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Un crudo paseo por “La Comarca. Ensayo del Desarraigo” de Mauro Gatica

Por Fanny Campos Espinoza

 


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Conocí Arica aún antes de pisar su tierra, y lo hice de la manera más desgarradora e intensa que se puede hacer, a través de la poesía. La Comarca. Ensayo del Desarraigo, del poeta ariqueño Mauro Gatica, a lo largo de sus 276 páginas, me paseó violentamente por los orígenes de esta mentira geopolítica que es la construcción identitaria nacional chilena, y el establecimiento arbitrario y tremendamente sangriento de las fronteras políticas del norte, fijadas por los poderosos de siempre, oprimiendo a los pueblos que las habitan.

El inicio de este crudo paseo por Arica, comienza con violentas barreras de entrada, una larga lista de epígrafes de la más variada índole, 6 páginas de epígrafes, luego ilustraciones, entre ellas un perro muerto, que se irá reiterando a lo largo del libro, hasta llegar a la página 14 en la que recién se nos da la bienvenida “bienvenidos/al cementerio/más viejo de chile”, para alcanzar el primer texto recién en la página 18, “protocolo de ingreso”, en la que se enumera una larga lista de controles fronterizos. Esos mismos en los que más adelante veremos actuar a la “liga patriótica” , como en el complejo fronterizo Chacalluta, donde “ registra a las negras que gritan a los cuatro vientos su inocencia” y banalizan …”su vida así de expuesta/hundida torpemente en la baba/ahogada en la boca de un perro”. “todos somos perros en la frontera”, de los que muerden o de los que mueren, “porque en la frontera todos somos perros” y perras.

 Tal como La Nueva Novela, de Juan Luis Martínez, no es una novela; este Ensayo del Desarraigo no es un ensayo, y al igual que aquel referente imposible de omitir frente a libros como el que nos ocupa, esta obra poética se construye a partir del engranaje de diversas citas, imágenes, textos. En este caso narraciones, poemas, trozos de páginas webs, documentos históricos, testimonios, e incluso normas jurídicas de antaño y de hoy, cuyo eje principal es Arica, la arica aimara, la arica peruana, la arica chilena, y el eterno déjà vú de la opresión, la manipulación de la historiografía y de los mapas, y el incesante dolor que causan a nuestras tierras y nuestros cuerpos. Por eso declara el autor “la escritura… es negar- es odiar- es desaparecer, y en esa desaparición; en esa frontera de desaparición, estamos nosotros”… “la puesta en escena es el lenguaje que nos decapita”.

Esta angustiante polifonía sitúa al lector en diversas épocas pasadas y actuales, y nos graba a fuego que la chilenización de esta zona fue una barbarie mucho peor de lo que alcanzamos a imaginar en las clases de historia de las escuelas, en donde nos obligan a cantar el himno patrio en el acto cívico y nos regañaban por no saber la letra (sino sólo las burlas “al niño aquel que escupe baba y chorrea sangre por la boca” , y enseñaban a los niños ochenteros que fuimos, y que fue Gatica, también, cánticos de alabanza a la dictadura, como en cuentos de la cripta, “viva chile, viva el presidente Pinochet”.

En la Comarca, leí relatos verídicos de esclavas negras en arica suplicar ser vendidas a un nuevo amo, testimonios de familias peruanas que debían nacionalizarse chilenas para no perderlo todo en esta ciudad, decretos chilenos en los que se negaba la alfabetización a los adolescentes peruanos, aprendí que el incendio del reducto chileno en Challaviento en 1925 ocurrió tras la violación que un oficial chileno infringió a una joven aimara, y disfruté del dulzor de la venganza, al saber que los pobladores cortaron su órgano genital, lo mutilaron en pedacitos y lo quemaron dentro del cuartel. Todo eso y más leí. Pero también miré mapas, vi radiografías de cráneos fracturados, tablas con datos cuantitativos sobre cantidad de cráneos facturados en Arica, sobre cantidad de campos minados en arica. Vi dibujos de perros muertos a lo largo del libro. Leí perros muertos, perros muertos como símbolo patrio tal vez de todos los muertos que siempre nos quedan debiendo, los que se van sin pagar sus horrores. Gatica lo explicita en uno de sus poemas “símbolos patrios: el cuerpo de un perro muerto”, tal vez aquel que mató el  insólito asesino a sueldo de uno de los cuentos acá incluidos, o esa chola violada y muerta como perro, con la violencia racial de la locura. Otro símbolo patrio, la perra y “la madre de chile hirviendo en piojos”.

 Madres que en esta patria sólo pueden soñar con sus hijos muertos , “recostados dentro de un cajón (…) pagado en veinticuatro cuotas precio contado sin pie, sin el más mínimo interés”, esas madres que en la infancia sólo alcanzaron a soñar “con ser putas baratas (…) pues la juventud desde acá, desde la villa/ no es otra cosa que la antesala de la muerte”, y ante eso, es mejor jamás parir y “arrancarse los ovarios”.

Y el último símbolo patrio, el padre violando a su hija ¿Cómo las niñas de esta patria enferma, desmemoriada y profundamente cruel que nos describe Gatica, no van a soñar únicamente abortos?

Buen viaje, les desea el cementerio más viejo de chile. Una pausa comercial y ya volvemos.

Arica, 27 de julio de 2016.
V Festival Latinoamericano de Poesía Tea Party.



 

 

 

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