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Leche Derramada
Poesía de July Solís. (Paracaídas Editores, 2015)

Por Miguel Ildefonso



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Desde muy chicos se nos enseña a no llorar por la leche derramada; no llores por lo irremediable, no sufras por el pasado, es lo que se nos inculca desde el hogar. Entonces adónde va todo aquello que se reprime y todo aquello que no se llora, sino a la memoria, yacerá allí un tiempo prudencial para más luego afectar a lo que nos nace de adentro: a las palabras. Y si uno ha nacido para hacerse esas inmensas preguntas celestes y querer responderlas, volverá a través de la poesía para su redención.

Es así que tenemos este hermoso libro de poemas de July Solis que vuelve su mirada al origen de la vida y a la casa familiar. La leche, ese don de la naturaleza, no solo es el primer alimento o el lazo o el “hilo” (como se dice en el libro) que liga a la criatura con la madre luego del nacimiento, luego de cortar el cordón umbilical, es también metafóricamente, en la simbología cristiana, la enseñanza. Cito de una fuente religiosa: “El creyente nacido a la nueva vida debe seguir deseando la leche de la palabra para crecer y lograr su salvación, pues no deja de ser un niño en crecimiento y tendrá siempre necesidad de la leche de la palabra de Dios. Esta palabra es en el fondo Cristo mismo”.

Pero volvamos a la imagen de la leche derramada, esa leche que ha caído, que ya no sirve para el alimento, y a la que se llora. “Por el hilo rojo/ y mi ombligo ciego”, dice al inicio la voz poética, que desea volver al vientre y habitar allí hasta que dios la expulse otra vez (al igual como se pregunta la voz poética al final de este libro circular: “¿por qué mi casa en arcadas me arroja?/ me caigo/ me caigo/ me caigo”).

Porque, ciertamente, se ha roto el hilo con la culpa, con el conocimiento, con la conciencia de que hemos sido expulsados del paraíso y cometido el pecado original de simplemente existir y ser un todo con nuestra parte animal y nuestra parte evolucionada. Somos, entonces, como esa leche derramada, expulsada, vinagrada, prohibido de mirar: “Pensé que eras/ raíz del árbol/ que al crecer daba sombra a los niños”, dice la voz poética a modo de lamento, a modo de rebeldía, en su desamparo.

Pero para seguir con la lectura del libro, debo señalar que hay tres elementos constantes, tres imágenes presentes a lo largo de estos breves poemas. El primero, y que rápidamente hemos visto, es el elemento que da título al libro (y con sus variantes que pueden ser la sangre, el agua, la saliva, el río, la lluvia, el líquido amniótico, el jugo gástrico), el segundo es el símbolo del árbol (léase también la madera de la cruz), y el tercero es el acto de cortar, el cercenar.

Si indagamos en la etimología de cercenar, que significa cortar, hallamos su raíz latina en la palabra circinari que significaba redondear, dar forma redondeada. Esta palabra del latín, a su vez, es un derivado de otra: circus, que significa círculo. Se dice que el paso de significado de “círculo” a “cortar” es porque en latín la palabra circinari se usó también con el valor de cortar un árbol o un arbusto para dar forma redonda. O sea, de podar, derivo a cortar.

No es casualidad, por eso, que en el libro encontremos imágenes de cortar el árbol, cortar los hilos de sangre, cortar la cabeza del pescado. Todo aquello que hace el poema, es decir, cortar la realidad para recobrar lo perdido en esos momentos cotidianos como es el ir al mercado, cuando dice: “Desenvainar el cuerpo/ filetearlo/ quitarnos las plumas que de nada nos sirven; o por ejemplo cuando de niño se juega feliz con un globo pero que está a punto de ser reventado: “El globo:/ abre el pico una paloma/ y el pabilo como serpiente torva zigzaguea”. O en los momentos culpables de oración, cuando dice: “y rezando hasta rasgar mis sesos”. O en el antiguo ritual de cocinar: “y empiezo a rebanar la carne”, y más adelante señalando el devorar la propia carne como hace el poeta con su memoria: “mi boca la muerde/ solo estertores decimos/ agonías/ con nuestras lenguas usadas”.

Podemos explicar esta metáfora de cercenar y del atomutilamiento en la figura del pelícano, que simboliza la muerte y el renacimiento perpetuo de la naturaleza. Es una suerte de caridad y de sacrificio en el mito del pelicano que perfora su pecho para abrir su corazón, permitiendo así que sus críos puedan nutrirse cuando están desfalleciendo de hambre y de sed. Por otra parte, en el simbolismo masónico, la sangre del pelícano significa el “Trabajo Secreto” por el cual el hombre es elevado de la esclavitud de la ignorancia a la condición de libertad conferida por la sabiduría. Cito una fuente masónica: “El pelícano, por tanto, representa el aspecto crístico, es decir, la sensibilidad. Debe sumergirse en las alegóricas aguas, para obtener de ellas su nutrición y su poder, porque es allí donde radica la fuerza. De la esfera de las aguas surge radiante una cruz blanca. Cristo, como el pelícano, abrió su costado para salvarnos alimentándonos con su sangre.”

Pero volvamos al libro, que tiene de religiosidad tanto como había en la poesía de César Vallejo, cuando la voz poética se pregunta: “¿acaso es posible zurcirnos como media rota?” La respuesta está en la poesía misma, solo por medio de las palabras, con la conciencia de que las palabras están desmembradas y abandonadas, es posible zurcir las heridas de la memoria, alimentar (como con goteos) los recuerdos para que no mueran aquellos seres ausentes, y para que vuelvan: “El tenedor balbucea y el plato está lleno de memoria”, dice. Y luego: “Vacíos todos/ se levanta la mesa/ y de pie nos partimos/ a enjuagarnos el rostro/ restregarnos las cuencas/ cucharas donde ocultarnos”, y finalmente: “Urgencia de buscar/ los barcos de papel/ los dientes de leche e izar la memoria”. La cocina podría ser el cuarto elemento importante en el libro como metáfora de la eucaristía, de comer y beber el cuerpo y la sangre de la propia poeta.

John Lennon decía que compuso el tema Madre con el grito repetido porque era algo que no pudo hacerlo cuando era niño. El libro nos dice: “Sé que a veces lloras/ Niña hereje”, o “Sin tus costras en las rodillas/ qué difícil es llorar”. Entonces, no es tan malo llorar sobre la leche derramada, no hay que perder la inocencia a pesar de volvernos mayores, a pesar que se nos culpen por olvidar las cosas. Inocencia y memoria van juntas.

“Los adultos dijeron que en octubre crecieron ramas de tu espalda (como un ángel o como un árbol) y las ramas al ver tus zapatos no quisieron echar raíz, sino correr hasta levantar vuelo.” Dice el poema penúltimo dedicado a la abuela, y que concierne al segundo elemento mencionado, para así completar el círculo de este libro circular, de este libro de cercenaciones y de certidumbres. Porque hay que volver al origen del origen, con la conciencia de ese árbol familiar que se carga cuando dice: “han ramificado mi cuerpo en un antiguo dolor de árbol”.

Es, finalmente, mediante esta redención poética, en esta ceremonia de recuperación de la memoria; de restregar las heridas, curarlas y alimentarlas palabra con palabra (para romper otro tipo de hilo y para conducirnos a otro tipo de nacimiento), que la voz poética asume su utopía: “Te cuidaré y cuando/ todos se hayan ido a trabajar, te haré comer despacito con/ un gotero, hasta que tus hojas ya no tengan frío”.  

Aquí nos detenemos, entonces, en la imagen de esta niña maternal ante la abuela, cuando la leche se derramó pero no para decir adiós, para cercenarnos y olvidar, sino para, más bien, abrirnos, digamos con el alma abierta a un futuro. Porque eso es algo que la verdadera poesía lo hace bien: crearnos una fe, una utopía nueva para cada época de crisis Y por eso encontramos todavía libros tan sensibles como el que nos presenta July Solis con su ópera prima: Leche derramada (Paracaídas Editores, 2015).

 

Oficio                 
  
Cojo un papel                                                                     
y empiezo a rebanar la carne
soy yo quien bifurca los dedos
escogiendo gramo a gramo
una célula madre   una célula hija
arteria henchida para un solo golpe
                                                                          ¡Saz!
Desenvainar el cuerpo/ filetearlo
quitarnos las plumas que de nada nos sirven
más que para limpiar las blancas baldosas
en la espera del buen precio
Y todavía pienso en mi entrepierna
o menudencias donde cercenar (me)
Es necesario
                                   que todo salga de las tripas
ya que este oficio demanda
mucha sangre
sí,  mucha sangre
pero no desesperes
soy yo quien bifurca los dedos
y rebana la carne

Mañana
¿Quién llenará esta hambrienta hoja?

 

 

Octubre

A mi abuela

Los adultos dijeron que en octubre crecieron ramas de tu espalda (como un ángel o como un árbol), y las ramas al ver tus zapatos no quisieron echar raíz, sino correr hasta levantar vuelo.  Los adultos lloran cuando miran tu ropa tendida sobre la mesa, se abrazan y llegan más personas con arañas en los ojos. Pero nadie me responde qué hacen tus zapatos al costado de las velas, y sospecho que cayeron en tu vuelo. Yo me acerco como si les rezara, pero no, tampoco lloro como lo hace el resto: solo observo tus zapatos y no veo más que semillas. Cuándo lloverá- le pregunto a mi abuelo, que tiene los ojos atiborrados de nubes. Y en su respuesta pasa saliva. Pienso que nadie sabe qué hacer con tus zapatos. Yo me escabullo debajo de la mesa y los atrapo; saltando las escaleras de dos en dos los llevo rápidamente a mi guarida, y los oculto en una caja hasta el día de la lluvia. Día en que corra hacia el patio, junto al árbol de higo, para hacerte un charquito donde crecerás lentamente. Te cuidaré y cuando todos se hayan ido a trabajar, te haré comer despacito con un gotero, hasta que tus hojas ya no tengan frío, hasta que mi pecho deje de roncar:
                                                                por qué los adultos no riegan tus zapatos

Busco la respuesta en tu cuarto
y me llevo tu manta
                         la desdoblo
e intento ver en sus rayas multicolores la dirección del arcoíris.

He decidido que cuando crezcas como árbol
            (bajo la lluvia de un gotero)
amarraré esta manta entre tus ramas
Y me subiré a tu espalda para envolverme nuevamente
como una alverja.



 



 

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