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Sobrevivir es un Acto de Invierno
Ana María Falconí. Animal de Invierno y Paracaídas Editores, 2015
Por Miguel Ildefonso
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Ana María Falconí nos presenta su tercer libro de poesía Sobrevivir es un acto de invierno (Animal de Invierno y Paracaídas Editores, 2015). Tercera obra de una poesía que se caracteriza por su intenso lirismo y gran potencia evocadora, rasgos que parecen difuminarse en la poesía posterior a Alejandra Pizarnik.
Sobrevivir es un acto de invierno tiene cuatro secciones que corresponden a los meses del invierno de nuestro hemisferio.
El poema que abre el libro, titulado Pequeño cielo, plantea un universo simbólico de una realidad que se configura desde el interior de la voz poética. Hay seis pasos de una experiencia surgida a partir de la contemplación del cielo, pero no de un modo idealista, sino de uno que nace con cierta desconfianza: “cuan torpes suenan los sueños/ mientras soñamos” dice. Aun así es un tipo de conocimiento que ha roto las barreras entre lo onírico, la vigilia, lo real y el deseo como la única manera de sobrevivir. Sobrevivir, tal como sugiere este inicio, se da solo liberando el alma, rompiendo la imposición de los moldes que nos atan a una sola y reducida forma de asumir la vida. Para acabar con ese juego de video que hace dios con sus criaturas, es decir, con la manipulación de un yo supremo, la poesía se vuelve un tipo de conocimiento estético, espiritual, disidente y transformador.
Sobrevivir significa, en el presente libro, además, un proceso de reconocimiento. Los poemas son testimonios de una suerte de agnición de la voz poética que se mira a sí misma, que cuenta la historia de sus semejantes y la de los otros, y que incluso se debate ante sus fantasmas. “Se le dio al hombre el más peligroso de los bienes, la Palabra, para que creando y destruyendo, haciendo perecer y devolviendo las cosas a la sempiterna viviente… de testimonio de lo que él es”, decía Heidegger.
Los poemas son liberados para llevarnos a una experiencia cotidiana, pero trascendental de un amanecer. Es la iniciación del día, de la sobrevivencia del desvelo anterior. Y aquí aludo al libro que publicara Ana María hace cinco años. Porque ahora hay una suerte de liberación que se asume con el ritual de la bañera, como un río que transcurre no entorno al cuerpo sino desde adentro, y que brota, y donde el cuerpo trata de verse y reconocerse. Por eso, sobrevivir es verse, también, es ver y reconocerse a sí mismo como vida, como un amanecer otro.
En una entrevista que le hicieron cuando apareció Desvelo blanco la poeta decía: “Creo que si en Sótanos (Sótanos pájaros su primer libro) estaba el tema de una vida escondida, y en Desvelo, el salir de ese escondite rumbo a la luz. En un tercer poemario, intuyo que habrá una búsqueda de comprender la luz a través de los ojos del otro.” Efectivamente, para tal “comprender” o “reconocer”, la luz está aliada a otro símbolo que es el ave en vuelo constante, en movimiento de escritura terrenal y celestial. La luz, por su parte, es la mirada de la poeta que busca reconocerse en el mundo. Cito: “en la impronta de la gente/ confluencia extraña de una calle/ que no conoces pero sabes que/ finalmente es tu calle/ donde las aves gritan”.
Entonces tenemos esta vía del conocimiento que es la escritura poética, que necesita del vuelo amatorio, inspirador y purificador simbolizada por el ave, para que el mundo se restituya y sobreviva en la luz. Sobrevivir, por tanto, es la constatación o la revelación de un acto de fe que se da en el invierno, o sea, cuando todo está en contra.
A partir de los poemas Crepuscular, Marte no es una estación y Sol cobarde hay una exploración al mundo exterior lacerante, con tres tiempos testimoniados en el presente, el pasado y la proyección al futuro, que finalmente anuncian al “animal que no vendrá”. Esta ausencia es lo que conduce a la voz poética, simbolizada en las aves (como los gorriones en el poema que da título al libro), a una constante lucha de sobrevivencia, por la persistencia del deseo. No existe el sueño es un poema que cuenta los días de la semana, días que dialogan con un “tú” en la memoria fracturada, dolida. Es el reconocimiento de lo ausente, finalmente, lo que hace de este acto de invierno, de este acto de escribir, una forma no solo estética sino espiritual de sobrevivencia.
El mes de Julio es la segunda sección del libro, en donde habitan personajes como el sapo, la anciana, los gallinazos. Es un espacio imaginario, sin tiempo, como en un cuento de hadas, pero desgarrador, porque: qué son los cuentos de hadas sino las maneras en que la ilusión y el amor buscaban sobrevivir en el bosque, tras esas largas hibernaciones, tras esas largas esperas y ante el aciago camino aun por recorrer. El animal ausente de la primera sección, ahora aquí, en el poema El cuento del bosquinvisible, aparece muy claro, se define. Cito: “entonces se queda él/ sin migajas de pan para seguirla/ acurrucado esperando/ sin poder blasfemar/ sin lenguaje/ persiguiendo un hilo blanco imaginario/ para reconocerse en cada movimiento/ como si fuera una fría estación/ que forma paisajes en la mente/ la perdida imagen/ de ella/ perdida de él/ que fue su animal/ y salió de su boca para yacer en su boca/ y escucharla escupir sus propias/ palabras de amor invisibles”.
El animal es el corazón que parece como ajeno al cuerpo y al alma. Es la encarnación del amor que es libre como un animal, autómata, o libre también como los dioses del Olimpo de los que nos habla la poeta en el poema El Crepúsculo del bosque del danzante. Lo animal significa un estado de recogimiento, sublimación, elevación como es el acto de escribir, como es el acto de amar, aun cuando todo está en contra. Por eso el reconocimiento final consiste en saber que la escritura - animal o del corazón - es un acto de sobrevivencia ante la muerte. Cito: “esperé toda una noche/ como esperó mi abuela/ y la madre de mi abuela”, dice en el poema Pescando paiche, poema que cierra esta segunda parte.
En Agosto ya estamos en la ritualización de la sobrevivencia, la suma de los actos comprometidos con la búsqueda de la pureza tras la redención. Cito estos versos: “la santidad de tus cabellos/ tu voz en una lejana lejanía/ que no termina/ tu prosopopeya para trascender/ para ascender/ a la luna desvirtuada/ a todo lo que no está es divino”. Aquí son las facciones de los otros guardados en la memoria que se retratan como una historia herida que hay que asumirla como un acto de fe, también, y ya no solo artístico, espiritual, sino fe de vida, para la vida.
Para cerrar, en Setiembre hay una nueva dimensión de las aves que sobrevuelan este cielo de invierno, quizás ya anunciando la primavera: “a quien le entregará sus plumas el pájaro que trae los/ recuerdos/ a quién la clave para drenar los árboles/ los volcanes los ríos/ y volvernos inmortales”. Estamos, ahora, en esa región de luz conquistada, donde finalmente la escritura se vuelve hacia sí misma, como constatación última, como el reconocimiento último de su verdad: “‘sobrevivir es un acto de invierno’, escribo/ mientras escucho el lenguaje de las nubes/ y veo luces inciertas en el cielo”.
Ana María Falconí nos presenta un libro que es el relato lírico de la experiencia suprema de amar, de amar la vida y la poesía por encima de todo. Es ese acto de fe en la palabra que hace que una piedra se vuelva ave, y cante en el invierno, y traiga esperanza para los que han perdido las alas y se petrifican en mitad del camino. Qué más podemos pedir en estos tiempos más preocupados que en la mirada interior, en la superficialidad de la mirada.
Tres poemas de Sobrevivir es un acto de invierno.
Pequeño Cielo
1
no hemos aprendido a volar no hemos podido atravesar el cielo
y experimentado esa nebulosa ceguera de nubes
de animales alados cruzando agujeros celestiales
no somos pájaros cantores en las óperas
no cantamos
cuán torpes suenan las sílabas mientras silbamos
hemos arrimado nuestros cuerpos sobre las pequeñas llamas
prendidas de la tierra
para cenar al calor de una lámpara apagada
presenciamos la lengua de la oveja sobre su piel abierta
sin comprender que los sueños no sanan
que van por el mundo salpicándose inconscientes
2
un pedazo de diario abollado da vueltas en el aire como nieve
que lanza un alud
qué impulsará al viento a arrastrar nuestras palabras hacia los
oscuros promontorios que arden detrás de los muros
3
jugamos hasta el final de la noche
viajando inmóviles
por rieles interminables
somos aquellos zombies que cuelgan
como posters en la estación de algún metro
Dios está jugando
un video juego
con nosotros
4
Por qué digo nosotros si estoy parada aquí sola en el aire que
circunda a este centro comercial
yo me mi conmigo
pero sigo insistiendo en nosotros en todas las personas que se
encuentran en el mundo
como si fueran un río sin playa sin malecón sin piedras para apoyarse
con la etiqueta falsa que alguien nos puso en su sueño nos
quiero ser esa alice in wonderland, mejor dicho, queremos ser
esa alice in wonderland
y atravesar los espejos, para recoger los juncos que alguna vez
tuvimos Alicia nada es real no hemos aprendido a
llevarnos los sueños
5
detengo el auto
una bolsa de polietileno surca el espacio vacío sobrevuela
una procesión un pequeño cajón blanco que se
bambolea en los brazos de los elegidos para llorar
mancha blanca
minúsculas trompetas semejan una canción de cuna
la bolsa se pierde
me dirijo a una playa para hacer el amor
amor que no está
6
vuela el pájaro sobre la nube escarlata
cuán torpes suenan los sueños
mientras soñamos
bala el verbo
el huevo sin incubar
mientras miramos un pequeño cielo en la ventana
Marte no es una Estación
por una década entera pisé tierras rojas
deambulé sin estaciones
avisté soles donde no había sol
achiqué los ojos
ante una extraña forma de universo
hay vida en Marte dicen
pero vives en una calle
de la que no quiero acordarme
no quiero tocar la puerta de tu casa
ni ver cuando subes al auto
ni correr y detenerte para hablar de tus exequias
de tu cuerpo morado abandonado en el desierto
de tus huellas marcianas en una playa del sur
lanzaré mi sonda nuevamente
lejos de tu giba escarlata
revisaré las leyes de los sabios
para aterrizar en una piedra
que no te exista
Pescando Paiche
1
vengo de pescar paiche
donde el agua es turbia
2
el caucho nos hizo negros
como la fotografía aquella del río
que te mostraba remando
en una realidad inexistente
la sombra multiplicada en el agua
en un solo rostro
moviendo la balsa desierta
con los brazos abiertos
pescando paiche
con los brazos abiertos
yendo entre los árboles
sumergiéndote en el lodo
para seguir respirando
3
esperé toda una noche
como esperó mi abuela
y la madre de mi abuela sin saber que algún día
la pluma del ave
se dejaría jalar por el río
como una anunciación
y el ruido aquel del búho
llamando sobre la noche
«Ana, Ana»
traería el río hacia tu pecho como un intruso
quebrándolo en miles de meandros
para tenerte apoyada en este barandal
desde donde esperas el mundo
4
desde esa noche
te busco
cuando el nivel del agua baja
sigo pescando en las aguas marrones
de la selva
sacudiendo amuletos
piedras
cortezas de árboles viejos
sentada en esa balsa
a la espera de que el caudal
te traiga
finalmente convertido
en un gran pez