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Redondo de Vanessa Martínez Rivero

Por Miguel Ildefonso

 


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Vanessa Martínez Rivero nació en Lima en 1979. Ha publicado la Hija del carnicero (2007) y Coraza (2009), y ha sido antologada en Chile, Argentina, México y Estados Unidos. Además de poeta es cantante y comunicadora. Y acaba de publicar en México su tercer poemario Redondo.

El libro consta de cinco secciones: Núcleo interior (El corazón esquizofrénico), Núcleo exterior (Pequeños hogares de voz), Manto (La piel más dura es la que se invierte por el fuego), Corteza (Desde aquí se observa todo en micro) y Atmósfera (Tristes cartas de los últimos habitantes). Están referidos a espacios, en donde la voz poética hará un recorrido sentimental apelando a la memoria, hacia, como decía Heidegger, la casa del ser; pero sin dejar de dialogar con la naturaleza viva.

En una entrevista la poeta dice: “La idea de la circularidad interactúa con la idea de los pequeños  mundos que somos, los cuales habitamos y destruimos. Pertenecemos a esta realidad que es paralela a nuestra matriz, el planeta que muere por nuestra ignorancia, falta de cuidado y afecto en nuestras relaciones. Es parte de nuestro orden sensitivo. Y aprendí de nuestra mayor maestra, la tierra, que solo existen los extremos y, en los tiempos medios, la reflexión para las decisiones, con el sinceramiento total de mi memoria emotiva y las  lecturas rectoras.”

Entendemos que la circularidad del amor envuelve o está envuelta por la naturaleza; es decir, lo humano como parte de esos ciclos inevitables de la tierra y del universo. Es por eso la apelación al hogar y a la ciudad, pues el amor es aquello que nos posiciona en un punto del cosmos para establecer nuestra identidad. “He de hacer con sus siluetas/ alianzas para las grietas de mi casa./ Y de sus desmayos/ el asombro del viento/ para  amurallar el polvo”, nos dice la poeta entablando un sistema de relaciones con su contorno, previo a esa auto mirada necesaria para acceder al conocimiento.

Sin embargo para establecer esa identidad o identificación hay que superar una crisis: “Sospecho  que mi músculo más fuerte pierde memoria./ ¡Silencia tus campanarios!”, aquí se refiere al corazón, obviamente, y a la perdida de toda noción sobre su sentido metafórico. La pérdida del ser, de habitar la casa (“He roto los espejos en casa para forjar una suerte de metal”), está conectada, por tanto, a la pérdida de un lenguaje: “Los muertos se reinventan/ en cada palabra negada.” Entonces aquí se aclara lo que es la poesía en estos tiempos de desmoronamientos.

Aquí es cuando el movimiento circular del deseo une los espacios de los cuerpos separados, casi como en el mito que se cuenta en el banquete de Platón. Aristófanes define al amor como el anhelo íntimo de restitución de una plenitud perdida. En Redondo se lee: “La blanca espuma es un vicioso recuerdo del vacío,/ obrero de mi ser./ Tu nombre es arrastrado como un madero hacia mí.” Las metáforas, la poesía, nos vuelven a conectar con nuestra naturaleza, completa a la “palabra negada”. La poesía, visto así, es aquello que nos restituye, lo que ensalza al amor, lo que hace que el amor no quede solo en deseo, sino sea una experiencia vivida y cumplida. Sin la pérdida no se completa la circularidad. La palabra es esa ausencia que nos llena.

Aquí tres poemas.

Redondo

Un sueño navegará impulsado
por los vientos de nuestro paraíso artificial

por todos los flujos de insatisfacción y de lucha
por aquello en la piel que no alcanza a reciclar ley.

Los cuerpos forjados, absortos por la evocación del capricho
descienden como un pájaro cansado de ironizar truenos.

Carpintero obseso en meaculpas:
enmaraña nidos en tus ojos volados.
Región flor donde se abate
 el rocío de las nubes deshaciéndose
                      una  a una
                            sobre mí.

                     Algodón de tu vestido.

 

Cuando solo quedó el corazón

Limitó con todos los bailes en un gran salón de huesos frágiles.
Quiso decir: “haré una celda con ellos”,
pero con un solo latido se hicieron polvo a su paso.

Quiso escuchar ángeles
y pensó en golondrinas que vio en su trayecto.
Las aves habían perdido las patas por dárselas
a los peces
que ya perdían el mar.

No anidan en ningún espacio apocalíptico,
menos hubieran querido trinarle   pues cuidaban su pico
que era una brújula desmemoriada.
Cuando el corazón se quedó solo
estaba sostenido de algunas venas
que ya se iban deshermanadas
y estratégicamente guardaban su objetivo final,
llegar al Corazón solo para devorarlo.

Un extraño temblor entró en el corazón solo,
sin fe
se abrazó en arcadas,
las venas se debilitaron y soltaron al corazón.
Solo el polvo se disipó.
se contrajo consonantemente en una vocal de odio.
Explosionó.
Quedó un mar de sangre,
                   todos se juntaron
                           y bebieron de él.

 

En la rejilla de acero

Derramé todas mis mamas
dejé unas pequeñas y malas cartoneras
                             como migajas para estos pájaros suicidas.
Desde aquí se observa todo en micro,
y las hijas de la carretera
para evidenciar sus truenos fingen sus ahogos.
Todos los puentes con rejas son armas sin municiones. 
Tengo un mar corrosivo para liberar a los pájaros de sus jaulas.
Mi seno isla
llorando naufragios.

 



 


 

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