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Antropología de la Espuma
de Jimmy Marroquín

Por Miguel Ildefonso

Jimmy Marroquín (Arequipa, 1970), autor de Dinámica del fuego y Teoría angélica, es una de las voces más interesantes de los poetas surgidos en el Perú en la década del 90, década en que confluyeron distintos lenguajes poéticos que, pronto, se reformularían en nuevas búsquedas. Dueño de un universo que oscila entre el desborde y la armonía verbal, pleno de simbologías, entre la pasión y la reflexión, Marroquín nos presenta este nuevo libro de poemas que podría aludir al conocido verso de César Vallejo (“Quiero escribir, pero me sale espuma”); pero más que tratarse de una espuma desaforada, fuera de control, catártica, en Antropología nos hallamos en la meditación del tiempo y su relación con una de las más altas pasiones humanas: la de la búsqueda de plenitud. El poeta inicial Retorno indica que estamos ante una mirada retrospectiva, la del poeta que avizora el camino a la casa de la infancia: “a una casa ungida por un designio entrañable”, a “la casa abandonada”. Ante las ruinas de estos tiempos, de “destrucción y epifanía”, de “vacío largamente entrevisto”, de “corrosión y deterioro”, de “ceniza”, el poeta se vuelca a su “heredad”, para recobrar esa existencia plena de deslumbramientos, entre las voces de los que habitaron esa casa: la madre, Evelin, Dayana, Omar, José, Renato, Claudia, el padre. El poeta no solo se limita a contar la historia familiar, sino realiza el estudio de dicha historia: es la antropología de un “disidente”, del “hijo pródigo”, a través de imágenes que recuerdan un poco a Juan Ojeda (“y sus fastos de ceniza, y su futilidad evocativa”) y también a Perse (“de los peces de amianto exhaustos en su inclemente noria/ de las sonoridades canaletas clavadas en las pétreas tardes”). Con un buen manejo de las imágenes, Marroquín logra explotar los múltiples sentidos de la espuma: espuma como corrosión de la materia (y de la vida contenida en esa materia), espuma como memoria y exilio (“plena,/ vasta/ insurgente”), memoria como palabra (“la evidencia virtual de la Palabra/ que insaciable me evidencia y me devasta”), memoria como vértigo (“he celebrado su ulterior espasmo/ en la vorágine implacable de la espuma/ y su total dilución.”) entre eros y thanatos. “Porque el mundo es precario”, nos dice el poeta para acusar la condición efímera del goce. Y porque las palabras significan la heredad de aquellos largos resplandores que solo la poesía puede recuperar en un dorado silencio, íntimo, para que vuelvan a brillar por siquiera un instante. Y he ahí la condición de la poesía… Aquí tres poemas:

Sólo Tocar

(Coda)

(Para Sonia, terca, luminosa
Presencia en la sangre)

¿Habremos de alcanzar aquellos nombres que tuvimos,
esos rostros hoy ahondados en oquedades innumerables,
nuestras manos, nuestras voces,
nostalgia de eso precario y perecible
latigazos aprensivos que forman parte
del inventario plural de lo imposible?

Habremos de percibir nuestra ausencia
en la rencorosa pátina del aire?
en el tajo aleve de una remota lluvia calcinante?
en la transparente acechanza del absurdo?
en la ruta fulgurante de la hormiga irretornable?

nuestra faz

en la calcinada parábola del viento?
en la pústula del instante?
en el desfigurado, humeante séquito del agua?
en la carcoma amable de la polilla y el olvido innumerable?

... .. . .. .. .. .. .. Habremos
de apresar lo que entrañablemente nos interroga y urge
la fábula que nos amortaja y suspende
en una levitante euforia de sillas, coitos y medallas,
vasta inconsistencia,
filiales trampas que la evasión fragua enardecida,
nostalgia permanente de eso que fuimos, irremisible,
precario y perecible?

 


Hijo Pródigo

Sólo a nadie espera este ritual,
es decir a ti, a la enrancia vana de tu piel;

he aquí la mesa, el ensueño y este día
erguido como oscuro complot,
y la celosía de un obseno mar
atrabilario y recurrente.

No, no se ha ido
esta nostalgia afilada como estaca.
Madre, hermanas,

el impudor de una vana evocación

las convoca
a la sombra
de esta agua
que signan

vanamente

la memoria
de mi piel;

a esta mesa
de gramínea y asfalto
donde permanecen
tercamente
como migajas de hiel.

Ah impávidas ausentes

pende sobre ustedes
como afiebrada
estaca

mi cifra de humo
mi faz interdicta
mi nocturno mar obseno,

mi vaho mendaz y peregrino.

 


Epitafio Para el Hijo Insomne

Vástago de mi sueño voy por llameantes corredores
con un nombre irreiterable entre los labios.
El camino se acorta, se alarga, es un vaporoso trayecto
que discurre del techo a la oscura avidez del asfalto,
del sopor apacible al desaforado aullido de los astros.

Regiones de irrescatable confusión discurren, sin más
Concierto que un frenesí expectante:
airados torrentes cubiertos de una natilla púrpura,
donde agazapados peces conjuran el cese total de los manglares;
vastos páramos de arena,
habitados por unánimes osarios, magnolias de sangre y
basiliscos;
sílabas de rostros tenaces que el viento tintinea,
un crepúsculo tullido y obsecuente preso en el envés del agua;
oscuras esquinas de una ciudad irreconocible,
hendidas por una lluvia rencorosa, poblada
de pestañas y rumores hoscos y filiales (en el vano de una puerta
espera Ella,
la de las mil amadas e intemperantes voces, la anónima Innombrable
que posee el secreto lustral de la nostalgia).

Vástago de mi sueño, voy por llameantes corredores
con un nombre irreiterable entre los labios.

 

 

 

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"Antropología de la Espuma" de Jimmy Marroquín.
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