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Palabras de Luís Manuel Pérez Boitel
(Remedios, Villa Clara, Cuba, 1969)

Por Miguel Ildefonso

 



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Luis Manuel Pérez Boitel nació en Remedios, Villa Clara, Cuba, en 1969. Es Licenciado en Derecho y miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Entre otros, ha publicado los poemarios: Aún nos pertenece el otoño, Editorial Casa de las Américas (2002); Memorial de invierno, Premio Casa de Teatro, República Dominicana (2006); En esta extraña circunstancia, Editorial Letras Cubanas (2008). Ha merecido, entre varios reconocimientos, el Premio Casa de las Américas de Poesía (2002); el Premio Internacional de Poesía Nosside Caribe, Italia, (2004); Primer lugar del I Premio Internacional de Poesía La Venta de las Palabras, Tarancón, Cuenca, España (2010); Primer Premio Iberoamericano de Poesía Juegos Florales de Tegucigalpa, Honduras (2010); y el Premio Internacional de poesía en Lengua Española“Manuel Acuña”, en Coahuila, México (2013).

Luis Manuel es una de las importantes voces de la poesía cubana actualmente. Esta entrevista se ha realizado vía internet. Es por este medio que nos conocemos hace ya unos años, a propósito del Premio Iberoamericano de Poesía Juegos Florales de Tegucigalpa.

Lo primero que quería saber de él era sobre sus excelentes libros. Pese a su edad, su producción ha sido vasta. “Es difícil hablar de los libros que uno logra publicar, que en mi caso, son más de 20 poemarios, editados tanto en Cuba como en otras partes del mundo, pues no puedo recordar ahora si los escribí y logré publicar en el mismo orden que se sucedieron. Sin embargo, algo siempre logro hacer para que armonicen un tiempo sucesivo.” Dice el autor.

Al pensar en Cuba no puedo dejar de tener presente a Lezama Lima o a Eliseo Diego. Tampoco puedo dejar de recordar cuando alguna vez dejé mi poemario en la embajada cubana en San Isidro, Lima, para el concurso Casa de las Américas en los años noventa, lejos ya de los sones de la revolución, y más cerca de la “literatura like” que existe hoy.

Somos de la misma generación, y eso también me llama la atención del vate oriundo de San Juan de los Remedios más conocida como Remedios, ciudad ubicada al noreste de la central provincia de Villa Clara, antigua provincia de Las Villas; fundada en 1513 por el español Vasco Porcallo de Figueroa que iba tras los pasos del Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar. Algunos historiadores juran que es el tercer emplazamiento español más antiguo de Cuba.

Pero volvamos a sus libros, a sus palabras: “Recuerdo que cuando escribí Para no quedar en el andén, que publicara por la editorial Capiro, de la provincia donde resido, al obtener el premio Ser Fiel que se convocaba en homenaje al excelente y poco conocido poeta Samuel Feijóo, fue todo un divertimento.  Tenía yo la idea de asumir un desafío escritural que me distanciara en algo de la propuesta del título y el poema en la página, y marqué una historia posible. Para ello utilicé el tren espirituano que todos los cubanos reconocemos en su itinerario de La Habana a esa provincia del Santo Espíritu y que puede demorar unas horas o no salir por roturas o algún problema burocrático. Pero era un medio de transporte tan necesario, que por fuerza mayor, debíamos solidarizarnos con él para llegar a nuestros destinos.  El libro parte de esos viajes, de los avatares que ocurren en los itinerarios, y del calor y lo fugaz de todo, la gente que encuentras durante la travesía, las historias que te comparten, las incontables paradas que hace la locomotora.  El libro es una especie de propuesta para reescribir la historia que se articula y vuelve a configurarse al retomar ciertos motivos.  Fue algo muy grato para mí experimentar en ese tiempo tales sensaciones y propuestas.  El jurado que legitimó mi poemario refería de cómo se fusionan el lenguaje coetáneo y el literario en el mismo espacio.   Hay, pienso yo, un momento donde juego con una poética de lo  intelectivo para obtener mayores ganancias escriturales. Al final del libro termino con cinco alucinaciones que se ubican dentro de la misma narración o drama como resortes o fragmentos del itinerario.”

Para no quedar en el andén fue publicado en 2003, y aborda este tren real, que une a la Habana con Sancti Spíritus, un pueblo a orillas del río Yayabo, a cuyos pobladores se les llama «espirituanos» o «yayaberos».
 
“Otro libro que pudiera destacar es La sagrada estación,  confieso que todavía me resulta una propuesta extraña.  Había leído algunos libros sobre las semblanzas de santidad  y quería yo  descifrar la vida de esos santos desde la contemporaneidad.  Difícil pudiera decir, como un gran reto, fue adentrarme en lo que muchos denominan la poesía mística.  Siempre pienso que Dios nos ayuda e ilumina y tenía yo una gran deuda con él.  Esa entrega total me la ofrecieron estas personas que dedicaron sus vidas desde la humildad y el ejemplo a tal devoción.  Tenía la misma intensión que el libro Para no quedar en el andén, en cuanto a que se trataba de un único poema de unas cien páginas.  Y así resultó. Logré que la propia editorial Capiro de Villa Clara publicara el libro y creo que fue una propuesta muy peculiar e interesante, que me motivó mucho más cuando repasaba las páginas y le incorporaba nuevos textos.  Leí nuevamente por esos años la Biblia para entender cada una de sus enseñanzas, y confieso que me hizo muy feliz porque uno al releer logra interpretar y reconocer más la obra de Dios.” 

La sagrada estación fue publicada en 2006. “Hazme con el silencio un hombre imperecedero/ para alcanzar con las palabras el lugar/ donde debo morir”, dicen unos versos de este libro.

“El libro Artefactos para dibujar una nereida, es la historia de un niño que conocí en Bogotá en el 2002.  Yo había viajado a esa ciudad sudamericana para la Feria del Libro y supe que un niño pintaba ángeles con un pincel en la boca, pero no era un niño normal, se trataba de alguien que no tenía ni piernas ni brazos… Increíble, exclamé.  Durante muchos años esa idea de imponerse a los destinos me cautivó y rondó mi cabeza.  Así salió, uno por uno, los poemas de este libro.  Intento que un niño parapléjico dialogue con sus vecinos, sus amigos, en particular con su familia, y muy cerca con su madre; después que dialogue con Dios y coloco en el volumen de unas cien páginas, un poema en braille, para inducir al lector o receptor de mi obra que el niño ha roto la comunicación con el mundo exterior.  Aparecen después unos poemas con una tendencia neobarroca, que está de moda en América en cuanto estilo, en tal caso me permite asumir un discurso más intenso, pues es de suponer que el diálogo con nuestro sino es más agudo.  Posteriormente, intento dar ciertos elementos de una posible despedida y retomo de vez en cuando ciertos motivos para que el lector no tienda a aburrirse, pues es un riesgo hoy en día escribir un libro de tantas páginas.  Pero el libro tuvo mucha suerte al publicarse en México y ganar el Premio Manuel Acuña, labor muy destacable de la secretaría y el gobierno de Coahuila para homenajear la obra de este extraordinario poeta romántico del siglo XIX.”

Artefactos para dibujar una nereida fue publicado en 2013. Aquí hay un poema, Hay una nevada en que uno prefiere quedarse con el cadáver más cercano, inspirado en el poeta suicida cubano Ángel Escobar (1957-1997), cuyos versos dicen: “Daría pena decir que es otro el que arremete/ contra el bardo: ¿Y qué pasa muchacho, qué pasa...?/ El insomne propone su año délfico y fustiga el revoloteo de las palabras./ En la entrada Ángel Escobar agonizando de felicidad.”

La entrevista va entrando a fondo y le pregunto:

- ¿Cuáles fueron tus primeras influencias, tus inicios literarios?
- Me ha sido difícil enmarcar en mi vida un inicio exacto en los predios literarios.  Recuerdo cuando estudiaba en la primaria,  me vinculé a un taller literario que dirigía Yolanda Melillo, asesora literaria  de la casa de la cultura de Remedios.

Recuerdo una narración que escribí sobre dragones y princesas encantadas, pues uno cuando niño, piensa y se motiva por ese mundo fantástico que lo hace muy real, en la medida que experimenta tantos deseos y sueña con ir descubriendo cosas que supuestamente otros no ven.  Yo tuve la suerte que mis juguetes fueron libros y que los libros rusos y los cubanos que también por esa época se publicaban en ese país, tenían hermosas ilustraciones y páginas con letras muy atractivas.

La literatura fue por esos años de mi infancia una gran necesidad.  Coleccionaba las novelas de Julio Verne, de Emilio Salgari o leía las poesías de José Martí, de José María Heredia o de Pablo Neruda, para citar algunos autores. En la biblioteca pública de la ciudad encontré ese refugio y la necesidad siempre de lecturas incontables. Recuerdo que esa institución me seleccionó el mejor lector del año 80.

Sin embargo, comienzo a escribir algunos poemas dispersos, en los años de la universidad. Estudiaba leyes en la casa de altos estudios de mi provincia Villa Clara, y nos intercambiábamos un grupo de compañeros de aula ciertos libros,  de diversas temáticas, incluidos los prohibidos por el régimen; dialogamos con autores que llegaban a la universidad, tanto de la propia ciudad de Santa Clara como de otras provincias de la isla. Resultaba siempre algo interesante hablar con esos autores que ya tenían un espacio ganado en la literatura del país.
 
Me dedicaba a escucharlos y después releíamos sus obras. Al estudiar leyes, especialidad que fue un divertimento, en tanto era muy fácil vencer las asignaturas, disfrutaba del Taller literario que allí existía y de otros espacios culturales que se gestaban en dicho centro educacional.  Además en la facultad de Ciencias Sociales y humanísticas también estaban los estudiantes de filología y eso me ayudó a tener muchas lecturas, a ellos no les alcanzaba el tiempo para leer tantos textos y nos pedían criterios o argumentos sobre una obra. En esta etapa intenté seguir el curso Délfico lezamiano que me parecía algo imposible pues no todos los libros se encuentran con facilidad, pero fue realmente una especie de apostar por lo imposible, aunque leí muchos libros propuestos por Lezama.

Egresé en 1996, sin conocer si habíamos sobrepasado la crisis económica en la isla y algo deprimido por no tener una buena ubicación.  Me había graduado con notas excelentes, y Diploma de oro, entre otros méritos.  Pero no podía pensar que el establishment me ofreciera una gran oferta laboral. Pensé que lo mejor sería encontrarme a mí mismo, cerrar un libro como un inequívoco tiempo de mi vida.  Organicé unos poemas que reescribí y me presenté al Premio Nacional de la Ciudad de Santa Clara y tuve la suerte de ganar dicho evento con el poemario Unidos por el agua. Me parecía algo imposible, pues en esos certámenes participan autores ya consagrados, y estos fueron mis primeros textos poéticos.

Mi padre fallece en  1998, un duro golpe para mí que residía con él, pero mucho más acentuado por el hecho de que lo despedí el día de su cumpleaños, un 21 de enero.  Tenía en su bolsillo el recorte del periódico donde se dio la noticia de mi primogénito premio literario.  En medio de tanta soledad y tanto aciago tiempo muchas veces pensé en quitarme la vida. Creía que no podía superar ese momento.  Me despertaba y leía mucha poesía, de autores disímiles; escribía y dibujaba hasta que amaneciera.  En ocasiones no recuerdo qué experimenté más, si la creación o las propias lecturas. Pero algo me despertaba siempre y me obligaba al mismo empeño, como ruego de Sísifo.  Sin embargo, fue una etapa de grandes intensidades.  No podía reconocer que me quedaba algo solo en la vida.

Desde esa perspectiva intenté dibujar en cada libro un tiempo diferente. Uno no piensa igual siempre. Ni en la vida, ni en la poesía. Por lo menos yo que tanto, creo, experimento sobre el hecho de la creación, es algo que temo mucho, lo confieso.  Ahora mismo no sé por qué te digo estas cosas.  Pero imagino que me enfermo cuando escribo un libro y cuando termino o pienso terminar vuelvo a enfermar. Quizás sea el terror al hecho de asumir la creación literaria desde la perspectiva de un hombre que se juzga demasiado, que se exige lo indecible o que no duerme bien cuando algo no le sale bien. Ese hecho de ser muy exigente conmigo mismo me ha hecho un rebelde contra todo, y defiendo esa perspectiva desde la poesía, imagino. Es mi salida, mi otra lucha con esta rara cotidianeidad.

Las primeras influencias fueron de todo tipo de escritores, del arsenal de autores que había leído, tanto nacionales como internacionales, amigos o enemigos. Tengo como principio de que en la vida de todos aprendemos algo.  Esos primeros años fueron de una gran búsqueda ontológica pero de una gran necesidad de vivir desde la literatura, de asumir viajes incontinentes, de encontrarme siempre frente a las encrucijadas de la vida  para hallar un sendero cándido y necesario a otras verdades. Así degusté de un mundo impensado, un mundo que me hizo retirar poco a poco mis libros de Derecho en el armario por libros de poesía y de crítica literaria, hasta invadir toda mi biblioteca.

- ¿Cómo construyes un libro? Si desde el inicio lo planteas como un proyecto, o si salen de la reunión de textos ya escritos.
- Defino la literatura con un valor agregado desde la perspectiva de lo artístico.  Cada día intento definirme en esos tiempos que sobrevivo, pero siempre dejo una puerta abierta a lo subjetivo, que ofrece el lector posible.  Me gusta jugar con el lector, ponerlo a prueba, dejar que tenga sus propios mundos a partir de los míos.  Pero también siento la necesidad de conducirlo, de invadirle su privacidad con la mía. Dibujo en mi mente los libros, es cierto,  les doy forma desde lo visual que me resulta el poema.  Nuestro idioma puede ayudar mucho en la poesía.  Creo que el tono poético o el corrimiento de la imagen en un poema ofrecen múltiples lecturas y a partir de allí construyo una historia posible o imposible, con la intensión de asumir otras lecturas, a posteriori, otros tiempos.

Te comentaba que me enfermo. Me deprime estar sólo con mi poema, imagino que es lo más cercano a una verdad que experimento, pero que me hace cómplice de un mundo que no todos descubren, lamentablemente. Creo que sería muy infeliz organizando un libro con textos dispersos, aislados uno de otro me da la impresión que pierden vidas o atmósferas, pero también pierden su propio tiempo cuando la ilación de esos textos se entrecruzan con un tiempo mayor que se imponga en un poemario. Las secuencias de esos tiempos me resultan un gran drama que compulsa al otro y al de uno mismo.

En ocasiones creo que no tengo palabras y de un momento preciso salen tantas palabras. Es una bendición, creo, deleitarse y escribir un poema bajo la lluvia, escuchando cómo se puede equiparar el golpe de las gotas de agua con el golpe de la máquina Olivetti donde escribía mis primeros textos.  Sentarme, ahora mismo frente a un ordenador y pensar que estoy desnudo, que me enfermo de esa sed de comensal perpetuo en el banquete que hace la soledad. Después me voy al patio y leo los poemas a mi perro o imagino que mi padre me escucha y que siento el olor que desprenden las palabras. Hay como una orfebrería en todo esto. Un gran misterio, y ese espacio nos dice dónde termina el poemario y qué otra cosa más pudiera necesitar. Así he navegado con suerte, pero soy siempre un gran insatisfecho con lo que escribo.  Esto pienso ahora mismo,  pero no tengo claridad si estas serían mis definiciones exactas para hablar de la liturgia que es para mí la literatura. Algo tan serio, desde la perspectiva del mundo poético como necesario en estos tiempos, para entendernos mejor, para juzgarnos.

- ¿Cómo ves la tradición poética de Cuba?
- Cuando uno descubre el legado cultural de los escritores de Orígenes, entre ellos José Lezama Lima, Eliseo Diego, Cintio Vitier, o Fina García Marruz, para mencionar algunos autores, impresionados todos por el rico arsenal de la literatura cubana, la obra de los poetas franceses, o el pujante escenario de la literatura neoclásica griega, que pudieran ser plazas muy fuertes para dibujar el impacto deliberado de la obra de estos autores en la  propia cultura cubana. A tal punto que Vitier, descubría un modo de “ser cubano” muy aferrado a los estratos de nuestra poesía. Ese elemento de lo identitario, tamizado en la teleología insular que él fundamentó desde el emblemático ensayo Lo cubano en la poesía, no era otra cosa que la tradición poética en nuestra Isla, aunque existieran autores que por motivos personales, y claro está estéticos, se distanciaran –en su momento- de estos postulados, arremetiendo contra los mismos.

Ese orgiástico escenario literario en Cuba se armonizaba desde múltiples variantes y propuestas. Si bien, la impronta del movimiento Origenista tuvo como choque histórico, más que cultural, el Triunfo de la Revolución, quizás fueron una simbiosis que secundara otras obras en su alcance epigonal. En varias conferencias que he ofrecido siempre detallo este aspecto en modo enfático, pues aunque los estudios historiográficos del género sostienen diferencias escriturales por décadas, en sus múltiples (re)interpretaciones, en tanto articulan generaciones o promociones en tales estándares, no veo yo otra cosa que una tradición post-origenista que no ha cambiado ese elemento del “Ser” con el “Ser cubano”, para decirlo de algún modo, en un ligero corrimiento del canon.

Ese momento, coetáneo y demasiado aprensivo en sus búsquedas, no sería otra cosa que la continuidad de ese devenir manifiesto. Quizás, se pueda explorar el escenario desde la reinterpretación del “Ser cubano” que hoy trasciende en su demarcación territorial, de allí que tópicos como el viaje, la vida de los solares en la ciudad, la sonoridad de las cosas, en cada región o provincia, juegan un papel decisorio para descubrir nuevos rumbos en esa tradición literaria que es insular y en particular, muy caribeña.

Estamos, sin embargo, ante el replanteamiento de lo que Vitier confiesa como típico de la isla, la belleza de nuestras palmeras,  el paisaje del campo, los bohíos en las montañas y el agua “transparente” de nuestros ríos.  Esa exploración se sostiene a partir de la reinterpretación de la isla, pero también pienso yo de la reinterpretación del hombre que reside en el mar caribe.  Pero la tradición está allí, como epidermis de cualquier género literario, en esa mirada veraniega y vivaz de responder ante las cosas.

- Y para cerrar esta primera entrevista, pues ya pronto entablaremos una conversa más distendida. ¿Cómo va la poesía actual en Cuba?
- Hay en los últimos años, una generación que ha tomado un gran espacio por el hecho mismo de intentar legitimarse.  Todos los críticos ven en la generación cero, escritores que publican su obra a partir del año 2000, en la isla, una atracción muy interesante a partir de sus propuestas de cambiar el escenario que venía sosteniendo el coloquialismo, como canon posible. Ellos irrumpen con más desenfado en los predios de la poesía y alardean desde su imaginario en la deconstrucción del imaginario mismo del que tanto se abusó desde estas corrientes. 

Difícil fue para mí entenderlos, en esos primeros años.  Uno abría una publicación periódica, y aparecían autores nuevos, ganaban sus premios literarios o hasta cerraban su mirada con ellos mismos en artículos de revistas importantes del país.  Una revista como La Noria, en la oriental Santiago de Cuba, propone esta estética, no tan diferente a lo que se ha logrado en esa tradición que intenté explicar, pero ellos lo asumen desde la asunción personal de su aparente juventud y de diseminar miradas ríspidas, asumir instantáneas crípticas o enmarcadas en las propias aguas de aquel realismo sucio que tanto se dibujó en la narrativa norteamericana.  Esa explosión por la irreverencia, la sed de fustigar la realidad no creo que sea otra cosa que la búsqueda de entronizar un sujeto lírico que se suplantó por sí mismo ante un “yo” enfático que poetas de los 80 y los 90 no lograron personalizar. Sin embargo,  creo que estos poetas que se autodenominan incluso de la generación cero, será una promoción de mero tránsito, un breve tiempo para repensar en ese Ser del que nos habló Cintio Vitier: lo necesario de asumir lo cubano.

No obstante, creo que la poesía cubana, de la que pudiera referir muchas cosas, es tan plural y rica como diversos son los autores que la sostienen, ya no sólo en la isla sino fuera de ella. Hay creo también una necesidad inmediata de legitimarse en esas vanguardias. Como el que no esté se queda fuera de todo espacio. Difícil es acuñar por estos tiempos un modo de asumir o pensar en el hecho de la insularidad o del hombre del Caribe. Hoy cuando todo, por ejemplo, en internet se reduce a un “me gusta” o “no me gusta”, y uno siente que la complejidad nos está dando como resultado una simplicidad extrema ¿Será este el modo o paradigma que tendrá que resolver el “ser contemporáneo”? ¿Tendremos razón para quitar o poner en una lista a determinados autores,  sin que afloren errores históricos en las huestes de la literatura cubana (léase mejor, en sus inmediaciones)?

Lamentablemente, es la poesía cubana actual una gran zona de silencio, algo desconocido y que necesita de una mirada desde afuera y a destiempo para asumirla y enriquecerla desde la interacción misma, en un continente americano donde ya el hombre está pensando en la poesía desde su propia perspectiva, a diferencia de siglos anteriores donde el impacto de Góngora, de Juan Ramón Jiménez, eran trascendentales. Hoy la poesía americana se distiende sobre su propia geografía y se armoniza o no en la medida que seamos capaces nosotros de enriquecerla y validarla. Como si llegáramos a una página en internet y marcáramos  un “me gusta”, aunque sepamos todos que hay un telón de boca que nos hará otras interrogantes.

A continuación cinco poemas de Luis Manuel Pérez Boitel. El último es inédito.

 

Carta de Amor Del Rey Tut-Ank-Amen a Dulce María Loynaz

no es que resulten extrañas estas palabras mías, distantes como la más preciada tarde del Nilo, para cubrir tu hierático paso y vencer esta muerte probable entre diademas y sicomoros. lo cierto es que en aquella columnita de marfil donde descifraste mis dibujos sobre el otoño, yo existía gracias a tu plegaria sobre la ciudad de Menfis y sobre el sarcófago  que protegía mi adolescencia y mis más preciados jeroglíficos, porque encontraba en tu aparente penumbra esa luz dispuesta en estos ojos cansados a través de tres mil novecientos años que ahora yo te ofreciera para el arcángel albísimo que eres un domingo de resurrección. quizás, dudaras de estas palabras que corroboran mi otra muerte, el silencio de estos pabellones que yo abandonara para salir a tu encuentro.  no es que resulten extrañas estas palabras, que ya estaban escritas desde mucho antes, incluso antes de tu llegada,  que Isis me había mostrado en el estival año.  ah, Dulce María, parece que tu Isla cubre tu pecho como estos juguetes de oro y lapislázuli que adornan el sacrificio. déjame, desde esta columnita tenerte dentro de mi tiempo como aquellos que entregaron su vida, jóvenes como yo, arqueros como yo, en una clara tarde del Egipto. enséñame, el Ave María para repetir lo que tus ojos retienen y yo no sea el lado más frío de la muerte, el lado más frío de la vida, para que me duermas como un niño distante de su madre y su país. hubiera dejado si me lo pidieras, Dulce María, estos monolitos  para la gente que no logró comprender que tuve miedo de esas auroras milenarias, del país ante la muerte y que nunca quise ser un rey, en estos diecinueve años que todavía envuelven mis cenizas ante los arenales del desierto y la prontitud del otoño. mírame, y no sientas pena por la frialdad que atesora un lugar como este, llévame contigo a los campos, al extraño azul de tu Isla, llena de benjamines y lirios. ahora que has desempolvado mi corazón, en aquel sarcófago de mármol negro donde dormía mi muerte, bajo el candil de infinitas lunas y el perfume delicado  de mis dioses. ven,  Dulce María, en esta bendita tarde del Nilo y arráncame como si fuera yo tu más preciada flor del jardín. invoca a Isis para el regreso y si no logras con tu ávido empeño sacarme de este carro de marfil toma mi nombre simplemente para encontrarte entre la multitud, al pie de tu Isla tropical, para volver a tener como lo habías prometido, el más dulce, el más breve de tus poemas.

 

Súplica a San Judas Tadeo

En el divertimento de mis días, la luz gravita
sobre las cosas que amo, cosas imposibles;  advierto que nada pasa
y   ruego bajo estas palabras en tu venidero día, en el mañana dispuesto.
San Judas Tadeo ojalá que la felicidad no  sea  otra
que una razón mayor contra las cosas imposibles.
En la casa me voy quedando con los años, y dibujo bajo la soledad
la dimensión de los rostros que amo, confundido estoy
bajo la noche donde la palabra pudiera no resultar tan sagrada.
(Des)corro las cortinas de la casa y pienso en mi madre, que tu reclamo
aguarde otras estaciones, para que cada minuto de mi vida
se prolongue en su vientre, que me salve San Judas este tiempo
de toda posible ausencia.  No permitas bajo tu verde luz
que las cosas que una vez cultivé desaparezcan,  dame un sitio
aunque sea mínimo para dibujar lo que he visto ante los ojos
de  la trinidad divina.  No permitas que mis pasos
se doblen  en esta hora de las cosas que no sé si logro alcanzar,
Ten piedad de mi tiempo, para que esta súplica alcance la mayor
sonrisa de mi madre y no sea otra cosa que su salud y su bienestar.
Mírame con la paz de un otoño,  con la misma levedad
del paso de un hombre por las Abadías  de un país donde antes estuve,
misericordia pido ante los minutos, para que interceda a favor de la familia.
Ahora  sé que el tiempo que está por venir es imposible de augurar,
que la salud de mi madre sea como esa tierra y que no exista
mayor júbilo que el día en que volvamos a encontrarnos todos
alrededor de una casa, que ya no existirá, donde apenas me reconocerían
si tocara a la puerta. 

 

Nadie habrá de suponer
que esto sea de gran importancia para la nación
W. C. Williams

mi madre fuma Marboro Light, como si fuese una amenaza
pública. mientras descubro que en la calida habitación duerme
un gato siamés, me olvido del Empire State
y confundo las postales. la observación que hago
de las cosas dispuestas al límite, es irracional. el ser que soy
se diferencia de lo irracional, del negativo?
deambulo. tengo adicción por los breves momentos.
pretender que un instante anterior me nace,
se reproduce en mi sino, es justificar
ese humo que a ras de la cabeza me sostiene,
como la trastienda. y corre marzo sobre el cuerpo.
el fantasmagórico ¿cuerpo del otro?
así fue la impresión que nos dejó ver los peces
en el mercado central.
mi madre mira de soslayo la avenida
donde el que va delante tiene su cuartada y la razón;
parte de la razón. (viendo que la razón es un supuesto
juicio que provoca un ideal abstracto).
el sacrificio es admitir en el otro que la reducción
de tales espacios nos provee de felicidad.
luego se evaporó el gramófono y las cartas
(¿tus cartas?) fueron el pretexto
para adueñarse de lo que quedó.
tengo mal dormir y entre la ventana y el cuadro
del abuelo las cosas fueron desapareciendo.
todo está en marcha cuando busco
en la prensa nacional aquellos otros peces
y la bitácora. Nadie habrá de suponer que esto sea
de gran importancia para la nación.
mi madre fuma Marboro Light y desmiento
cada una de las postales del ilusionista. cada una de sus jugadas
que parecen perfectas. a simple vista es descubrir
cómo se empolva la memoria o parte de la memoria,
y hasta los discos de los Beatles. aquellas fachadas
parecen de mal gusto y enrarecen la quioscos de la multitud,
aún cuando hemos perdido el tiempo. mi madre reconoce
que existe la posibilidad de doblegar ese espacio,
cuando en la calle nos detenemos en un punto preciso
(¿en el mercado?), sólo ella y yo nos damos cuenta
que por un minuto algo de nosotros había cambiado
de repente.

 

  
Bella Época

un día en medio del sendero
alguien te preguntará por el advenedizo
hombre que llevas y habrá un silencio.
una demoledora paz cubrirá
en apretado instante la arboladura del verano. los pastos que cubrían
la cabaña donde el fuego se debatía en cubrir
tanta soledad. el incienso nos proveería de la súplica
y sólo habría una abertura para recordar al padre
que dispuso en un páramo, la hora del té.
la renovada imagen de un Dios que se asegmenta y nutre,
entre promontorios, la imagen misma, la falta de lumbre.
cabría decir, son tiempos difíciles,
pero en un poema algo hay de neutralidad;
de esas imágenes que la artista nos impone
en medio de un tiempo. el despertar, sus saudades
como marineros que se aíslan, como cuerpos dispuestas
a la noche o al comienzo, en lo irreverente,
como pudo ser la mano poderosa que se deposita
o la fatiga del viaje.  La artista conoce de las sombras
y solo nos enmudece ante la época, el rostro
equidistante de los hombres. son tiempos difíciles.

ellos tomaban vino de Rusia y yo me quedé
pensando en el ocaso donde un cuerpo desaliñado
me convoca. cae la tarde. al final
no estoy tan solo en la cabaña.
vuelve la fe al centro de la mesa y es la hora precisa,
la supuesta hora. ellos beben en vasos de cartón sus glorias
terrenales, sus dudas. podría admitir
que marzo no fue el último reducto, ni la plegaria.
por la filigrana que me conduce al sitio de reposo, admito
la bella época, es decir, el invierno.
no creo que se haya caído
una rama del árbol milenario, por azar. un cuerpo pasa a ras
del poema y enmudezco
para no reconocer su breve estancia.
cabría decir, son tiempos difíciles, pero no me atrevo
a confirmar lo imposible, a ir deletreando un nombre,
en el supuesto nombre. y cae la tarde
con sus mejores luces desde la cabaña donde los cuerpos buscan
el estío, lo efímero del sitio. ellos referían épocas
antiguas donde la lumbre
era la mejor opción. bastaría escuchar en medio del sendero
al hombre que llevas,
y habrá un silencio enorme, una demoledora paz.

 

Carta de Lev Gumiliov a su madre Anna Ajmátova

Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído mi nombre, despertó de entumecimiento… ¿Y usted puede  describir esto? Y yo dije: Puedo.
Ajmátova

Todavía estamos en Leningrado, me has dicho una mañana,
Para no despertar sospecha de que fue el último adiós.
No llores si un día el invierno golpea la frente hasta el fin,
Afuera están los campos de Moscú y las casuchas intactas
Donde me leías Réquiem y otros poemas, que ahora me dan fuerzas
En estas visitaciones nocturnas, imaginando que estás libre de todo,
Con esa extraña nevada que hacen los abismos, el salvoconducto,
Y la cruz sobre mi nombre desde el umbral.  Te escribo estas
Palabras sin conocer apenas  qué pasará si sucede lo impensado
Y nuestros cuerpos fueran arrojados a los perros, a la otra sobrevida,
Porque todavía estamos en esta ciudad donde el carcelero
Repasa los números para el día siguiente como si fueran vidas irreales, mamá.
En el terror de Yezhov, en sus cenizas, mea culpa, el destino.
Crucial ha sido cómo una paloma picó en dos el cielo, estas largas filas
Que no puedo explicar. Mientras los perros mamá, los perros  nos iban
Derribando.  Nada sabía, no los culpes, mientras miro las alambradas,
Las púas del tiempo, y los rostros indecibles de los carceleros, sentí una voz
Algo sollozante que no puedo explicar muy bien.  Un gendarme
Dio unos pasos hasta donde debía estar mi cuerpo entre la hierba.

Se había dado la orden para el tiro de gracia.

 



 



 

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(Remedios, Villa Clara, Cuba, 1969).
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