La estancia del animal malsano
de Arianna Castañeda
Por Miguel Ildefonso
En su primer libro de poesía de 2005, El jardín de los amables espinos, Arianna Castañeda (Lima, 1981) nos convocaba a la sombra de un hogar en la que desfilaba una serie de personajes de distintos reinos quienes, mediante ritos, buscaban escapar de ser víctimas del tiempo, escabulléndose de la muerte. Su escritura, a veces minimalista, a veces fotográfica, nos presentaba a una poeta con una fuerte capacidad de penetrar en los pantanosos suelos de la cotidianeidad. Ahora, con La estancia del animal malsano (Lustra Editores, 2008), si bien continua desarrollando algunos tópicos que van caracterizando su poética (el tiempo, la muerte, lo absurdo, el mito de Sísifo, por citar algunos), nos hallamos con una interesante evolución, sobre todo, en su lenguaje contundente y en los ámbitos que nos revela.
Lo primero que uno se pregunta es, ¿por qué la estancia?, o ¿quién o cuál es el animal malsano? Una respuesta imaginativa sería: del jardín del Edén (“los amables espinos”) el “animal malsano” ha sido expulsado, condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente; su vida ahora es solo una “estancia”, se ha vuelto víctima perenne de ese otro demonio: el tiempo.
Vivimos atacados día a día, segundo a segundo, por ese reloj inexistente pero del cual somos vulnerables; vivimos de nuestro miedo a la muerte, pero ¿qué es la muerte?: “Reloj primero de un tiempo remoto”, “relojes de ornato y de bolsillo”, “reloj segundo de algún otro tiempo”, “relojes rotos”, “relojes de un falso invierno”, estas son las variantes de aquello que hemos llamado tiempo (muerte), y que nos evidencia la poeta, mediante esta suerte de crónica - con estampas, fábulas y parábolas -, en esta estancia, que no deja de ser encantadora, de los animales exiliados: del hombre polilla, del niño pirañita, de los megalómanos.
En ejercicio de habitación, hay un herrero con una escoba de palo; o, sería mejor decir, está Cristo con su cruz, tratando de purgar los pecados del hombre (el polvo de la casa). Este es el poema: “Siempre el herrero/ habitando en su casa de palo./ En esclerótico baile/ toma la escoba,/ sacude el polvo de los recién/ llegados.// Es allí cuando culmina/ la engañosa danza villana;/ ingerir ciertos trozos,/ cierto pedazo de polvo/ y ver que crece allí dentro/ como un parásito gemelo.// Es piel debajo de otra piel./ Piel que quiere romperse/ piel que se asemeja a los peces,/ peces vestidos de arlequines.// Eso es lo que somos./ Le ha cotado tanto al herrero.” Fábula que hace una relectura de la poesía de Eduardo Chirinos.
Si bajo esa piel somos semejantes a Cristo y a las criaturas que Dios creó, cabe preguntarse, ahora, ¿qué tipo de seres somos? El problema de la condición humana (racional, irracional o divina) es el asunto primero de los poemas de La estancia del animal malsano: “Lombrices legumbres florecen/ bajo este hermoso/ barro removido”, “puedo ver también mis heces brillar/ incrustadas en la pared, como un elogio cualquiera./ Malolientes,/ siempre malolientes.” La poeta irá explorando desde una explicación materialista, hacia una estética: “El ruido flameante/ forma parte también de la belleza/ la belleza absorta que corresponde/ al mérito de haber encontrado/ tantas buenas palabras en un diccionario”. Su exploración converge en lo sublime, porque, ante todo, el arte de la poesía es el cuestionamiento y el replanteo de lo original, es volver a contar los mitos: “el poeta, cada vez más cercano al botánico y al/ ingeniero agrónomo es consecuencia, pues, de una profunda observación de la naturaleza…”, nos dice la poeta.
Hay otros temas en juego (el viaje, los otros, la reconciliación) en poemas como Viaje a Bielorrusia o En tren Seattle o Waca; otros ámbitos: “recorriendo las fronteras del inframundo/ con una sonrisa apagada y piadosa.” Pero finalmente se vuelve, como al inicio, en el cuestionamiento de aquella condición en la que el animal malsano ha caído: “Ayer llegaron tres cadáveres a mi oficina: Uno era gris, gran gato persa de nariz chata; el otro, una imitación de angora, las orejas puntiagudas y carcomidas – bitácora animal de peleas nocturnas en pos del amor y de perplejidad de la especie. El último llegó todo manchado de sangre, es así que era rojo. Un gato rojo hecho cadáver.// Esta mañana me he levantado. ¡Oh! Solemnidad, he visto la persiana rota, la morada de las paredes blancas y este colchón de salitre donde reposa mi cuerpo, después del trabajo diario destazando gatos.// Para mantener la habilidad nocturna de desmembrar/ los huesos que conforman un cuerpo hay que tener ojo de pájaro, diente de cirujano y un esmeril alemán que pueda ayudar de vez en cuando a comprender qué trabajo de mierda es este que estoy realizando.” (La vida diaria)
No solo la fina ironía o lo lúdico de la invención o la inventiva, caracterizan esta poética; es también la capacidad de acceder con destreza - con distintos matices, tonos, ritmos, que obedecen, como ya se dijo, a su aguda compenetración con la realidad - al desmoronamiento de los moldes rígidos del conocimiento. Una excelente muestra, dentro de la vertiente de lenguaje coloquial, que coloca a Arianna Castañeda entre sus mejores exponentes.
Poiema Di Faro
De caja abombada y bordes romos
está hecha la sensatez de andar muerto
- mero descanso incorporado -
como alfombras aromáticas
para el trajín ocular que implica
estar morido y seguir andando.
Viaje a Bielorrusia
La pluma que marca
El inicio de los poemas
No es otra que las manos
Hartas de perseguir avatares
Y viajes
Y galenos burgueses
En tiempos
En amenaza de tiempos
-Son otros tiempos ¿lo recuerdas?-
Otros tiempos frente a la pandemia
Y al corazón que cubre la vaca
Y la ubre
Carcomida por el carbunclo
No, señor
La vacuna debe aplicarse antes
Y no después
Y ha de guardarla en un cubo de hielo
Para proteger los males cautivos
Que causan el llanto
De los becerros
De los becerros
Que son dejados a menudo en la carretera
Porque no sirven
Ni para fabricar gelatina
Ni para las curtiembres que anidan
En los puertos
Entonces hicimos ese viaje
El trayecto en carreta
Entre los pastizales
Que no habían sido destruidos
Por el fuego
El tren Seattle
Acomodo el cinturón
Y acomodo mis espaldas tapando la ventana
Y acomodo mis versos
Para no estorbar a los caballeros de lentes y flecos
Que viajan a mi lado tejiendo sucios amuletos
Y van en silencio
Y de pronto no es tan espantoso
Este baile de costura innecesario
Que aquí nadie se hable
Y no se reconozcan
Pueden contemplarse
El uno al otro
Sin sentir los restos ácidos
Del placer entre los dientes
Es el primer viaje del tren Seattle
Y nos llenará a todos
De largos días calurosos
Recorriendo las fronteras del inframundo
Con una sonrisita apagada y piadosa
Yo tengo mi tiquete recién pagado
Es un viaje solidario
Un amable gesto vitalicio.
Waca
Antes de parir
Compré unas zapatillas amarillas
Para sacudir el polvo
Y pasear por la waca
Y contemplar
Lo lindos que se ven los espejos
Cerca de los apus
Y los temblores
Que son mis pasos
Deteniendo colibríes
Que son mis pasos
Sosteniendo el peso
De una criatura alada y
Adherida a mis espaldas por la frente
Y un largo cordón involuntario
Cuando salpica el aire
Como una cometa saldremos algún día de esta waca
Te lo prometo, hija mía
Disculpa a tu madre por llenar a tus hijos
De tantos males
Como la maldita pérdida de la memoria
Como la maldita pérdida del estiércol
Algún día volaremos como una cometa
Mientras tanto voltea tu cuello
Y obsevemos a tu padre bajar raudo
Por estas improvisadas escaleras
Él no es pariente mío
Que quede claro eso, hija:
Tu padre no es mi pariente
No debo ni siquiera afligirme
Por el desgaste de sus sandalias.