Proyecto Patrimonio - 2006 | index | Miguel 
              Ildefonso | Autores | 
             
            
              
            
            
            
            "El 
              Paso" de Miguel Ildefonso
          
          Amores, 
            amigos y géneros indocumentados de El Paso
          Por 
            Nelson Ricardo Ramírez
            Profesor de literatura 
            latinoamericana en Arkansas Tech University
           
           
          "La poesía está hecha para los amigos", termina 
            "Confesiones de una máscara" (1), 
            de Miguel Ildefonso (Lima, 1970). El poema ofrece, más 
            bien, en ese último verso, uno de los principios claves de 
            su poética. Contrario a lo que sugiere el título, la 
            máscara como persona, étimos griegos de ese latín 
            del que nos llegan personaje o enmascarar, entre otros vocablos de 
            tal estirpe, su vínculo con el título de la novela de 
            Mishima es de irónico calibre (en el japonés las caretas 
            y tensiones derivan de no poder asumir su verdadera sexualidad). Los 
            padecimientos de sus referentes, obsesos en pos del arte, son vividos 
            o recreados a gusto por el hablante. Así, Van Gogh, 
            Schumann, Pessoa, Cioran, el shelleyeano (que suena a chela) Luis 
            Hernández, flanqueados por la fantasía y realidad de 
            bares, playas, night clubs, bailarinas, prostitutas, música 
            y mercados de Lima, antes que  impostura, 
            en conjunto da voz a sus amores, pues el poeta los ha internalizado, 
            forman su esencia. El quehacer poético tenido por charla con 
            amigos -que, en tanto artistas, viven todavía- 
            y con los compañeros de ruta, son dos líneas que también 
            en su trabajo narrativo convergen.
impostura, 
            en conjunto da voz a sus amores, pues el poeta los ha internalizado, 
            forman su esencia. El quehacer poético tenido por charla con 
            amigos -que, en tanto artistas, viven todavía- 
            y con los compañeros de ruta, son dos líneas que también 
            en su trabajo narrativo convergen.
            
            Animador de la escena bohemio-literaria de los noventa con el grupo 
            Neón, Ildefonso ha merecido varios premios importantes (Juegos 
            Florales de la Católica y COPE, entre ellos). Su primera colección 
            de relatos El Paso (2005), recibió el 2004 el Premio 
            Asociación Peruano Japonesa, que lleva el aval de Cueto, 
            Reynoso y Sumalavia. Podemos esquematizar su temática en amistad 
            (amigos y exponentes de artes diversas) y amores (artes, mujeres, 
            vida), esto, con el trasfondo ideológico que el contacto fronterizo 
            genera. Ildefonso hace arribar a buen puerto esa alternancia entre 
            lo que Faverón ha llamado, "vitalistas" y "metaliterarios" 
            (2), como tendencia última 
            en la narrativa peruana joven, y que ya el poeta Hernández, 
            precursor en tanto, tan felizmente practicara en los 70. La vida viajada, 
            vivida, amada y bebida en El Paso se relata a galope, con poco 
            respeto a la legalidad genérica, si entendemos esto un estricto 
            ceñirse a las convenciones, en un constante cruce territorial 
            de culturas "alta" y "baja", de textos culturales, 
            de medios y, hasta de su propia constitución e inserción, 
            pues fluctúa entre relatos de regular extensión, viñetas 
            con el aliento del microcuento, y una pulsión de novela: la 
            indecisión de la permanencia allá y el retorno.(3)
            
            
          El viaje
          La primera de las dos secciones en que se divide el 
            libro, "El mundo desde el Prince Miachiavelli's" (el night 
            club frecuentado en El Paso), lleva revelador epígrafe de Fuentes 
            que destaca el vigoroso y conflictivo imaginario fronterizo México/E.U. 
            Son veinticuatro relatos de descubrimiento de identidades, creación/recreación 
            literaria con la perspectiva latinoamericana, ese subgénero 
            del que Sarmiento y Martí, cada cual con una visión 
            particular del país que empieza a disputarle primacía 
            histórica a Europa, serán mayores exponentes en ensayo, 
            epístolas y crónicas. Viaje que de los 90 en adelante 
            se habrá acentuado: McOndo, Se habla español: voces 
            latinas en U.S., Diablo Guardián, et alia. 
            
            Ildefonso al retomar ese trajinado subgénero adopta el enjuiciamiento 
            de quien percibe un país multicultural e imperialista, babélico, 
            monstruoso. Pero la visión crítica es matizada, pues 
            tampoco hay un antagonismo visceral con el sistema. Capitalismo deshumanizante 
            y miseria social por un lado, el consumo de grasa a mansalva, los 
            Mactrabajos de los grifos, el mundo nocturno de los antros y sus mujeres, 
            sus guerras y sus derrotas -la Zona Cero de las Torres Gemelas será un referente-; y, por otro, la vivencia de amores fugaces 
            (americanas e ilegales) y los no tanto (europea), en el país 
            que ha generado gran literatura y música, artes con la que 
            sus narradores dialogan. Esa observación desde fuera estando 
            en la geografía del otro, podríamos encontrarla a la 
            inversa en el outlaw O.Henry, que en Repollos y Reyes 
            (1904)(4), ambientaba en un 
            anónimo país sudamericano, lo tópico, lo llamativo: 
            la dictadura y corrupción por la que nuestros pueblos convocan 
            la imaginación yanqui.
 
            será un referente-; y, por otro, la vivencia de amores fugaces 
            (americanas e ilegales) y los no tanto (europea), en el país 
            que ha generado gran literatura y música, artes con la que 
            sus narradores dialogan. Esa observación desde fuera estando 
            en la geografía del otro, podríamos encontrarla a la 
            inversa en el outlaw O.Henry, que en Repollos y Reyes 
            (1904)(4), ambientaba en un 
            anónimo país sudamericano, lo tópico, lo llamativo: 
            la dictadura y corrupción por la que nuestros pueblos convocan 
            la imaginación yanqui.
            
            El primer cuento, "La ventana del Greyhound", marca la pauta 
            de la colección: la mirada en movimiento, la fluctuación, 
            el abandono. Narrativa de viaje a lo beat y otros héroes 
            contraculturales que, desde una ambientación en los tempranos 
            dos mil, son evocados vigentes en la nostalgia de sus narradores, 
            forasteros llegados a avecindarse (por estudio o trabajo) o parten 
            de El Paso. Cruzan Los Angeles, San Francisco, Chicago, Nueva York. 
            Se desplazan en Ciudad Juárez o vienen de Chihuahua, el D.F. 
            o Lima. En "Los cuatro de El Paso", los amigos entre la 
            hierba, Tecates y mujeres de ambiente en night clubs, llegan a ser 
            Beatles un instante, pero regresan rápidamente a una realidad 
            más masiva y actual de los sabores identitarios de lo latinoamericano; 
            Yuri gusta de Marco Antonio Solís: "lo había seguido 
            desde sus tiempos en los Bukis: 'No mames, güey, es un cantante 
            de putamadre', me replicaba sin que yo lo hubiera objetado" (27). 
            El cuento termina en trifulca a causa de unos besos ebrios a Alma, 
            y vertiginosa fuga alucinada entre vampiros que aluden a un filme 
            de Tarantino. 
            
            El "tiempo de aventura" que según Bajtin prima en 
            la novela de viaje(5) es una 
            constante de esta colección que quiso y se desanimó 
            de ser novela. El estarse haciendo novelescos como rasgos de su carácter 
            de indeterminación, además de territorial e identitaria, 
            genérica: "Esa novela, como tantas ideas que tuvo guardadas 
            por tiempo, se fue haciendo más difícil de concretar" 
            (93), nos dice el narrador de Camilo, en "Yoknapatawpha"; 
            y, junto a la aventura de los personajes de sus cuentos, está 
            la del autor implícito, de hacer poco caso a controles migratorios 
            de género, en su libre tránsito a territorios de la 
            novela, la poesía, el ensayo, la crónica, entre otros: 
            signo, a su vez, del desgaste de las categorías escriturales 
            en el mercado transnacional del libro.
            
            En ese recorrido entre la fragmentación y la unidad, entre 
            lo nacional y lo individual, y entre el comensalismo de los géneros 
            y las generaciones, los relatos tienen un tiempo para lo retro en 
            el ánimo de Camilo (narrador de varios relatos, alter ego del 
            poeta). En "El quinto Beatle", al narrador y a Gabriel, 
            norteño mexicano, el rock en español de los 60, la Nueva 
            Ola de nuestros padres, los emparenta. Referentes son temas caros 
            como "Si tuviera un martillo", "La Plaga", "Despeinada" 
            y, la que organiza el texto en el plano semántico: "100 
            kilos de barro", de Enrique Guzmán. La creación 
            perfecta no sale y deja plantado a Gabriel. En "Polvo en el viento", 
            el narrador, Camilo aunque no lo diga, nos cuenta "Llegué 
            a una gas station" (67), y en la aventura amorosa con 
            la americana casada, debatirá su intertexto narrativo entre 
            el filme Los puentes de Madison, "basada en la novelita 
            de Robert James Waller" (68), o una canción de Alanis 
            Morrisette que lo traslada a Lima. 
            
            En su exploración de Norteamérica a ojo de visitante, 
            como dijéramos, aflora la mirada del viajero en autobús 
            que lee el traspaís, o hinterland americano, al paso, 
            a superficie. Esto no equivale a superficial (las formas más 
            importantes de vida se hallan a ras del planeta), sino que tematiza 
            el caos discursivo del zapping globalizador a través 
            de imágenes que habrán de caracterizar al gigante geopolítico. 
            Lo hace a trazos rápidos, mediante diversidad de escenarios 
            y tonos, sea la sátira inserta en el formato del dibujo animado, 
            como en "La familia oso", o el pornográfico, como 
            en "El cazador presente". En éste, junto al intertexto 
            con la comedia de la época de oro del cine mexicano, 
            encarnado en Germán Valdés (Tin Tan), y la parodia del 
            red neck, su hija caliente en cópula con el narrador 
            y el ganado sonoramente emulándolos -metonímicos de 
            lo yanqui-, sus referentes son Sidartha, o el ascetismo de 
            Hesse, y el existencialismo sartreano. El texto, corto, alegórico 
            y enigmático a la vez, triunfa en atmósfera y resolución. 
            
            
            En otros, el narrador, limeño, de maleable registros lingüístico 
            y de identidad (lo único fijo es su adherencia al arte, amores 
            y amigos), distribuye bien -de ahí sus cualidades literarias- 
            lo anecdótico, un romance de trayecto: "Hablaba varios 
            idiomas. Nuestra plática era en inglés y en español 
            acerca de un libro de Faulkner" (13) -sabemos las exigencias 
            que el autor sureño demanda a cualquier lector-, con una reflexión 
            que va más allá del mero incidente referencial a través 
            de Janeth, la norteamericana de ascendencia rusa con quien comparte 
            el deshacerse del tedio y la extranjería del viaje. El discurso 
            del American dream es el opio de un país, hoy por hoy, 
            mezquino en sus ofertas reales de acceso a la movilidad social: "Y 
            después, todo lo que se podía hacer en ese asiento del 
            Greyhound lleno de cuerpos fantasmales, pasajeros que roncaban o hablaban 
            consigo mismos, viviendo con los ojos cerrados una pesadilla que era 
            real, que por el sueño americano que desde chicos les habían 
            sellado en el inconsciente ignoraban que era real" (14). El hórrido 
            sueño es real para las clases marginales, negros, white 
            trash y latinos que lo ignoran, somnolientos de propaganda, para 
            quien vivió otra realidad que habrá definido sus puntos 
            de observación. 
            
            El ángulo recuerda a Eco, su mofa de Occidente y sus tics antropológicos 
            en los sesenta: "Recolectar cocos subiendo a una palmera con 
            los pies descalzos no es necesariamente una forma de conducta superior 
            al primitivo que viaja en jet y come papas fritas de una bolsa plástica" 
            (71)(6). Ildefonso, no precisamente 
            como miraría un africano en África a un francés 
            pasear a su perro (aguijoneo del semiólogo italiano a Europa), 
            contempla el desierto, se bromea "¿a qué hora aparecen 
            los apaches?" (12), en alusión a los western de la infancia 
            y el endeudamiento cinematográfico del imaginario; observa 
            a esos nuevos americanos (apaches) de los márgenes que, con 
            sus gorras de béisbol, hamburguesas y freeways, trepados 
            en autobús-cada vez menos, a decir verdad, tampoco puede subestimarse 
            el sentido común del pueblo norteamericano pauperizado-gozan 
            de suficiente libertad para, con Bush, victoriosamente celebrar su 
            pobreza y sus tropas.
            
            Entre lo vivencial y lo textual, la rockola en El Paso es un 
            motivo central, la colección suena, y lo meta-cultura-popular 
            coexiste con lo metaliterario. Son relatos que conversan o platican 
            con letras de canciones, expresión de una identidad marcada 
            por el repertorio Televisa de los ochenta con Siempre en Domingo (y 
            géneros y bandas de las últimas décadas: rock, 
            norteña, tex mex, rancheras, etc.) así como por el rock 
            y la cultura pop norteamericana. En "El Príncipe", 
            Camilo cruza a Juárez a emborracharse-el motivo clásico 
            de la ranchera "tú no supiste quererme, por eso voy a 
            perderme"-, ante el distanciamiento amoroso. En una fonda del 
            mercado en la ciudad de Juan Gabriel (también representada 
            en "Vamos al Noa Noa"), hace un dúo con José 
            José. Ciertamente, colección no apta para una sensibilidad 
            del tipo Adorno y la visión de la industria cultural como "vida 
            falsa" en la que no hay "vida verdadera"(7). 
            A Camilo esa música, junto al trago, le permite agencia(8), 
            o placer, ante el hecho que Claudia se ha vuelto memoria. 
            
            Eros y tanatos entran al "The Prince Machiavelli's (i)", 
            en el cual, el ensayo de Paz dedicado a su soledad(9), 
            es un referente; lo mismo la poesía de otro grande, Martín 
            Adán; también el hado suicida de Hernández, Ojeda; 
            y, la creación de amigos que marcharon temprano, como Oliva: 
            "En la línea Lima-Chosica, faltando poco para salir del 
            smog, Carlos abrió su fólder amarillo y me entregó 
            varios poemas, uno de ellos se titulaba Epitafio. Yo lo miré 
            fingiendo una cara de sorpresa, y él, con la mayor naturalidad, 
            sólo me dijo 'por si acaso'. ¡Cuán a destiempo 
            llega uno a sí mismo! / ¡Cuán inesperado y desesperado 
            cualquier ya, / Todo yo que cae con el Tiempo / Desde nunca siempre 
            y para siempre jamás!'" (21), evoca el narrador, entre 
            El Paso y Las Cruces, camino a Melissa. El relato empezó reescribiendo 
            al Adán de: "¿Quiéres saber tú de 
            mi vida? / Yo sólo sé de mi paso, / De mi peso, / De 
            mi tristeza y de mi zapato" (19), y preguntándose por 
            los poetas que pusieron fin a sus días en alguna vía. 
            
            
            En ese pasaje libre de género a género, su prosa es 
            directa, de frases cortas, a veces de alta intensidad lírica 
            y simbólica: un narrador hace que la amada pare a la puerta 
            de un banco para robar una rosa roja del jardín y dársela 
            ("La rosa del desierto"); son mexicanos marginales que pueblan 
            su imaginario con íconos de su generación (la vieja 
            María Luisa en "El Inmortal" -Pedro Infante- ) o 
            pasadas (el narrador con la prostituta en "Proud Mary Felix"); 
            y/o rozan la crónica periodística, el cuento de carretera 
            y la road movie. En "Walk on the Wild Side", el narrador, 
            con música de Lou Reed en los audífonos, sentado en 
            un Grey Hound, nos dice: "La ventana enciende su programa MTV". 
            Relectura amarga de Hojas de Hierba de Whitman, filtrada ya 
            por la onda "Un supermercado en California" de Gingsberg, 
            el motivo será la nostalgia por una América perdida 
            (que de armonía puritana poco tiene), por los hermosos rebeldes 
            cincuenta y sesenta, al tiempo que oda cronística a la contracultura 
            de The Velvet Underground. El relato finaliza con la imagen de una 
            toma frontal del ahora, o causa/efecto históricos, en un montaje 
            cínico y brutal de su encuentro con la magna ciudad: "Salgo 
            del New York Inn, en el corazón de Manhattan. Me subo en uno 
            de esos buses rojos de dos pisos para turistas. Gente tomando fotos 
            o filmando. En el segundo piso del bus, con el techo descubierto, 
            voy mirando todas esas postales conocidas de New York, hasta que llego 
            a la Zona Cero" (40). 
            
            Su "Viaje a la semilla del rock", lo mismo, en tempo de 
            crónica, expone reconciliación ideológica con 
            el país que produce género y figuras de tamaña 
            importancia. El narrador, que podría ser crítico de 
            música, rinde tributo a otro amigo, a quien ha ido a conocer 
            personalmente en su concierto de Texas: "La leyenda Bob Dylan 
            con el tiempo (y el transcurso de las modas) ha hecho que el cantante 
            y compositor de Minnesota vuelva a ser Robert Zimmerman; eso por un 
            lado, y, por otro, darle la fuerza para, de rato en rato, ser y presentar 
            la leyenda Bob Dylan (cosa que no lograron Hendrix, Elvis, Morrison, 
            Joplin y/o sus respectivas leyendas). Quien mejor que Robert Zimmerman 
            para representar ahora a la leyenda Bob Dylan" (77). Agradecido 
            por todo ello, alcanza, tras burlar la seguridad, a contemplarlo desde 
            apenas cinco metros. 
            
            Pero la atmósfera de esa primera sección oscila de lo 
            pop-social en textos, a lo social de vida in situ, entre cantinas 
            y espacios periféricos. La obrera Paloma Angélica en 
            "Vamos al Noa Noa" es un ejemplo. Dante, narrador con excelente 
            manejo de léxico y sintaxis de mexicano popular, la conquista 
            en el bar Noa Noa. En el relato se representará al sesgo las 
            vidas que las maquilas acogen y condenan, como sus amigas, desaparecidas 
            de Juárez (lo ha tratado Bolaño), o el hampa de los 
            cárteles mexicanos de la droga cuyos cabecillas irrumpen en 
            la famosa cantina. 
            
            Y el péndulo vuelve a lo literario (el realismo sucio norteamericano), 
            con malditismos/alcoholismos a lo Bukowski, Carver y, antes, Faulkner. 
            Camilo se despide de El Paso en "Yoknapatawpha". Es aquí, 
            curiosamente, donde encontramos un límite formal. Son los últimos 
            cinco días de Camilo en dicha ciudad, nos cuenta un narrador 
            omnisciente. Vendrá evitando a un amigo que le deja mensajes 
            en la contestadora automática y nota en la puerta de su departamento. 
            Y es que a su regreso de comprar cerveza le había salido al 
            encuentro Sara, indocumentada guatemalteca de 24 años que acababa 
            de pasar la frontera y urgía de amparo. La hospeda y entre 
            el alcohol y el sexo pasará sus últimos días. 
            El narrador, explicativo, traduce el significado de la palabra "mojados": 
            "Mojados se les llama a aquellos que cruzan ilegalmente el río 
            Grande. Los había visto varias veces, tratando de cruzar hasta 
            por el mismísimo puente en pleno día" (96). Su 
            lector implícito es José, el amigo pocho o méxico-americano 
            que le hablaba "con su español gringo" (97), poblador 
            de la zona, de quien Camilo teme despedirse personalmente, y a quien 
            ha venido rehuyendo, con no mejor pretexto que ése. El relato 
            termina: " 'Sí, hubiera dado cualquier cosa por ver la 
            cara de José al leer esto', así concluía" 
            (104); palabras del narrador, que nos ha dicho de la carta "a 
            la que puso por título Yoknapatawpha, donde le narraba, a modo 
            de un cuento" (104), de su partida, y despedida literaria de 
            su amigo. A ese descuido habría que añadir las numerosas 
            erratas(10) de una bella edición: 
            la cubierta lleva un dibujo de Eriván Phumpiú, Arturito 
            (2005), en que el desorden posmoderno pone juntos a un piel roja, 
            un cowboy y al célebre robot de la Guerra de las galaxias.
          
            Revoltijos de la identidad
          En la segunda sección, "Del otro lado de la frontera", 
            el epígrafe de El zorro de arriba y el zorro de abajo 
            nos muestra un Arguedas que camina por Manhattan pensando en quechua, 
            aviso de lo que vendrá. Ese otro lado de la frontera 
            en diez relatos, es Latinoamérica, y, específicamente, 
            el Perú: su desborde popular, la Lima cholificada tras la migrancia 
            andina de la década del cuarenta en adelante. La estética 
            del texto dirime (con meses de antelación), con la figura de 
            Humareda, el pintor puneño que pintara arlequines y quijotes 
            y quintas y costumbres limeñas, una realidad entreverada, que 
            desdora los bríos de la polémica y fuego cruzado entre 
            escritores "andinos" y "criollos" el 2005. En 
            el Perú no hay pureza posible, y los bajos fondos de la bohemia 
            del pintor serrano que se casó con Marilyn Monroe, La Parada 
            de La Victoria y los burdeles, se codean en otros relatos con lo metaliterario: 
            el ayahuasca y Burroughs en la jungla; la globalización con 
            el subgénero del brichero en el Cuzco; la chicha, Chacalón 
            y los nuevos sujetos sociales de las llamadas zonas conurbanas(11), 
            o conos; en fin, la hibridez que García Canclini(12) 
            estudiara como fenómeno cultural urbano a fines de los 80, 
            exacerbada en la Lima de hoy.
            
            La estética de Ildefonso contrasta con la de Arguedas. En el 
            último cuento, "La luz del mundo", el narrador hace 
            el viaje de retorno a sus orígenes y no aparece una sola palabra 
            en quechua, como sí el inglés a lo largo del libro. 
            He ahí la identidad. Una enciclopedia literaria personal-además 
            de los nombrados, están sus personajes errabundos a lo The 
            Border Trilogy de McCarthy, o Cities of the Plain, referente 
            ésta en uno de los relatos ambientados en El Paso, que también 
            convoca al Henry Chinaski bukowskiano-y vivencias que, para un escritor 
            de los noventa, trascienden lo nacional. 
            
            Pero su diferencia si bien formal, pues ha vivido y expresa otras 
            realidades, no es del todo espiritual. Ildefonso no es antiandino. 
            Aparte de las modalidades de la temática migratoria en la primera 
            sección, donde prevalece el viaje, ahora aparece en su sentido 
            de desplazamiento sociocultural dentro del Perú. Hay un esfuerzo 
            por recuperar la historia de vidas que emigraron a la costa, en que 
            una memoria colectiva se reúne, brevemente, con otra empozada 
            en el tiempo: los del pueblo que no se fueron. El relato que cierra 
            la colección será el único de asunto familiar. 
            El narrador viaja con su abuela a Chacayán, departamento de 
            Pasco, a pisar la tierra de sus padres -migrantes a Lima- y a reconocerse 
            diferente. El lirismo, ante el oficio del Ildefonso poeta, rezuma 
            limpidez. En sonidos e imágenes la narrativa se reviste de 
            densidad simbólica, y hacia el final el narrador acude a los 
            recursos de ese género que, en vez de enunciarlo claro y fuerte, 
            como lo hace una canción, opta por sugerir: "Mi abuela 
            tampoco está allí donde se sentó a descansar. 
            Sólo escucho el canto de las hojas de los eucaliptos y la voz 
            de una niña que está jugando por ahí, entre otras 
            casas abandonadas más abajo. Y aquí me quedo a vivir 
            para siempre" (132), concluye. Que no es cierto, a pesar de ese 
            timbre épico, filosófico y lírico, en que "Los 
            eucaliptos se mueven conforme el viento canta en quechua" (131), 
            pues él lo puede imaginar sentir (la sensibilidad poética 
            ayuda), escuchar, pero nunca entender, ni vivir, ni morir por esa 
            lengua, cual Arguedas. Su vida está en Lima, en El Paso, en 
            ciudades diversas, pero sobre todo, en la música, en los amigos 
            creadores, los amores y, en el arte de la palabra escrita. 
            
            Sarlo ha lamentado la ausencia de centro en la urbe de la América 
            Latina de los noventa. Reemplazado por el siniestro shopping center 
            del mercado neoliberal, este centro ubicuo, según la crítica 
            argentina, entre otros males, trajo falencias en la educación 
            y la caída de las jerarquías estéticas, ello, 
            en detrimento del arte y la cultura(13). 
            En ese panorama árido para la "alta cultura", El 
            Paso de Ildefonso tiene la virtud de la flexibilidad en las demarcaciones 
            limítrofes, de géneros y de identidades jurídico-documentarias: 
            anteponer el arte, con letra para letrados, sin tampoco desdeñar 
            la letra, los ritmos y las narrativas populares, de "ilegales" 
            o historias que acompañan la vida, tanto de quienes leemos 
            abundantemente literatura, cuanto de quienes podrían leer (la) 
            más. Sus relatos acceden a uno y otro tipo de lector, y la 
            literatura, en ese ir y venir, pasa, sale ganando. 
           
           
          
           
          NOTAS
          
          (1) 
            Nueva poesía hispanoamericana. Leo Zelada compilador. 
            Lima: Ediciones Lord Byron, 2004.
            
            (2) Véase el blog Puente aéreo de Gustavo Faverón. "Bolaño y los nuevos: metaliterarios 
            y vitalistas". 30/3/06. En el primer grupo: Edwin Chávez 
            o Luis Hernán Castañeda; en el segundo: Leonardo Aguirre, 
            Max Palacios o Daniel Alarcón. La entrada, en su demolición 
            de una muy metaliteraria El círculo de los escritores asesinos, 
            de Diego Trelles, se encarga de demostrar que tal división 
            es arbitraria y no tiene correlato con la calidad literaria de una 
            u otra poética. Al desmenuzar la que suele tener mayor prestigio, 
            la metaliteraria, en la versión de Trelles, el crítico 
            encuentra que no le agrega nada, antes le resta. 
            
            (3) La colección de cuentos, con 
            ligeros ajustes, pudo haber sido titulada novela y leída como 
            tal. Su estructura, con personajes que saltan de relato en relato: 
            Claudia y Melissa, por ejemplo, y un narrador recurrente: "Camilo", 
            quien se mueve en ambos espacios geográficos, presenta un principio 
            (llegada a Texas, desplazamiento en Estados Unidos) y un final (retorno 
            a Lima, desplazamiento por el Perú). 
          (4) 
            Cabbages and Kings. O. Henry. Garden City, New York: Doubleday, 
            Page & Company, 1920.
            
            (5) Bajtin dice de la novela de viaje, 
            en "La novela de iniciación y su importancia en la historia 
            del realismo (hacia una tipología histórica de la novela": 
            "The travel novel. The hero is a point moving in space ... His 
            movement in space-wanderings and occasionally escapade-adventures 
            (mainly of the ordeal type)-enables the artist to develop and demonstrate 
            the spatial and static social diversity of the world (country, city, 
            culture, nationality, various social groups and the specific conditions 
            of their lives" (10).
           (6) Sus artículos para la revista literaria Il Verri fueron 
            publicados en 1963, como Diario minimo, título de su 
            columna. Missreadings. Umberto Eco. Orlando Florida: Harcourt 
            Brace & Company and Jonathan Cape Limited, 1993.
            
            (7) Véase la lectura de Peter 
            Sloterdijk en Crítica de la razón cínica sobre el pesimista sistema estético del filósofo de 
            la escuela de Frankfurt: "Sobre todo, éste sospechaba 
            de todo lo que parecía ser placer y consentimiento como estafa, 
            recaída, y alivio 'falso'"(xxxiv). Critique of Cynical 
              Reason. Minneapolis London: University of Minnesota Press, 2005.
            
            (8) El antropólogo indio Arjun 
            Appadurai ha señalado que una de las características 
            de la modernidad a esfera planetaria, en su interacción con 
            la massmediación electrónica, es la construcción 
            de identidades modeladas en base a narrativas y héroes, lo 
            que otorga una agencia a la subjetividad del consumidor, "Hay 
            evidencia creciente que el consumo de los massmedia en el mundo con 
            frecuencia provoca resistencia, ironía, selectividad, y, en 
            general, agencia ... donde hay consumo hay placer, y donde 
            hay placer hay agencia. La libertad, por otro lado, es una mercancía 
            más elusiva" (7; énfasis en el original). Esa agencia 
            puede, como en el caso de sus narradores, ir unida a la imaginación, 
            preludio de expresión, estética o de otro tipo, y está 
            sujeta a convertirse en energía para la acción. Modernity 
              at Large: Cultural Dimensions of Globalization. Minneapolis London: 
            University of Minnesota Press, 1996. 
            
            (9) El libro del cincuenta, aunque esencialista 
            del mexicano, siempre es precioso, merced a la palabra del 
            genio poético.
           (10) Por ejemplo: "Abrimos las latas de cerveza ... Acabamos los Tecates" 
            (31-32); "Esperé a Lelaina en un salón de billar 
            cercano. Vino a por mí ... Ella tendría que venir a 
            por mí" (67-68); "Caminamos hacia a la Plaza" 
            (122); "y yo bebiendo el último Bud Light" (43; botella 
            o lata de cerveza), etc.
            
            (11) Véase Ciudad de los Reyes, 
              de los Chávez, los Quispe... de Rolando Arellano C. y David 
            Burgos A. Lima: Empresa Periodística Nacional S.A.,2004.
            
            (12) Véase el ya clásico 
            estudio sobre la caída de las artes "puras" y los 
            procesos de hibridación cultural de Néstor García 
            Canclini, Culturas híbridas: Estrategias para entrar y salir 
            de la modernidad. México, D.F.: Editorial Grijalbo, 1990.
           (13) Véase Beatriz Sarlo Escenas de la vida posmoderna: Intelectuales, 
            arte y videocultura en la Argentina. Buenos Aires: Grupo Editorial 
            Planeta S.A.I.C., 1994.