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        Patrimonio - 2013 | index | Marcelo Guajardo Thomas  | Autores |
       
         
         
         
         
        
        
         
        Desasosiego  y extensión del nuevo campo poético chileno. Articulaciones, continuidades y 
          surgimientos en este mimbre de escrituras
          
            Marcelo Guajardo Thomas
        
        
        
          
          
           
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        1.- Embalsamar y Fracturar.
          Así como en la mayoría de las actividades del ser humano la poesía  tiene su jerga coloquial propia. Los cultores de este arte pasamos largas  jornadas discutiendo y divagando en torno a esto y aquello, mediciones y  prejuicios, descubrimientos y asombro, nombres propios, poemas sueltos,  tallados. 
          
          Hay algo de cierto en estas afirmaciones o al menos algo de  certeza  al expresar una inquietud, un  dilema que nos atañe. Sin embargo, no hay rigor allí, no hay ciencia, ni  método, su valor está en señalar ese lugar que nos preocupa, que nos concierne  como poetas. Pero sólo lo señala, porque de allí en adelante, es un camino  distinto, un camino solitario, lejos de la seguridad del lugar común. Abandonar  este alberge es tarea difícil y lo que es peor, es tarea peligrosa. Nadie está  dispuesto a la mecánica de suelos que significa cavar en la propia grava que le  sostiene. Nadie está dispuesto a husmear allí donde el almizcle se ha acumulado,  luego de años que el ciervo marcase el mismo lugar. Nadie está dispuesto a  seguir hasta el origen los surcos de una voz continua, que con los años diverge  y converge, se multiplica, adquiere intensidad. 
          
          Una de estas afirmaciones que con mayor fuerza han cruzado a mi generación  es la mentada línea divisoria que separa los poetas que escriben desde la  década del noventa y aquellos que comenzamos a publicar después del 2000. La  extensión de esta burda separación de aguas, originada por el interés de  algunos por instalar artificialmente una ruptura más bien publicitaria con los  poetas precedentes, ha permitido que se divulgue la igualmente falaz idea que  no hay deudas, arterias, ni afluentes entre escrituras que a mi juicio  conforman un mismo caudal.  No existe tal  frontera. No existe una poesía completamente nueva luego del 2000. 
          
          El arte de la poesía consiste en embalsamar y fracturar. Como en la  mesa del taxidermista recibimos una criatura abatida por perdigones. Con  aserrín, alambre y lana la reconstruimos lo mejor que podemos, imitando si es  posible, el destello que tuvo en vida. La reconstruimos, para que sea fracturada  y reconstruida nuevamente. 
          
  2.- Mimbre de escrituras.-.  
          El mimbre es un arte muy extendido en la zona central de Chile.  Consiste en tomar fibras de la planta palustre Salix Viminalis, conocida  popularmente como Mimbrera Blanca y trenzarlas hasta formar diversas formas y  objetos. Particular belleza son aquellos tejidos circulares usados para cestos  y canastos que van ampliando gradualmente su diámetro y luego  se cierran sobre sí mismos dejando la abertura  deseada del recipiente. Pues bien, pienso en los últimos veinticinco años de  poesía en Chile como el trenzado del mimbre. Con una estructura que soporta el  artilugio, un objeto que crece con la intensidad de la búsqueda de nuevos  campos poéticos, escrituras trenzadas, unas vaciándose en otras, derivas, cruces  de caminos, nudos, tejidos concéntricos, vecindades. Una cesta que se ha ido  tejiendo con desasosiego los últimos años. Con el afán de ampliar el registro  de escrituras poéticas, envalentonados por la llegada de la democracia,  recuperando hebras inconclusas, inaugurando otras nuevas. Saldando la gran  deuda. En eso estamos y en este tejido resaltan, a mi juicio, ocho hebras de  trabajo. 
          
  3.- Ocho hebras de trabajo.- 
  Soltura  y vértigo.- Como desprendidos de un corsé agobiante tuvimos  que esperar algunos años de la década del noventa para que los primeros acordes  de una música más suelta y desprejuiciada comenzaran a tomar forma. Desprendidos  del mejor momento de Rodrigo Lira, el primer improvisador, aquel nuevo cualquerismo,  el surfeo, tomó fuerza a la manera de rebelión a cierta monocorde zalagarda. A  la orden de la fragmentada realidad, bajo el inclemente sol de las tres de la  tarde,  las cosas nos revelan toda su  amenaza. Tomada de la primera impresión, a trazos gruesos, atentos a la luz, al  callejeo, aparecen el 98 Metales Pesados (Valdivia, Ed. Kultrun), de Yanko González y La Insidia del Sol Sobre las Cosas (Santiago, JC Sáez editor) de  Germán Carrasco. Algo de ellos, se encuentra años después, en el adagio confesional  de Víctor López en Los Surfistas (Bahía  Blanca. Ed. Vox, 2006). El mismo Carrasco nos entrega a comienzos de siglo la  manifestación en estado puro de este nuevo vértigo: su Calas (Dolmen, Santiago 2001).
  
  Metafísica  de las estructuras.- Previendo una época de búsqueda la  lengua poética se volcó hacia la estructura del lenguaje. Hay un tipo de poesía  que surge de la exploración de un gabinete engañosamente real, un baile de  máscaras que ocurre en la mente del autor, donde toda palabra es alegoría y  referencia, abanico y puñal. Cinematográficamente exploratorias, al extremo de  la mueca, estas escrituras tienden a la parodia, a la saturación de la palabra  por la palabra, al laberinto. Libro clave en este relato es Adorno en  Los Espacios Vacios (El Mercurio-Aguilar, 2004) de Gustavo Barrera, quién coloca la realidad en una  casa de espejos, el lector esta allí, en esta celda montada para él y en los  espejos se refleja su imagen hasta el infinito. La hondura de este texto es su  intrincado juego de llenado y vaciado de sentido. Un lenguaje transparente  listo para ser agujereado. Comparte hebra con Carlos Cociña y su antiquísimo y  novísimo Aguas Servidas (Santiago, 1981).  Ambos comparten el troquelado de la lengua, diluida en un relato al modo de  genetista o etnógrafo. Desde allí como en los ojos de los insectos la realidad  de presenta facetada. 
  
  Ímpetu,  caudal y textura.- Con fuerza y a riesgo de prevalecer  sobre otras hebras por su caudaloso entusiasmo aparecen, o reaparecen dependiendo  con la generosidad del observador, estas escrituras cuyo leit motiv es el  caudal y la textura de sus poéticas. Como aquellos torrentosos ríos chilenos  que aumentan su caudal de un momento a otro y de pequeños arroyuelos calmos  pasan a ser enormes devoradores de campos y ciudades, las escrituras de Javier  Bello y Antonio Silva, primero, y Héctor Hernández, Paula Ilabaca y Rodrigo  Gómez después, corresponden al viejo anhelo poético de marcar el pulso de un  momento personal e histórico. Con sus particularidades, estos poetas y otros de  reciente aparición, promueven un continuo orgánico y avasallador, de un  personalísimo patrón cromático, a la orden de la música del verso, su marcha,  su desborde. El resultado es un telar kilométrico de lenguaje y fuerza  expresiva, dado a la labor, como ya dije, de sensibilidades personales y desde  allí testimonios de la temperatura  de  una sociedad en transformación.
  
  Martilleo  y albañilería del lenguaje.- La contraparte de la poesía  caudalosa y desbordada es el trabajo precavido y metódico de la escritura de  Héctor Figueroa durante la década del 90 y Ernesto González a principios de  siglo. Para ellos la lengua poética revela una amenaza continua, no puede ni  debe anteponerse a la realidad, ni menos imponer su pulso, al contrario, con la  dignidad y diligencia de la servidumbre, el poema da luz sobre la potencia del  fenómeno. El poeta es en estas escrituras el escudero del suceso. Nada de  embustes, retruécanos, brillo inútil.  En  Figueroa la poesía es matizada con algo de cadencia prosaica. En González el  trabajo se torna martillado, incansable, en este poeta la lengua alcanza su  máxima tensión, como vigas maestras sosteniendo su morada, el lugar donde  habita en el mundo.
  
  Política  y referencialidad.-  De  lo meramente expresivo  saltamos a la  fuerza de la afirmación. Lo dicho y el fondo como eje de la escritura, la forma  al servicio de la afirmación. De esto sabe mucho Carlos Henrickson, Carlos  Cardani y Pablo Paredes, rodando la hebra de Bruno Vidal y José Ángel Cuevas  desde los noventa al principio de siglo. Henrickson con un poco más de arrimo y  estimación a su batería retórica, su cajita de acuarelas y pinceles. Para los  demás, no hay música sola, sino, sola sentencia y declaración, principios. Hebra  de trabajo que deja una poesía clara como el agua, aquí no hay mimetismo ni desaparición,  el relato es el centro y su difusión sin variaciones el fin. Lo poético está  pensado para dar fuerza a la afirmación, dejar al verso reverberando en el oído  como un diapasón sobre el agua.
  
  Riesgo,  tradición y desafío.- Rafael Rubio y Juan Cristóbal  Romero abandonan de buena gana el verso libre para medir a vara y escuadra una  escritura que a punta de claro oscuro debe ser de lo más interesante de la  última década. De antecedentes desconocidos más allá de la obligada referencia  al siglo de oro español, camuflan lo moderno con el fraseo medido, la canción y  sus reglas. Hay aquí declaración y riesgo, literatura sobre literatura,  frontera y distancia, trinchera. Sus resultados son fantásticos, las aves más  coloridas del jardín. Ver, entre otros, Luz  Rabiosa (Camino del Ciego Ediciones, 2007) de Rafael Rubio y Rodas (Ediciones Tácitas, 2008) de Juan  Cristóbal Romero. 
  
  Nota.- Amalgamados a esta hebra pero menos ortodoxos, surge la poesía de Adán Méndez y  Leonardo Sanhueza. Sabuesos del relato, de la oralidad convertida, del trino en  el caso de Sanhueza, son la variante moderada de la hebra anterior. Equilibrados  entre el fogón y las últimas noticias de la tribu. 
  
  Narrativa  confesional.- Muy extendida hebra en el mimbre de escrituras.  Se recupera el tono natural, la cadencia de un relato de experiencia. Con intensidades  diversas, brillo y oropel en dosis pequeñas, retórica muy controlada, lo justo  y necesario. Emparentada con la hebra política y referencial, confundiéndose,  amalgamándose. La narrativa confesional es de un horizonte  menos ambicioso, con lo que hay en el jardín basta.  Vuelve sobre lo ocurrido, al sitio del suceso, explora sus causas y  consecuencias. Tratados domésticos, escenas de vida diaria, tienen su  antecedente en alguna parte de la obra de Gonzalo Millán. Allí están, en  diferentes vecindades, los trabajos de Enrique Winter, Gladys González, Raúl  Hernández, Andrés Florit y Víctor López. 
  
  Utopía,  Alegoría y Épica. A comienzos de los noventa nos  despertamos violentamente de la siesta con tres libros que forman una triada  fundamental de enorme influencia en la poesía de años posteriores. Los Sea Harrier (Universitaria, 1993) de  Diego Maquieira, Cipango (Ediciones  Documentas - Ediciones Cordillera, agosto 1992) de Tomás Harris y La Vida Nueva (Universitaria, 1994) de  Raúl Zurita. Estos libros, por intensidad potencia y relato inauguran cada uno  una hebra distinta que cruza muchas escrituras posteriores. Encarnan la fuerza  referencial de la poesía, su transfiguración en una realidad conceptual,  alegórica, que hace arder los sucesos.   Gestados durante la dictadura pero impresos en democracia, estos libros  son rutas distintas de un mismo episodio. Mimetizados en el gran baile  posmoderno, enmascarados, los dos primeros, derramado el tercero, constituyen  la refundación alegórica de Chile luego del oscuro trance de la República. Del  Yugo Bar al Cielo de los Aviones Barrocos, de Las Playas, a las Inmensas Cordilleras  de Chile. 
        Santiago  de Chile, septiembre 2012.
         
        Ensayo publicado en revista mexicana Luvina  número 69.