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        René Clair entre otras cosas explosivas
        Por Miguel Ildefonso 
 
        
        
          
        
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Cuando me preguntan por qué escribo, y si  la situación la amerita, suelo decir la verdad: escribo desde 1987 porque la  muerte se instaló en las calles con tranqueras y con estallidos, y descubrí que  con la literatura uno podía ser libre y pelear, acaso denunciando, acaso  burlándome; supe que el lenguaje a través de la creación podía instaurar una  forma de vida distinta, y así finalmente poder vencer a la muerte, aunque sea  simbólicamente o espiritualmente. Esto suena demasiado serio, lo sé, pero así  era la situación, era como la veía yo desde que en 1983 Sendero voló la  comisaria de Apolo, a cuadra y media de mi casa, y casi mueren mis amigos que  estaban por allí en esa noche de sábado, y el enfrentamiento no paraba, y todos  teníamos que escondernos, cuidarnos de las balas. Entonces, no bastaba con  sentirme bien leyendo o estudiando los libros que devoraba en esos años, bajo  velas, oyendo las explosiones, escapando de redadas, y amoldándome correctamente  a las formas y a las estéticas de la tradición tanto literarias como de la vida.  ¿Cómo hablar de la violencia y que sea como la siento yo? Era mi pregunta. Hice  un intento, y escribí este poemita sin título:
        por  las calles de Lima se vio un ciclo /de largometrajes y cortos de René Clair
            entre  otras cosas quedó un amor cubierto /con periódicos que decían:
            “no  a las desapariciones políticas /no al asesinato político”
            ese  amor tuvo nombres: ella Elanor /y yo cubierto de periódicos con 2669
            víctimas  en 1989 por la violencia
        Recién había cumplido 19 años y escribí  este breve texto en mis primeras exploraciones de la ciudad de Lima, es decir del  centro y de sus márgenes. Me había propuesto escribir un libro sobre la  complejidad de Lima, hacer poesía urbana, influenciado por los simbolistas  malditos, los surrealistas y los beatniks, en fin, por casi toda la tradición  de la modernidad poética. Aquel ciclo de René Clair se dio en la ex Filmoteca  del Museo de Arte, y el dato estadístico de las víctimas de la guerra interna  en aquel 1989 lo había sacado de un periódico, era lo que se informaba en esos  años y yo estaba al tanto de todo. ¿Y cuál es mi voz? Me preguntaba, porque no  era la de José Valdivia Domínguez, más conocido como Jovaldo,  cuyos poemas me habían volanteado en la Plaza San Martín. “Por la senda de la  gloria/ marchando con optimismo/ nuestra sangre regaremos/ con audacia y  heroísmo”, eso decía él, pero yo no lo podía decir, aun cuando me sintiera  rebelde. Mi generación más se acercaba al desencanto. Porque ¿quién era yo en medio de esta  violencia? Era otra pregunta que me hacía. Y aquella pregunta cuestionaba lo  que escribía, poemas de amor, de amor en la oscuridad de la violencia. Me  identificaba con Vallejo, con la poesía de Hora Zero y de Kloaka. Me  identificaba también con la poesía de Hinostroza, Cisneros, Juan Ojeda, Luis  Hernández, Martín Adán, Eielson. En fin, no había contradicciones en la poesía  como sí en la realidad. Y por ahí debía hallar una voz, encontrar mi voz, mi  soñada coherencia. Y me sirvió un pintor, que escribía sus reflexiones y  pachotadas en pequeñas libretas. Un provinciano que habitó un lugar cercano  adonde yo vivía, en el Hotel Lima en La Parada. Hice lo que Víctor Humareda  hizo en su pintura, acercarme a los más clásicos. Por ejemplo este poema sobre  uno de ellos, del siglo XIX:
        ecce homo:  Nerval
        las formas de lo inmóvil
            son los significados de lo  eterno: el poema que guardas en la mente
            de lo irreal a lo real o de lo  real a lo irreal
            es un hombre orinando al borde  del abismo y ese hombre eres tú, Nerval 
            poeta reflejado en los ojos de  las ratas /que escuchan y olvidan tus palabras
            solamente existiendo en un  puñado de cabellos y papeles tirados en el piso
            tu cuerpo disgregado  alargándose como la sombra de una vela derretida 
            un cuerpo abrazado a una  oscura realidad de explosiones y disparos
            un cuerpo que solo da vueltas  alrededor de lo que fue una época
            que solo camina en busca de  cigarrillos pues ese ha sido el pretexto 
            para escapar de tu celda - tus  pies dan pasos en la nada
            tus pies son ecos que se  pierden en las telarañas
            y las arañas te esperan allí  detrás de los artificios de la luna
            que arrojó su ejército de  dioses y perros sobre las calles
            (el olor de los muertos no  solo aquí aún queda en los rincones
            en la naturaleza muerta de una  manzana porque hay miedo 
            hay miedo en los ojos de las  arañas y en los tibios alientos innombrables)
            imagínate que estás muerto
            imagínate que lo arcano tiene  sus raíces en tus intestinos alcoholizados de amor / imagínate que caminas y  caminas y no vas a ninguna parte
            tus piernas no te obedecen: te  han matado
            morir es una calle donde luz y  tiniebla avanzan y se arremolinan
            morir es un silencio alto  depositario de todos los lenguajes
            morir es la noche en una  ciudad adonde llegan todos los caminos
            las ventanas están cerradas / -  sólo en una de ellas alguien te mira 
            alguien semejante a ti con tus  ojos y con tu sombra.
        El desencanto, que se siente en este  poema, no era una pose, no era un alarde de tardío romanticismo. ¿Quién te va a  escuchar en medio de la violencia? Era mi siguiente pregunta. Si no escuchan a  César Vallejo, a José María Arguedas, a Javier Heraud y a tantos grandes poetas  de verdad que ha habido y hay en el Perú; pero justamente de eso se trata,  entendí inmediatamente, de ir a contracorriente. Y es que, aun, cuando mi  generación fue el inicio de la época de la dictadura del mercado, llámese del neoliberalismo  o llámese de la neo-corrupción, entiendo que la poesía es esa conciencia  insular, paria y aguafiestas, en medio de antiguos olimpos devastados y nuevos  e iluminados mega centros comerciales. ¿De qué sujeto poético se puede hablar  en este contexto? Preguntaba como si fuera otro quien se cuestionara. “Yo es  otro”, había dicho Rimbaud, y es por ese rumbo, finalmente, que he tratado de  ir con mis textos. Trato de que en mis poemas estén esos “otros” jodiendo de  alguna manera; yo solo soy un medio, un instante de escritura en el camino de  la voz de aquellos otros que están vivos o que ya no están. La violencia, por  tanto, fue la madre y la partera de casi todo lo que he escrito, de ahí el  dramatismo que intentan retratar mis poemas. Ese dramatismo no es algo  gratuito, no es algo andino o “Huanca” de mi sangre solamente. Desde el primer  libro de poesía que publiqué, Vestigios,  hasta mi último libro titulado Diario animal,  todo es la escritura y la voz de esos años críticos, pertenece a esa suma de  voces y frustraciones que se remiten a antiguas tragedias también, en las que  se plasman los testimonios de mis padres y de mis abuelos.
                    Todas  esas explosiones son nuestro amor. oscura la canción que nos tocó. ya no quiero  golpear con los ojos cerrados. tu amor me ha dado otra razón para amar.  explosiones de ángeles dormían mis brazos en una calle del centro y me moría de  sed en el desierto. nunca dejé que me digan lo que debía hacer: la poesía las  palabras las cenizas los viajes no trazados en el mapa la noche el cuerpo amado  de la noche el sueño el cigarrillo en la mesa la ventana o el límite de las  cosas y la muerte. ¿recuerdas? existe además la puerta las paredes marcadas por  las cucarachas mientras el techo sube o baja y es limpio el cielo para gritar  cosas ilimitadas. 
                  Esta breve estancia que he  leído es del poema Dramatis personae de mi libro Dantes. Como se puede ver,  en este y en los otros dos poemas intercalados en mi exposición, se trata de  una poesía que privilegia el tema antes que el lenguaje, antes que la  experimentación con el lenguaje, porque así fue el proyecto de escritura que me  propuse en esos inicios, como resultado de esas preguntas que me hacía (Cómo  hablar, desde qué voz, cuál identidad, para quién, qué sujeto poético). Con los  años he ido rehaciendo y elaborando nuevos proyectos, uno de ellos fue volver a  Perú. ¿Será que aquí siempre hay material para escribir? ¿Será que la violencia  no se ha terminado? ¿Será que siempre habrán nuevas preguntas?
         
        Miguel Ildefonso
            LUM, 08 noviembre 2017
         
        
        
         
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         Testimonio leído el  pasado miércoles 08 de noviembre en el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la  Inclusión Social de Lima durante el ciclo de poesía, memoria y violencia “Nuevos avances y retrocesos en lo  que va del mes de noviembre”, organizado por Paolo de Lima y Luis Fernando  Chueca, conformado por dos mesas en las que también ofrecieron su testimonio  Marco Martos, Abelardo Sánchez León, Carlos López Degregori, José Antonio  Mazzotti, Domingo de Ramos, Violeta Barrientos, Willy Gómez Migliaro y Valeria  Román. (Victoria Guerrero  moderó la primera mesa).
         
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        Testimonio de José Antonio Mazzotti 
Ciclo “Poesía, memoria y violencia. Nuevos avances y retrocesos en lo que va del mes de noviembre”
en el LUM - Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social, 8-9 noviembre 2017.
        https://drive.google.com/file/d/0B2qw5SeWbXLAaVJHdHpzR0QwZjQ/view?usp=sharing