Los indios Juncos (Editorial Aparte, 2021) de Melissa Castillo se nos presenta como un texto poético que indaga en la historia de los Juncos, el Camino Real y aquello que en la memoria colectiva e histórica aún persiste. También es un viaje de un hablante que observa, registra, percibe, reflexiona, imagina. La vida citadina deja entrar con mirada inquisitiva el territorio que se habita imaginariamente, que se ve con distancia ahora desde la ciudad; pero que brota con las plantas interiores en un centro de llamados, pues sirven para volver a la naturaleza. La memoria del lugar que se habita, tanto imaginariamente como a partir de experiencias vitales, reclama su espacio. Desde el epígrafe, se advierte el relato del territorio; es decir, ya el título que es referencial nos ubica en un espacio geográfico e histórico que va desde Valdivia a Chiloé, en el periodo de la conquista y mucho antes también, por lo tanto el texto busca densificar el sentido de la sola denominación de esta etnia. En efecto, la poesía es un ejercicio de alumbramiento del lugar y su memoria, que adquiere la forma de un viaje.
El libro está compuesto de 31 poemas, casi todos los títulos son referenciales, a excepción de “El animal y el hombrecito” que si bien es enunciativo, cumple la función de reiterar una perspectiva o visión: la reiteración sintáctica establece una relación coordinante, simétrica entre el animal y el hombrecito; en otras palabras, la prolongación de este texto alterna una visión íntima del lugar y a la vez, una visión mediada por lo artefactos culturales que operan como nexos o puentes para instalar una visión histórico y cultural del lugar. Dicho en otros términos, las lecturas junto con el material audiovisual que expresa la hablante lírico como acto consumido o recepcionado, se imbrica con la memoria oral y la experiencia de esta situada en un lugar específico: Metemvoc o Amortajado y sus relatos. O como menciona Harry Vollmer en la contraportada, la subjetividad se plantea como “un conflicto poético entre una identidad intervenida por la modernidad y un paisaje interior en armonía con los fiordos de la infancia y las personas que ahí habitan”.
De este modo, el registro poético se vuelve un rastreo de un mundo perdido, cuyos habitantes originarios de este territorio ya sin voz, adquieren humanidad y presencia mediante una subjetividad que en momentos habla desde la colectividad:
“navegamos en marea alta sobre bancos de arena
la única riqueza que acumularé para nosotros
estará guardada en esos bancos
existe la rueda pero no viene al caso
no tengo una casa
lo único que te puedo ofrecer es una canoa
del árbol que más te guste” (“El otro día”, 15)
2. La memoria de la tierra toma la palabra
En términos gruesos, Los indios juncos dialoga con el libro de poemas Guaitecas de Jorge Velásquez publicado el 2009 por ediciones “Kultrún” y reeditado en el 2021 por editorial “Aparte”. Ambas obras comparten el viaje y la memoria del lugar como procesos epistémicos para acceder al relato de sus territorios; por un lado, Castillo con el título de su obra ya nos indica el río principal por el que transitará su escritura, mientras que Velásquez a través de la toponimia del lugar, nos da cuenta en qué lugares transitará su poesía y qué habitantes recobrarán su espacio:
Hubo agua
frutos para perpetuarse entre los árboles
insectos merodeando el musgo
exuberantes cordones serranos y complejos peninsulares
cuero de lobo era el vestido que atravesaba la desnudez
cada corteza una canoa esparcida contra el aguacero
el tiempo no transitaba s no tenían filo los raspadores (…) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (“Bitácora del cronista”, 11-12)
Concretamente, Velásquez realiza un rescate de aquellos habitantes originarios de las Guaitecas –archipiélago ubicado al sur de la Isla Grande de Chiloé y que forma parte de la provincia de Aysén–, y en general de aquellos habitantes que coexisten con una geografía y naturaleza de situaciones altamente adversas.
Así pues, como dice Elicura Chihuailaf, la poesía se convierte en el hondo susurro de los asesinados, en el canto de los antepasados que adquieren presencia en la lucidez de una escritura atenta de su historia y la de su tierra. Por ende, cuando hablamos de la poesía como un ejercicio nos referimos al proceso de indagar y registrar la anatomía del territorio para encontrarle un sentido, una identidad. Nos referimos a encontrar, mediante la palabra poética, símbolos que resistan al silenciamiento de una memoria fracturada o, lisa y llanamente, a la borradura de la historia. Entonces, la poesía de Melissa Castillo, en tanto material estético, no constituye un mero ejercicio catártico de un yo enfadado frente a una sociedad opresiva (como algunas publicaciones actuales de poetas jóvenes de la Provincia de Llanquihue que caen en clichés y panfletearía política vestida de aparente poesía), sino que constituye un trabajo de investigación bibliográfica y de campo, como si fuese una especie de etnógrafa, que toma notas y observaciones de los decires, de lo percibido y de los relatos que forman parte de la memoria colectiva del lugar. Leamos:
Diario
Rara vez se perciben los milagros
me abruma todo ese encanto
esa gracia
recolectar algas a la orilla del río
mientras al otro lado se devoran.
cuidadosamente
dan inicio al culto
anotó
arbusto
llamado Huillipeta
todos los vegetales observados
entre Carelmapu y Maullín
alcanzan el número de 145
los animales son 3
9 las aves
en tanto los bravos juncos
aún no logran ser
domesticados (p. 25).
En este sentido, algunos los poemas se vuelven documentos que escarban la historia del territorio, que en cierta medida, funcionan como asideros culturales que permitan forjar una representación identitaria del lugar.
3. Los indios juncos y el camino real
Según los antecedentes históricos, el territorio que habitaron los indios Juncos o Cuncos se extiende desde Valdivia a Chiloé por el oeste, por lo que desarrollaron costumbres relacionadas con el bordemar, debido a su hábitat costero y cordillerano; justamente por ese sector se construyó el Camino Real que
“es un nombre genérico que corresponde a todos los caminos construidos por la Corona Española y en el caso del territorio huilliche fue por primera vez trazado utilizando las antiguas rutas indígenas y reforzado en la medida que las huestes españolas iban penetrando al sur del río Toltén y asegurando esa conquista con la fundación de fuertes que se transformarían en ciudades, las que fueron cuatro: Santa María Magdalena de Villa Rica (1552), Santa María la Blanca de Valdivia (fundada en 1552), la Villa de San Mateo de Osorno (fundada en 1558) y Castro (1567), todas no muy distantes entre sí para poder auxiliarse y mantener la soberanía de la corona” (Fábregas, 2014, p. 13).
Por esto, el primer verso que abre el viaje: “Rebeldes al Rey a Dios”, expone esta situación de disputa que se extiende a lo largo del libro, donde los indígenas se alzan en la cabeza de la isla (Amortajado), vigilantes y hostiles ante la invasión española. “Los bravos juncos aún no logran ser domesticados” nos dice la hablante. Esta idea de una tierra de pugnas se refuerza con los antecedentes que indican que “la población indígena había sido reducida críticamente a causa de las expediciones esclavistas, represivas y malocas efectuadas por los españoles del gobierno de Chiloé durante el siglo XVII desde los fuertes de San Miguel de Calbuco y San Antonio de Carelmapu” (Alcamán, 1993, p. 2). Entonces, la escritura poética se transforma en un viaje por la geografía entrañable que subyace en la subjetividad contenida en los poemas y también es un viaje, sobre todo de regreso, al tiempo de los habitantes originarios del territorio, los cuales siguen existiendo en el imaginario colectivo de una comunidad.
Asimismo, este espacio geográfico comprendió el antiguo Chiloé continental hasta el río Maipué, por lo que fue habitado por familias chilotas que mantenían prácticas comunitarias; no obstante, esto se fue perdiendo debido al impacto de la colonización estatal que privilegió a los germanos, quienes instalaron el sistema de inquilinaje y posteriormente, usaron tecnologías que ya no requerían la congregación de vecinos para los tiempos de siembra y/o cosecha. En otras palabras, el camino por el que transita Los indios juncos de Melissa Castillo, es una zona de constante conflicto territorial. Existen testimonios de personas que han vivido por donde estaba el Camino Real y cuentan que han encontrado restos arqueológicos de los antiguos habitantes, incluso armas, sables y otros elementos de soldados, precisamente cerca de ese lugar, se construyó el monolito de la batalla de El Toro (sector de Polizones, comuna de Fresia). Santos Godoy Oyarzún (nacido en 1948), conocedor de su tierra dice que
“tienen que haber habido muchos indígenas… hay muchas ‘santilejas’ las que son una huella sencilla como caminos, no creo que la naturaleza los iba a hacer, están llenos de cántaros como orejas, hay pedazos de madera petrificada y hasta hachas de piedra… yo encontré una lancha que estaban preparando y que fue arrastrada probablemente por el agua del río” (Fábregas, p. 32).
En suma, la obra, como dije anteriormente, transita por una geografía que se expone en conflicto, lo que a su vez, problematiza la identidad cultural de un territorio.
4. La conciencia del yo
Sin embargo, también se expresa el constante conflicto del yo, la hablante en su itinerario expone diversos escenarios que muestran los detalles del lugar: la elaboración de la chicha de manzana, los bingos bailables, personajes del lugar (Palle), la particular flora y fauna que nos instala en el Sur, humedales, etc. En fin, subyace en la voz poética una conciencia crítica y atenta al acontecer de su terruño, por lo que la poesía se vuelve también una manifestación del paisaje y la cultura que allí se recrea.
Expedición en el Tepú
El más callado toma
la iniciativa con un machete
descabeza las flores primitivas
es el turno de seguir
a un amigo de raíces
sufrir es requisito
ostentarlo requisito
diferentes especies
guarda su semilla
en el pecho ese hombre
que ama maldice
un día hermoso
nos descubre por fin
la playa sangra
casi religiosa
las rodillas
de quien abre
el camino
recolectar en la ribera
cazar muy
de vez en cuando. (p. 29)
Es constante la oscilación entre los espacios, el viaje de Santiago al terruño natal o viceversa, provoca la distancia para imaginar la tierra que el corazón habita. Notamos que la ciudad no es el lugar que se habita imaginariamente, sino que es el lugar que impulsa el viaje de la imaginación junto con mapas y documentos que instalan al texto poético en ciertas coordenadas históricas y culturales específicas.
“(…)
hacer llover en Santiago a las 7 AM
una lluvia ligera nada del otro mundo
irme a otro mundo
humedales
un mapa de Maullín de mil ochocientos y fracción
existe Amortajado en ese entonces
(…) (“El otro día”, p. 15)
5. Editorial Aparte: Colección japonesa
La prolijidad de la edición es un elemento que potencia los alcances significativos que la obra pueda tener. La portada nos familiariza con el contenido que luego experimentaremos en el viaje: tejuelas, aves, playas, seres en movimiento, ya nos sugestiona el ambiente que encontraremos en la lectura. El detalle de la mención de un jugador de fútbol holandés (Arjen Robben) que se anunció su retiro definitivo el mismo día que este libro se terminó de imprimir en Arica, tal vez es un gesto que busca acercar la poesía a la cultura popular, y por cierto, la descentralización de esta. Otro detalle, el código QR que contiene una lista de reproducción, que imagino son aficiones de la autora, también entregan otro soporte que amplifica la semántica de la obra.
Por último, creo que Los indios juncos es una obra que tiene diversas capas de lectura y comparto con lo que dice Carlos Henrikson, cuando menciona que “pasa a formar parte de lo mejor de la sensibilidad más actual” de la poesía joven de la provincia de Llanquihue por lo menos.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Los indios juncos de Melissa Castillo Villarroel: Notas de una lectura
Editorial Aparte, 2021, 48 págs.
Por Mauricio González Díaz