Desde Henry David Thoreau que escribía: “Oh naturaleza, yo no aspiro / a ser el más encumbrado en tu coro / o ser un meteoro en el cielo / o un cometa que pueda subir tan alto, sino solamente un céfiro que pueda soplar / entre los juncos en la orilla del río”, a Elicura Chihuailaf: “No podemos olvidar que los pasos cotidianos / en el Valle de la Vida / tienen que ver con los pasos del viento / pero también con los del más pequeño insecto / con la mirada del cóndor en alto vuelo / mas también con la oruga”, sin olvidar a los precursores de la ecopoesía como Gary Snyder o Mary Oliver, la poesía de Occidente —en la era Moderna, en la era industrial y postindustrial, en nuestros tiempos tecnológicos— ha ido tomando conciencia y activismo importantes en defensa y transmisión de una filosofía y política en conexión con la naturaleza, de una “ecología profunda” que nos sensibiliza con nuestro hábitat y que, a su vez, nos cuestiona.
Gloria Alvitres Aliaga (Lima, 1992) ha publicado Presagio y sedición de la orquídea madre (Alastor Editores, 2024), un hermoso libro de poesía que no es solo un manifiesto ecologista o documental sobre la defensa de la ecología peruana y global, es la poética de la tierra madre con su historia espiritual, situada en el Perú; pero no como un volver nostálgico, sino como un comprender, un asumir el presente, en una época de crisis, desde la urgencia: “se extingue la vida en el jardín / La muerte se maquilla”, nos dice la poeta, hoy, cuando para el rescate de la naturaleza: “Ya no hay tiempo en este mundo”.
La naturaleza se abre al diálogo mediante esa “semilla de manantial” que nos remite a una enseñanza mítica, ante la ignorancia y la ignominia desenfrenadas del desarrollo de la civilización que parece ser solamente la tecnologización de los instintos primarios de dominación. Parece contradictoria la existencia de una irracionalidad inserta en conceptos como el de desarrollo o en el ideal del progreso. Ante esa visión del mundo y la naturaleza como mercancía (“El nuevo ordenador del mundo se llama dinero”, “En el reino del plástico”, nos dice la poeta), Presagio y sedición… va al encuentro con la memoria cultural ancestral, la protección de los Apus y Wamanis tutelares, la rebeldía de Túpac Amaru y Micaela Bastidas, y las enseñanzas del amauta José María Arguedas. El libro inicia con esa crónica de la semilla que viaja y que se encuentra con el relave, con el mercurio venenoso de las mineras (“Sabemos de los ataques, mamita / Del hueco cancerígeno / Que se pudre en Cerro de Pasco”). Hecho el diálogo, lo humano se hace tierra, sienten lo mismo: “Las heridas de la tierra / son como la piel quemada”, nos dice la poeta ante la visión devastada de los bosques por el fuego de los mercantilistas, de aquel “huayco feroz” que baja a la ciudad, en un río Rímac “mudo ahogado en pus”.
El discurso poético se confronta al “discurso del desprecio / repetido por siglos de los siglos/ amparado por Aristóteles / repetido por sacerdotes/ refrendado en las Constituciones”, aquel que ha ocasionado que se esté “secando Ñahuimpuquio”. Esta crítica a la idea del progreso depredador se registra en hechos, con una visión total, desde el Amazonas, donde, como resistencia, el “centinela felino” de “agua y noche, vigilante del río” ha “derretido el tiempo”, justamente para reencontrarnos en nuestros orígenes, para reconducir el sentido de la vida, manteniendo la vida.
Hay una comunión, por ello, con los animales, el ciempiés, el gato andino, el pangolín, el escarabajo, las hormigas obreras... Y con las plantas, la amapola, el huarango, el ishpingo… Pues hay una identidad de lucha, dado que “de nuestra boca surgieron animales”. Lo humano vuelve a su raíz y “pelea el ishpingo por no ser derribado”, tanto en el río Madre de Dios como en el río Moche.
Presagio y sedición… es un libro también de poesía ritual: “Sonidos de misa entre las hojas / unos tercetos sobre el río / tonadas de tambor en los barcos / lo profano bebe lo sagrado”, porque sin lo espiritual no hay comunión, sin sentir la escritura como rito y vuelo, no hay espíritu que se conecte con el todo. Los poemas entonces no solo son crónicas, manifiestos y odas. “No entendimos nuestra animalidad”, nos dice, a la vez que nos remitimos a la danza de Rasuñiti. La base cultural del libro es, principalmente, la andina, una cultura que (así como en la costa de Caral hace 5000 años o en la Amazonía hoy en día) supo y sabe convivir con la naturaleza, respetándola, transformándola y a la vez transformándose (ellos, nosotros) en armonía.
“Algún día el molle llegará a tocarnos la puerta, a preguntar por sus hijos, los que dejó en las lomas despintadas, y nos dolerá, nos dolerá el alma por no saber contestar”, nos advierten unos versos. Es fundamental la simbolización de la “mamita natura”. Nos dice la poeta: “Creo en ti, Planta madre, diosa del campo… Tú, diosa amaru, reencarnada en mama Huaco, Micaela Bastidas, Bartolina Sisa, madre anónima que retorna a la Tierra para sanar.” La lucha de las mujeres por la defensa de la tierra, del agua, de la naturaleza, es fundamental para la construcción de esta utopía, de esta esperanza por un mundo más justo, limpio y armónico. “Sueña la flor intrépida / Con las cumbres y una revolución / Con el retorno de Juan Santos”, declara la poesía. Porque “Toda comunión con la natura / Es cambio radical”. Podemos finalizar esta reseña con esta cita: “Abandonemos la distopía / Seamos planta-vida-Tierra”.
______________________________ Gloria Alvitres (Collique-Lima, 1992) es escritora y periodista, estudia y teoriza sobre la ecocrítica. Publicó el libro Canción y vuelo de Santosa (Alastor, 2021). Sus trabajos periodísticos hablan sobre temas de memoria, ambiente, feminismo y colabora con el medio ambiental Mongabay Latam y es parte del Movimiento Ciudadano Frente al Cambio Climático en Perú.
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"Presagio y sedición de la orquídea madre" de Gloria Alvitres Aliaga
Editorial Alastor, 2024, 88 páginas
Por Miguel Ildefonso