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Planeta Guajardo
(Un momento propicio para el exilio Poesía reunida (2002-2010), Marcelo Guajardo Thomas, Das Kapital, 2011).

Por Ernesto González Barnert




 

 

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Creo que es uno de los más sorprendentes e inesperados del 2011. Una obra como muy pocas a los 35 años de un autor cualquiera.  Un verdadero planeta, con su impronta Guajardiana. Por supuesto, Marcelo no es ningún desconocido. Y nadie necesita decirnos que es convincente, nos convence él mismo con su trabajo intenso y sostenido desde finales de los 90, sus becas y premios, los elogios que he oído de pares cuando sale su nombre a colación. Pero esta Poesía reunida (2002-2010) pone en el tapete, sin posibilidad de tapar el sol con un dedo, la extraordinaria maestría y potencia de su labor poética, su estirpe de poeta mayor, su delirante libro de los libros, con que cierra un instante los ojos y abre un lugar insoslayable en todo panorama actual de la poesía chilena. Bien lo dijo Gustavo Barrera[1] o Carlos Henrickson[2] dos poetas también extraordinarios, de la actual camada, en la presentación del libro.
 
No son tiempos fáciles para adentrarse en libros que sobrepasan toda reseña, tercian con las propias capacidades de reducción y crítica y que impone un juego con sus propias reglas y con demasiadas posibilidades como para hacer un corte, en tiempos a favor de libros acomodaticios, onderos, a la moda, políticamente correctos. Guajardo es demodé porque es clásico, no buscó a los maestros, buscó lo que ellos buscaron. 

Si tuviéramos que ensayar una manera de captar su estilo, por sobre las diferencias que van de libro en libro abriéndose o mutando, de las búsquedas de sentido y caza de cada uno de los poemarios que componen esta summa, deberíamos señalar que es un autor conciente de su oficio, imaginativo, cuidadoso como un manipulador genético con la materia del lenguaje, con su canon literario –siempre evolutivo y descentrado en cuanto lecturas y referencias[3]-, donde somete, en definitiva, su palabra, a altas temperaturas, a un proceso exhaustivo de refinado, en pos de una criatura nueva.

Por supuesto, esto nos habla de un trabajo de diseño arquitectónico previo, narrativo, macerado con una considerable dosis de referencias bizarras y trastornos obsesivos compulsivos. Una escritura, en definitiva, donde Marcelo Guajardo Thomas se sale de sus cauces, violenta su propia manera de ser, ebulle. O Se abisma como apunta Tomás Harris.

Por cierto, un ejercicio equiparable a algunos de los libros más delirantes de la tradición poética chilena del 80 y 90, con los que creo Guajardo, por sobre todo, dialoga, hace el campamento base, retoma el espíritu socavante y original y desagua los demonios de su propia razón y se columpia, es decir, oscila entre su cristianismo espinoso que se revela en un austero lenguaje castizo y un lenguaje de acento más descriptivo, absolutamente moderno, imaginativo, filoso, insistente o perturbante, según corresponda.  En definitiva, un mundo acoplado, en la cómoda región del amor propio, de sus propias imaginaciones y especulaciones desvinculadas.

Al igual que Siegfried Jacobson, como crítico, la vida sólo me alegra cuando puedo elogiar. Y éste es uno de esos libros que se imponen contra un arte sin demonios y donde paradójicamente lo sagrado se abre camino a machetazos. Un momento propicio para el exilio es una construcción, como dice Juan Pablo Pereira, tan densa, articulada, pensante y a veces tan desgarradora como muy pocas en su promoción. Un zoológico donde exhibe las especies exóticas de su elucubración, esas bestias con toda su crueldad ingeniosa y figurativa, que sólo encuentran coto en el juego de la palabra, ese juego por el que Guajardo da la vida.

Como dice Conrad de Lord Jim, uno de los nuestros. 

 

 

NOTAS

[1] “Recuerdo a Marcelo muchas veces afligido por la poesía. Me costaba entender que habiendo tantas dificultades vitales ineludibles, alguien agregara la poesía a esa lista. Ahora, ya pasado el tiempo, comprendo la importancia de esa preocupación al apreciar los frutos que dejó en su escritura: la precisión y profundidad de sus versos y un oficio destacable. No cabe duda que para Marcelo Guajardo la poesía es asunto serio. No quiero decir con esto que exista en ella algo de solemne, nada estaría más alejado del carácter de su persona y de su escritura. Sus temáticas y formas son numerosas y vastas. Por momentos configura bestiarios en los que abundan los caballos, los marsupiales y las aves. Por momentos, narraciones de una entrometida tercera persona o diarios íntimos de personajes delirantes como el hombre elefante, el televidente que ve multiplicada su incertidumbre ante la multiplicación de Hernán Olguín en las pantallas o el parroquiano que es llevado más allá de los límites de la histeria por la danza de 37 mujeres calvas. Es una escritura que tiene la capacidad de ampliar los límites de la percepción y de vincular elementos divergentes que antes de ella no tenían una relación aparente. Es una escritura original. Indaga sobre los orígenes, tanto de la escritura como de la animalidad-humanidad, no evita el conflicto y no huye del absurdo que nace muchas veces de las contradicciones estructurales o desestructurantes que abundan en la sobrevalorada cultura nuestra.”

[2] “… un libro que los que admirábamos la poesía de Marcelo Guajardo Thomas estábamos hacía ya tiempo esperando. Con un poder de generación de imágenes poéticas absolutamente excepcional dentro de nuestra nueva literatura, que puede pasar desde la sencillez más clara hasta complejas construcciones de sentido, Marcelo no ha temido un paso que pocos practican en nuestro país –absolutamente obsesionado con lo contingente-: el plantearse las preguntas esenciales del sentido del ser y la vitalidad, desde un mundo opacado por una racionalidad técnica con pretensión de muerte (…) Un momento preciso para el exilio resulta sin duda uno de los libros de poesía más contundentes y significativos de nuestro momento actual. No me resulta exagerado hablar de una maestría en el oficio de Marcelo, absolutamente sobresaliente en la configuración de un mundo poético complejo, que desde la elaboración de la imagen poética sabe no excluir una permanente reflexión ética que llega hasta a problematizar la religiosidad o nuestra posibilidad de ser nación –como chilenos o como latinoamericanos. Resulta asimismo una plena resituación de una actitud generacional –ya que me disgusta hablar de una generación de los ‘90-: una voluntad literaria que supo plantearse la problemática de la propia situación del creador antes de entregarse ciegamente a la experimentación o a abordar la contingencia social y política.”

[3] Digamos, la presencia inteligente de sus lecturas, en particular, Manuel del Cabral, Rubén Darío, David Lynch, Raúl Zurita, Tomás Harris, Gustavo Barrera, Otto Dix, Basquiat, Ashbery, Nabokov, El bestiario medieval, a personajes televisivos como Hernán Olguín o históricos como Cochrane, Edgar Allan Poe, Keats, David Leavitt, Lezama Lima o Eugenio Montale, entre tantos más que se confabulan en la molinex de Guajardo y claro, los ingredientes secretos, las referencias a letras de canciones, a filmes de culto, a colegas y situaciones en las que se fuerza decir y trenzan a esta poesía puntillista, indie, este bestiario salvaje apenas contenido en la página, este libro que es muchos a la vez y también es uno, decisivo.



 

 

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("Un momento propicio para el exilio Poesía reunida (2002-2010)", de Marcelo Guajardo Thomas, Das Kapital, 2011).
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