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Dantes

de Miguel Ildefonso

 

Dantes  (Lustra Editores, 2010) es el décimo y último libro de una obra poética que comprende los siguientes títulos: Vestigios, Canciones de un bar en la Frontera, Las ciudades fantasmas, M.D.I.H., Heautontimoroumenos, Los desmoronamientos sinfónicos, Himnos, Todos los trágicos desiertos y Libro de exilio. Como anuncio de la presentación (el martes 16: http://sol-negro.blogspot.com/2010/03/lustra-editores-presenta-dantes-nuevo.html), entregamos dos poemas de Miguel Ildefonso que conforman este final de su travesía. Luego tres preguntas breves acerca de Dantes. (C. V.)

 

José María

ese tacto como fruto de su órgano que vive
ese sustrato de lengua que devora lo informe
ese punto cardinal en el cerebro que lo ubica
en una ciudad de hambre

José María venía en bus por la Oroya a Lima.
En sus audífonos escuchaba a Lou Reed.
Afuera, los cerros mojados, la lluvia entrándole por el hueco de la bala.
Esa mezcla de Perfect Day con la caída de la lluvia puso nostalgia
a la visión cristalina de la ventana.
Recordó entonces cuando chiquillo dormía sobre los pellejos,
aprendió el quechua, canciones más tristes todavía que las de Lou.
Los cerros con sus minas ya no eran moradas de mitos.
Cerros como tumbas de Huarochirí y humo que salía de las chimeneas.
Un tren fantasma entró a un viejo túnel,
la lluvia sepia como las cuerdas de un arpa le cosquilleaba el hueco de la bala.
Entonces se preguntó si en cincuenta años todavía existiría este país.
Esta idea lo avergonzó, puso otra canción, algo de Pastorita,
y casi el empezar a dar vueltas en torno a ello quedó dormido.
La carretera daba curvas, lo acurrucaba.
Oye niño - le dijeron - regresa a casa.
Pero su madre murió. Niño, esta no es tu lengua. Pero él cantaba en el bus:
Aun no veo el cerro de mi pueblo,
soy un forastero,
soy un alma que vaga junto a un río.
Tengo un revólver al cinto.
Mi corazón, una tinya, un charango y una quena.
Ay mi corazón se lo llevó el río
y aun no veo el cerro de mi pueblo.
José María cantaba en quechua con su guitarra de palo, pero adentro,
en las entrañas de su voz, los danzantes ya contaban sus pasos.
La muerte - es una herida que se lleva desde el nacimiento
la muerte - es un alma que acompaña: una nostalgia, un país.
El niño que cantaba en el río llamaba a su madre para que lo salve.
Ese niño tenía miedo que se lleven su corazón,
que en cincuenta años nadie cante sus canciones en quechua.
Porque el país tenía montañas y cargamentos que llegaban a los puertos,
lo saqueaban todo, se lo llevaban todo.
Ese paisaje de perros famélicos que anunciaba la entrada a la ciudad 
iba mezclando la muy dulce melodía de su voz con el fuerte sonido de una bala.
Sus amigos lo querían, pero el resto no entendía el quechua,
ni quería entenderlo. Cosas de serranos, decían ellos,
ellos que hoy publican sus libros, lo estudian, lo celebran.
José María, el día que pusiste la pistola en ti
alguien tocaba su violín en las alturas de Andahuaylas.
Ellos esperaban que lo hicieras para hacer de ti una leyenda:
la gran leyenda cultural del país. Ellos que escupían en tus cantos.
Con una mano cogiste el arma: yo nacía cuando te despedías.
Tres días antes cantaste en una reunión con amigos.
Alguien grabó tu voz y aquella grabación fue una burla a la muerte
que siempre te asechó.
Fue tu victoria sobre una prole de intelectuales.
Un día antes fuiste a La Parada a comprar discos de huaynos,
nos emborrachamos escuchando a Jilguero.
Nos vemos mañana, tú naces, yo muero, cantabas.
Habrías tenido un flash back, tu infancia entre los indios,
una clase en la Universidad o algo como una retama
que al comienzo te hiciera dudar,
pero que luego más bien te impulsara con una fuerza irrefrenable.
José María, una mujer canta en la esquina de mi calle,
viene de Ayacucho. ¿Estaré yo en su canto?
¿Estarán mis poemas en la palma de esa mano de barro?
José María, tú cantabas en quechua un rock en el fondo de mi tumba.
Yo escribo esto para cantar en ti.

(Video: http://www.youtube.com/watch?v=PT2W1JXWzCU)

 

La Virgen Loca (con final de Edward Norton)

Dolores Alanis O’Connor
velaba por el cuerpo de Dante que se extraviaba por Florencia
los punks y los vampiros se atravesaban por el corazón del poeta
casi un mínimo verso lo mantenía en vilo
un sonido cómplice del mar lo rescataba, embarrado ebrio
hacia su sino desconocido
Dante sabía que Dolores Alanis O’Connor velaba su destino
como si no existiera otro mundo que el del internet
es el S. XXI, decía, no hay ficción, ni es la carta XXI del tarot
los vampiros del mar corrían trayendo mensajes funestos de su país
oh es el exilio decía un frío que recorre estos versos
Pero cuántas veces Dante perdió su inocencia en las nubes
en la eclosión del sol, tras la ventana de cualquier cantina
y la seguía perdiendo hasta con el bostezo de un cuculí
Podría petrificar su corazón bajo la calamina de su agrietada memoria un rayo de sol
sin embargo ya no había poesía en Florencia
Dolores Alanis O’Connor se le presentó en el bar
los punks y los vampiros llenaban de sangre y ácido los bosques de humo
El naualth que se fundía en el humo se convertía en la serpiente
que bailaba en el cuerpo de Dolores desnuda
La ciudad de Florencia apestaba
todos los peces muertos en el mar, todas las aves muertas en el aire
y la poesía como ya se dijo bajo la tierra agostada de Eliot
Podría ser que las estrellas aún girasen por ese Amor
pero ella se desnudó frente al poeta, porque la angustia
es del ser que ha abandonado su alma, y porque así era su amor
- tiempo atrás un niño se había comido el corazón de Dante
entonces ese niño empezó a escribir tercetos en italiano: lengua vulgata profana
y con su obra se hizo más niño porque había alcanzado
mediante el amor - ese estado anterior a todos los idiomas
ah los vampiros y los punks se fueron con el alba
dejando las mesas manchadas por la verdad poética
Florencia seguía estallando pues los anárquicos querían luchar hasta el final
Dolores Alanis O’Connor yacía en la tina con los vellos
de sus piernas por afeitar - los senos congelados como icebergs
en los periódicos sólo se hablaba de la guerra se hablaba tanto
que parecía tratarse de una guerra muy lejana
Dante en su locura cayó en la esquina asesinado por la sociedad
idolatrado por unos cuantos druidas
un niño se le acercó y tras escribir el último terceto se miró en el espejo
y empezó a decir:
“al diablo Beatrice
le di mi confianza
y ella me apuñaló por la espalda
me vendió arriba del río Rímac
maldita perra
fuck you!
y al diablo tú Dante
lo tenías todo y lo tiras por la borda
¡maldito idiota!”

 

CV: Tengo entendido que Dantes es un libro de 300 páginas. ¿De qué trata este grueso volumen?
MI: De lo que siempre ha tratado la poesía: del amor, de la muerte, de la vida, y, por supuesto, de todo lo demás.
CV: ¿Es un desafío para el lector?
MI: Sí, y para mí también.
CV: Con Dantes terminas un ciclo de escritura poética que iniciaste en los años 90. ¿Qué significa este libro a diferencia de los anteriores?
MI: Es la última mirada a lo que me tocó vivir en mis años iniciales como poeta. El lenguaje de este libro ha sobrevivido más que a mis ganas de terminar por entender un país o una época, o quizás estoy exagerando. Pero eso sí, la exhuberancia de estos cientos de poemas retrata la pesadilla que atraviesa todo creador ante el desafío de la belleza, en una época en que ya la palabra no valía y no vale nada. Así empezó la década del 90. Pero Dantes va hacia algo más, se traslada, se exilia, y trata de hallar, así como Vallejo, otra búsqueda, digámoslo de manera arcaica, más universal.

 

 

 

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