La enfermedad del habitar: A propósito de “Casa Impropia” de Rodrigo Figueroa Calsina
(Editorial Electrodependiente, 2022, ) Por Mauro Gatica Salamanca
“Esta casa Impropia no es suya, sin embargo, el único habitante es usted” Ánuar Zúñiga Naime
Rodrigo Figueroa Calsina
Leo el libro CASA IMPROPIA (Editorial Electrodependiente, 2022) del poeta boliviano Rodrigo Figueroa Calsina y pienso: la casa fantasma es lo único real, habitarla es deshabitarse, es desollarse vivo, es retroceder. La casa se acomoda en la memoria, esta casa que es todas las casas, se dibuja así misma:
Ladrillos de tiempo y miseria formaron el esqueleto de estos muros
Los días pesan
se hunden de a poco como una fruta que se descompone desde su interior.
Cambio de página y leo: La casa y la memoria son escritura, la escritura es distancia, la distancia no tiene nombre, los nombres propios no tienen voz porque la carne es una sola. Y sigo: la memoria y la infancia son los cimientos de cualquier morada, son insectos que se niegan a morir, pero la casa no es infancia, la casa envejece como los vidrios, adelgaza, se vuelve confusa, se vuelve irrisoria, se hace polvo como animales que se secan bajo el sol. Habitar la memoria es reconstruir las paredes que nos cobijaron, recordar el dolor es hacer latente la herida, recordar el dolor es olvidar la dicha. Cito:
Parece novedad la violencia con que cae el tiempo sobre las cosas
Parece novedad esa violencia con que las paredes van perdiendo su piel
Una casa como esta es como una foto que se visita a diario y cada vez produce extrañeza: es habitarse, es abandonarse, es habitarse otra vez. Una casa como esta es el olor de los alimentos, el calor de los focos recién apagados, el frío durmiendo dentro del refrigerador. Una casa impropia como esta es un plato helado encima de la mesa, una taza de té derramada sobre la cama, es acumulación, una vulgar enfermedad. Una casa es desvarío, es replantearse el habitar, es el más absoluto silencio:
y desde el interior de la casa los recuerdos de una familia se borran atravesados por la brocha infranqueable del tiempo.
Esta casa es la metáfora del hambre me susurra este libro como un cuchillo que corta sin aviso: es carencia y apetito. Una casa también son cosas, paredes, ventanas y puertas, camas y muebles y cortinas; una casa son mesas, sillas y personas, rincones donde alguna vez nos refugiamos.
Una casa es todo lo que no se habita. Leo entre líneas como si el autor me musitara: una casa jamás será nuestra patria, es un territorio desvalido, un eriazo, una piedra que flota, que da la sensación de estar ahí, casi a punto de hundirse. Una casa nos invita a marchar, a partir, a estar siempre lejos.
El silencio detrás de la puerta deja pasar el ruido de un futuro que eclipsa lo real
Doy vuelta la página. Una casa nos habita violentamente como una violación habita el cuerpo, su carne, sus huesos. Una casa esconde un abandono, una casa es un refugio que no protege. Una casa solo es bella en la memoria nos dice Rodrigo casi murmurando, y es que la casa jamás fue nuestra casa.
La casa que habitamos no es lo que habitamos. Esta equivale a irse, irse no necesariamente es huir, abandonar el hogar es encontrarse con la sombra de lo que pudimos ser. Yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros, ellos. Una casa son todos los pronombres, todos los lugares, todas las direcciones, digo, exterior, interior y ventanas; digo una casa es extraviarse, es jamás tener tranquilidad, como si el libro nos gritara: nunca estamos mejor que lejos de nosotros mismos y la casa somos nosotros mismos.
Hizo su casa en otro país
El tiempo oxida toda palabra
La distancia mata la lengua materna.
Termino de leer Casa impropia y pienso: la casa es algo vivo, y por lo mismo no es ni otorga, bajo ninguna circunstancia, el más mínimo atisbo de serenidad. La familia, por supuesto, nos dice Rodrigo Figueroa Calsina, la familia no necesariamente es el hogar:
Con los años, son menos las personas que se sientan a la mesa
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(Editorial Electrodependiente, 2022).
Por Mauro Gatica Salamanca