. Dan ganas de saltárselos, de hecho. Yo me los saltaría, porque cansan. Pero así es el
entrenamiento, parece. Y de más que uno lleva una especie de personal trainer enano en la mente.
— ¿Es la de "Maratón" una historia de amor?
— Siento que no. Es demasiado incipiente como para ser una "historia de amor". Supongo que tengo una idea del amor un poco más intensa. No sé. Es una historia de amistad, diría yo. Que es sin duda otra forma de amor. Una forma de amor más gratuita, más "ecológica" quizás, produce menos daño ambiental, porque no hay idealizaciones, ni precauciones.
Me interesaba, creo, tramar una escena de amor improductivo, que careciera de metas o de cualquier clase de ansiedad de futuro. Todo lo contrario a esos cuerpos que se esfuerzan allá afuera.
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Extracto del libro "Maratón" (Editorial Cuneta), de la autora chilena Macarena García Moggia.
Ven, dice él y la abraza. A esta hora entra mucha luz en el departamento. ¿Siempre te levantas tan temprano? Sabes que no. Mejor te hablo como si no te conociera. Bueno, como si no me conocieras, ¿qué me preguntarías? ¿Cómo te llamas? Eso prefiero no decírtelo. ¿Dónde vives? Claro que vivo acá. ¿Hace cuánto? ¿Hace dos años casi? No te conozco. ¿Qué más? ¿Qué más qué? ¿Cómo es su propio departamento? Propio no, porque no es de su propiedad, pero vive ahí hace un par de años, efectivamente, y ha ido agregando al pequeño espacio cada
vez más cosas. Altura: tercer piso. Número: 318 (3 + 1 + 8 suma en total 12 y varias veces se ha preguntado si acaso ese número tendrá algún significado). Orientación: norte. La ventana da a un parque, todo verde y de fondo el Cerro San Cristóbal. No parece una vista de Santiago pero lo es, las micros pasan por debajo y, aunque no se ven, se escuchan muy fuerte. Es una de las principales avenidas de la capital. A un costado: una catedral. Del otro: un hotel. El edificio tiene más de 25 pisos y en la azotea hay una piscina desde la que se puede ver la ciudad casi entera, o eso imagina ella, que no es de Santiago y piensa que desde una altura como esa cualquier ciudad debiera verse entera. Pero el departamento: el departamento es pequeño, ¿treinta metros cuadrados? Se
entra y a mano izquierda está la cocina y a mano derecha el baño tras una puerta, claro. La cocina en cambio es abierta y se integra, separada únicamente por una mesa y sus taburetes, al resto del departamento. Un solo ambiente: de un lado la cama frente al televisor que no funciona como televisor y del otro un gran librero, varios libros, más papeles y fotocopias que libros, y una pequeña mesa con ruedas sobre la que debiera estar el computador. ¿Qué más? En la puerta del baño algunas imágenes pegadas con scotch. Un cuadro de Hopper, Patty Smith con Mapplethorpe de torso desnudo, una reproducción de los dos monos de Brueguel, un retrato de Violeta Parra y otro de Colette, "La Gata".
También hay una imagen más pequeña que las otras de una liebre en blanco y negro tomada de algún grabado antiguo cuyo origen desconoce. Sin contar esa puerta, el resto de las paredes están vacías. Sobre la mesa hay una repisa y un estante con puertas de vidrio. En la repisa se esparcen algunas miniaturas: una bicicleta de alambre, un auto azul de juguete, una flor plástica que se mueve con la luz del sol, dos pájaros fantásticos de alas fosforescentes, una pequeña foto carnet de su mamá, un tigre de goma naranja, un incienso, algunas monedas de peso. En la estantería, a un costado, reposan útiles de escritorio: papeles de todos colores, lápices varios, sacapuntas, gomas de borrar, distintos tipos de cuadernos de notas, unos más grandes que otros; también hay una o dos reglas, tijera y pegamento, cuchillo cartonero, reminiscencias escolares. De grande ha podido coleccionar todos los útiles que le hubiese gustado tener entonces. Junto a la cama no hay velador, por eso lo que correspondería a su mesita de noche se guarda todo en el baño. En vez de velador hay una lámpara de pie que ilumina cada noche un sillón color mostaza algo ajado pero del que se siente muy orgullosa: fue una herencia de su abuelo, el sillón que nadie quiso llevarse, excepto ella, cuando él murió. Alfombra no, piso flotante.
¿Qué más quieres preguntarme? Nada. ¿Por qué me pediste que me quedara?