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Memoria de Felipe
Los riesgos de la memoria como imperativo moral
David Antonio Abanto Aragón
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Un nombre capital de los años 90: Miguel Ildefonso.
Ricardo González Vigil
Miguel Ildefonso nos deslumbra y conmueve por la refinada versatilidad de su escritura y sobre todo porque su relato
poético no sólo recrea la vida que transcurre desde el Río Grande hasta el Rímac, sino porque pone en evidencia,
con el mayor lirismo posible y con impactantes visiones ecuménicas, los avatares y esperanzas de la condición humana.
Hildebrando Pérez Grande
Ildefonso solo piensa en sumergirse en el arte de crear belleza a través de las palabras.
Bryan Paredes
Un autor imprescindible
Memoria de Felipe (MDIH ediciones, 2017) es la tercera novela de Miguel Ildefonso[1]. Tercer peldaño de una obra (en prosa y en verso) que libro a libro viene tejiendo con solvencia un proyecto estético sólido y coherente que reelabora, a través de la escritura literaria, la historia y la cultura del Perú recientes, nutriéndose de la tradición oral viva sin maniqueísmos con momentos intensamente poéticos (no solo líricos, también épicos y dramáticos).
Su origen puede rastrearse en las persistentes tentativas (en verso y prosa) de su autor por conservar para sí la libertad y para el mundo lo maravilloso. Solo él a través de su escritura puede aprender esta belleza de las más triviales exterioridades de la vida. El espacio donde se localiza esta esquiva cualidad no puede ser otro que los paisajes de la memoria con la suma de impulsos asociados, los fogonazos de detalles múltiples, las pulsiones de pequeños cascajos de materia que se superponen.
Memoria de Felipe es la manifestación diferente, nueva en la que no hay una forma y un contenido, sino en la que su aspecto exterior es el resultado no del desarrollo de un tema sino de tratar de hacer visible, objetivo, un contenido sin tomar en consideración su aspecto en un mundo ostensiblemente grosero y saturado de cinismo[2] .
Esto hace de Ildefonso un autor (en el sentido pleno de la palabra) imprescindible que debemos leer para apreciar el fresco que viene rehaciendo permanentemente del convulso periodo entre fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI y que, con intervalos cada vez más extensos, nos va entregando inmerso en una sensibilidad siempre atenta hasta las raíces en un provocador diálogo y en admirable sintonía con múltiples tradiciones[3].
Un nuevo cronista y su nueva crónica
El título de la novela, Memoria de Felipe, nos conduce por dos posibilidades. La primera de ellas, sin duda, concierne al despliegue de una serie alternativa con sucesivos juegos de palabras en torno a la memoria. Pero también, la segunda, a un diálogo con la figura trajinante de Felipe Guaman Poma de Ayala (tengamos presente que el protagonista de la novela lleva el apellido Ayala y en la crónica andina el autor se refiere a sí mismo en reiteradas oportunidades como «El dicho autor Ayala») y Bernardo, el otro personaje vertebrador de la trama, el apellido Puma.
A esta lectura contribuye también la imagen de la cubierta de la novela que nos muestra una de las ilustraciones del cronista andino del siglo XVII que nos remite a uno de los capítulos de la novela que lleva por título «Camina el autor», precisamente el mismo nombre del capítulo que en la obra de Guaman Poma detalla su viaje final para entregar su manuscrito en la corte virreinal[4].
Cual nuevo y moderno cronista Felipe Ayala[5]: «tenía las agallas suficientes para emprender la difícil batalla de sacarle la ficción a la reacia realidad, la muy puta». Él no impugna una manifestación artística previa, sino la institución arte en uno de sus rasgos dominantes: su separación de la praxis vital de los hombres.
Con un lenguaje menos exteriorista que el cronista indiano este nuevo cronista se lanza más ceñido a la permanente búsqueda interior, introspectiva y desmesurada en pos de epifanías entre los escombros (anímicos y materiales) de las vivencias individuales y colectivas. Incluso la relación angustiante con la escritura lleva a su protagonista a momentos intensos en los que llega a considerar la escritura como una misteriosa maldición («Escribir era como la rabia» afirma en varias ocasiones y añade en otra de ellas «no entendías por qué esa rabia te obligaba a enfrentar la dura realidad con la endeble ficción, por qué esa concupiscencia te empujaba a oliscar enfermizamente la miasma»).
Por ello, registra con una estrategia distinta a la de las crónicas-relatos-novelas existentes la que sería una especie de primera de las crónicas-relatos-novelas nuevas frente al «mundo al revés» de las colectividades en nuestros tiempos fascinado con el anhelo de un «buen gobierno» para todos con lo que ello conlleva para la condición humana[6].
No obstante, ambas posibilidades no son excluyentes y terminan integrándose para mostrarnos el afán de una mirada totalizante que conjuga en su desarrollo una trama capaz de mostrar cómo la construcción de sistemas identitarios reaccionarios busca prescindir de elementos culturales y pretende actuar a menudo sobre un pasado que no existe o, en el peor de los casos, es fabricado continuamente.
Memoria y abandono de la perspectiva épica clásica
Al principio pensamos en la famosa frase de George Santayana: «Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo»[7]. Pero Memoria de Felipe nos plantea cómo a partir del empleo de la memoria en los últimos tiempos se puede constatar los efectos nefastos de su uso como imperativo moral.
Una vez más, Ildefonso nos presenta una novela en la que entrelazando tiempos, tanto por el hilo de conversaciones reales como soñadas (o dictadas por voces interiores que torturan al protagonista), hurga y saca a flote, de un lado, la nostalgia del pasado para liberar emociones primigenias entrelazadas con episodios de infancia y, de otro lado, el sentimiento a modo del hybris (defecto o exceso) inherente en el ser humano para lo que Carlos E. Luján Andrade ha denominado: «La reconstrucción de un mundo que ya no vemos o que nunca lo hemos percibido, sin embargo, sufrimos las consecuencias de dicha existencia»[8] . Y añade:
Nos enteramos de la memoria de Felipe en sus retazos de vida. Sus experiencias intermitentemente contadas a su amigo Bernardo, nos ayuda a entender su exploración. Y que si bien nos narra hasta lo más sentimental de cada experiencia, sólo podemos tomar cada una e intentar armar un rompecabezas aun faltándonos muchas piezas. Y es que la vida de Felipe es esa figura imaginada al que solo unos rastros nos pueden dar una seña de lo que es o fue.
Y es que la literatura no refleja, sino refracta. Hay algunos autores que a veces caen en la elaboración del documento directo, testimonial, lo que no tiene mucha importancia literaria y artística (quizá sí sociológica). Son los otros, los que pueden crear de una manera simbólica una historia los que enriquecen imaginariamente, estéticamente, la vida. Memoria de Felipe pertenece a trata de nuestros recuerdos comunes, de cómo evocamos nuestra historia personal y social y razonamos sobre nuestro pasado individual y colectivo.
En Memoria de Felipe lo individual, el mundo interior, resulta expresión y campo donde se puede indagar lo colectivo y explorar destinos de personas en cuyas experiencias podemos proyectarnos o no.
Así la trama de la novela nos va mostrando que las rememoraciones colectivas son interesadas, a menudo fraudulentas, y, con frecuencia, peligrosas. A veces, parece insinuar, haríamos mejor en olvidar sin más y seguir con nuestras vidas. Como cuando Daniela le advierte para que no le pregunte sobre «la verdad de su detención» porque «solo quería olvidarlo todo» o como cuando Felipe, el escritor, se pregunta por el giro radical de Serafín luego de su estadía en Chankil («concluyó que solo podía ser el deseo de Serafín de olvidar el pasado»); incluso cuando Bernardo acude a Talara tras los pasos del escritor nos dice «Y aquí todos lo han olvidado ya».
Y es que la memoria colectiva no es historia. Es idealización mistificada. El trabajo serio de la historia es instaurar la diferencia entre pasado y presente. La memoria histórica, en cambio, es una manera de hablar del pasado como si se tratase del presente. Aquí podemos apuntar nuestro razonamiento, por ejemplo, hacia el riesgo de amplificación y distorsión, de la memoria desde un plano histórico, de los conceptos de víctima y verdugo. Extender el concepto de víctima significa extender el concepto de verdugo, y una sociedad donde ya no es el individuo el responsable de crímenes, sino el individuo y su entorno, es una sociedad inquisitorial que ya no sabe muy bien resolver quién cometió el crimen y a quién hay que sancionar. Remitimos a la atenta lectura del segundo capítulo titulado «El Penal» (pp.39-66) para confrontarnos con un episodio que nos muestra como aproximarnos al mal y comprenderlo sin extraerlo de la humanidad (propia y ajena) sin alegar la existencia de dos subespecies humanas, la de los monstruos y la de los normales (los otros y nosotros). Los recuerdos colectivos son casi siempre interesados. A veces los imponen los ejércitos victoriosos, y otras los fomentan interesados manipuladores con el fin de urdir un pasado épico que legitime sus intenciones presentes.
Entonces, se nos plantea la necesidad de responder a qué conclusión debemos llegar sobre la esencia de la naturaleza humana, nuestra naturaleza, y comprender las insondables razones de nuestros actos, por execrables que sean.
Memoria de Felipe parece recordarnos que la ficción no existe para investigar en un área determinada de la experiencia, sino para ampliar la vida, la de todos, aquella vida que no puede ser desmembrada, desarticulada, reducida a esquemas o fórmulas, sin desaparecer.
Antes bien, el planteamiento de la novela advierte que, con demasiada frecuencia, la memoria colectiva ha conducido a la violencia más que a la paz y a la determinación de vengar ojo por ojo en vez de entregarse a la difícil tarea de la reconciliación. En esa línea, la peor violencia resulta serla frivolidad, toda la reducción de las complejidades de la historia [9].
En los últimos años, muchas obras presentan propuestas que dan en privilegiar la diversión y la amenidad, en desmedro de la hondura y la trascendencia humana, socio-cultural. Muchas de esas obras trivializan la experiencia y parecen mostrarse reñidas con la reflexión. Necesitan mostrar verdades simples y elementales que apelan a la manipulación emocional básica de los lectores. Toman distancia de esa idea de aspirar a que la obra sea, a la vez deleitosa y provechosa.
Memoria de Felipe muestra que no solo hay que entretener; también hay que enseñar, no en el sentido de ofrecer moralejas, sino enseñar en un hondo sentido con su doble acepción: la cognoscitiva y la ética.
Memoria de Felipe nos muestra que leer literatura es divertirse, sí[10] ; pero también aprender, de esa manera directa e intensa que es la de la experiencia vivida a través de las ficciones, qué y cómo somos, en nuestra totalidad humana, con nuestros actos y sueños y fantasmas, a solas y en el entramado de relaciones que nos vinculan a los otros, en nuestra presencia pública y en el secreto de nuestra conciencia, esa complejísima suma de verdades contradictorias —como las llamaba Isaiah Berlin— de que está hecha la condición humana.
En la novela, la voz guía y tutelar de Bernardo le recuerda a Felipe en el episodio que este le comunica su radical decisión de viajar por todo el país:
Le pareció buena idea a Bernardo, eso enriquecería la novela que estaba escribiendo. Le dio ánimos, pero no dijo lo que estaba pensando a partir de la lectura de ese huayno que le envió. Quizás te afectaría, amigo, estar a miles de metros del nivel del mar para estar seguro de vencer, ahora sí, a tus demonios. Porque en el fondo eso era lo que querías, ¿no? No se trataba solamente de escribir con verdad (con “conocimiento de causa” diría Vargas Llosa) tu novelita. [la cursiva es nuestra]
En otro episodio, ya en Talara, Felipe le dice a su fiel amiguito, el perrito que le regalaron la pequeña Silvia y su hermanito Manuel:
porque la literatura no es necesariamente una venganza contra las traiciones del destino, ni tampoco, te lo tengo que decir, la lucha contra la orfandad que nos deja la Muerte.
Memoria de Felipe nos muestra, como lo hace su protagonista, que el reino de la ficción es el reino de la libertad. Para ello, el mismo protagonista en una especie de enmascaramiento encubre su intención mediante la presentación de su narración como si fuera parte de sueños, recuerdos, diálogos (imaginados o reales), relatos y pensamientos.
Felipe Ayala encarna la libertad como soberanía de un individuo para decidir su vida sin presiones ni condicionamientos, en exclusiva función de su inteligencia y voluntad. El protagonista, parece asqueado ante la idea de que rememorar es un deber moral y político, así como personal, en nuestra «era terapéutica». Pareciera que para él, incluso, recordar es inútil, ya que todos—y las sociedadesde las que forman parte— acabaremos reducidos a polvo. Recordemos que al final Bernardo nos dice que el escritor: «Se borró así de pronto, sin dejar rastro en la arena».
Memoria de Felipe nos recuerda, también, que la prosa es una invención de viajeros: traslada por escrito el acto de contar en voz alta. Se trata de una búsqueda a tientas de un valor supremo que tenga una proyección práctica en el mundo de los sentidos.
Borka Sattler [11] afirma:
El impecable relato prescinde de cronología lineal y se disfruta como en un círculo, más bien como un espiral que va dando vueltas como una madeja de hilos imaginarios. Vida y muerte, amores y decepciones, mentiras o realidades, plegarias y conjuros que nos envuelven y nos sorprenden mostrando belleza, pero no felicidad, mejor diría angustia.
Memoria de Felipe es una aventura que recusa los estereotipos del heroísmo, la fidelidad, el nacionalismo, la memoria, etc., y al mismo tiempo que una novela sobre la ficción, un conmovedor canto a la libertad.
Al respecto afirma Carlos Luján Andrade:
Porque nuestro personaje va solo con su ímpetu y sus ansías de reconocerse a sí mismo. No lleva más que sus recuerdos y sus sueños, parafraseando a Herta Müller, todo lo que tiene, lo lleva consigo.
La patria de uno mismo está en la memoria, viviendo con la esperanza de poder hacerse una idea de qué fue aquello que generaron las cicatrices de nuestro pasado
La poderosa singularidad del personaje y la novela, con su acción, acaba por romper los modelos de toda organización estamental, no conformándose con los límites temporales de su presente por los que los diluye y se sumerge permanentemente en el pasado para recuperarlo asumiendo riesgos inéditos.
Una mañana llegó la pequeña Silvia a la cabaña. Él estaba sentado en la banca de madera que tenía en la entrada, junto a la puerta. Escribía en un cuaderno. Ella, porque ya lo había visto antes escribir allí, le preguntó:
—¿Por qué escribes tanto?
Él se quedó callado, solo hizo un gesto gracioso que decía que lo ignoraba. [las cursivas son nuestras]
Lo que no ignoraba el protagonista es que: «Escribir era consustancial a la rememoración de un dolor» y «Escribir era una maldición, como la rabia».
Memoria de Felipe parece plantear que no se escribe ficción para contar lo que ya sabe, sino para intentar saber lo que tiene que contar, lo que parece recordarse mientras el escritor lo está ingeniando.
Dice Luján Andrade:
Cada episodio concluye con un abrupto término, apasionado, que lo hacen abrir más la brecha entre lo que busca y lo que él es. Vive, explora, camina por tierra firme de la realidad y aquello que no puede ver, lo sueña, porque hallamos mucho de Felipe tanto en lo que nos cuenta como en lo que sueña.
Esta característica se explica por el abandono de una perspectiva épica clásica, en la cual los héroes son protagonistas que importan fundamentalmente como alegorías, encarnando significados que van más allá de sí mismos. En Memoria de Felipe, en cambio, no estamos ante una alegoría, el protagonista tiene características y vivencias personales que son proyección individual —toda la gama entre la adhesión y el disenso— del ámbito social.
Y esto es posible porque el protagonista ha caminado; Felipe Ayala es un caminante, personaje que viene de otros sitios del Perú. Desembocó en Talara, pero previamente había recorrido una serie de pueblos y lugares del Perú. Lo que lo define es lo que puede significar caminar como medio de construir una identidad y la memoria.
La literatura, la historia y la memoria, y las lecciones aprendidas… o no. Al terminar de leer Memoria de Felipe uno no termina convencido, por ejemplo, de que la lección de los acontecimientos vaya a perdurar. Consideremos que nos encontramos en tiempos de lo que David Rieff llama «el asesinato del recuerdo»[12].
Recordemos que existe un justificado temor a que la memoria pueda no solo desatar la violencia, sino prolongarla. Muchas veces para poner fin a una guerra o conseguir que un dictador entregue el poder a los demócratas, a menudo hay que negociar con líderes criminales que exigirán su amnistía, lo cual supone obviar sus crueldades pasadas para asegurar la paz futura. Se trata de dejar de lado cualquier posibilidad de un discurso mesiánico. Si Felipe se va a liberar es porque sabe caminar. El movimiento es vida.
Una aparentemente paradójica consecuencia de esto es que la identidad de los personajes no está marcada por un minucioso detallamiento de sus orígenes biográficos. Los personajes de Memoria de Felipe son de una genealogía incierta. Esta ausencia deja espacio para que ellos (hombres y mujeres) que desfilan por la novela puedan reconocerse como personas y encontrar la identidad en el proceso de la comunicación y la escritura.
El episodio final de la novela es una metáfora del proyecto ildefonsiano: edificar y construir la identidad marchando en busca de sí mismos. De este modo la desaparición de Felipe —ese gesto de silencio con el culmina la obra— se convierte en un presupuesto básico a partir del cual será leída y releída la obra.
Acá queremos formular una lectura distinta a la formulada por Carlos Luján Andrade cuando afirma que:
El espíritu de Felipe se eleva sobre la materia, como la luz, al igual que el bien, carente de cuerpo, como lo mencionaba nuestro personaje. Y es que la historia de ese cuerpo no es trascendente.
Creemos que la identificación de Felipe con la escritura lo hace supeditar su destino personal a lo que ocurra con ella. Cree Felipe que su salvación (y su justificación) pende de la capacidad para adentrarse y volcarse en su escritura. Su retiro no es ascético ni místico. Felipe se pierde para siempre, pero no su escritura. Su retiro con su potencial antidenotativo ahonda la celebración de la palabra.
Dice Bernardo en el Epílogo de la novela que el escritor anticipa el destino posible de su obra: «El escritor sabía que yo iba a terminar escribiendo sobre él». Por sobre todo, el escritor parece estar convencido de que la imaginación y su plasmación en la escritura es un camino esencial para entender una realidad tan compleja como la contemporánea. Él sabía que Bernardo regresaría «hasta Talara para escribir su historia, para terminar de escribir este libro» y la ficción tiene sus propias reglas.
Su desaparición parecería ser la única legitimación que permite evitar que el acto de representación del otro sea una especie de parodia del Rey Midas que todo lo que toca se convierte en literatura:
no había nada que te sacara de ese mundo egoísta; nada que te absorbiera tanto y sea capaz de llevarte, como la literatura, a un océano de vida intensa, imaginada, sí, pero acaso tan real como la realidad [las cursivas son nuestras]
Pero incluso ese evitamiento está condenado a ser parcial porque, desde que es enunciado o sugerido, su desvanecimiento queda también convertido en «literatura». De este modo este pertenecerá, con el mismo derecho que su vida, a la ficción novelística a la que le da sentido. Muchos podrán recriminar, quizá, una falta de «unidad» la cual, por lo demás, nunca se buscó y es que la unidad de esta travesía reside, precisamente, en su lealtad a la ruptura.
La desaparición del protagonista puede ser leída como una defensa de la actitud subversiva contra el sistema socio-cultural que deshumaniza[13].
El futuro ha dejado de ser una promesa: impenetrable e informe, tiene todas las formas y ninguna. La realidad comienza a disgregarse y desvanecerse, aparece con los atributos de lo imaginario, se vuelve amenazante e irrisoria.
Lo vivido vuelve al escritor, libre de presiones y normas al uso, una conciencia marginal que se aparta de la colectividad ora convirtiendo la literatura en su territorio de «exilio», ante las condiciones sociales imperantes ora buscando lo que está más allá de las formas visibles: los arquetipos y las esencias intemporales pero siempre en las palabras y con las palabras.
Por sobre todo la vida
Memoria de Felipe tiene como rasgo unificador del conjunto, en cuanto a su composición artística y características estéticas, esa capacidad para disolver los límites a los que nos tiene acostumbrados la división tripartita de los géneros literarios sin por ello ir en desmedro de la historia narrada sino, por el contrario, para crear una atmósfera y un estilo propios, ildefonsianos, de la narración[14].
Para ello, como su personaje, Ildefonso:
no solo se hacía de citas, de rasgos y facciones de otros, formas inconexas como bárbaros collage, sino que él vivía en ese “laberinto ciego” del cual pugnaba por escapar. Las citas lo ayudaban a conducirse, a tratar de hallar una salida por donde ir corriendo. ¿En qué sino consistía la literatura?
La lectura de Memoria de Felipe resulta una experiencia gratificante, pero también dolorosamente pertinente para el acre estado de ánimo populista que parece imperar en nuestros días.
Ildefonso nos muestra a través de los episodios de esta novela que, gracias a la literatura, cualquier escenario conocido puede ser extraño, perturbador y, en algunos casos, único, y aproximarse a ella se parece a recordar cosas que uno no ha vivido aún.
Dice Michael de Montaigne en sus Ensayos que solo le importan los libros que le brindan el conocimiento para el vivir bien y el morir bien. Ahora que Felipe ya no está, que su libro está terminado gracias a Bernardo, quienes lo hemos leído (y releído) podemos reflexionar sobre lo que hemos aprendido con él y de él con gratitud muy parecida a la que manifestó: una curiosidad respetuosa, sostenida y cordial hacia las rarezas y las peculiaridades de las personas. Porque Felipe sabe, como dice el narrador, que «nada vale más en la vida que la vida misma, aun cuando la vida de un escritor esté hecha de citas de libros, y Felipe no quisiera reconocer que más que a la literatura lo que amaba era la vida».
Memoria de Felipe representa un bien meditado intento por romper el cerco del silencio en el que desemboca la búsqueda de la memoria con una furiosa exaltación de la palabra y el arte que salen a las calles y se sumergen en ellas, buscando hacer de la belleza un bien común para todos.
Independencia, ciudad de Lima, abril-mayo de 2018
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Referencias
CARRASCO, Fernando. Memoria de Felipe. Reseña publicada en el diario La República. Sábado, 16 de diciembre de 2017. Disponible en: https://larepublica.pe/cultural/1158555-memoria-de-felipe
GONZÁLEZ VIGIL, Ricardo. «Cosecha libresca. Lo mejor del 2017 en poesía, novela, cuento y no ficción». Revista Caretas. Edición N° 2520: Jueves, 28 de diciembre. Disponible en: http://caretas.pe/culturales/81394-cosecha_libresca
LUJÁN ANDRADE, Carlos E. «Aproximaciones a Memoria de Felipe. Novela de Miguel Ildefonso». Al momento de escribir estas líneas, este indispensable artículo aún se mantiene inédito.
MANRIQUE TORRES, Richard. Memoria de Felipe. [Booktrailer]. Disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=3AU5V0ZuSlI
SATTLER, Borka. «Miguel Ildefonso, novela, memoria e historia». Columna Viento de palabras, diario Exitosa. Jueves, 14 de diciembre de 2017. Disponible en: https://exitosanoticias.pe/columna-viento-palabras-borka-sattler-miguel-ildefonso-novela-memoria-e-historia/
Entrevistas a Miguel Ildefonso:
PAREDES Bryan. «Mi fanatismo fue la literatura». Entrevista en el diario Correo. Miércoles, 24 de enero de 12018. Disponible en: https://diariocorreo.pe/cultura/miguel-ildefonso-poesia-literatura-799296/
ROJAS ANDIA Karen. «Los poetas no pertenecemos a una industria editorial». Entrevista en el diario Gestión. Jueves, 23 de noviembre de 2017. Disponible en: https://gestion.pe/tendencias/estilos/miguel-ildefonso-poetas-pertenecemos-industria-editorial-margen-mercado-153371
Notas
[1] Le anteceden Hotel Lima (Editora Mesa redonda, 2006) y El último viaje de Camilo (La otra orilla, Grupo Editorial Norma, 2009).
Ricardo González Vigil consideró Memoria de Felipe dentro de las mejores novelas cortas en su siempre bien enterado balance anual de libros publicados el año pasado en la revista Caretas.
Invitamos a visitar y disfrutar del booktrailer de Memoria de Felipe elaborado por Richard Manrique Torres disponible en Internet.
[2] Fernando Carrasco ha caracterizado Memoria de Felipe como «una novela breve donde se busca representar el Perú de los años noventa».
[3] No deja de ser revelador que una atenta revisión de esta novela (y de sus anteriores propuestas no solo narrativas) muestre el reconocimiento pleno y expreso de sus grandes fuentes inspiradoras. Sirva la presencia de los Lunáticos Poetas como la evidencia más visible y notoria, pero invitamos a descubrir las otras que no solo se encuentran en el ámbito de la poesía y la escritura.
[4] Recordemos que Ildefonso ya había tomado la figura de Guaman Poma como interlocutor en su poemario Manifiesto (Hanan Harawi Editores. 2016) para obtener con justicia lo que en palabras de Hildebrando Pérez Grande es «la consagración de una poética que trata de verbalizar, más allá del canon compartido y asumiendo todos los riesgos, los encuentros (y desencuentros), los hallazgos y extravíos y las tensiones y búsquedas de una sociedad múltiple con un fuerte y a ratos negado sustrato andino por el espejismo de modernidad». Puede consultarse en: http://agendacix.org/miguel-ildefonso-manifiesto.html
Sobre el cronista indio Rolena Adorno ha señalado que tuvo la esperanza de que su crónica de 1200 páginas fuera guardada como testimonio de los hechos pasados y como guía para alcanzar justicia. Escrita con muchos propósitos, El primer nueva corónica y buen gobierno (terminada en 1615 y enmendada en 1616) de Guaman Poma sólo sería impresa trescientos años después y, tras la publicación de numerosas ediciones (París, Oruro (Bolivia), Ciudad de México, Caracas, Madrid, Lima), su verdadero alcance global se conseguiría en los albores del nuevo milenio con la digitalización del manuscrito autógrafo por la Biblioteca Real de Copenhague. Véase Cronista y príncipe. La obra de don Felipe Guaman Poma de Ayala (Lima Fondo Editorial PUCP, 1989).
[5] En la línea de Arguedas (heredero de la «pelea infernal con el idioma» iniciada por Guaman Poma), Felipe se proclama «hechura del desastre» (Arguedas señaló que era «hechura de su madrastra»).
[6] En la novela, estamos inmersos desde la primera página en la atmósfera opresiva de «la dictadura» como encarnación contemporánea de ese «mal gobierno» y las luchas por el «buen gobierno» las encarnan esas «manifestaciones» y «revueltas por la democracia».
[7] Frase de La razón en el sentido común, el primero de los cinco volúmenes de su obra La vida de la razón publicada entre 1905 y 1906.
[8] «Aproximaciones a Memoria de Felipe. Novela de Miguel Ildefonso». Artículo compartido generosamente por Miguel Ildefonso.
[9] Aquí se corre el riesgo de asumir concepciones totalitarias de la historia. El totalitarismo, como lo ha señalado Tzvetan Todorov, es un maniqueísmo que divide a la población de las sociedades en dos subespecies que se excluyen mutuamente y encarnan, respectivamente, el bien y el mal, y por consiguiente los amigos y los enemigos. Al respecto puede leerse El miedo a los bárbaros (Galaxia Gutemberg, 2008).
[10] Ya hemos señalado cómo las propuestas narrativas de Ildefonso conjugan, como en la vida, lo cómico y lo serio. Las experiencias abisales de sus personajes en muchos episodios son toleradas por el toque de humor transgresor.
[11] B. Sattler. «Miguel Ildefonso, novela, memoria e historia».
[12] Lo hace en Elogio del olvido. Las paradojas de la memoria histórica (Debate: 2017) al referirse a la postura de los revisionistas y negacionistas del Holocausto evocada en su momento por el historiador francés Pierre Vidal-Naquet. Para el caso peruano sugerimos la lectura de la obra de Alberto Flores Galindo, en particular, Buscando un inca. Identidad y utopía en los andes (SUR: 2005) y En los márgenes de nuestra memoria histórica de Max Hernández (Fondo editorial de la Universidad San Martín de Porres: 2012).
[13] Al respecto remitimos a los impactantes episodios donde la referencia a los zombis y la ciudad de zombis nos ubica ante una de las expresiones más claras de la deshumanización a la que nos conducen no solo el miedo y la desesperación, sino también el conformismo, la apatía y la rutina ante la realidad Responde el protagonista de la novela a su interlocutor: «(¿La realidad es lo que ven todos? No, Bernardo. Es peor.)». Esta deshumanización también ocurre con la creación artística de toda índole cuando es «comprada, adueñada, usada» por «el omnipresente, omnipotente y omnívoro mercado».
[14] Una marca de raigambre romántica que, por ejemplo, Lujan Andrade asocia en la estructura de la novela a pasajes de Hiperión o el eremita en Grecia de Friedrich Hölderlin. Consideremos que Ildefonso puede ser ubicado dentro de una vertiente que reconoce antecedentes en el vanguardismo de los años 20 y 30 del siglo pasado y que teniendo enlaces con la prosas de los beaknik o el nouveau roman francés, aunque mucho más con Joyce y Beckett y lo que Emir Rodríguez Monegal denominó «novela del lenguaje» (donde sobresalen Paradiso de Lezama Lima —admirado con devoción por Bernardo—, Rayuela de Cortázar, Tres tristes tigres de Cabrera Infante, etc.), por nuestra parte, invitamos a encontrar estas asociaciones en los episodios de continua alternancia de los distintos planos narrativos que contribuye a crear toda una atmósfera suspendida entre la realidad y el sueño en obras como Ulises de James Joyce, El lobo estepario de Herman Hesse y, en nuestro medio, La casa de cartón de Martín Adán, El pez de oro de Gamaliel Churata El zorro de arriba y el zorro de debajo de J. M. Arguedas, Las tres mitades de Ino Moxo de César Calvo o La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez, Terceto de Lima de Enrique Verástegui, por mencionar solo algunas.